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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

Área 7 (32 page)

BOOK: Área 7
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Fairfax cogió la hoja en la que había imprimido el último mensaje que había descargado anteriormente.

—Vale. —Cogió un rotulador fluorescente rosa que llevaba sujeto en el cuello de su camiseta Mooks—. Bennett, Calvert, Coleman…

Comenzó a marcar con el rotulador la lista del personal. Cuando terminó, la lista quedaba de la siguiente manera:

—¿Nadie más ve un patrón aquí? —preguntó Fairfax.

Todos los hombres mencionados en la transmisión interceptada pertenecían a la unidad designada con la letra «E» o, en la jerga militar, «Eco».

—El único de esa unidad que no se menciona en la grabación —dijo Fairfax— es este, Carney, LE. Hemos de suponer que se trata de la persona que habla en las grabaciones.

Fairfax se volvió para mirar a los dos superiores de la agencia de Inteligencia que se hallaban junto a él.

—Hay una unidad en esa base que ha estado comunicándose con el Gobierno chino y su nuevo transbordador espacial. Todos los hombres de la unidad Eco.

* * *

—Unidad Eco. Informen.

—Aquí líder de la unidad Eco —respondió la voz del capitán Lee Cobra Carney.

Cobra tenía un fuerte acento sureño. Su voz era glacial, contenida, peligrosa—. Nos encontramos en las dependencias del nivel 3. Acabamos de hacer un barrido en los dos hangares subterráneos. Nada. Estamos descendiendo por el complejo, cubriendo el hueco de la escalera.

—Recibido, Eco…

—Señor —dijo otro de los operadores de radiocomunicaciones a César Russell—. La unidad Charlie acaba de regresar del lago. Están fuera y tienen al niño.

—Bien. ¿Bajas?

—Cinco.

—Aceptable. ¿Y Botha? —preguntó César.

—Muerto.

—Mejor todavía. Que accedan por la puerta superior.

Gant y los demás se dirigían al hueco de la escalera de incendios del extremo este del nivel 4.

—Sé que esto no es exactamente relevante para la situación actual —dijo Madre mientras Gant y ella caminaban juntas—, pero llevo todo el día queriéndote preguntar por tu cita con Espantapájaros del sábado pasado. No me has contado nada.

Gant sonrió torciendo la boca.

—No es momento de cotilleos, Madre.

—¿Cómo que no? Eso es exactamente lo que quiero oír. A las viejales casadas como yo nos gusta oír las proezas sexuales de jóvenes apuestos como vosotros. Y bueno, ya sabes… me importáis.

Gant sonrió con tristeza.

—No fue todo lo bien que me habría gustado.

—¿A qué te refieres?

Gant se encogió de hombros y siguió caminando con la pistola en ristre.

—No me besó. Nos lo pasamos genial en la cena, en un restaurante tranquilo y acogedor. Luego dimos un paseo a la orilla del Potomac y estuvimos hablando. Dios, estuvimos hablando toda la noche. Y entonces, cuando me dejó en casa, tenía la esperanza de que fuera a besarme. Pero… no…, no lo hizo. Así que nos quedamos allí, sin saber qué hacer o decir, una situación de lo más incómoda, y entonces dijimos que ya nos veríamos y la cita… terminó.

Madre entrecerró los ojos.

—Oooooh, joder, Espantapájaros. Pienso patearte el culo.

—Por favor, no lo hagas —dijo Gant cuando llegaron a la puerta que daba al hueco de la escalera—. Y no le digas que te lo he contado.

Madre rechinó los dientes.

—Mmm. Vale, está bien…

—En cualquier caso, prefiero no pensar en ello ahora —dijo Gant—. Tenemos trabajo que hacer.

Abrió una rendija de la puerta y se asomó por ella con el arma por delante de su cara.

El hueco de la escalera estaba a oscuras y en silencio.

Vacía.

—Caja de escalera despejada —susurró.

Abrió la puerta del todo y subió algunos peldaños. Madre avanzaba tras ella, ambas con sendas armas en ristre.

Llegaron al rellano del nivel 3 y vieron la puerta que daba a las dependencias privadas del complejo.

No había nadie allí.

Qué extraño
, pensó Gant.

No había soldados apostados en el rellano, ni siquiera un centinela para bloquearles el ascenso por el complejo.

Muy extraño
, pensó. Si ella hubiera estado al mando de las fuerzas contrarias, estaría buscando al presidente por todos los niveles, asegurándose de bloquearle cada paso conforme avanzara.

Pero los del séptimo escuadrón parecían trabajar de otra manera.

Con el hueco de la escalera sin vigilancia, Gant y su equipo siguieron avanzando sin problemas y llegaron al hangar del nivel 2.

El hangar del nivel 2 (a salvo hasta el momento del caos del día) era prácticamente idéntico al que se encontraba en el nivel 1. La única diferencia era que los aviones allí estacionados eran bastante menos exóticos. Mientras que el nivel 1 contenía dos bombarderos furtivos y el SR-71
Blackbird
, ese solo albergaba dos aviones de control y vigilancia aérea, AWACS.

Justo lo que Gant necesitaba.

Dos minutos después, Gant se encontraba en el interior del compartimento de carga inferior de uno de los AWACS, desatornillando un pesado panel de plomo del suelo.

El panel se soltó, revelando un compartimento electrónico. En medio de ese compartimento, firmemente sujeto y protegido, había un objeto naranja fluorescente del tamaño de una caja de zapatos pequeña. La caja naranja parecía hecha de un material extrarresistente.

—¿Qué es eso? —preguntó Juliet Janson, situada detrás de Gant.

El presidente respondió por ella.

—Es la grabadora de datos del vuelo. La caja negra.

—No es muy negra que digamos —dijo Hagerty con aspereza.

—Nunca lo son —dijo Gant mientras sacaba la caja—. Es solo el nombre con el que se las conoce. Las cajas negras casi siempre están pintadas de un color naranja brillante para una mayor visibilidad en caso de siniestro. Dicho esto, por lo general las encuentran de otra manera…

—Oh, claro, muy bien… —dijo el presidente.

—¿Qué? —preguntó Hagerty—. ¿Qué?

—¿Se han preguntado alguna vez cómo encuentran tan rápidamente la caja negra después de un accidente de avión? —dijo Gant—. Cuando un avión se estrella, los restos se esparcen por todo el lugar, y sin embargo siempre encuentran la caja negra muy rápido, en cuestión de pocas horas.

—Sí…

Gant dijo:

—Eso es porque todas las cajas negras disponen de un transpondedor alimentado por batería. Ese transpondedor emite una señal de microondas muy potente que proporciona la ubicación de la caja a los responsables de la investigación del accidente.

—Entonces, ¿qué es lo que va a hacer con eso? —preguntó Hagerty.

Gant gritó hacia la trampilla situada encima de ella.

—¡Madre!

—¿Sí? —respondió la voz de Madre.

—¿Has encontrado la señal?

—¡La tendré en dos segundos!

Gant miró a Hagerty.

—Voy a intentar imitar la señal del corazón del presidente.

En la cabina principal del AWACS, Madre estaba sentada delante de la consola de un ordenador.

En el monitor apareció la pantalla que mostraba la señal que entraba en el Área 7 desde el satélite de órbita baja. Era la misma pantalla que Lumbreras había obtenido anteriormente en el interior del otro AWACS y que mostraba una señal de rebote de veinticinco segundos.

Gant subió del compartimento de carga con la caja negra de color naranja. Conectó un cable a una toma de corriente lateral, conectándola así al terminal de Madre. Al instante apareció el gráfico de picos en una pantalla pequeña de LCD situada en la parte superior de la caja negra.

—De acuerdo —dijo Gant a Madre—. ¿Ves esa señal de búsqueda, el pico ascendente? Quiero que la fijes como la frecuencia de localización en la caja negra.

Cuando los investigadores de un accidente de avión buscan la caja negra, se valen de un radiotransmisor para emitir una señal de microondas preprogramada llamada señal de localización. Cuando el transpondedor de la caja negra detecta la señal, envía una señal de retorno, revelando así su emplazamiento.

—De acuerdo… —dijo Madre mientras tecleaba—. Hecho.

—Bien —dijo Gant—. Ahora fija esa señal de rebote, el pico descendente, como la señal de retorno.

—Vale, un minuto.

—¿Será la señal de la caja negra lo suficientemente potente como para alcanzar al satélite? —preguntó el presidente.

—Creo que funcionará. Usaron señales de microondas para hablar con Armstrong en la luna, y el SETI las utiliza para enviar mensajes al espacio exterior. —Gant sonrió—. No es el tamaño lo que importa, es la calidad de la señal.

—De acuerdo, hecho —dijo Madre. Se volvió hacia Gant—. Y bien, intrépida líder, ¿qué es lo que he creado?

—Madre, si lo has hecho bien, cuando activemos el transmisor del interior de esta caja negra, estaremos imitando la señal que sale del corazón del presidente.

—Entonces, ¿ahora qué? —preguntó el presidente.

—Sí —dijo Hagerty de mala manera—. ¿Lo encendemos y ya está?

—No, rotundamente no. Si lo encendemos, el satélite recibirá dos señales idénticas y eso podría hacer que se detonaran las bombas. No podemos arriesgarnos. No, acabamos de concluir el trabajo preliminar. Ahora viene la parte difícil. Ahora tenemos que sustituir la señal de la caja negra por la del presidente.

—¿Y cómo hacemos eso? —preguntó Hagerty—. Por favor, no me diga que va a intervenir al presidente de Estados Unidos a corazón abierto con una navaja.

—¿Tengo pinta de MacGyver? —preguntó Gant—. No. Mi teoría es la siguiente: César Russell logró de algún modo poner ese transmisor en el corazón del presidente.

—Así es. Lo hizo durante una intervención quirúrgica hace unos años —dijo el presidente.

—Pero me imagino que no lo ha encendido hasta hoy —dijo Gant—. Los escáneres de la Casa Blanca habrían captado una señal no autorizada tan pronto como lo hubieran activado.

—Sí, ¿y? —dijo Hagerty.

—Y—dijo Gant—, en algún lugar de este complejo, César Russell dispone de una unidad que enciende y apaga el transmisor del presidente. Creo que esa unidad, probablemente una unidad portátil de activación y desactivación, se encuentra en la misma habitación que el propio Russell.

—Cierto —dijo el presidente al recordar la unidad que César Russell había activado al inicio del desafío—. La tenía cuando apareció en la televisión, al inicio de todo. Es roja, compacta, con una antena negra.

—Bien, pues —dijo Gant—. Ahora lo que tenemos que hacer es encontrar el puesto de control. —Se volvió para mirar a Juliet—. Su gente ha comprobado este lugar. ¿Alguna idea?

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