Área 7 (27 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Área 7
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De repente, Schofield alzó la mano y se acercó al parabrisas.

—Disculpe, doctor Franklin —dijo—, pero me temo que tendremos que dejar esta conversación aparcada por el momento. Tengo la ligera sensación de que las cosas van a ponerse un tanto peliagudas.

Señaló con la cabeza hacia delante.

Al final del largo túnel de hormigón, más allá de las grises paredes que se sucedían a toda velocidad, había una diminuta luz que se iba agrandando a medida que se acercaban, el familiar brillo de la iluminación fluorescente artificial.

Era la plataforma de carga.

Habían llegado al final del túnel.

* * *

—No entre —le dijo Schofield a Libro—. Podrían estar esperándonos en el interior. Pare en el túnel. Caminaremos el trecho que falta.

El automotor de raíles en equis acribillado a balas se detuvo en la oscuridad del túnel, a menos de cien metros de la plataforma de carga iluminada.

Schofield saltó del vagón al instante, con la Desert Eagle en la mano y el maletín colgándole de la cintura, aterrizando en el hormigón junto a las vías. Lumbreras, Libro II y Herbie hicieron lo propio a continuación.

Corrieron por el túnel hacia la luz, armas en ristre.

Schofield llegó al final del túnel y se asomó por el extremo de la pared de hormigón de este.

Una luz brillante y blanca golpeó sus ojos. Se hallaba ante una caverna rocosa enorme que había sido convertida en una moderna plataforma de carga, una curiosa mezcla entre hormigón liso y superficies rocosas desiguales.

Dos vías de raíles en equis se encontraban dispuestas a ambos lados de una larga plataforma central. La vía situada en el lado de la plataforma donde se encontraba Schofield estaba vacía, mientras que la del otro lado estaba ocupada por otro automotor: el de Botha.

El automotor estaba quieto, inmóvil.

Había algunas cajas de acero suspendidas en raíles montados en las paredes que iban desde las vías de los raíles en equis a una considerable charca en el extremo más alejado de la rocosa caverna.

El agua de la charca era de un verde aguamarina brillante, enriquecida por los minerales del lago Powell. Desaparecía hacia el oeste, en una cueva oscura y curvada que Schofield supuso que conduciría hasta el lago. Tres casas flotantes y un par de lanchas motoras de color arena y extraño diseño flotaban sobre su superficie, unidas al muelle de hormigón de la plataforma de carga.

Pero había otra cosa más de la que Schofield se había percatado.

La plataforma de carga subterránea estaba vacía.

Completa y totalmente vacía.

Desierta.

Schofield salió con cautela del túnel y subió a la plataforma central entre las dos vías de raíles en equis, empequeñecido por el tamaño de la caverna.

Y entonces lo vio.

En el otro extremo de la plataforma, junto a la charca de agua que conducía hasta el lago.

Parecía un extraño expositor de supermercado: una pequeña pirámide de barriles amarillos de cuarenta litros de capacidad, delante de los cuales se hallaba una maleta maciza Samsonite, negra, resistente, de diseño puntero. La maleta estaba abierta.

Cuando se acercó, Schofield vio que los barriles amarillos tenían unas palabras escritas en los lados.

—Oh, maldición —dijo cuando las leyó.

«AFX-708 Carga explosiva»

El AFX-708 era un poliepóxido explosivo muy potente que se había empleado en las famosas bombas BLU-109 que habían hecho jirones los bunkeres de Sadam Huseín durante la guerra del Golfo. La estructura superendurecida de las 109 penetraba con facilidad el hormigón de los búnkeres y a continuación la cabeza AFX-708 detonaba y volaba en pedazos el bunker desde el interior.

Con Libro II, Lumbreras y Herbie detrás, Schofield miró el interior de la maleta Samsonite abierta delante de los barriles de AFX.

Y vio el visualizador digital de un temporizador.

00.19

00.18

00.17

—Madre de Dios —musitó. A continuación se volvió hacia los demás—. ¡Caballeros! ¡Acorrer!

Diecisiete segundos después, una estremecedora explosión destrozó la plataforma de carga.

De los barriles de AFX-708 salió disparada en todas direcciones una bola de luz candente que se expandió de manera radial.

Las paredes de roca y hormigón de la plataforma de carga se resquebrajaron por el impacto de la explosión, estallando hacia fuera en millones de fragmentos letales. Una pared entera se desintegró en polvo en un abrir y cerrar de ojos. El tren de raíles en equis de Gunther Botha, muy cerca del origen de la explosión, se vaporizó.

Schofield no llegó a verlo.

Porque cuando los explosivos estallaron, él y los demás ya no estaban en el interior de la plataforma de carga.

Estaban fuera.

Cuarta confrontación

3 de julio, 9.12 horas

El calor los golpeó como si se encontraran en un alto horno.

El calor abrasador del desierto.

Estaba en todas partes. En el aire. En las rocas. En la piel. Envolviéndolos, rodeándolos, como si estuvieran en el mismísimo infierno. Todo lo contrario que el frío subterráneo del Área 7 y el túnel de raíles en equis.

Pero fuera, el sol abrasador del desierto era el que mandaba.

Shane Schofield cruzó un estrecho cañón lleno de agua a vertiginosa velocidad, bajo un calor aplastante, sentado a los mandos de una extraña pero veloz lancha motora.

En la embarcación también estaba Libro II, mientras que tras ellos, en una lancha motora similar, iban Lumbreras y Herbie.

Técnicamente, la embarcación de Schofield era un bote patrulla PCR-2 con capacidad para dos personas, pero por lo general se lo conocía como «biplaza», una embarcación fluvial con capacidad para dos personas con propulsión a chorro construida por la Lockheed Shipbuilding Company para la armada estadounidense. La embarcación biplaza era conocida por su diseño único. Parecía básicamente como si alguien hubiera unido dos motos de agua de forma apuntada mediante una barra transversal de unos dos metros, creándose así una especie de catamarán con dos plazas a ambos lados de esta. Puesto que las dos plazas (ambas descubiertas) tenían sendos motores a reacción Yamaha de doscientos caballos de potencia, se trataba de una embarcación extremadamente rápida y estable.

El bote patrulla biplaza de Schofield estaba pintado de colores de camuflaje para el desierto (manchas marrones sobre un fondo de color arena), y cortaba las aguas a gran velocidad, levantando tras de sí chorros de agua gemelos de tres metros. Schofield estaba en la plaza izquierda, a los mandos, mientras que Libro II se hallaba en la derecha, manejando la ametralladora de 7,62 milímetros de la embarcación, montada sobre un afuste en la proa.

El sol brillaba. Ardía.

Casi cuarenta grados a la sombra.

—¿Cómo va todo por ahí? —dijo Schofield por el micro de su muñeca mientras miraba al otro biplaza que surcaba las aguas tras ellos. Lumbreras lo pilotaba mientras que Herbie estaba sentado en la plaza de la ametralladora.

La voz de Lumbreras respondió:

—Yo estoy bien, pero creo que nuestro amigo el científico se está poniendo verde.

Estaban descendiendo por un estrecho cañón de seis metros de ancho que conducía hacia el sur, hacia la masa principal del lago Powell.

Las aguas del extremo más alejado de la plataforma de carga conducían efectivamente hasta el lago, a través de una cueva curvada, oscura y estrecha cuya puerta exterior (una puerta de acero blindado brillantemente camuflada para que pareciera una pared rocosa) habían dejado abierta los ladrones a la fuga.

Schofield y sus hombres habían salido de la cueva al final de un cañón aparentemente sin salida instantes antes de que toda la pared rocosa a sus espaldas estallara hacia el exterior a causa de la monstruosa explosión de los barriles de AFX.

Los dos biplazas doblaron una amplia curva del cañón.

Visto desde arriba, el cañón parecía una pista de carreras, una serie interminable de giros y curvas de ciento ochenta grados.

No estaba tan mal.

El problema empezaba cuando conectaba con el resto de los estrechos cañones del lago Powell: entonces aquello parecía un laberinto de elevados muros con canales naturales interconectados.

Llegaron desde el noreste a una intersección de tres cañones.

Al principio Schofield no sabía qué hacer.

Los dos canales rodeados de paredes rocosas se extendían desde donde estaban cual bifurcaciones en aquella carretera marítima. Y no sabía hacia dónde había ido Botha. Cabía suponer que el científico sudafricano tenía un plan, pero ¿cuál?

Y entonces Schofield vio las olas. Vio una serie de olas chapaleando contra las empinadas paredes rocosas del cañón que se bifurcaba a la izquierda; apenas perceptibles, sí, pero ahí estaban: las olas residuales de la estela de una lancha a motor.

Schofield aceleró y giró a la izquierda, rumbo al sur.

Mientras descendía por el cañón, tomando las curvas, alzó la vista. Las paredes rocosas de aquellos cañones se alzaban al menos sesenta metros por encima del nivel del agua. En la parte superior de estas, Schofield vio nubes de arena, que soplaban ferozmente, ofreciendo un alivio esporádico contra el sol abrasador.

Era la tormenta de arena.

La tormenta de arena prevista para aquella mañana, pero que los miembros del HMX-1 habían esperado no tener que contemplar.

Era una tormenta terrible, pero allí abajo, con el cobijo de los cañones, todo estaba relativamente tranquilo; una especie de paraíso meteorológico bajo las paredes rocosas del cañón.

Relativamente tranquilo
, enfatizó Schofield.

Porque, en ese momento, dobló la última curva y, de manera completamente inesperada, salió a un espacio abierto, a una enorme formación rocosa similar a un cráter con una gigante mesa volcánica de superficie plana emergiendo del agua.

Aunque el cráter estaba rodeado de esplendorosas y empinadas paredes rocosas, era demasiado ancho como para poder ofrecer una protección total frente a la tormenta de arena. Ráfagas de arena giraban frenéticamente y azotaban la vasta extensión de agua.

Fue entonces cuando, a través del velo de la arena azotada por el viento, Schofield los vio.

Estaban rodeando el lado derecho de la mesa volcánica, alejándose a gran velocidad.

Cinco embarcaciones.

Una lancha motora larga y blanca que se asemejaba a un hidroala y cuatro veloces biplazas, también de color arena.

Schofield contempló horrorizado que al menos seis cañones se extendían desde las paredes del cráter circular, cual agujas de reloj, ofreciendo multitud de vías de escape.

Aceleró hacia la tormenta de arena, rumbo al extremo sur de la mesa central con la esperanza de coger desprevenidos a los sudafricanos por el otro lado.

Su biplaza surcó las aguas a vertiginosa velocidad, propulsado por sus potentes motores a reacción. El biplaza de Lumbreras y Herbie surcaba las aguas junto a ellos, levantando fuertes chorros de agua, zarandeado por las ráfagas horizontales de la arena voladora.

Rodearon la parte izquierda de la mesa y vieron que las cinco embarcaciones sudafricanas se dirigían hacia un ancho cañón vertical que horadaba la pared oeste del cráter.

Fueron tras ellos.

Los sudafricanos debían de haberlos visto, pues en ese mismo momento dos de los biplazas se separaron del hidroala y, con un giro de ciento ochenta grados, se volvieron de manera amenazadora hacia las embarcaciones de Schofield. Sus ametralladoras cobraron vida.

Entonces, de repente, el biplaza sudafricano de la izquierda estalló.

Salió disparado del agua, consumido en un géiser de agua. Estaba allí y un instante después solo quedaba en su lugar un círculo de espuma y una lluvia de fragmentos de fibra de vidrio.

Por su parte, el otro biplaza sudafricano giró al instante, abandonando la confrontación, y fue tras el resto de las embarcaciones sudafricanas.

Schofield se volvió.

—Pero ¿qué…?

¡Shuuuum!

De repente, tres helicópteros negros surgieron de entre la tormenta de arena, sobrevolando el cráter, y se metieron entre los cañones, ¡tras ellos!

Los tres helicópteros (ya en el relativo cobijo del cráter) viraron como bombarderos en picado de la segunda guerra mundial, girando bruscamente antes de enderezarse sin perder un ápice de velocidad. Rugieron por encima de Schofield y su equipo y salieron disparados hacia las embarcaciones sudafricanas mientras estas desaparecían en el interior del cañón, rumbo al oeste.

Los helicópteros fueron tras ellas.

Schofield estaba boquiabierto.

Los helicópteros eran impresionantes. Aerodinámicos, veloces, increíbles. No se parecían a nada que hubiera visto antes.

Eran de color negro plomo y parecían una mezcla entre un helicóptero de ataque y un caza. Cada helicóptero disponía de un rotor y un morro puntiagudo como el de cualquier otro helicóptero, pero también tenían unas alas ladeadas hacia abajo que se extendían desde sus armazones.

Eran AH-77 Penetrator, helicópteros de ataque de tamaño medio: un nuevo híbrido helicóptero-caza que combinaba la inmovilidad en el aire de los helicópteros con la velocidad lineal superior de los cazas. Con su pintura negra absorbente del radar, alas en flecha e imponentes cabinas de mando, parecían un grupo de iracundos tiburones en vuelo.

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