Así habló Zaratustra (10 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

BOOK: Así habló Zaratustra
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¿Os aconsejo yo la castidad? La castidad es en algunos una virtud, pero en muchos es casi un vicio.

Éstos son sin duda continentes: mas la perra Sensualidad mira con envidia desde todo lo que hacen.

Incluso hasta las alturas de su virtud y hasta la frialdad del espíritu los sigue ese bicho con su insatisfacción.

¡Y con qué buenos modales sabe mendigar la perra Sensua­lidad un pedazo de espíritu cuando se le deniega un pedazo de carne!

¿Vosotros amáis las tragedias y todo lo que destroza el co­razón? Mas yo desconfío de vuestra perra.

Para mí tenéis ojos demasiado crueles, y miráis lasciva­mente a los que sufren. ¿Es que vuestra voluptuosidad no ha hecho más que enmascararse, y se llama compasión?

Y también os propongo esta parábola: no pocos que quisie­ron expulsar a su demonio fueron a parar ellos mismos den­tro de los cerdos.
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A quien la castidad le resulte dificil se le debe desaconsejar: para que no se convierta ella en el camino hacia el infierno, es decir, hacia el fango y la lascivia del alma.
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¿Hablo yo de cosas sucias? Para mí no es esto lo peor.

Al hombre del conocimiento le disgusta bajar al agua de la verdad no cuando está sucia, sino cuando no es profunda.

En verdad, hay personas castas de raíz: son dulces de cora­zón, ríen con más gusto y más frecuencia que vosotros.

Se ríen incluso de la castidad y preguntan: «¡Qué es casti­dad!

¿No es castidad una tontería? Pero esa tontería ha venido a nosotros, y no nosotros a ella.

Hemos ofrecido albergue y corazón a ese huésped: ahora habita en nosotros; ¡que se quede todo el tiempo que quie­ra!»

Así habló Zaratustra.

* * *

Del amigo

Uno siempre a mi alrededor es demasiado», así piensa el eremita. «Siempre uno por uno, ¡da a la larga dos!»

Yo y mí están siempre dialogando con demasiada vehe­mencia: ¿cómo soportarlo si no hubiese un amigo?

Para el eremita el amigo es siempre el tercero: el tercero es el corcho que impide que el diálogo de los dos se hunda en la profundidad.

Ay, existen demasiadas profundidades para todos los ere­mitas. Por ello desean ardientemente un amigo y su altura. Nuestra fe en otros delata lo que nosotros quisiéramos creer de nosotros mismos. Nuestro anhelo de un amigo es nuestro delator.

Y a menudo no se quiere, con el amor, más que saltar por encima de la envidia. Y a menudo atacamos y nos creamos un enemigo para ocultar que somos vulnerables.

«¡Sé al menos mi enemigo!», así habla el verdadero respe­to, que no se atreve a solicitar amistad.

Si se quiere tener un amigo hay que querer también hacer la guerra por él; y para hacer la guerra, hay que poder ser enemigo.

En el propio amigo debemos honrar incluso al enemigo. ¿Puedes tú acercarte mucho a tu amigo sin pasarte a su ban­do?

En nuestro amigo debemos tener nuestro mejor enemigo. Con tu corazón debes estarle máximamente cercano cuando le opones resistencia.

¿No quieres llevar vestido alguno delante de tu amigo? ¿Debe ser un honor para tu amigo el que te ofrezcas a él tal como eres? ¡Pero él te mandará al diablo por esto!

El que no se recata provoca indignación: ¡tanta razón tenéis para temer la desnudez! ¡Sí, si fueseis dioses, entonces os se­ría lícito avergonzaros de vuestros vestidos!
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Nunca te adornarás bastante bien para tu amigo: pues de­bes ser para él una flecha y un anhelo hacia el superhombre.

¿Has visto ya dormir a tu amigo, para conocer cuál es su aspecto?
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¿Pues qué es, por lo demás, el rostro de tu amigo? Es tu propio rostro, en un espejo grosero e imperfecto.

¿Has visto ya dormir a tu amigo? ¿No te horrorizaste de que tu amigo tuviese tal aspecto? Oh, amigo mío, el hombre es algo que tiene que ser superado.

En el adivinar y en el permanecer callado debe ser maestro el amigo: tú no tienes que querer ver todo. Tu sueño debe des­cubrirte lo que tu amigo hace en la vigilia.

En adivinar sea tu compasión, para que sepas primero si tu amigo quiere compasión. Tal vez él ame en ti los ojos firmes y la mirada de la eternidad.

Ocúltese bajo una dura cáscara la compasión por el amigo, debes dejarte un diente en ésta. Así tendrá la delicadeza y la dulzura que le corresponden.

¿Eres tú aire puro, y soledad, y pan, y medicina para tu amigo? Más de uno no puede librarse a sí mismo de sus pro­pias cadenas y es, sin embargo, un redentor para el amigo.

¿Eres un esclavo? Entonces no puedes ser amigo. ¿Eres un tirano? Entonces no puedes tener amigos.
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Durante demasiado tiempo se ha ocultado en la mujer un esclavo y un tirano. Por ello la mujer no es todavía capaz de amistad: sólo conoce el amor.

En el amor de la mujer hay injusticia y ceguera frente a todo lo que ella no ama. Y hasta en el amor sapiente de la mu­jer continúa habiendo agresión inesperada y rayo y noche al lado de la luz.

La mujer no es todavía capaz de amistad: gatas continúan siendo siempre las mujeres, y pájaros. O, en el mejor de los ca­sos, vacas.

La mujer no es todavía capaz de amistad. Pero decidme, varones, ¿quién de vosotros es capaz de amistad?

¡Cuánta pobreza, varones, y cuánta avaricia hay en vuestra alma! Lo que vosotros dais al amigo, eso quiero darlo yo has­ta a mi enemigo, y no por eso me habré vuelto más pobre.

Existe la camaradería: ¡ojalá exista la amistad!

Así habló Zaratustra.

* * *

De las mil metas y de la «única» meta
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Muchos países ha visto Zaratustra, y muchos pueblos: así ha descubierto el bien y el mal de muchos pueblos. Ningún poder mayor ha encontrado Zaratustra en la tierra que las pa­labras bueno y malvado.

Ningún pueblo podría vivir sin antes realizar valoraciones; mas si quiere conservarse, no le es lícito valorar como valora el vecino.

Muchas cosas que este pueblo llamó buenas son para aquel otro afrenta y vergüenza: esto es lo que yo he encontrado. Muchas cosas que eran llamadas aquí malvadas las encontré allí adornadas con honores de púrpura.

Jamás un vecino ha entendido al otro: siempre su alma se asombraba de la demencia y de la maldad del vecino.

Una tabla de valores está suspendida sobre cada pueblo. Mira, es la tabla de sus superaciones; mira, es la voz de su vo­luntad de poder.
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Laudable es aquello que le parece difícil; a lo que es indis­pensable y a la vez difícil llámalo bueno; y a lo que libera in­cluso de la suprema necesidad, a lo más raro, a lo dificilísimo; a eso lo ensalza como santo.

Lo que hace que él domine y venza y brille, para horror y envidia de su vecino: eso es para él lo elevado, lo primero, la medida, el sentido de todas las cosas.

En verdad, hermano mío, si has conocido primero la nece­sidad y la tierra y el cielo y el vecino de un pueblo: adivinarás sin duda la ley de sus superaciones y la razón de que suba por esa escalera hacia su esperanza.

«Siempre debes ser tú el primero y aventajar a los otros;
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a nadie, excepto al amigo, debe amar tu alma celosa», esto provocaba estremecimientos en el alma de un griego y con ello siguió la senda de su grandeza.

«Decir la verdad y saber manejar bien el arco y la flecha», esto le parecía precioso y a la vez difícil a aquel pueblo
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del que proviene mi nombre, el nombre que es para mí a la vez precioso y difícil.

«Honrar padre y madre y ser dóciles para con ellos hasta la raíz del alma»: ésta fue la tabla de la superación que otro pueblo suspendió por encima de sí, y con ello se hizo pode­roso y eterno.
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«Guardar fidelidad y dar por ella el honor y la sangre aun por causas malvadas y peligrosas»: con esta enseñanza se do­meñó a sí mismo otro pueblo
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y domeñándose de ese modo quedó pesadamente grávido de grandes esperanzas.

En verdad, los hombres se han dado a sí mismos todo su bien y todo su mal. En verdad, no los tomaron de otra parte, no los encontraron, éstos no cayeron sobre ellos como una voz del cielo.

Para conservarse, el hombre empezó implantando valores en las cosas; ¡él fue el primero en crear un sentido a las co­sas, un sentido humano! Por ello se llama «hombre», es decir: el que realiza valoraciones.
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Valorar es crear: ¡oídlo, creadores! El valorar mismo es el tesoro y la joya de todas las cosas valoradas.

Sólo por el valorar existe el valor: y sin el valorar estaría va­cía la nuez de la existencia. ¡Oídlo, creadores!

Cambio de los valores, es cambio de los creadores. Siem­pre aniquila el que tiene que ser un creador.

Creadores lo fueron primero los pueblos, y sólo después los individuos; en verdad, el individuo mismo es la creación más reciente.

Los pueblos suspendieron en otro tiempo por éncima de sí una tabla del bien. El amor que quiere dominar y el amor que quiere obedecer crearon juntos para sí tales tablas.

El placer de ser rebaño es más antiguo que el placer de ser un yo; y mientras la buena conciencia se llame rebaño, sólo la mala conciencia dice: yo.

En verdad, el yo astuto, carente de amor, el que quiere su propia utilidad en la utilidad de muchos: ése no es el origen del rebaño, sino su ocaso.

Amantes fueron siempre, y creadores, los que crearon el bien y el mal. Fuego de amor arde en los nombres de todas las virtudes, y fuego de cólera.

Muchos países ha visto Zaratustra, y muchos pueblos: nin­gún poder mayor ha encontrado Zaratustra en la tierra que las obras de los amantes: «bueno» y «malvado» es el nombre de tales obras.

En verdad, un monstruo es el poder de ese alabar y censu­rar. Decidme, hermanos míos, ¿quién me domeña ese mons­truo? Decidme, ¿quién pone en cadenas las mil cervices de ese animal?

Mil metas ha habido hasta ahora, pues mil pueblos ha ha­bido. Sólo falta la cadena que ate las mil cervices, falta la úni­ca meta. Todavía no tiene la humanidad meta alguna.

Mas decidme, hermanos: si a la humanidad le falta todavía la meta, ¿no falta todavía también, ella misma?,

Así habló Zaratustra.

* * *

Del amor al prójimo

Vosotros os apretujáis alrededor del prójimo y tenéis hermosas palabras para expresar ese vuestro apretujaros. Pero yo os digo: vuestro amor al prójimo es vuestro mal amor a vosotros mismos.

Cuando huís hacia el prójimo huís de vosotros mismos, y quisierais hacer de eso una virtud: pero yo penetro vuestro «desinterés».

El tú es más antiguo que el yo; el tú ha sido santificado, pero el yo, todavía no: por eso corre el hombre hacia el pró­jimo.

¿Os aconsejo yo el amor al prójimo? ¡Prefiero aconsejaros la huída del prójimo y el amor al lejano!
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Más elevado que el amor al prójimo es el amor al lejano y al venidero; más elevado que el amor a los hombres es el amor a las cosas y a los fantasmas.

Ese fantasma que corre delante de ti, hermano mío, es más bello que tú; ¿por qué no le das tu carne y tus huesos? Pero tú tienes miedo y corres hacia tu prójimo.

No conseguís soportaros a vosotros mismos y no os amais bastante: por eso queréis seducir al prójimo a que ame, y ado­raros a vosotros con su error.

Yo quisiera que no soportaseis a ninguna clase de prójimo ni a sus vecinos; así tendríais que crear, sacándolo de vosotros mismos, vuestro amigo y su corazón exuberante.

Invitáis a un testigo cuando queréis hablar bien de vosotros mismos; y una vez que lo habéis seducido a pensar bien de vo­sotros, también vosotros mismos pensáis bien de vosotros.

No miente tan sólo aquel que habla en contra de lo que sabe, sino ante todo aquel que habla en contra de lo que no sabe. Y así es como vosotros hablais de vosotros en sociedad, y, al mentiros a vosotros, mentís al vecino.

Así habla el necio: «el trato con hombres estropea el carác­ter, especialmente si no se tiene ninguno».

El uno va al prójimo porque se busca a sí mismo, y el otro, porque quisiera perderse. Vuestro mal amor a vosotros mis­mos es lo que os trueca la soledad en prisión.

Los más lejanos
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son los que pagan vuestro amor al próji­mo; y en cuanto os juntáis cinco, siempre tiene que morir un sexto.

Yo no amo tampoco vuestras fiestas;
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demasiados come­diantes he encontrado siempre en ellas, y también los espec­tadores se comportaban a menudo como comediantes.

Yo no os enseño el prójimo, sino el amigo. Sea el amigo para vosotros la fiesta de la tierra y un presentimiento del su­perhombre.

Yo os enseño el amigo y su corazón rebosante. Pero hay que saber ser una esponja si se quiere ser amado por corazones re­bosantes.

Yo os enseño el amigo en el que el mundo se encuentra ya acabado, como una copa del bien; el amigo creador, que siempre tiene un mundo acabado que regalar.

Y así como el mundo se desplegó para él, así volverá a ple­gársele en anillos, como el devenir del bien por el mal, como el devenir de las finalidades surgiendo del azar.

El futuro y lo lejano sean para ti la causa de tu hoy: en tu amigo debes amar al superhombre como causa de ti.

Hermanos míos, yo no os aconsejo el amor al prójimo: yo os aconsejo el amor al lejano.

Así habló Zaratustra.

* * *

Del camino del creador

Quieres marchar, hermano mío, a la soledad? ¿Quieres buscar el camino que lleva a ti mismo? Deténte un poco y es­cúchame.

«El que busca, fácilmente se pierde a sí mismo. Todo irse a la soledad es culpa»; así habla el rebaño. Y tú has formado parte del rebaño durante mucho tiempo.

La voz del rebaño continuará resonando dentro de ti. Y cuando digas «yo ya no tengo la misma conciencia que voso­tros», eso será un lamento y un dolor.

Mira, aquella conciencia única dio a luz también ese dolor. Y el último resplandor de aquella conciencia continúa brillan­do sobre tu tribulación.

Pero ¿tú quieres recorrer el camino de tu tribulación, que es el camino hacia ti mismo? ¡Muéstrame entonces tu derecho y tu fuerza para hacerlo!

¿Eres tú una nueva fuerza y un nuevo derecho? ¿Un primer movimiento? ¿Una rueda que se mueve por sí misma?
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¿Pue­des forzar incluso a las estrellas a que giren a tu alrededor?

¡Ay, existe tanta ansia de elevarse! ¡Existen tantas convulsiones de los ambiciosos! ¡Muéstrame que tú no eres un ansio­so ni un ambicioso!

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