Así habló Zaratustra (12 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

BOOK: Así habló Zaratustra
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E incluso vuestro mejor amor no es más que un símbolo ex­tático y un dolorido ardor. Es una antorcha que debe ilumina­ros hacia caminos más elevados.

¡Por encima de vosotros mismos debéis amar alguna vez! ¡Por ello, aprended primero a amar! Y para ello tenéis que be­ber el amargo cáliz de vuestro amor.
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Amargura hay en el cáliz incluso del mejor amor: ¡por eso produce anhelo del superhombre, por eso te da sed a ti, crea­dor!

Sed para el creador, flecha y anhelo hacia el superhombre: di, hermano mío, ¿es ésta tu voluntad de matrimonio? Santos son entonces para mí tal voluntad y tal matrimonio.

Así habló Zaratustra.

* * *

De la muerte libre

Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto. Todavía suena extraña esta doctrina: «¡Muere a tiempo!»

Morir a tiempo: eso es lo que Zaratustra enseña.

En verdad, quien no vive nunca a tiempo, ¿cómo va a mo­rir a tiempo? ¡Ojalá no hubiera nacido jamás!, Esto es lo que aconsejo a los superfluos.

Pero también los superfluos se dan importancia con su muer­te, y también la nuez más vacía de todas quiere ser cascada.

Todos dan importancia al morir: pero la muerte no es toda­vía una fiesta. Los hombres no han aprendido aún cómo se ce­lebran las fiestas más bellas.

Yo os muestro la muerte consumadora, que es para los vi­vos un aguijón
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y una promesa.

El consumador muere su muerte victoriosamente, rodeado de personas que esperan y prometen.

Así se debería aprender a morir; ¡y no debería haber fiesta alguna en que uno de esos moribundos no santificase los ju­ramentos de los vivos!

Morir así es lo mejor; pero lo segundo es morir en la lucha y prodigar un alma grande.

Tanto al combatiente como al victorioso les resulta odiosa esa vuestra gesticuladora muerte que se acerca furtiva como un ladrón, y que, sin embargo, viene como señor.
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Yo elogio mi muerte, la muerte libre, que viene a mí por­que yo quiero.

¿Y cuándo querré?, Quien tiene una meta y un heredero quiere la muerte en el momento justo para la meta y para el heredero.

Y por respeto a la meta y al heredero ya no colgará coronas marchitas en el santuario de la vida.

En verdad, yo no quiero parecerme a los cordeleros: estiran sus cuerdas y, al hacerlo, van siempre hacia atrás.

Más de uno se vuelve demasiado viejo incluso para sus ver­dades y sus victorias; una boca desdentada no tiene ya dere­cho a todas las verdades.

Y todo el que quiera tener fama tiene que despedirse a tiempo del honor y ejercer el difícil arte de irse a tiempo.

Hay que poner fin al dejarse comer en el momento en que mejor sabemos: esto lo conocen quienes desean ser amados durante mucho tiempo.

Hay, ciertamente, manzanas agrias, cuyo destino quiere aguardar hasta el último día del otoño; a un mismo tiempo se ponen maduras, amarillas y arrugadas.

En unos envejece primero el corazón, y en otros, el espíri­tu. Y algunos son ancianos en su juventud; pero una juventud tardía mantiene joven durante mucho tiempo.

A algunos el vivir se les malogra: un gusano venenoso les roe el corazón. Por ello, cuiden tanto más de que no se les ma­logre el morir.

Algunos no llegan nunca a estar dulces, se pudren ya en el verano. La cobardía es lo que los retiene en su rama.

Demasiados son los que viven, y durante demasiado tiempo penden de sus ramas. ¡Ojalá viniera una tempestad que hiciese caer del árbol a todos esos podridos y comidos de gusanos!

¡Ojalá viniesen predicadores de la muerte rápida! ¡Éstos se­rían para mí las oportunas tempestades que sacudirían los ár­boles de la vida! Pero yo oigo predicar tan sólo la muerte len­ta y paciencia con todo lo «terreno».

Ay, ¿vosotros predicáis paciencia con las cosas terrenas? ¡Esas cosas terrenas son las que tienen demasiada paciencia con vosotros, hocicos blasfemos!

En verdad, demasiado pronto murió aquel hebreo a quien honran los predicadores de la muerte lenta; y para muchos se ha vuelto desde entonces una fatalidad el que él muriese de­masiado pronto.

No conocía aún más que lágrimas y la melancolía propia del hebreo, junto con el odio de los buenos y justos; el he­breo Jesús;
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y entonces lo acometió el anhelo de la muerte.

¡Ojalá hubiera permanecido en el desierto, y lejos de los buenos y justos! ¡Tal vez habría aprendido a vivir y a amar la tierra, y, además, a reír!
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¡Creedme, hermanos míos! Murió demasiado pronto; ¡él mismo se habría retractado de su doctrina si hubiera alcanza­do mi edad! ¡Era bastante noble para retractarse!

Pero todavía estaba inmaduro. De manera inmadura ama el joven, y de manera inmadura odia también al hom­bre y a la tierra. Tiene aún atados y torpes el ánimo y las alas del espíritu.

Pero en el adulto hay más niño que en el joven, y menos me­lancolía: entiende mejor de muerte y de vida.

Libre para la muerte y libre en la muerte, un santo que dice no cuando ya no es tiempo de decir sí; así es como él entien­de de vida y de muerte.

Que vuestro morir no sea una blasfemia contra el hombre y contra la tierra, amigos míos; esto es lo que yo le pido a la miel de vuestra alma.

En vuestro morir debe seguir brillando vuestro espíritu y vuestra virtud, cual luz vespertina en torno a la tierra; de lo contrario, se os habrá malogrado el morir.

Así quiero morir yo también, para que vosotros, amigos, améis más la tierra, por amor a mí; y quiero volver a ser tierra, para reposar en aquella que me dio a luz.

En verdad, una meta tenía Zaratustra, lanzó su pelota: ahora, amigos, sois vosotros herederos de mi meta, a vosotros os lanzo la pelota de oro.
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¡Más que nada prefiero, amigos míos, veros lanzar la pelo­ta de oro! Y por ello me demoro aún un poco en la tierra: ¡perdonádmelo!

Así habló Zaratustra.

* * *

De la virtud que hace regalos
1

Cuando Zaratustra se hubo despedido de la ciudad que su corazón amaba y cuyo nombre es: «La Vaca Multicolor», le siguieron muchos que se llamaban sus discípulos y le hacían compañía.
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Llegaron así a una encrucijada: allí Zaratustra les dijo que desde aquel momento quería marchar solo, pues era amigo de caminar en soledad. Y sus discípulos le entregaron como despedida un bastón en cuyo puño de oro se enroscaba en torno al sol una serpiente.
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Zaratustra se alegró del bastón y se apoyó en él; luego habló así a sus discípulo:

Decidme: ¿cómo llegó el oro a ser el valor supremo? Porque es raro, e inútil, y resplandeciente, y suave en su brillo; siempre hace don de sí mismo.

Sólo en cuanto efigie de la virtud más alta llegó el oro a ser el valor supremo. Semejante al oro resplandece la mirada del que hace regalos. Brillo de oro sella paz entre luna y sol.

Rara es la virtud más alta, e inútil, y resplandeciente, y suave en su brillo: una virtud que hace regalos es la virtud más alta.

En verdad, yo os adivino, discípulos míos: vosotros aspiráis, como yo, a la virtud que hace regalos. ¿Qué tendríais vosotros en común con gatos y lobos?

Ésta es vuestra sed, el llegar vosotros mismos a ser ofrendas y regalos; y por ello tenéis sed de acumular todas las riquezas en vuestra alma.

Insaciable anhela vuestra alma tesoros y joyas, porque vuestra virtud es insaciable en su voluntad de hacer regalos. Forzáis a todas las cosas a acudir a vosotros y a entrar en vosotros, para que vuelvan a fluir de vuestro manantial como los dones de vuestro amor.

En verdad, semejante amor que hace regalos tiene que con vertirse en ladrón de todos los valores; pero yo llamo sano y sagrado a ese egoísmo
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.

Existe otro egoísmo, demasiado pobre, un egoísmo hambriento que siempre quiere hurtar, el egoísmo de los enfermos, el egoísmo enfermo.

Con ojos de ladrón mira ése egoísmo todo lo que brilla; con la avidez del hambre mira hacia quien tiene de comer en abundancia; y siempre se desliza a hurtadillas en torno a la mesa de quienes hacen regalos.

Enfermedad habla en tal codicia, y degeneración invisible; desde el cuerpo enfermo habla la ladrona codicia de ese egoísmo. Decidme, hermanos míos: ¿qué es para nosotros lo malo y lo peor? ¿No es la degeneración? Y siempre adivinamos degeneración allí donde falta el alma que hace regalos.

Hacia arriba va nuestro camino, desde la especie asciende a la super-especie. Pero un horror es para nosotros el sentido degenerante que dice: «Todo para mí».

Hacia arriba vuela nuestro sentido; de este modo es un símbolo de nuestro cuerpo, símbolo de una elevación. Símbolos de tales elevaciones son los nombres de las virtudes.

Así atraviesa el cuerpo la historia, como algo que deviene y lucha. Y el espíritu, ¿qué es el espíritu para el cuerpo? Heraldo de sus luchas y victorias, compañero y eco.

Símbolos son todos los nombres del bien y del mal: no declaran, sólo hacen señas. ¡Tonto es quien de ellos quiere sacar saber!

Prestad atención, hermanos míos, a todas las horas en que vuestro espíritu quiere hablar por símbolos: allí está el origen de vuestra virtud.

Elevado está entonces vuestro cuerpo, y resucitado; con sus delicias cautiva al espíritu, para que éste se convierta en creador y en apreciador y en amante y en benefactor de todas las cosas.

Cuando vuestro corazón hierve, ancho y lleno, igual que el río, siendo una bendición y un peligro para quienes habitan a su orilla, allí está el origen de vuestra virtud.

Cuando estáis por encima de la alabanza y de la censura, y vuestra voluntad quiere dar órdenes a todas las cosas, como voluntad que es de un amante, allí está el origen de vuestra virtud.

Cuando despreciáis lo agradable y la cama blanda, y no podéis acostaros a suficiente distancia de los comodones, allí está el origen de vuestra virtud.

Cuando no tenéis más que una sola voluntad, y ese viraje de toda necesidad se llama para vosotros necesidad,
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allí está el origen de vuestra virtud.

¡En verdad, ella es un nuevo bien y un nuevo mal! ¡En verdad, es un nuevo y profundo murmullo, y la voz de un nuevo manantial!

Poder es ésa nueva virtud; un pensamiento dominante es, y, en torno a él, un alma inteligente; un sol de oro y, en torno a él, la serpiente del conocimiento.

2

Aquí Zaratustra calló un rato y contempló con amor a sus discípulos. Después continuó hablando así: (y su voz se había cambiado).

¡Permanecedme fieles a la tierra, hermanos míos, con el poder de vuestra virtud! ¡Vuestro amor que hace regalos y vuestro conocimiento sirvan al sentido de la tierra! Esto os ruego y a ello os conjuro.

¡No dejéis que vuestra virtud huya de las cosas terrenas y bata las alas hacia paredes eternas! ¡Ay, ha habido siempre tanta virtud que se ha perdido volando!

Conducid de nuevo a la tierra, como hago yo, a la virtud que se ha perdido volando. Sí, conducidla de nuevo al cuerpo y a la vida para que dé a la tierra su sentido, un sentido humano.

De cien maneras se han perdido volando y se han extraviado hasta ahora tanto el espíritu como la virtud. Ay, en nuestro cuerpo habita ahora todo ese delirio y error; en cuerpo y voluntad se han convertido.

De cien maneras han hecho ensayos y se han extraviado hasta ahora tanto el espíritu como la virtud. Sí, un ensayo ha sido el hombre. ¡Ay, mucha ignorancia y mucho error se han vuelto cuerpo en nosotros!

No sólo la razón de milenios, también su demencia hace erupción en nosotros. Peligroso es ser heredero.

Todavía combatimos paso a paso con el gigante Azar, y sobre la humanidad entera ha dominado hasta ahora el absurdo, el sinsentido.

Vuestro espíritu y vuestra virtud sirvan al sentido de la tierra, hermanos míos: ¡y el valor de todas las cosas sea establecido de nuevo por vosotros! ¡Por eso debéis ser luchadores! ¡Por eso debéis ser creadores!

Por el saber se purifica el cuerpo; haciendo ensayos con el saber se eleva al hombre del conocimiento todos los instintos se le santifican; al hombre elevado su alma se le vuelve alegre.

Médico, ayúdate a ti mismo,
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así ayudas también a tu enfermo. Sea tu mejor ayuda que él vea con sus ojos a quien se sana a sí mismo.

Mil senderos existen que aún no han sido nunca recorridos; mil formas de salud y mil ocultas islas de la vida. Inagotados y no descubiertos continúan siendo siempre para mí el hombre y la tierra del hombre.

¡Vigilad y escuchad, solitarios! Del futuro llegan vientos con secretos aleteos; y a oídos delicados se dirige la buena nueva.

Vosotros los solitarios de hoy, vosotros los apartados, un día debéis ser un pueblo; de vosotros, que os habéis elegido a vosotros mismos, debe surgir un día un pueblo elegido
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y de él, el superhombre.

¡En verdad, en un lugar de curación debe transformarse todavía la tierra! ¡Y ya la envuelve un nuevo aroma, que trae salud; y una nueva esperanza!

3

Cuando Zaratustra hubo dicho estas palabras calló como quien no ha dicho aún su última palabra; largo tiempo sopesó, dudando, el bastón en su mano. Por fin habló así: (y su voz se había cambiado.)

¡Ahora yo me voy solo, discípulos míos! ¡También vosotros os vais ahora solos! Así lo quiero yo.

En verdad, éste es mi consejo: ¡Alejaos de mí y guardaos de Zaratustra! Y aun mejor: ¡avergonzaos de él! Tal vez os ha engañado.

El hombre del conocimiento no sólo tiene que poder amar a sus enemigos, tiene también que poder odiar a sus amigos.
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Se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo. ¿Y por qué no vais a deshojar vosotros mi corona?

Vosotros me veneráis, pero ¿qué ocurrirá si un día vuestra veneración se derrumba? ¡Cuidad de que no os aplaste una estatua!
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¿Decís que creéis en Zaratustra? ¡Mas qué importa Zaratustra! Vosotros sois mis creyentes, ¡mas qué importan todos los creyentes!

No os habíais buscado aún a vosotros: entonces me encontrasteis. Así hacen todos los creyentes: por eso vale tan poco toda fe.

Ahora os ordeno que me perdáis a mí y que os encontréis a vosotros; y sólo cuando todos hayáis renegado de mí
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volveré entre vosotros.
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En verdad, con otros ojos, hermanos míos, buscaré yo en tonces a mis perdidos; con un amor distinto os amaré entonces.
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