Así habló Zaratustra (39 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

BOOK: Así habló Zaratustra
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3

Los más preocupados preguntan hoy: «¿Cómo se conserva el hombre?» Pero Zaratustra pregunta, siendo el único y el pri­mero en hacerlo: «¿Cómo se supera al hombre?»

El superhombre es lo que yo amo, él es para mí lo primero y lo único, y no el hombre: no el prójimo, no el más pobre, no el que más sufre, no el mejor

Oh hermanos míos, lo que yo puedo amar en el hombre es que es un tránsito y un ocaso.
{528}
Y también en vosotros hay muchas cosas que me hacen amar y tener esperanzas.

Vosotros habéis despreciado, hombres superiores, esto me hace tener esperanzas. Pues los grandes despreciadores son los grandes veneradores.

En el hecho de que hayáis desesperado hay mucho que honrar. Porque no habéis aprendido cómo resignaros, no ha­béis aprendido las pequeñas corduras.

Hoy, en efecto, las gentes pequeñas se han convertido en los señores: todas ellas predican resignación y modestia y cordu­ra y laboriosidad y miramientos y el largo etcétera de las pe­queñas virtudes.

Lo que es de especie femenina, lo que procede de especie servil y, en especial, la mezcolanza plebeya: eso quiere ahora enseñorearse de todo destino del hombre ¡oh náusea!, ¡náu­sea!, ¡náusea!

Eso pregunta y pregunta y no se cansa: «¿Cómo se conser­va el hombre, del modo mejor, más prolongado, más agrada­ble?» Con esto ellos son los señores de hoy.

Superadme a estos señores de hoy, oh hermanos míos, a estas gentes pequeñas: ¡ellas son el máximo peligro del super­hombre!

¡Superadme, hombres superiores, las pequeñas virtudes, las pequeñas corduras, los miramientos minúsculos, el bu­llicio de hormigas, el mísero bienestar, la «felicidad de los más»-!

Y antes desesperar que resignarse. Y, en verdad, yo os amo porque no sabéis vivir hoy, ¡vosotros hombres superiores! Ya que así es como vosotros vivís ¡del modo mejor!

4

¿Tenéis valor, oh hermanos míos? ¿Sois gente de corazón? ¿No valor ante testigos, sino el valor del eremita y del águila, del cual no es ya espectador ningún Dios?

A las almas frías, a las acémilas, a los ciegos, a los borra­chos, a ésos yo no los llamo gente de corazón. Corazón tiene el que conoce el miedo, pero domeña el miedo, el que ve el abismo, pero con orgullo.

El que ve el abismo, pero con ojos de águila, el que aferra el abismo con garras de águila: ése tiene valor.

5

«El hombre es malvado» así me dijeron, para consolarme, los más sabios. ¡Ay, si eso fuera hoy verdad! Pues el mal es la mejor fuerza del hombre.
{529}

«El hombre tiene que mejorar y que empeorar» esto es lo que yo enseño. Lo peor es necesario para lo mejor del super­hombre.

Para aquel predicador de las pequeñas gentes acaso fuera bueno que él sufriese y padeciese por el pecado del hombre.
{530}
Pero yo me alegro del gran pecado como de mi gran consuelo.

Esto no está dicho, sin embargo, para orejas largas. No toda palabra conviene tampoco a todo hocico. Éstas son cosas delicadas y remotas: ¡hacia ellas no deben alargarse pezuñas de ovejas!

6

Vosotros hombres superiores, ¿creéis acaso que yo estoy aquí para arreglar lo que vosotros habéis estropeado?

¿O que quiero prepararos para lo sucesivo un lecho más cómodo a vosotros los que sufrís? ¿O mostraros senderos nuevos y más fáciles a vosotros los errantes, extraviados, per­didos en vuestras escaladas?

¡No! ¡No! ¡Tres veces no! Deben perecer cada vez más, cada vez mejores de vuestra especie, pues vosotros debéis tener una vida siempre peor y más dura. Sólo así

sólo así crece el hombre hasta aquella altura en que el rayo cae sobre él y lo hace pedazos: ¡suficientemente alto para el rayo!

Hacia lo poco, hacia lo prolongado, hacia lo lejano tienden mi mente y mi anhelo: ¡qué podría importarme vuestra mu­cha, corta, pequeña miseria!

¡Para mí no sufrís aún bastante! Pues sufrís por vosotros, no habéis sufrido aún por el hombre. ¡Mentiríais si dijeseis otra cosa! Ninguno de vosotros sufre por aquello por lo que yo he sufrido.

7

No me basta con que el rayo ya no cause daño. Yo no quiero desviarlo: debe aprender a trabajar para mí.

Hace ya mucho tiempo que mi sabiduría se acumula como una nube, se vuelve más silenciosa y oscura. Así hace toda sa­biduría que alguna vez debe parir rayos.

Para estos hombres de hoy no quiero yo ser luz ni llamar­me luz. A éstos quiero cegarlos: ¡rayo de mi sabiduría! ¡Sáca­les los ojos!

8

No queráis nada por encima de vuestra capacidad: hay una fal­sedad perversa en quienes quieren por encima de su capacidad. ¡Especialmente cuando quieren cosas grandes! Pues des­piertan desconfianza contra las cosas grandes, esos refinados falsarios y comediantes:

hasta que finalmente son falsos ante sí mismos, gente de ojos bizcos, madera carcomida y blanqueada, cubiertos con un manto de palabras fuertes, de virtudes aparatosas, de obras falsas y relumbrantes.

¡Tened en esto mucha cautela, vosotros hombres superio­res! Pues nada me parece hoy más precioso y raro que la ho­nestidad.

Este hoy, ¿no es de la plebe? Mas la plebe no sabe lo que es grande, lo que es pequeño, lo que es recto y honesto: ella es inocentemente torcida, ella miente siempre.

9

Tened hoy una sana desconfianza, ¡vosotros hombres superio­res, hombres valientes! ¡Hombres de corazón abierto! ¡Y mantened secretas vuestras razones! Pues este hoy es de la plebe.

Lo que la plebe aprendió en otro tiempo a creer sin razones, ¿quién podría destruírselo mediante razones?

Y en el mercado se convence con gestos. Las razones, en cambio, vuelven desconfiada a la plebe.

Y si alguna vez la verdad venció allí, preguntaos con sana desconfianza: «¿Qué fuerte error ha luchado por ella?»

¡Guardaos también de los doctos! Os odian: ¡pues ellos son estériles! Tienen ojos fríos y secos, ante ellos todo pájaro yace desplumado.

Ellos se jactan de no mentir, mas incapacidad para la men­tira no es ya, ni de lejos, amor a la verdad. ¡Estad en guardia!

¡Falta de fiebre no es ya, ni de lejos, conocimiento! A los es­píritus resfriados yo no les creo. Quien no puede mentir no sabe qué es la verdad.

10

Si queréis subir a lo alto, ¡emplead vuestras propias piernas! ¡No dejéis que os lleven hasta arriba, no os sentéis sobre espal­das y cabezas de otros!

¿Tú has montado a caballo? ¿Y ahora cabalgas velozmente hacia tu meta? ¡Bien, amigo mío! ¡Pero también tu pie tullido va montado sobre el caballo!

Cuando estés en la meta, cuando saltes de tu caballo: preci­samente en tu altura, hombre superior ¡darás un traspié!

11

¡Vosotros creadores, vosotros hombres superiores! No se está grávido más que del propio hijo.

¡No os dejéis persuadir, adoctrinar! ¿Quién es vuestro pró­jimo? Y aunque obréis «por el prójimo», ¡no creéis, sin em­bargo, por él!

Olvidadme ese «por», creadores: precisamente vuestra vir­tud quiere que no hagáis ninguna cosa «por» y «a causa de» y «porque». A estas pequeñas palabras falsas debéis cerrar vuestros oídos.

El «por el prójimo» es la virtud tan sólo de las gentes peque­ñas: entre ellas se dice «tal para cual» y «una mano lava la otra»: ¡no tienen ni derecho ni fuerza de exigir vuestro egoísmo!

¡En vuestro egoísmo, creadores, hay la cautela y la previsión de la embarazada! Lo que nadie ha visto aún con sus ojos, el fru­to: eso es lo que vuestro amor entero protege y cuida y alimenta.

¡Allí donde está todo vuestro amor, en vuestro hijo, allí está también toda vuestra virtud! Vuestra obra, vuestra vo­luntad es vuestro «prójimo»: ¡no os dejéis inducir a admitir falsos valores!

12

¡Vosotros creadores, vosotros hombres superiores! Quien tiene que dar a luz está enfermo; y quien ha dado a luz está impuro.

Preguntad a las mujeres: no se da a luz porque ello divierta. El dolor hace cacarear a las gallinas y a los poetas.

Vosotros creadores, en vosotros hay muchas cosas impuras. Esto se debe a que tuvisteis que ser madres.

Un nuevo hijo: ¡oh, cuánta nueva suciedad ha venido tam­bién con él al mundo! ¡Apartaos! ¡Y quien ha dado a luz debe lavarse el alma hasta limpiarla!

13

¡No seáis virtuosos por encima de vuestras fuerzas! ¡Y no queráis de vosotros nada que vaya contra la verosimilitud!

¡Caminad por las sendas por las que ya caminó la virtud de vuestros padres! ¿Cómo querríais subir alto si no sube con vosotros la voluntad de vuestros padres?

¡Mas quien quiera ser el primero vea de no convertirse también en el último!
{531}
¡Y allí donde están los vicios de vues­tros padres no debéis querer pasar vosotros por santos!

Si los padres de alguien fueron aficionados a las mujeres y a los vinos fuertes y a la carne de jabalí: ¿qué ocurriría si ese alguien pretendiese de sí la castidad?

¡Una necedad sería eso! Mucho, en verdad, me parece para ése el que se contente con ser marido de una o de dos o de tres mujeres.

Y si fundase conventos y escribiese encima de la puerta: «el camino hacia la santidad», yo diría: ¡para qué!, ¡eso es una nueva necedad!

Ha fundado para sí mismo un correccional y un asilo: ¡buen provecho! Pero yo no creo en eso.

En la soledad crece lo que uno ha llevado a ella, también el animal interior.
{532}
Por ello resulta desaconsejable para mu­chos la soledad.

¿Ha habido hasta ahora en la tierra algo más sucio que los santos del desierto? En torno a ellos no andaba suelto tan sólo el demonio, sino también el cerdo.
{533}

14

Tímidos, avergonzados, torpes, como un tigre al que le ha sa­lido mal el salto: así, hombres superiores, os he visto a menu­do apartaros furtivamente a un lado. Os había salido mal una tirada de dados.

Pero vosotros, jugadores de dados, ¡qué importa eso! ¡No habíais aprendido a jugar y a hacer burlas como se debe! ¿No es­tamos siempre sentados a una gran mesa de burlas y de juegos?

Y aunque se os hayan malogrado grandes cosas, ¿es que por ello vosotros mismos os habéis malogrado? Y aunque vosotros mismos os hayáis malogrado, ¿se malogró por ello el hombre? Y si el hombre se malogró: ¡bien!, ¡adelante!

15

Cuanto más elevada es la especie de una cosa, tanto más rara­mente se logra ésta. Vosotros hombres superiores, ¿no sois todos vosotros malogrados?

¡Tened valor, qué importa! ¡Cuántas cosas son aún posibles! ¡Aprended a reíros de vosotros mismos como hay que reír! ¡Por qué extrañarse, por lo demás, de que os hayáis malo­grado y os hayáis logrado a medias, vosotros semidespedaza­dos! ¿Es que no se agolpa y empuja en vosotros el futuro del hombre?

Lo más remoto, profundo, estelarmente alto del hombre, su fuerza inmensa: ¿no hierve todo eso, chocando lo uno con lo otro, en vuestro puchero?

¡Por qué extrañarse de que más de un puchero se rompa! ¡Aprended a reíros de vosotros mismos como hay que reír! Vo­sotros hombres superiores, ¡oh, cuántas cosas son aún posibles!

Y, en verdad, ¡cuántas cosas se han logrado ya! ¡Qué abun­dante es esta tierra en pequeñas cosas buenas y perfectas, en cosas bien logradas!

¡Colocad pequeñas cosas buenas y perfectas a vuestro alre­dedor, hombres superiores! Su áurea madurez sana el cora­zón. Lo perfecto enseña a tener esperanzas.

16

¿Cuál ha sido hasta ahora en la tierra el pecado más grande? ¿No lo ha sido la palabra de quien dijo: «¡Ay de aquellos que ríen aquí!»
{534}
?

¿Es que él no encontró en la tierra motivos para reír? Lo que ocurrió es que buscó mal. Incluso un niño encuentra aquí motivos.

Él no amaba bastante: ¡de lo contrario nos habría amado también a nosotros los que reímos! Pero nos odió y nos insul­tó, nos prometió llanto y rechinar de dientes.
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¿Es que hay que maldecir cuando no se ama? Esto me pa­rece un mal gusto. Pero así es como actuó aquel incondicional. Procedía de la plebe.

Y él mismo no amó bastante: de lo contrario se habría eno­jado menos porque no se lo amase. Todo gran amor no quie­re amor: quiere más.

¡Evitad a todos los incondicionales de esa especie ! Es una pobre especie enferma, una especie plebeya: contemplan ma­lignamente esta vida, tienen mal de ojo para esta tierra.

¡Evitad a todos los incondicionales de esa especie! Tienen pies y corazones pesados: no saben bailar. ¡Cómo iba a ser ligera la tierra para ellos!.
{536}

17

Por caminos torcidos se aproximan todas las cosas buenas a su meta. Semejantes a los gatos, ellas arquean el lomo, ronro­nean interiormente ante su felicidad cercana, todas las cosas buenas ríen.

El modo de andar revela si alguien camina ya por su propia senda: ¡por ello, vedme andar a mí! Mas quien se aproxima a su meta, ése baila.

Y, en verdad, yo no me he convertido en una estatua, ni es­toy ahí plantado, rígido, insensible, pétreo, cual una columna: me gusta correr velozmente.

Y aunque en la tierra hay también cieno y densa tribula­ción: quien tiene pies ligeros corre incluso por encima del fango y baila sobre él como sobre hielo pulido.

Levantad vuestros corazones,
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hermanos míos, ¡arriba!, ¡más arriba! ¡Y no me olvidéis tampoco las piernas! Levantad también vuestras piernas, vosotros buenos bailarines y aún mejor: ¡sosteneos incluso sobre la cabeza!

18

Esta corona del que ríe, esta corona de rosas,
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yo mismo me he puesto sobre mi cabeza esta corona, yo mismo he santifica­do mis risas. A ningún otro he encontrado suficientemente fuerte hoy para hacer esto.

Zaratustra el bailarín, Zaratustra el ligero, el que hace señas con las alas, uno dispuesto a volar, haciendo señas a todos los pájaros, preparado y listo, bienaventurado en su ligereza:

Zaratustra el que dice verdad, Zaratustra el que ríe ver­dad,
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no un impaciente, no un incondicional, sí uno que ama los saltos y las piruetas; ¡yo mismo me he puesto esa co­rona sobre mi cabeza!

19

Levantad vuestros corazones, hermanos míos, ¡arriba!, ¡más arriba!, ¡y no me olvidéis tampoco las piernas! Levantad tam­bién vuestras piernas, vosotros buenos bailarines, y aún me­jor: ¡sosteneos incluso sobre la cabeza!

También en la felicidad hay animales pesados, hay coji­trancos de nacimiento. Extrañamente se afanan, como un elefante que se esforzase en sostenerse sobre la cabeza.

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