Azteca (34 page)

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Authors: Gary Jennings

Tags: #Histórico

BOOK: Azteca
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Se quedaron así, inmóviles el tiempo suficiente para que yo captara una pintura de ellas; Muñeca de Jade todavía de puntillas, las dos solamente tocándose los labios y los pechos. Luego la muchacha movió los dedos hasta buscar la falda de la mujer y hábilmente la desabrochó, de modo que ésta cayó al piso. Yo estaba lo suficientemente cerca como para poder ver la perceptible crispación de sus músculos, cuando apretó sus largas piernas de una manera protectora. Después de un momento Muñeca de Jade desabrochó su propia falda y la dejó caer a sus pies. No tenía nada puesto debajo de ella, de manera que quedó completamente desnuda, a excepción de sus sandalias doradas. Pero cuando apretó todo su cuerpo contra el de Algo Delicado, se dio cuenta de que la mujer, como cualquier mujer decente, todavía llevaba puesto su
tzotzomatli
, ropa interior. Chalchiunénetl dio un paso atrás y la miró con una mezcla de diversión, cariño y ligero enojo, y le dijo dulcemente: «No te quitaré esa última ropa, Nemalhuili. Ni siquiera te pediré que lo hagas. Haré que lo
desees
».

La joven reina tomó la mano de la mujer y tiró de ella con fuerza haciéndola caminar y cruzaron la habitación hacia la gran cama endoselada de suaves cobertores. Se recostaron sobre ella sin cubrirse y yo me acerqué con mis tizas y mis papeles.

Pues, sí, Fray Jerónimo, hay más. Después de todo, yo estaba allí, lo vi todo y no he olvidado nada. Por supuesto que si así usted lo desea, queda disculpado de oír esto.

Permítanme decirles al resto de ustedes, que se quedaron, señores escribanos, que he sido testigo de diversas violaciones durante mi vida. He visto a nuestros soldados y a los suyos atacar violentamente a las mujeres cautivas. Pero en toda mi vida jamás he visto a una hembra ser violada tanto en su alma como en sus partes sexuales, como lo fue Algo Delicado. Violada tan insidiosa, tan cabal y espantosamente por Muñeca de Jade. Y lo que más se ha grabado en mi memoria, resaltándolo completamente más que cualquier otra violación hecha por un hombre a una mujer, fue el hecho de que la joven manipuló a la mujer casada no por la fuerza o por una orden, sino con suaves toqueteos y caricias hasta que finalmente llevó a Algo Delicado a un punto de paroxismo, que después del cual ya no fue responsable de su conducta.

Creo que sería apropiado decir aquí que, cuando nosotros hacemos mención acerca de la seducción de una mujer, en nuestro lenguaje decimos: «la acaricio con flores…».

La mujer se quedó indolente e indiferente por un rato y sólo se movía Muñeca de Jade. Utilizando solamente sus labios, la lengua y las simples yemas de sus dedos. Los usó en los párpados cerrados de Nemalhuili y en sus pestañas, en los lóbulos de sus orejas, en el hueco de su cuello, en medio de sus pechos, a lo largo y a lo ancho de su cuerpo expuesto, en el hoyuelo de su ombligo, de arriba abajo de sus piernas. Repetidas veces usó la punta de su dedo o de su lengua para trazar lentas espirales alrededor de los senos de la otra mujer, antes de pellizcar al fin, y de lamer los endurecidos y erectos pezones. No volvió a besar apasionadamente a Nemalhuili, pero entre sus otras actividades daba lengüetazos atormentadores a través de la boca cerrada de la mujer. Y gradualmente los labios de Nemalhuili, como sus tetas, se pusieron hinchados y rubicundos. Su piel de color cobre pálido, al principio lisa, se puso por todas partes como piel de ganso y empezó a temblar en varias partes.

Muñeca de Jade ocasionalmente cesaba sus manipulaciones y apretaba fuertemente contra Algo Delicado su cuerpo convulsionado. Nemalhuili, aun con los ojos cerrados, no podía evitar sentir y saber lo que le estaba pasando a la joven. Solamente una estatua de piedra se hubiera quedado quieta sin sentirse afectada por ello, pero aun la mujer más virtuosa, reacia y asustada no es ninguna estatua. Cuando Muñeca de Jade se detuvo de nuevo y empezó a temblar desvalidamente, Algo Delicado emitió un sonido parecido a un arrullo, como una madre hubiera podido hacerlo con un niño angustiado. Movió las manos para levantar de su pecho la cabeza de Chalchiunénetl y la llevó a su cara, y por primera vez le plantó un beso. Sus besos obligaron a los de la joven a abrirse y sus mejillas se ahuecaron profundamente, y un lloriqueo amortiguado salió de ambas bocas que estaban aplastadas una contra la otra. Sus cuerpos palpitaron juntos y en ese momento Nemalhuili dejó caer una de sus manos para arrancarse su ropa íntima.

Después de eso, Algo Delicado se quedó otra vez tranquila y cerró sus ojos de nuevo; mordió la parte de atrás de su mano lo cual no evitó que se le escapara un sollozo. Cuando su jadeo aminoró, Muñeca de Jade empezó a moverse otra vez y era la única que
lo
hacía en la cama de cobijas arrugadas. Como en esos momentos Nemalhuili estaba también desnuda, todas sus partes estaban expuestas vulnerablemente y Muñeca de Jade tenía a su disposición más lugares en donde centrar su atención. Durante un tiempo, Algo Delicado mantuvo las piernas bien apretadas, pero luego, lentamente, como si no tuviera nada que ver con ello, dejó que sus músculos se añojaran y que sus piernas se relajasen y se abrieran un poco, un poquito más…

Muñeca de Jade escondió su cabeza entre ellas, buscando lo que una vez me había descrito como «la pequeña perla rosa». Así estuvo por un tiempo y la mujer, como si la estuvieran torturando, emitió muchos sonidos y finalmente tuvo un movimiento violento. Cuando se recuperó debía ya de haber decidido que, al fin y al cabo, podía abandonarse totalmente ya que no podría degradarse más, y entonces Nemalhuili comenzó, aunque con menos facilidad y pericia, a hacerle a Muñeca de Jade lo que la joven le había estado haciendo a ella. Esto ocasionó una variedad de acoplamientos. A veces estaban apretadas en un abrazo como hombre y mujer, besándose las bocas mientras sus pelvis se frotaban. Otras veces se acostaban con las cabezas invertidas, cada una estrechando las caderas de la otra mientras usaban la lengua, como un modelo en miniatura, pero mucho más ágil, simulando al miembro masculino. A veces se sentaban cara a cara, pero reclinándose hacia atrás sobre sus brazos, para que sus muslos se extendieran y se tocaran en las partes inferiores de sus cuerpos, esforzándose en friccionarse mutuamente sus perlitas rosas.

En esa posición me recordaron la leyenda que relata cómo se creó la raza humana. Se decía que, después de la época en que la tierra había estado poblada primero por los dioses y después por los gigantes, aquéllos decidieron legar el mundo a los seres humanos. Sin embargo, no los había todavía y los dioses tuvieron que crearlos, y lo hicieron así: crearon algunos hombres y un número igual de mujeres, pero los diseñaron mal, porque aquellos primeros seres humanos tenían cuerpos que se terminaban debajo de la cintura con un tipo de protuberancia lisa. Según la leyenda, los dioses tenían la intención de ocultar modestamente los genitales de la gente, aunque es difícil de creer, ya que los dioses y las diosas no se destacaban precisamente por su modestia sexual.

Sea como fuere, aquella primera gente podía brincar por todas partes sobre los tocones de sus cuerpos y gozar de toda la belleza del mundo que habían heredado, pero no eran capaces de gozarse los unos a los otros. Y tenían ganas de hacerlo porque ocultos o no, sus sexos se atraían respectivamente. Felizmente para el futuro de la humanidad, esa primera gente se las ingenió para superar su impedimento. Rebotaban alto una mujer y un hombre juntos y en el aire fusionaban las partes inferiores de sus cuerpos, como algunos insectos se aparejan en pleno vuelo. La leyenda no nos dice exactamente cómo lo lograban, ni cómo las mujeres daban a luz los bebés que así concibieron. Sin embargo, lo lograron y la siguiente generación llegó completa con piernas y órganos genitales accesibles. Al observar a Muñeca de Jade y a Algo Delicado en esa posición en que frotaban con urgencia sus
tepili
, no pude evitar en pensar en esos primeros humanos y en su impulso por copular a pesar de las dificultades. Debo mencionar que la mujer y la muchacha aunque asumían las más intrincadas posiciones y se acariciaban ávidamente, no se sacudían ni brincaban tanto como lo hubieran hecho un hombre y una mujer ocupados en ese mismo acto. Sus movimientos eran sinuosos, no angulados; graciosos, no toscos. Muchas veces, aunque algunas de sus partes indudablemente estaban ocupadas, las dos mujeres parecían estar tan quietas como si durmieran. Entonces una o ambas se estremecían, o se endurecían, o brincaban o se contorsionaban. Perdí la cuenta, pero sé que las dos llegaron aquella noche a muchas más culminaciones de lo que cualquiera de ambas hubiera podido lograr con el hombre más varonil e infatigable.

En medio de esas pequeñas convulsiones, se quedaban en varias posturas el tiempo suficiente como para que yo hiciera muchos dibujos de sus cuerpos; separados o entrelazados. Si algunas de las pinturas estaban manchadas o dibujadas con una línea temblorosa, no fue por culpa de las modelos, excepto en cuanto a que sus actividades agitaban al artista. Yo tampoco era una estatua. Varias veces, observándolas fui atormentado por estremecimientos simpáticos y dos veces mi miembro ingobernable…

También nos deja precipitadamente Fray Domingo. Es curioso ver cómo un hombre puede ser afectado adversamente por algunas palabras y otros hombres por otras. Creo que las palabras evocan diferentes imágenes en distintas mentes. Incluso en las de los escribanos impersonales, quienes tienen por deber oírlas sólo como sonidos y registrarlas solamente como marcas en el Papel.

Quizá por eso, debo refrenarme y no relatar con detalle todas las demás cosas que hicieron la muchacha y la mujer durante aquella larga noche. Bueno, finalmente se separaron, exhaustas, y se quedaron respirando profundamente una al lado de la otra. Sus labios y
tepili
, partes, estaban excesivamente hinchadas y rojas; sus pieles brillaban con sudor, saliva y otras transpiraciones, y sus cuerpos estaban moteados como la piel del jaguar por las marcas de mordiscos y de besos.

Silenciosamente me levanté de mi lugar al lado de la cama y con manos temblorosas recogí mis dibujos tirados alrededor de mi silla. Cuando me había retirado a un rincón del cuarto, Algo Delicado también se levantó y moviéndose fatigada y débilmente, como alguien que apenas se está recuperando de una enfermedad, se vistió lentamente. Evitó mirarme, pero yo podía ver que había lágrimas corriendo por su rostro.

«Desearás descansar —le dijo Muñeca de Jade y tiró del cordón-campana colocado encima de la cama—. Pitza te conducirá a una habitación privada». Nemalhuili todavía lloraba calladamente cuando la adormilada esclava la guió fuera del cuarto.

Dije con voz insegura: «Suponga que se lo cuenta a su esposo».

«No podría soportar el hacerlo —dijo Muñeca de Jade con seguridad—. Y no lo hará. Déjame ver los dibujos. —Se los entregué y los estudió minuciosamente, uno por uno—. Así es como nos veíamos. Exquisito. Y yo que pensaba que había experimentado todo tipo de… Qué lástima que mi Señor Nezahualpili me haya provisto únicamente de sirvientas viejas y feas. Creo que mantendré a mano a Algo Delicado por bastante tiempo». Me sentí indeciblemente feliz de oír eso, porque sabía el destino que le esperaba a la mujer y cuán rápido sería. La muchacha me devolvió los dibujos, luego se estiró y bostezó voluptuosamente. «Sabes, ¡Trae!, ¡verdaderamente creo que ha sido lo mejor de todo lo que he gozado desde que utilizaba a aquel viejo objeto huaxteca!».

Parecía razonable, pensé al regresar a mis habitaciones. Una mujer debe saber mejor que cualquier hombre cómo juguetear con el cuerpo de otra de su mismo sexo. Sólo una mujer podría conocer más íntimamente todos los más tiernos y secretos escondrijos, las superficies más y menos excitables de su propio cuerpo, y en consecuencia, también los del cuerpo de cualquier otra. Por consiguiente si un
hombre
sabía esas mismas cosas, podría mejorar sus talentos sexuales e intensificar su propio goce y el de cada una de las mujeres con quienes se apareara. Así es que pasé mucho tiempo estudiando los dibujos y grabando en mi memoria las intimidades de las cuales había sido testigo y que los dibujos no podían describir tan gráficamente.

No estaba orgulloso con la parte que me había tocado desempeñar en la degradación de Algo Delicado, pero siempre he pensado que un hombre debe aprovechar y mejorar sus experiencias aun viéndose mezclado en los sucesos más lamentables.

No quiero decir que la violación de Algo Delicado fue el suceso más lamentable que presencié en mi vida. Otro me esperaba cuando regresé a casa otra vez, a Xaltocan, para el festival de Ochpanitztli.

Esa palabra significa El Barrido de la Calle, y se refiere a los ritos religiosos que se llevaban a efecto en demanda de una extraordinaria cosecha de maíz. El festival se celebraba en nuestro mes once, aproximadamente a mediados de su mes de agosto, y consistía en varios ritos complicados que culminaban en el día exactamente ordenado para el nacimiento del dios del maíz, Centéotl. Ésta era una época ceremonial completamente entregada a las mujeres; todos los hombres, incluyendo a la mayoría de los sacerdotes, eran simples espectadores.

Empezaba cuando las más venerables esposas y las viudas más virtuosas de Xaltocan barrían, con sus escobas hechas especialmente de plumas, todos los templos y otros lugares sagrados de la isla. Entonces, bajo la dirección de nuestras mujeres que atendían los templos, todas las demás llevaban a cabo el canto, baile y ejecución de la música durante la noche climática. Una virgen escogida de entre todas las muchachas de la isla tomaba el papel de Teteoínan, la madre de todos los dioses. La parte más importante de la fiesta era el acto que hacía en la cima de la pirámide, completamente sola sin pareja masculina, pretendiendo ser desflorada y fecundada y luego sufrir los dolores del parto y dar a luz. Después de eso era atravesada hasta morir por las flechas lanzadas por arqueros femeninos, quienes cumplían su trabajo con una dedicación intensa, pero con muy poca destreza, así es que generalmente la muchacha no moría rápidamente, sino tras una prolongada agonía.

Por supuesto que siempre había una sustitución de último momento, pues nunca sacrificábamos a una de nuestras doncellas, a no ser que por alguna razón singular ésta insistiera en ofrecerse voluntariamente. De ese modo no era realmente la virgen que representaba a Teteoínan quien moría, sino una esclava disponible o una prisionera capturada de otro pueblo. Para el simple papel de morir no era necesario que fuera una virgen y a veces era una mujer vieja la despachada al otro mundo esa noche.

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