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Authors: Gary Jennings

Tags: #Histórico

Azteca (38 page)

BOOK: Azteca
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«Un gran parecido —dije, y lo pensaba de veras—. La señora Muñeca de Jade lo aprobará».

«Oh, bueno, captar la semejanza no fue difícil —dijo Tlatli con modestia—, pudiendo sobre todo trabajar con tu magnífico dibujo y moldear la arcilla sobre su calavera».

«Pero mis dibujos no tienen colores —dije—, y aun el maestro escultor Píxquitl no fue capaz de captar éstos. Chimali, aplaudo tu talento».

Y también sentía lo que decía. Las estatuas de Píxquitl habían sido pintadas con los colores usuales lisos: un color cobre pálido y uniforme para la piel, un invariable negro para el pelo y todo más o menos igual. Los colores que usó Chimali para la piel, variaban como los de un ser humano vivo: la nariz y las orejas eran un poquito más oscuras que el resto de la cara; las mejillas, un poquito más rojizas; incluso el negro del pelo tenía destellos parduzcos aquí y allá.

«Se verán todavía mejor cuando se hayan cocido en el horno —dijo Chimali—. Los colores se funden mejor juntos. ¡Ah, y mira esto, Topo!».

Me guió alrededor de la estatua, atrás y apuntó; en la parte inferior del manto de arcilla del esclavo, Tlatli había grabado su glifo del halcón y debajo de éste estaba la huella rojo-sangre de Chimali.

«Sí, fácilmente reconocible —dije sin ninguna inflexión. Me moví hacia la siguiente estatua—. Y ésta será Algo Delicado».

Tlatli dijo molesto: «Uh, yo creo que será mejor para nosotros no saber los nombres de los modelos, Topo».

«Era más que su nombre», dije más para mí que para él.

Sólo la cabeza y los hombros de Nemalhuili habían sido modelados en arcilla, pero éstos se encontraban a la misma altura que habían tenido en vida, pues estaban soportados por huesos, sus huesos articulados, su propio esqueleto sostenido por detrás por una pértiga.

«Estoy un poco contrariado con ésta», dijo Tlatli como si estuviera hablando de un pedazo de piedra en el cual hubiera encontrado una grieta insospechada. Él me enseñó el dibujo que yo había hecho del rostro de Algo Delicado, aquel que había bosquejado en el mercado, el primero que enseñé a Muñeca de Jade. «Tu dibujo y la calavera me fueron muy útiles para modelar la cabeza. Y el
colotli
, la armadura, me da las proporciones lineales del cuerpo, pero…».

«¿La armadura?», pregunté.

«El soporte interior. Cualquier escultura de barro o de cera debe ser soportada por una armadura, así como el cacto pulposo es sustentado por su leñoso esqueleto interior. Para la estatua de una figura humana, ¿qué mejor armadura que su propio esqueleto original?».

«¿De veras? —dije—. Pero dime, ¿cómo obtienes el esqueleto original?».

Chimali respondió: «La señora Chalchiunenetl nos los proporciona de su cocina privada».

«¿De su
cocina
?».

Chimali alejó su vista de mí. «No me preguntes cómo ha podido persuadir a sus cocineros y a los esclavos de la cocina. Pero ellos desollan la carne, vacían las entrañas y cortan la carne del… del modelo… sin desmembrarlo. Después cuecen lo que queda en unas tinas grandes con agua de cal. Necesitan sacarlos a tiempo antes de que los ligamentos y los tendones se disuelvan, por eso nosotros tenemos que raspar algunos fragmentos de carne que todavía quedan. Pero recibimos el esqueleto completo. Oh, a veces se pierde un hueso de un dedo o alguna costilla, pero…».

«Pero desafortunadamente —dijo Tlatli—, aún el esqueleto completo no me da una indicación de cómo era el cuerpo exterior, de cómo estaba relleno o curvado. Puedo inferir la figura de un hombre, pero no la de una mujer que es diferente. Tú sabes, los pechos, las caderas, las nalgas».

«Eran sublimes —murmuré recordando a Algo Delicado—. Venid a mis habitaciones. Os daré otro dibujo que muestra a vuestra modelo de cuerpo entero».

En mi departamento, ordené a Cózcatl que hiciera
chocólatl
para todos nosotros. Tlatli y Chimali correteaban por las tres habitaciones, profiriendo exclamaciones de admiración acerca de la fineza y lujo de éstas, mientras yo extraía del montón de mis hojas de dibujos uno en el que Nemalhuili estaba de cuerpo entero.

«Ah, completamente desnuda —dijo Tlatli—. Éste es ideal para mis propósitos». Parecía como si estuviese dando una opinión pasajera acerca de una buena muestra de arcilla amargosa.

Chimali también vio el dibujo de la mujer muerta y dijo: «En verdad, Topo, que tus dibujos están detallados con destreza. Si pudieras dejar de hacer solamente
líneas
y aprender a trabajar con luz y sombras en pintura, podrías llegar a ser un verdadero artista. Tú también podrías dar belleza al mundo».

Me reí ásperamente. «¿Como las estatuas construidas sobre esqueletos cocidos?».

Tlatli sorbió su
chocólatl
y dijo defendiéndose: «Nosotros no matamos a esa gente, Topo. Tampoco sabemos por qué la joven reina quiere conservarlos. Pero piensa que si ellos hubieran sido simplemente enterrados o quemados, se desintegrarían en moho o cenizas. Por lo menos nosotros los hacemos duraderos. Y sí, trabajamos lo mejor que podemos para hacer de ellos, objetos de belleza».

Yo dije: «Yo soy un escribano. No doy belleza a la palabra. Sólo la describo».

Tlatli sostuvo en alto el dibujo de Algo Delicado. «Tú hiciste esto y esto es una clase de belleza».

«Desde ahora en adelante, sólo dibujaré palabras-pintadas. He hecho el último retrato y nunca más volveré a dibujar otro».

«El del Señor Alegría —adivinó Chimali. Miró alrededor para asegurarse de que mi pequeño esclavo no pudiera oírlo—. Debes saber que estás poniendo a Pactli en riesgo de acabar en las tinas de cal de la cocina».

«Eso es lo que espero fervientemente —dije—. No dejaré impune la muerte de mi hermana. —Lancé a Chimali sus propias palabras—: Podría parecer una debilidad, una mancha que caería sobre nosotros, sobre lo que sentíamos el uno por el otro».

Los dos tuvieron al fin la delicadeza de bajar sus cabezas durante algunos momentos de silencio antes de que Tlatli hablara:

«Nos pones a todos en peligro de ser descubiertos, Topo».

«Ya estáis en peligro. Yo lo he estado por mucho tiempo. Debí haberos avisado de esto antes de que vinieseis. —Hice un gesto en dirección a su estudio—. ¿Pero habríais creído lo que hay ahí abajo?».

Chimali protestó: «Ésos son solamente ciudadanos corrientes y esclavos, y quizá nunca sean echados de menos. ¡Pactli es el Príncipe Heredero de una provincia mexica!».

Sacudí la cabeza. «El marido de la mujer del dibujo, he oído que se ha vuelto medio loco, y que está tratando de descubrir qué pasó con su amada esposa. Nunca volverá a estar en sus cabales otra vez. Y aun los esclavos no pueden desaparecer así como así. El Venerado Orador ya ha mandado guardias para buscar y averiguar acerca de estas personas tan diferentes que se han esfumado misteriosamente. Descubrirlo es cuestión de tiempo. Ese tiempo puede ser pasado mañana, si Pactli es puntual».

Sudando visiblemente, Tlatli dijo: «Topo, no podemos dejar que tú…».

«No podéis detenerme, y si tratáis de huir o de prevenir a Pactli o a Muñeca de Jade, lo sabré al instante y en seguida me presentaré ante el Uey-Tlatoani».

Chimali dijo: «Él tomará tu vida como la de cada uno de nosotros. ¿Por qué nos haces esto a Tlatli y a mí. Topo? ¿Por qué te lo haces a ti mismo?».

«La muerte de Tzitzi no tiene que caer sólo sobre la cabeza de Pactli. Yo estuve comprometido y vosotros también. Estoy preparado para expiar con mi propia vida si ése es mi
tonali
. Vosotros también podéis tener vuestra oportunidad».

«¡Oportunidad! —Tlatli levantó las manos—. ¿Qué oportunidad?».

«Una muy buena. Sospecho que la señora tiene la idea de no matar al príncipe mexica. Sospecho que jugará con él por un tiempo y luego lo mandará a su casa con los labios sellados por una promesa».

«Cierto —murmuró Chimali bastante aliviado—. Ella querrá un cortejo peligroso, pero no un suicidio. —Se volvió hacia Tlatli—. Y mientras él está aquí, tú y yo podremos terminar las estatuas ya ordenadas. Entonces intentaremos hallar algún trabajo urgente en alguna otra parte…».

Tlatli sorbió su
chocólatl
y de un salto se levantó de su silla y dijo a Chimali: «¡Ven! Trabajaremos de día y de noche. Debemos terminar todo lo que tenemos a mano y así tendremos una razón para pedir permiso de partir, antes de que nuestra señora se canse de nuestro príncipe».

Y con esa nota de esperanza me dejaron, con esa patética y vana esperanza. No les había mentido, sólo fui negligente en mencionarles un detalle en mis arreglos. Dije la verdad cuando les sugerí que Muñeca de Jade no pensaba castigar con la muerte al príncipe invitado. Ésa era una posibilidad real y por esa misma razón para ese huésped en particular hice un pequeño cambio en las instrucciones usuales de la invitación. Como nosotros decimos para aquel que merece castigo: «Él sería destruido con flores».

Aunque se supone que los dioses saben todos nuestros planes y conocen sus finales antes de sus principios, los dioses son traviesos y se deleitan en incomodar a los hombres en sus planes. Ellos prefieren con frecuencia complicar esos planes como pudieran enredar las redes de los cazadores, o frustrarlos de tal manera que los planes nunca lleguen a resultar.

Muy rara vez los dioses intervienen para un propósito mejor, pero creo que en esa ocasión al ver mi plan se dijeron entre ellos: «Este oscuro proyecto con el que está contribuyendo Nube Oscura, es tan irónicamente bueno que vamos a hacerlo irónicamente mucho mejor».

Al día siguiente a la medianoche, mantuve mi oído pegado a mi puerta hasta que oí llegar a Pitza y al huésped, y entrar al departamento de enfrente del corredor. Entonces entreabrí suavemente mi puerta para oír mejor. Me esperaba alguna exclamación o blasfemia de Muñeca de Jade cuando comparara la brutal cara de Pactli con mi dibujo idealizado. Lo que no esperaba fue lo que oí de la muchacha: un grito penetrante de verdadero horror y luego un chillido histérico llamándome: «¡Trae! ¡Ven aquí inmediatamente!
¡Trae!
».

Eso parecía una reacción por demás extrema, aun para cualquiera que por primera vez conociera al horrible Señor Alegría. Abrí la puerta y salí para encontrarme con un guardia parado junto a ella portando una lanza y otro a través del vestíbulo junto a la puerta de mi señora. Ambos hombres enderezaron sus lanzas respetuosamente cuando pasé y ninguno trató de impedir mi entrada al otro departamento.

La joven reina estaba parada apenas adentro. Su cara estaba torcida y fea, y casi blanca de la sorpresa, aunque gradualmente se fue tornando casi púrpura de la furia cuando empezó a gritarme: «¿Qué clase de comedia es ésta, tú, hijo de perro? ¿Te crees que puedes hacer sucias bromas a mis expensas?».

Ella continuó así a gritos. Me volví hacia Pitza y al hombre que ella había traído, y aun con todos mis sentimientos entremezclados, no pude impedir el soltar una carcajada grande y sonora.

Se me había olvidado por completo la droga que Muñeca de Jade usaba y que le producía tener cortedad de vista. Debió de venir corriendo a través de todos los cuartos y vestíbulos de su departamento, para abrazar al tan ansiosamente esperado Señor Alegría y debió de haber llegado tan directamente sobre su visitante antes de que su visión pudiera distinguirlo claramente. Verdaderamente había motivo suficiente para sentirse sacudido y forzar un grito, a cualquier persona que no lo hubiera visto antes. Su presencia fue para mí también una increíble sorpresa, aunque yo reí en lugar de gritar, a pesar de haber tenido la ventaja de haber reconocido al viejo encorvado y engarruñado, de color cacao-pardusco. Había escrito la carta para Pactli de tal manera, que estaba seguro que su llegada no sería clandestina. Pero no tenía ni la menor idea de cómo o por qué ese viejo vagabundo había venido en lugar de Pactli y no parecía el momento más apropiado como para preguntárselo. Además no podía dejar de reír.

«¡Desleal! ¡Despreciable! ¡Nunca te lo perdonaré!», y mientras la muchacha estaba chillando sobre mis carcajadas y Pitza estaba tratando de esconderse en las cercanas cortinas, el viejo balanceaba mi carta de piel de cervato y decía: «Pero es su propia firma, ¿no es así, mi señora?».

Ella dejó caer todo su vilipendio de mí a él al gruñirle: «¡Sí! ¿Pero ni aun tú puedes pensar que iba a ir dirigida a un miserable y medio desnudo pordiosero? ¡Ahora cierra tu asquerosa boca sin dientes! —Ella se volvió hacia mí—. ¡Tiene que ser una broma, Trae, desde el momento en que te mueres de risa! Confiesa y sólo serás apaleado hasta quedar en carne viva. Sigue riéndote así y te juro que…».

«Y por supuesto, mi señora —el hombre persistió—, reconozco en la carta la escritura-pintada de mi viejo amigo Topo, que está aquí».

«¡Dije
silencio
! Cuando el lazo de flores esté alrededor de tu gaznate, desearás de todo corazón haber ahorrado todo el aire que estás gastando. Y su nombre es ¡Trae!».

«¿En estos momentos? Parece muy idóneo. —Sus ojos entrecerrados se deslizaron sobre mí con una mirada no del todo amistosa y mi risa se apaciguó—. Pero la carta dice claramente, mi señora, que yo esté aquí a la medianoche, y llevando este anillo puesto y…».

«¡No, no llevando el anillo puesto! —chilló ella imprudentemente—. Tú, pretencioso viejo ratero, pretendes aun saber leer. El anillo era para ser ¡llevado escondido! Y tú lo has traído ostentándolo por todo Texcoco… ¡
yya ayya
! —Rechinando los dientes se volvió otra vez hacia mí—. ¿Te das cuenta a lo que tu broma puede conducir, tú, execrable bufón? ¡
Yya ouiya
, pero morirás en la más lenta de las agonías!».

«¿Cómo que es una broma, mi señora? —preguntó el hombre encorvado—. De acuerdo con esta invitación, usted debía de haber estado esperando a alguien. Y usted vino corriendo tan alegremente a recibirme…».

«¡A ti! ¿A recibirte a ti? —gritó la joven, alzando sus brazos como si estuviera materialmente arrojando lejos toda precaución—. ¿Podría la puta más barata y hambrienta de todo Texcoco acostarse
contigo
? —Una vez más ella se volvió hacia mí—. ¡Trae!
¿Por qué
hiciste esto?».

«Mi señora —dije hablando por primera vez y haciéndolo con duras palabras, pero gentilmente—. He pensado muy a menudo que su Señor Esposo no dio suficiente peso a sus palabras cuando me ordenó servir a la Señora Muñeca de Jade y servirla sin ninguna pregunta. Sin embargo estaba obligado a obedecer. Como una vez usted me hizo notar, mi señora, no podía por mí mismo traicionar su debilidad sin desobedecer a ambos, a usted y a él. Finalmente tuve que engañarla, para que usted se traicionara a sí misma».

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