Azteca (91 page)

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Authors: Gary Jennings

Tags: #Histórico

BOOK: Azteca
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«¡Contento! —exclamé—. ¡Contentísimo!». Y me solté hablando mientras caminaba saltando a un lado de su silla. Ya olvidé cuáles fueron exactamente mis palabras, pero ellas expresaban placer, deleite y preocupación por ella.

Al llegar a nuestra casa, Turquesa abrió la puerta y miró preocupada cómo asistía a Zyanya que protestaba, a subir los pocos escalones. Pero le grité: «¡Vamos a tener un bebé!», y ella lanzó un grito alegre. A tanto ruido, Cosquillosa vino corriendo de algún lado y yo ordené: «¡Cosquillosa, Turquesa, id en este instante a dar una buena limpieza al cuarto de los niños! Haced todos los Preparativos "necesarios. Comprad todo lo que necesitamos. Una cuna. Juguetes. Flores. ¡Poned flores por todas partes!».

«Zaa, ¿quieres callarte? —dijo Zyanya, medio divertida, medio apenada—. Todavía faltan meses. El cuarto puede esperar».

Sin embargo, las dos esclavas ya habían corrido escalera arriba, obedientes y bulliciosas. Y, a pesar de haber reanudado sus protestas, también ayudé a Zyanya a subir la escalera, e insistí que descansara un poco, después del esfuerzo hecho en su visita a palacio. Al fin ella accedió —me imagino que solamente para poderse librar de mí— y yo fui escaleras abajo para felicitarme a mí mismo con un brindis de
octli
y una fumada de
picíetl
y a sentarme en el crepúsculo, satisfecho en mi soledad.

Poco a poco, mi eufórica satisfacción cayó dentro de una meditación seria y empecé a percibir las razones por las cuales Zyanya había vacilado al comunicarme este acontecimiento. Ella había dicho que eso ocurriría en el término de ese año. Yo conté con los dedos hacia atrás, y me di cuenta de que nuestro bebé debió de haber sido concebido durante aquella maravillosa noche en el palacio del viejo Yquíngare, cuando nosotros habíamos disfrutado con la colaboración de los
atanatanárani
. Yo cloqueé de gusto por eso. Sin duda Zyanya estaba un poco turbada por ese hecho; hubiera preferido concebir al niño en unas circunstancias más sosegadas. Bien, pensé, es mucho mejor concebir un hijo en el paroxismo del éxtasis, como nosotros lo habíamos hecho, que en una adormecida conformidad, por obligación o inevitablemente, como la mayoría de los padres lo hacen. Pero no pude cloquear cuando me vino a la mente el siguiente pensamiento. El niño podría tener una deficiencia desde el momento de su nacimiento, porque era casi seguro que heredaría mi mala visión. Aunque él no tendría que ir dando traspiés y andar a tientas como yo lo hice por muchos años, antes de haber descubierto el cristal para ver, me daría mucha lástima un niño que tendría que aprender a sostener un topacio ante su ojo, antes de aprender cómo llevar la cuchara a su boca, y que sin ese objeto sería patéticamente incapaz de caminar con pasos seguros por los alrededores, en sus excursiones infantiles, y que sería llamado cruelmente Ojo Amarillo o algo parecido por sus compañeros de juegos…

Si el bebé era una niña, esa visión corta no sería mucha desventaja. Ni los juegos de su infancia, ni sus ocupaciones como adulta serían vigorosas y osadas o tendrían que depender de la agudeza de sus sentidos físicos. Las mujeres no competían entre ellas hasta que llegaban a la edad de merecer, entonces lo harían por los maridos más deseables y entonces sería mucho menos importante, como vería mi hija a cómo ella se vería. Sin embargo, me atormentaba un pensamiento, ¡la suposición de que viera como yo, y que se pareciera a mí, ambas cosas! Un hijo estaría contento de heredar mi estatura de cabeza inclinada. Una hija estaría desolada y ella podría odiarme y yo probablemente renegaría al verla. Me imaginaba que nuestra hija se veía exactamente igual a esa mujer-lechera tan tremenda… Ese pensamiento me trajo una preocupación mayor. Durante muchos días antes de la noche en que concebimos al niño, ¡Zyanya había estado íntimamente cerca de la monstruosa Señora Pareja! Estaba bien probado que incontables niños habían nacido deformados o deficientes cuando sus madres se vieron afectadas bajo el influjo de horrorosas influencias. Pero eso no era todo, lo peor era que Zyanya había dicho: «más o menos al terminar el año». ¡Y precisamente en ese momento serían los cinco días
nemontemtin
! Un niño nacido durante esos días sin vida y sin nombre, sería de tan mal agüero como sus padres lo esperaran, aun dejándose persuadir a dejarlo morir de hambre. No era tan supersticioso como para hacer eso, cualesquiera que fueran las presiones que me trajera. Pero entonces, ¿qué carga, o monstruo o malhechor llegaría a ser ese niño cuando creciera…?

Fumé
picíetl
y bebí
octli
hasta que Turquesa llegó y al verme en la condición en que estaba me dijo: «¡Qué vergüenza, mi señor amo!», y llamó a Estrella Cantadora para que me ayudara a llegar a mi cama.

«Seré una ruina temblorosa antes de que llegue el momento —dije a Zyanya, a la mañana siguiente—. Me pregunto si todos los padres pasan por estas molestas preocupaciones».

Ella sonrió y dijo: «Creo que no tanto como las que tiene una madre. Pero una madre sabe que no puede hacer absolutamente nada más que esperar».

Suspiré y dije: «Tampoco veo otra salida para mí. Sólo puedo dedicar cada uno de mis momentos a cuidarte, atenderte y ver que no tengas ni la más pequeña desgracia o aflicción…».

«¡Haz eso y
yo
seré una ruina! —gritó ella y lo decía de verdad—. Por favor, querido, encuentra alguna otra cosa en que ocuparte».

Molesto y empequeñecido por el rechazo, fui cabizbajo a darme mi baño matutino. Sin embargo, después de haber bajado la escalera y de haber desayunado, una desviación del asunto se hizo presente, en la persona de Cózcatl, que me llamaba.

«Ayyo, ¿cómo pudiste enterarte tan pronto? —exclamé—. Ha sido muy amable por tu parte venir a vernos tan pronto».

Mi saludo pareció sorprenderlo. Él dijo: «¿Enterarme de qué? De hecho he venido a…».

«¡Pues de que vamos a tener un niño!».

Su rostro se ensombreció por un momento, antes de decir: «Estoy muy contento por ti, Mixtli, y por Zyanya. Le pido a los dioses que os bendigan con un niño bien favorecido. —Luego él murmuró—: Es sólo que esta coincidencia me sorprendió por un momento, porque he venido a pedirte permiso para casarme».

«¿Para casarte? ¡Pero si ésa es una noticia maravillosa como la mía! —Yo moví la cabeza reminiscente—. Increíble… el muchachito Cózcatl ya está en edad de tomar esposa. Muchas veces no me doy cuenta de cómo pasan los años. ¿Pero qué quieres decir con pedir mi permiso?».

«Mi futura esposa no es libre para casarse, es una esclava».

«¿Sí? —Yo seguía sin entender—. Seguro que puedes comprar su libertad».

«Sí puedo —dijo él—. Pero ¿me la venderás? Quiero casarme con Quequelmiqui y ella se quiere casar conmigo».

«¿Qué?».

«Fue por ti que la conocí y confieso que muchas de mis visitas aquí han sido en parte un pretexto, así ella y yo podíamos estar un poco de tiempo juntos. Mucho de nuestro noviazgo ha tenido lugar en tu cocina».

Yo estaba pasmado: «¿Cosquillosa? ¿Nuestra criadita? ¡Pero si es casi una adolescente!».

Él me recordó con suavidad: «Ella lo era cuando la compraste, Mixtli. Los años
han
pasado».

Pensé en ellos. Cosquillosa podría ser uno o dos años más joven que Cózcatl, y él tenía, déjenme pensar, andaba por los veintidós.

Le dije magnánimamente: «Tienes mi permiso y mis felicitaciones. ¿Pero comprarla? Ciertamente que no. Ella será uno de nuestros primeros regalos de boda. No, no, no escucharé ninguna protesta; insisto en ello. Si ella no hubiera sido enseñada por ti, la muchacha nunca hubiera llegado a considerarse lo suficientemente valiosa como para ser una esposa. La recuerdo cuando por primera vez llegó aquí. Riéndose».

«Entonces te doy las gracias, Mixtli, como también lo hará ella. También quería decirte —se sonrojó otra vez— que por supuesto le he hablado de mí mismo. Acerca de la herida que sufrí. Ella comprende que nosotros nunca podremos tener niños, como tú y Zyanya».

Entonces me di cuenta de que con mi abrupta noticia debió de haber decaído mucho su entusiasmo. Sin saberlo y sin mala intención lo había herido, pero antes de que yo le pudiera decir algunas palabras de disculpa, continuó:

«Quequelmiqui me jura que me quiere y que me acepta como soy, pero quiero estar seguro de que ella lo comprende perfectamente bien, en toda su capacidad. Nuestras caricias, en la cocina, nunca llegaron hasta el punto de…».

Como se sentía tan incómodo y se interrumpía mucho, traté de ayudarlo: «Quieres decir que vosotros todavía no habéis…».

«Ella nunca me ha visto desnudo —me dijo abruptamente—. Y es virgen, inocente en cuanto a todo lo relacionado entre un hombre y una mujer».

«Es responsabilidad de Zyanya, como su ama, de sentarse con ella y tener una conversación de mujer a mujer. Estoy seguro de que Zyanya podrá instruirla en los aspectos más íntimos del matrimonio».

«Eso será muy bondadoso de su parte —dijo Cózcatl—. Pero después de eso, ¿podrías hablar también con ella, Mixtli? Tú me has conocido por mucho tiempo y… más bien que Zyanya. Tú podrías especificarle a Quequelmiqui, qué es lo que ella realmente
puede
esperar de mí, como cónyuge. ¿Harías eso?».

Dije: «Haré por ti todo lo que pueda, Cózcatl, pero quiero prevenirte. Una muchacha virgen e inocente sufre dudas y miedos aun para tomar un esposo común, con los atributos físicos ordinarios. Cuando le diga llanamente lo que ella puede esperar de este matrimonio y lo que no puede esperar, es muy probable que se asuste».

«Ella me ama —dijo Cózcatl sonoramente—. Ella me ha dado su promesa. Yo conozco su corazón».

«Entonces, tú eres único entre los hombres —le dije secamente—. Yo sólo sé esto. Una mujer piensa del matrimonio en términos de flores, cantos de pájaros y mariposas revoloteando. Cuando le hable a Cosquillosa en términos de carne, órganos y tejidos, será una desilusión para ella. Lo peor que podría pasar es que huyera sintiendo pánico de casarse contigo o con cualquier otro. No me darás las gracias por eso».

«Sin embargo, lo haré —dijo él—. Quequelmiqui merece algo mejor que una sorpresa espantosa en su noche de bodas. Si ella rehúsa a casarse conmigo, es mejor que sea ahora y no después. Oh, eso me destruirá, sí. Si la buena y amante Quequelmiqui no me tiene por esposo, jamás me tendrá ninguna otra mujer. Me alistaré en la tropa de algún ejército e iré a la guerra a algún lugar y pereceré en ella. Pero cualquier cosa que pase, Mixtli, no lo tendré en tu contra. Todo lo contrario, te ruego que me hagas este favor».

Así, cuando él partió, informé a Zyanya acerca de esta noticia y de lo que él nos pedía. Ella llamó a Cosquillosa que estaba en la cocina y la muchacha vino colorada, temblando y retorciéndose sus dedos en la bastilla de su blusa. Nosotros la abrazamos y la felicitamos por haber sabido conquistar el cariño de un joven tan fino. Luego Zyanya, tomándola maternalmente por la cintura, la llevó escaleras arriba mientras yo me sentaba abajo, con mis pomos de pinturas y papel de corteza. Cuando terminé de escribir el papel de manumisión, fumé nerviosamente una
poquíetl
… varias de ellas, antes de que Cosquillosa volviera a bajar. Si ella había estado colorada antes, ahora relucía como un brasero y temblaba visiblemente. Su agitación quizás la hacía verse mucho más bonita que lo usual, pero en verdad que ésa era la primera vez que yo me daba cuenta de ese hecho; era una muchacha muy atractiva. Supongo que uno nunca le presta mucha atención a los muebles de su casa hasta que otro viene de fuera y le halaga esa pieza en particular.

Le alargué el papel doblado y ella dijo: «¿Qué es esto, mi señor amo?».

«Un documento en el que dice que la mujer libre Quequelmiqui nunca más volverá a llamar a nadie amo. Trata, en su lugar, de ver en mí a un amigo familiar, porque Cózcatl me ha pedido que te explique algunas cosas. —Fui derecho al asunto y temo que no con mucha delicadeza—. La mayoría de los hombres, Cosquillosa, tienen una cosa llamada
tepuli
…».

Ella me interrumpió, aunque sin levantar su cabeza inclinada. «Sé lo que es eso, mi señor. Tengo hermanos en mi familia. Mi señora ama dice que el hombre pone eso dentro de una mujer… aquí. —Ella apuntó modestamente en su falda—. O lo hace si él tiene uno. Cózcatl me explicó cómo había perdido el suyo».

«Y con eso perdió para siempre su capacidad de hacerte madre, también está privado de algunos de los placeres del matrimonio, Pero no quiere decir eso que él no tenga el deseo de que tú goces de esos placeres o la habilidad para dártelos. Aunque él no tiene
tepuli
para que os unáis, hay otras maneras de hacer el acto de amor».

Me retiré un poco de ella, con el objeto de ahorrarnos a ambos la molestia de verla sonrojarse y traté de hablar con voz llana y en tono aburrido, como un maestro de escuela, cuando le describí las numerosas cosas estimulantes y satisfactorias que se pueden hacer en los pechos,
tepili
y especialmente en el sensitivo
xacapili
de una mujer utilizando los dedos, la lengua, los labios y aun las pestañas. Bien las instrucciones básicas las pude decir con una voz de maestro de escuela, pero no pude evitar el recordar todas aquellas que yo había empleado y gozado, en tiempos recientes y pasados, y mi voz tendió a ser inconsecuente, por lo que me apresuré a concluir:

«Una mujer puede encontrar esos placeres casi tan satisfactorios como el acto normal. Muchos de ésos serán mucho más placenteros que el solo hecho de ser penetrada. Algunas mujeres lo hacen incluso con otras mujeres, y ni siquiera piensan en la ausencia del
tepuli
».

Cosquillosa dijo: «Eso suena… —y lo dijo con una voz tan trémula, que me giré para mirarla—. Eso se debe sentir… —Ella se sentó con su cuerpo tenso y rígido, sus ojos y puños fuertemente cerrados—. Eso debe de ser… —su cuerpo entero se sacudió— ¡ma-ra-vi-llo-so!».

La palabra fue dicha así, largamente, como si la estuvieran atormentando. Pasó un poco de tiempo antes de que abriera sus puños y sus ojos. Entonces los levantó hacia mí, y eran como lámparas humeantes.

«Gracias por… por decirme esas cosas».

Recordé cómo Cosquillosa acostumbraba a reír sin ningún motivo. ¿Sería posible que ella pudiera excitarse en otra forma, sin ser tocada o aun desvestida?

Yo dije: «Solamente quiero pedirte otra cosa. Ya no te puedo ordenar y esto es una impertinencia, a la que tú puedes rehusarte, pero me gustaría ver tus senos».

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