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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

Bautismo de fuego (25 page)

BOOK: Bautismo de fuego
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—Es una orden, caballero Papebrock.

—No sabías para qué puedo servir, ¿eh? —murmuró Jaskier a Geralt, mientras se frotaba las muñecas rozadas por las cuerdas—. Ahora lo sa­bes. Mi fama me precede, en todos lados me conocen y respetan.

Geralt no comentó, estaba ocupado en masajearse sus propias muñe­cas, los doloridos codos y rodillas.

—Os ruego que perdonéis la fogosidad de estos mozos —dijo el caballe­ro titulado de conde—. Ven espías nilfgaardianos por todos lados. Cada patrulla que se manda vuelve con algunos que les parecen sospechosos. Es decir, aquéllos que se diferencian en algo de la masa de los fugitivos. Y vos, noble Jaskier, os diferenciáis en todo. ¿Cómo es que aparecisteis jun­to al Jotla, entre los refugiados?

—Iba de camino desde Dillingen a Maribor —mintió con rapidez el poe­ta— cuando caímos en este infierno, yo y mi... compañero de pluma. Segu­ro que lo conocéis. Se llama... Giraldus.

—Por supuesto que lo conozco, por supuesto, lo he leído —se vanaglorió el caballero—. El honor es mío, don Giraldus. Me llamo Daniel Etcheverry, conde de Garramone. ¡Por mi honor, maestro Jaskier, mucho ha cambiado desde los tiempos en que cantabais en el palacio del rey Foltest!

—Ciertamente, mucho.

—Quién iba a pensar —el conde se ensombreció— que íbamos a llegar a esto. Verden vasallo de Emhyr, Bragge ya casi vencido, Sodden en llamas... Y nosotros retrocedemos, retrocedemos sin pausa... Perdón, quería decir: realizamos una maniobra táctica. Nilfgaard quema y saquea todo alrededor, casi está ya en el Ina, poco falta para que cierre el sitio a las fortalezas de Mayenna y Razwan, y el ejército temerio sigue realizando esa maniobra...

—Cuando, allá en el Jotla, vi los lises en vuestros escudos —dijo Jas­kier—, pensé que se trataba ya de la ofensiva.

—Contraataque —le corrigió Daniel Etcheverry—. Y reconocimiento de la lucha. Cruzamos el Ina, atacamos a algunas patrullas nilfgaardianas y algunos comandos de Scoia'tael que estaban extendiendo el fuego. Ya veis lo que ha quedado del presidio de Armería, que conseguimos recuperar. Y los fuertes de Carcano y Vidort han ardido hasta los fundamentos... Todo el sur está en sangre, fuego y humo... Ah, aburro a vuesas mercedes. Bien sabéis lo que sucede en Brugge y Sodden, puesto que tuvisteis que ver con los huidos de aquellos lares. ¡Y mis mozalbetes os tomaron por espías! Os pido otra vez perdón. Y os convido a comer. Algunos de los señores nobles y oficiales estarán contentos de conoceros, señores poetas.

—Es un honor verdadero para nosotros. —Geralt se inclinó rígido—. Pero el tiempo vuela. Tenemos que ponernos en camino.

—Pero, por favor, no os sintáis incómodos —sonrió Daniel Etcheverry—. Son normales y sencillas viandas de soldado. Carne de corzo, frutos de serbal, filetes, trufas...

—Rechazarlo —Jaskier tragó saliva y midió al brujo con una mirada significativa— sería un grave desprecio. No nos quedemos en el sitio, señor conde. ¿Es aquella tienda la vuestra, aquélla tan rica, de colores celeste y oro?

—No. Ésa es la tienda del comandante en jefe. Celeste y oro son los colores de su patria.

—¿Cómo es eso? —se asombró Jaskier—. Estaba seguro de que éste era el ejército temerio.

—Éste es un destacamento disgregado del ejército de Temería. Yo soy el oficial de enlace del rey Foltest, también sirven aquí muchos nobles temerios con sus compañías, que para mantener el orden llevan los lises en los escudos. Pero el grueso de este cuerpo lo constituyen súbditos de otro reino. ¿Veis el estandarte delante de la tienda?

—Un león. —Geralt se detuvo—. Un león de oro sobre un campo celeste. Ese... ese escudo es el de...

—Cintra —confirmó el conde—. Son emigrantes del reino de Cintra, actualmente ocupado por Nilfgaard. Los dirige el mariscal Vissegerd.

Geralt se dio la vuelta con la intención de declarar al conde que asuntos urgentes le obligaban de todas formas a renunciar a la carne de corzo, a los filetes y a las trufas. No le dio tiempo. Vio a un grupo que se acercaba a él, a cuya cabeza iba un caballero de buena planta, con cierta tripilla y de cabello gris, vestido con una capa celeste y con una cadena de oro sobre la armadura.

—He aquí, señores poetas, precisamente al mariscal Vissegerd en carne y hueso —dijo Daniel Etcheverry—. Permitid, señoría, que os presente...

—No hace falta —le interrumpió ronco el mariscal Vissegerd, taladran­do a Geralt con la mirada—. Ya hemos sido presentados. En Cintra, en el palacio de la reina Calanthe. En el día de la petición de mano de la prince­sa Pavetta. Hace quince años de ello, pero yo tengo buena memoria. ¿Y tú, brujo canalla, me recuerdas?

—Te recuerdo. —Geralt afirmó con la cabeza, al tiempo que, obediente, les tendía las manos a los soldados para que le ataran-Daniel Etcheverry, conde de Garramone, intentó interceder por ellos ya cuando los lansquenetes sentaron a Geralt y Jaskier en las sillas que esta­ban dentro de la tienda. Ahora, cuando los soldados a las órdenes del mariscal Vissegerd salieron, el conde reinició sus esfuerzos.

—Éste es el poeta y trovador Jaskier, señor mariscal —repitió—. Yo lo conozco. Todo el mundo lo conoce. No creo que sea adecuado tratarlo así. Juro por mi palabra de caballero que no es un espía nilfgaardiano.

—No juréis en vano —ladró Vissegerd, sin quitarle el ojo a los prisione­ros—. Puede que sea un poeta, pero si lo capturaron en compañía de ese bellaco de brujo, entonces yo no juraría por él. Vos, me parece, no os ha­céis una idea del pájaro que nos ha caído en la red.

—¿Un brujo?

—Y qué brujo. Geralt, al que llaman el Lobo. Ese mismo canalla que se dio derechos sobre Cirilla, hija de Pavetta, nieta de Calanthe, esa misma Ciri de la que ahora se habla tanto. Sois demasiado joven para acordaros de aquellos tiempos, cuando este escándalo fue famoso en muchos pala­cios, pero yo, resulta, fui testigo presencial.

—¿Y qué es lo que le une a la princesa Cirilla?

—Ese perro —Vissegerd señaló a Geralt con el dedo— ayudó a que Pavetta, la hija de la reina Calanthe, fuera dada en matrimonio a Duny, un vagabundo del sur, desconocido por todos. Y de ese matrimonio infame nació luego Cirilla, objeto de una abyecta conspiración. Porque hay que decir que el tal bastardo, Duny, en su tiempo prometió la muchacha al brujo como pago de su ayuda para llevar a cabo el matrimonio. El derecho de la Sorpresa, ¿entendéis?

—No del todo. Pero seguid hablando, señor mariscal.

—El brujo —Vissegerd de nuevo dirigió su dedo a Geralt—, después de la muerte de Pavetta, quiso llevarse a la muchacha. Pero Calanthe no lo permitió y lo echó de malos modos. Pero él esperó al momento adecuado. Cuando empezó la guerra con Nilfgaard y Cintra cayó, raptó a Ciri, aprovechando los tumultos bélicos. Mantuvo a la muchacha escondida, aunque sabía que la buscaban. Y al final se aburrió de ella y se la vendió a Ernhyr.

—¡Esto son mentiras y calumnias! —bramó Jaskier—. ¡En ello no hay ni una palabra de verdad!

—Calla, tocagaitas, porque te hago amordazar. Unid los hechos, conde. El brujo tenía a Cirilla, ahora la tiene Emhyr var Emreis. Y el brujo es detenido mezclado con una patrulla de vanguardia del ejército nilfgaardiano. ¿Qué significa esto?

Daniel Etcheverry se encogió de hombros.

—¿Qué significa? —repitió Vissegerd, inclinándose sobre Geralt—. ¿Qué, bellaco? ¡Habla! ¿Desde cuando espías para Nilfgaard?

—No espío para nadie.

—¡Haré que te arranquen la piel a tiras!

—Hacedlo.

—Don Jaskier —habló de pronto el conde Garramone—. Será mejor que deis explicaciones. Cuanto antes mejor.

—¡Hace ya mucho que lo hubiera hecho —estalló el poeta—, pero el señor mariscal me amenazó con la mordaza! Somos inocentes, todo esto son mentiras redomadas y repugnantes calumnias. Cirilla fue raptada de la isla de Thanedd y Geralt fue herido gravemente al defenderla. Todos pueden confirmarlo. Todos los hechiceros que estuvieron en Thanedd. Y el secretario de estado de Redania, don Segismundo Dijkstra...

Jaskier se calló de pronto, al recordar que precisamente Dijkstra no servía como testigo de la defensa en aquel caso, y el apoyarse en los hechi­ceros de Thanedd tampoco mejoraba especialmente la situación.

—También un absurdo —siguió en voz alta y hablando rápido— es acu­sar a Geralt de raptar a Ciri de Cintra. Geralt encontró a la muchacha cuando, después de la destrucción de la ciudad, vagabundeaba por los Tras Ríos, y la ocultó, pero no de vosotros, sino de los agentes de Nilfgaard que la estaban buscando. ¡Yo mismo fui capturado por esos agentes y sometido a tortura, para que confesara dónde se escondía Ciri! Pero no dije ni una palabra y a los tales agentes ya se los está comiendo la tierra. ¡No sabían con quién se las tenían que ver!

—Vuestra valentía —dijo el conde— resultó en vano. Emhyr al final tiene a Cirilla. Como es de todos conocido, planea casarse con ella y hacer­la emperadora de Nilfgaard. De momento la declaró reina de Cintra y sus alrededores, lo que nos causa no pocos problemas.

—Emhyr —declaró el poeta— podría haber sentado en el trono de Cintra a quien hubiera querido. Ciri, se mire por donde se mire, tiene derecho al trono.

—¿Derecho? —gritó Vissegerd, salpicando a Geralt de saliva—. ¡Mier­da, que no derecho! Emhyr puede casarse con ella si lo quiere. Puede darle a ella y a los críos que le haga los títulos más fantásticos e imaginativos que se le ocurra. ¿Reina de Cintra y de las islas Skellige? ¿Por qué no? ¿Princesa de Brugge? ¿Condesa del palatinado de Sodden? ¡Por favor, in­clinémonos! ¿Y, pregunto humildemente, por qué no reina del Sol y soberana de la Luna? ¡Esa maldita y degenerada sangre no tiene derecho algu­no al trono! ¡Sangre maldita, toda la línea de las hembras de esa familia son sólo malditas, degeneradas criaturas, empezando por Riannon! ¡Como la bisabuela de Cirilla, Adalia, que fornicaba con su propio primo, como su tatarabuela, Muriel la Pícara, que fornicaba con todos! ¡De esa familia sólo salen bastardas incestuosas y perras, la una detrás de la otra!

—Hablad más bajo, señor mariscal —dijo Jaskier con soberbia—. Ante vues­tra tienda cuelga el estandarte de los leones de oro y hace poco estabais dispues­to a tratar de bastarda a la abuela de Ciri, Calanthe, la Leona de Cintra, por la que la mayoría de vuestros soldados derramó su sangre en Mamada! y Sodden. Y entonces no estaría seguro de la lealtad de vuestro ejército.

Vissegerd cubrió en dos pasos la distancia que le separaba de Jaskier, agarró al poeta por la pechera y lo levantó de la silla. El rostro del mariscal, que hacía un momento simplemente estaba salpicado con manchas car­mesíes, adoptó ahora un profundo color rojo heráldico. Geralt comenzó a preocuparse de verdad por su amigo; por suerte, entró de pronto en la tienda un ayudante que con voz excitada informó de noticias urgentes e importantes que había traído una patrulla. Vissegerd, de un raerte empu­jón, derribó a Jaskier sobre la silla y salió.

—Uff... —gimió el poeta, doblando la cabeza y el cuello—. Poco ha falta­do para que me liquidara... ¿Podéis ponerme menos apretadas las ligadu­ras, señor conde?

—No, don Jaskier. No puedo.

—¿Vais a dar crédito a esas tonterías? ¿Que somos espías?

—Mi fe no tiene nada que ver con esto. Seguiréis atados.

—Qué se le va a hacer. —Jaskier carraspeó—. ¿Qué diablos le pasó a vues­tro mariscal? ¿Por qué se echó sobre mí de pronto como un ave de presa?

Daniel Etcheverry sonrió torcidamente.

—Al mencionar la fidelidad de los soldados, sin quererlo, rozasteis una herida abierta, señor poeta.

—¿Cómo es eso? ¿De qué se trata?

—Esos soldados lloraron de corazón a la tal Cirilla cuando se enteraron de la noticia de su muerte. Y luego se oyó otra noticia. Resultó que la nieta de Calanthe estaba viva. Que estaba en Nilfgaard y gozaba de la merced del emperador Emhyr. Entonces hubo deserciones masivas. Fijaos en que esas gentes habían abandonado casa y familia, habían huido a Sodden y a Brugge, a Temería, porque querían luchar por Cintra, por la sangre de Calanthe. Querían luchar por la liberación del país, querían expulsar de Cintra al inva­sor, conseguir que la descendiente de Calanthe recuperara el trono. ¿Y qué resulta? La sangre de Calanthe vuelve al trono de Cintra en gloria y fama....

—Como marioneta en manos de Emhyr, que la ha raptado.

—Emhyr se va a casar con ella. Quiere sentarla junto a sí en el trono imperial, confirmar los títulos y el vasallaje. ¿De esta forma se procede con marionetas? A Cirilla la vieron en el palacio real unos embajadores de Kovir. Afirman que no daba la sensación de haber sido raptada por la fuerza.

Cirilla, la única heredera del trono de Cintra, vuelve a aquel trono como aliada de Nilfgaard. Tales noticias se han extendido entre los soldados.

—Puestas en circulación por los agentes de Nilfgaard.

—Yo lo sé —afirmó con la cabeza el conde—. Pero los soldados no lo creen. Cuando agarramos a algún desertor, lo castigamos con la horca, pero yo los entiendo un poco. Son cintrianos. Ellos quieren luchar por sus pro­pios territorios, no por los de Temería. Bajo su propio mando, no el temerio. Bajo su propio estandarte. Ellos ven que aquí, en este ejército, su león de oro se inclina ante las flores de lis temerías. Vissegerd tenía ocho mil soldados, de ellos unos cinco mil verdaderos cintrianos, el resto lo constituían las unidades de intendencia temerías y los caballeros voluntarios de Brugge y Sodden. En este momento el cuerpo cuenta con seis mil soldados. Y los que han desertado han sido exclusivamente los cintrianos. El ejército de Vissegerd ha sido diezmado sin lucha. ¿Entendéis lo que significa para él?

—Pierde prestigio y posición.

—Por supuesto. Unos cientos más que deserten y Foltest le quitará el bastón de mando. Ya ahora es difícil llamar cintriano a este ejército. Visse­gerd se revuelve, quiere detener las deserciones, por eso disemina los ru­mores acerca de la insegura, o mejor dicho segura falta de legitimidad de la procedencia de Cirilla y sus antepasados.

—Lo que vos —Geralt no pudo detenerse— escucháis con evidente desa­grado, conde.

—¿Lo habéis notado? —sonrió levemente Daniel Etcheverry—. En fin, Vissegerd no conoce mi linaje... En pocas palabras, soy pariente de la tal Cirilla. Muriel, condesa de Garramone, llamada la Bella Pícara, tatarabuela de Cirilla, fue también mi tatarabuela. De sus batallas amorosas circulan en nuestra familia diversas leyendas, por eso escucho con desagrado cuando Vissegerd imputa a mi antepasada tendencia al incesto y a echarse en brazos de unos y otros. Pero no reacciono. Porque soy un soldado. ¿Me entendéis bien?

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