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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

Bautismo de fuego (42 page)

BOOK: Bautismo de fuego
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—Habláis tan de listeras que la testa me da vueltas —bufó Milva—. Mas también todas estas sabidurías no tratan más que de lo que tienen las mozas bajo el halda. Filósofos de mierda.

—Dejemos por un momento la simbología de la sangre —dijo Regís—. Porque es cierto que aquí los mitos tienen una cierta base en los hechos. Concentrémonos en los mitos que no tienen base factual y sin embargo están muy extendidos. Al fin y al cabo, todo el mundo sabe que el que sea mordido por un vampiro, si sobrevive, habrá de convertirse él mismo en un vampiro. ¿Cierto?

—Cierto —dijo Jaskier—. Había un romance...

—¿Conoces las bases de la aritmética?

—He estudiado las siete artes liberales. Y mi diploma lo conseguí con
summa cum laude.

—En vuestro mundo, después de la Conjunción de las Esferas, queda­ron unos mil doscientos vampiros superiores. Los que mantienen una com­pleta abstinencia, porque aparte de mí no son pocos, se equilibran con la cifra de los que beben por encima de la media, como yo en otro tiempo. Tomemos como media el que un vampiro estadístico beba en cada luna llena, porque la luna llena es para nosotros una fiesta que solemos... mo­jar. Llevemos la cosa al calendario humano y aceptando doce lunas llenas al año, nos sale la cifra teórica de catorce mil personas mordidas al año. Desde la Conjunción, si contamos de nuevo según el calendario humano, han pasado unos mil quinientos años. El resultado de una simple multi­plicación nos muestra que en este momento en el mundo deberían teórica­mente existir veintiún millones seiscientos mil vampiros. Si a esa cuenta le añadimos el crecimiento geométrico de...

—Basta —suspiró Jaskier—. No tengo aquí un ábaco, pero me imagino la cifra. O mejor dicho, no me la imagino. Lo que quiere decir que el conta­gio del vampirismo es una tontería y un fantasía.

—Gracias. —Regis hizo una reverencia—. Pasemos al siguiente mito, que reza: el vampiro es un ser humano que murió, pero no del todo. No se pudre en la tumba ni se convierte en cenizas. Yace en la tumba fresquito y coloradote, listo para salir y morder. ¿De dónde surge tal mito si no es de vuestro miedo inconsciente e irracional ante los venerables difuntos? Ro­deáis a los muertos de veneración y recuerdo, soñáis con la inmortalidad, en vuestros mitos y leyendas cada dos por tres alguien resucita, vence a la muerte. Pero si vuestro venerable bisabuelo difunto de pronto saliera de verdad de la tumba y os pidiera una cerveza, os acometería el pánico. Y no me extraña. La materia orgánica en la que se han detenido los proceso vitales sufre una degradación de formas poco agradables. Apesta, se des­hace en una substancia pegajosa. El espíritu inmortal, un elemento indis­pensable de vuestros mitos, arroja con asco la maloliente carroña y echa a volar. Es limpio, se lo puede honrar tranquilamente. Sin embargo, imagi­nasteis también una clase de espíritu repugnante, que no vuela, no aban­dona el cadáver, bah, ni siquiera apesta. ¡Esto es asqueroso y antinatural! Un muerto vivo es para vosotros la más asquerosa de todas las repugnan­tes anomalías. Algún tarado inventó incluso para nosotros el término «no muerto», con el que nos regaláis tan a menudo.

—Los humanos —Geralt sonrió un poco— son una raza primitiva y supersticiosa. Para ellos es difícil entender por completo y denominar co­rrectamente a un ser que resucita, aunque le hayan agujereado con esta­cas, cortado la cabeza y enterrado cincuenta años bajo tierra.

—Cierto, difícil, verdaderamente. —La mofa no afectó al vampiro—. Vuestra raza mutante regenera las uñas, los cabellos y la epidermis, pero es incapaz de aceptar el hecho de que existen razas que son más perfectas en este aspecto. Sin embargo, esta incapacidad no surge del primitivismo. Antes al contrario: del egocentrismo y la convicción de la propia perfección. En fin, si algo es más perfecto que vosotros, debe ser una aberración re­pugnante. Y a las aberraciones repugnantes se las añade a los mitos. Con ánimo sociológico.

—Una puta mierda entiendo de to lo que habláis —reconoció Milva con tranquilidad, retirándose los cabellos de la frente con el asta de una fle­cha—. Algo entiendo que de cuentos habláis, y los cuentos también yo los conozco, maguer no sea más que una tonta mozalla del bosque. Más mi asombra que tú, Regis, miedo alguno del sol tengas. En los cuentos siem­pre el sol prendía al vampiro y lo volvía cenizas. ¿He de meter esto también entre los cuentos?

—Lo que más —confirmó Regis—. Creéis que el vampiro sólo es peligroso de noche, que los primeros rayos lo convierten en polvo. En la base del mito, creado al lado de los primeros fuegos, yace vuestra solaridad, es decir, vues­tro amor por el calor y el ritmo diario que obliga a la actividad diurna. La noche es para vosotros fría, oscura, malvada, amenazadora, llena de peli­gros, la salida del sol sin embargo significa una nueva victoria en la lucha por la supervivencia, un nuevo día, la continuación de la existencia. La luz del sol otorga claridad y calor, los rayos del sol que os dan la vida han de traer la destrucción para los monstruos enemigos vuestros. El vampiro se convierte en cenizas, el troll se petrifica, el hombre lobo se deslobiza, el duende desaparece tapándose los ojos. Las bestias nocturnas regresan a su guarida y dejan de amenazaros. Hasta la puesta de sol el mundo os pertenece. Lo repito y lo subrayo: el mito se creó junto a los fuegos de campamento prehis­tóricos. Hoy día es sólo un mito, porque ilumináis y calentáis vuestros habitá­culos. Aunque todavía os gobierna el ritmo solar, habéis conseguido anexiona­ros la noche. Nosotros, los vampiros superiores, también hemos salido algo de nuestras criptas primigenias. Nos hemos anexionado el día. La analogía es completa. ¿Te satisface la explicación, Milva?

—No mucho. —La arquera arrojó la flecha—. Mas creo que lo entendí. Aprendo. Sociología, activicía, tuturutucía, lobotía. Dicen que en las escuelas dan con un palo. Con vosotros estudiar es más deleitoso. Puede que duela la camocha, pero el culo está entero.

—Una cosa no ofrece duda y es fácil de advertir —dijo Jaskier—. Los rayos del sol no te convierten en cenizas, Regis, el calor solar tiene tan poca influencia sobre ti como aquella herradura ardiente que graciosamente sacaste del fuego con la mano desnuda. Volviendo sin embargo a tu analo­gía, para nosotros, los humanos, el día seguirá siendo siempre la fase na­tural de actividad y la noche la hora natural para dormir. Tal es nuestra constitución física que de día, por ejemplo, vemos mejor que por la noche. Una excepción es Geralt, que siempre ve igual de bien, pero él es un mutante. ¿En el caso de los vampiros se trata también de un asunto de mutación?

—Se puede llamar así —aceptó Regis—. Aunque considero que una mutación que se extiende durante un tiempo suficientemente largo deja de ser una mutación y se convierte en evolución. Pero lo que has dicho de la constitución física es acertado. La adaptación al mundo solar constituyó para nosotros una triste necesidad. Para perdurar tuvimos que asemejar­nos en este aspecto a los humanos. Mímica, diría yo. Que tuvo, al fin y al cabo, sus consecuencias. Por usar una metáfora: nos hemos tumbado en la cama junto a un enfermo.

—¿Cómo?

—Hay argumentos para sospechar que la luz del sol es mortal a la lar­ga. Existe una teoría que dice que dentro de unos cinco mil años, como mucho, este mundo sólo será habitado por seres lunares, activos por la noche.

—Me alegro de no vivir para verlo —suspiró Cahir, después de lo cual bostezó con fuerza—. No sé a vosotros, pero a mí la acrecentada actividad diurna me recuerda precisamente la necesidad del descanso nocturno.

—A mí también —se le unió el brujo—. Y para la salida del mortal sol quedan ya sólo unas horillas. Antes de que el sol nos petrifique... Regis, en el marco de la ciencia y de la expansión del conocimiento, desentraña aún algún mito sobre los vampiros. Porque me apuesto que todavía te ha que­dado alguno.

—Cierto. —El vampiro afirmó con la cabeza—. Todavía uno. El último pero no el menos importante. Es un mito que os han dictado vuestras fobias sexuales.

Cahir bufó por lo bajini.

—He dejado este mito para el final —Regis lo midió con los ojos— y yo mismo, con mucho tacto, no lo tocaría si no me hubiera retado Geralt, así que no os lo ahorraré. A los humanos lo que más miedo les produce tiene un con­texto sexual. La virgen que se desmaya en el abrazo del vampiro que la está chupando, el jovenzuelo que está entregado a las repugnantes prácticas de las vampiras que yerran con sus bocas por todo su cuerpo. Así os lo imagináis. Una violación oral. El vampiro paraliza a la víctima con el miedo y la obliga al sexo oral. O más bien a una asquerosa parodia del sexo oral. Y un sexo así, que excluye toda posibilidad de procreación, es algo repugnante.

—Habla por ti —murmuró el brujo.

—Un acto que no es coronado por la procreación sino por el placer y la muerte —continuó Regis—. Hicisteis de ello un mito malvado. Vosotros mismos soñáis en vuestro inconsciente con algo así, pero os resistís a dár­selo a vuestro compañero o compañera. Así que lo hace por vosotros el vampiro mitológico, creciendo así hasta convertirse en el fascinante símbo­lo del mal.

—¿Y no lo dije? —gritó Milva en el mismo instante en que Jaskier con­cluyó de explicarle lo que quería decir Regis—. ¡Na más que eso! ¡Comien­zan con sapiencias y terminan siempre con culos!

Los chillidos de las grullas desaparecieron poco a poco en la lejanía.

Al día siguiente, recordó el brujo, con mucho mejor ánimo, nos pusimos en marcha. Y entonces, inesperadamente, de nuevo nos alcanzó la guerra.

Viajaban a través de un bosque salvaje y crecido, un territorio casi despo­blado y de poca importancia estratégica, que no era demasiado atractivo para los invasores. Aunque Nilfgaard no estaba lejos y sólo la línea del Gran Yaruga los separaba de las tierras imperiales, se trataba de una fron­tera que no era fácil de atravesar. Por eso su sorpresa fue tan grande.

La guerra se presentó de una forma menos espectacular que en Brugge y Sodden, cuando por las noches el horizonte resplandecía con los incen­dios y de día columnas de humo negro cruzaban el cielo. Aquí, en Angren, no hubo tal espectáculo. Era peor. De pronto vieron una bandada de cuer­vos que giraba con salvajes graznidos por encima del bosque, poco des­pués se tropezaron con los cadáveres. Aunque sin ropa e imposibles de identificar, los cuerpos mostraban huellas manifiestas e ineluctables de una muerte muy violenta. Aquellas personas habían muerto luchando. Y no sólo eso. La mayor parte de los cadáveres yacían entre los matorrales, pero algunos, mutilados macabramente, colgaban por las manos o los pies de las ramas de los árboles, extendían sus carbonizadas extremidades des­de hogueras consumidas, estaban clavados en estacas. Y apestaban. Todo Angren comenzó de pronto a apestar con el asqueroso y horrible hedor de la barbarie.

No transcurrió mucho hasta que tuvieron que esconderse en espesuras y matorrales porque por la izquierda y la derecha, por delante y por detrás, la tierra resonaban con los cascos de los caballos de la caballería y un destaca­mento tras otro cruzaba al lado de sus escondites, alzando nubes de polvo.

—Otra vez. —Jaskier meneó la cabeza—. Otra vez tampoco sabemos quién pelea con quién y por qué. Otra vez tampoco sabemos quién está detrás de nosotros, quién delante, quién a qué dirección se dirige. Quién está ata­cando y quién se retira. ¡Que se lleve el diablo todo esto! No recuerdo si os lo he dicho ya, pero afirmo que la guerra siempre recuerda a un burdel en llamas...

—Ya lo has dicho —le cortó Geralt—. Unos cuantos cientos de veces.

—¿Por qué están luchando aquí? —El poeta echó un potente escupita­jo—. ¿Por los enebros y las arenas? ¡Porque este hermoso país no posee otra cosa!

—Entre los que tendidos en los matojos estaban —dijo Milva—, había elfos. Los comandos de Scoia'tael se meten por estas trochas, siempre lo han hecho. Bien les vienen estas trochas cuando los voluntarios de Dol Blathanna y de las Montañas Azules tiran para Temería. Alguno hay que quiere cerrarles el camino. Yo bien me creo.

—No está descartado —reconoció Regis— que el ejército temerio haga aquí caza de Ardillas. Pero me parece que demasiados soldados hay por estos lares. Sospecho que los nilfgaardianos han cruzado por fin el Yaruga.

—Sospecho lo mismo. —El brujo frunció levemente el ceño mientras miraba a Cahir, que mantenía una mirada pétrea—. Los cadáveres que hemos visto esta mañana tenían restos de la forma nilfgaardiana de lucha.

—Unos de otros no son mejores —ladró Milva, saliendo inesperada­mente en defensa del joven nilfgaardiano—. Y no ha de mirarse con malos ojos a Cahir, que habernos todos ahora la más rara suerte enlazada. Si cayera en las patas de los Negros, la muerte le aguarda, y tú no ha mucho que de la soga te les escapaste a los témenos. Vano es pues darle vueltas a qué ejército esté por alante y cuál por detrás, cuáles sean los nuestros y cuáles los ajenos. Pues todos, da lo mesmo los colores que lleven, son nuestros enemigos al tiempo mismo.

—Tienes razón.

—Interesante —dijo Jaskier cuando al día siguiente de nuevo se escondie­ron entre los matojos, esperando que pasara otra cabalgata—. El ejército galopa por las colinas hasta que la tierra tiembla, pero desde allá abajo, desde el Yaruga, se escuchan las sierras. Los leñadores talan el bosque como si no pasara nada. ¿Lo habéis oído?

—Quizás no sean los leñadores —reflexionó Cahir—. ¿No será el ejérci­to? ¿Algunos zapadores?

—No, son leñadores —afirmó Regis—. Está claro que nadie es capaz de interrumpir la explotación del oro de Angren.

—¿Qué oro?

—Mirad estos árboles. —El vampiro adoptó de nuevo el tono de supe­rioridad de un sabio sabelotodo instruyendo a torpes y niños. Solía adop­tar este tono muy a menudo, lo que a Geralt le provocaba un cierto enfa­do—. Estos árboles —repitió Regis— son cedros, robles y pinos angreños. Un material muy apreciado. Por todos lados hay gancherías, desde las que se transportan los troncos río abajo. Por todos lados hay desmontes, las hachas golpean día y noche. La guerra que observamos y escuchamos ad­quiere así sentido. Nilfgaard, como sabéis, se ha apoderado de la salida del Yaruga, de Cintra y Verden, también del Alto Sodden. En este momento, seguro que también está en Brugge y parte del Bajo Sodden. Eso quiere decir que la madera transportada desde Angren ya está aprovisionando a los aserraderos y los astilleros imperiales. Los reinos del norte intentan detener el transporte, los nilfgaardianos por su parte quieren que se tale y se transporte lo más posible.

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