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Authors: John Crowley

Tags: #Ciencia Ficción

Bestias (27 page)

BOOK: Bestias
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—Un amigo —dijo Sten—. Se llama Loren Casaubon. Es mi mejor amigo. Ha venido a ayudar.

El leo lo miró largo tiempo sin hablar, y Loren permitió que él lo estudiara. Había estado así, pacientemente, a menudo, mientras alguna criatura lo estudiaba y trataba de saber cómo era; esto no lo irritaba ni confundía. Devolvió la mirada, empezando a conocer al leo, fascinado por lo que podía ver, olfateándolo igual como el leo lo olfateaba. Mitad hombre mitad león, decían siempre la televisión y las revistas. Pero Loren sabía que no era así, que no existe una media bestia: Painter no era la mitad de nada, sino enteramente un leo, tan completo como un ciervo o una rosa. Era asombroso que la vida hubiese producido un ser semejante; valiéndose del infinito ingenio y la curiosidad del hombre, la vida había equilibrado su propia evolución. Casi rió. Ciertamente sonrió: una sonrisa de maravilla y de placer puro. El leo era, fuera cual fuese su origen, un hermoso animal.

Painter se irguió. Todavía no se había recobrado de la prisión; cuando se puso de pie, una brusca obscuridad se interpuso entre el hombre y él. Por un segundo no supo nada; luego se vio sostenido por Sten y Loren.

—¿Por qué has venido? —preguntó.

—Reynard me ha enviado. Para ayudar a Sten.

El leo se desprendió de los dos.

—¿Puedes cazar?

—Sí.

—¿Sabes usarlas? —Painter señaló las viejas trampas de alambre colgadas en un rincón.

—Yo las hice —respondió Loren.

—Entonces podremos vivir —dijo Painter; fue hacia donde estaban las trampas y las alzó con dedos gruesos y torpes—. Trampas. Los hombres entendían de estas cosas. ¿Puedes enseñarme? —preguntó.

—¿Si puedo enseñarte a ser un trampero? —Loren sonrió—. Creo que sí.

—Muy bien —miró a los dos humanos, que de pronto parecían estar muy lejos, como si los viera desde una altura.

Desde aquel momento en que había comprobado, en la ciudad muerta, que no era posible escapar de los hombres, ni encontrar un sitio que ellos no alcanzaran, una llama se había encendido dentro de él, una llama que era como un propósito o una meta, y que parecía existir por ella misma. Estaba en él, pero no era suya. Casi se había extinguido en la prisión negra, pero había resurgido fulgurante cuando había aferrado entre sus garras al hombre llamado Barron. Durante los días que había pasado echado con Caddie en el lecho de paja, en la obscuridad, había empezado a discernir la forma de la llama. Era más grande que él; él solamente era el portal que a ella conducía. Ahora, mientras miraba a los hombres y los veía pequeños y lejanos, esa llama ardió de nuevo cálidamente, tan cálidamente que él abrió las puertas de la boca y les dijo, sin saber con exactitud por qué, ni qué quería decir:

—Haz de mí un trampero. Yo os haré cazadores de hombres.

Furioso, Halcón interrumpió su caída y con un amargo chillido se lanzó hacia la horqueta de un árbol muerto. El conejo que se debatía en el suelo, herido, indefenso, era la primera criatura comestible que había visto en todo el día. Y justamente cuando se lanzaba hacia ella con infinita precisión, presintiendo ya el sabor de la carne, el gran hombre rubio había emergido de la espesura con un grito.

Halcón observó al intruso que se inclinaba sobre el conejo. Se erizó, y el pico se le abrió en una mueca de deseo frustrado. Lo estaban expulsando: le quitaban su hogar, su subsistencia. También el viento lo impulsaba a marcharse: le erizaba las plumas plateadas y hacía crujir el viejo tronco. Sin que él lo supiera, había una familia de ardillas acurrucadas dentro del tronco, debajo de él, muy cerca; permanecían absolutamente inmóviles; percibían el olor de Halcón y el miedo las mantenía alerta. Halcón no las veía: no había ardillas.

Painter cortó limpiamente el palpitante cuello del conejo y luego intentó sacarlo de la trampa. Los dedos desmañados se le movieron con lenta paciencia a lo largo del alambre. Podía aprenderlo. Le sugirió al hombre que llevaba dentro que participara también y le ayudase.

Luego quitó las vísceras al conejo, cortó una ranura en el tendón del tobillo y pasó por ella una pata del animal para poder transportarlo. El método era preciso, satisfactorio, inteligente. Él no hubiera pensado en él: el joven Sten se lo había enseñado.

La debilidad de la prisión empezaba a desvanecerse; y mientras sus fuerzas volvían a organizarse, con los nervios templados de algún modo por las penurias y la prisión, sintió que también se organizaba todo su ser, en una nueva forma. Mientras llevaba el conejo, gozando del pequeño triunfo de la trampa, subió a una colina baja desde donde se veían las marismas. La débil luz del Sol lo calentó. Pensó en sus esposas, en alguna parte, muy lejos. Pensó en su hijo muerto.

No pensó nada acerca de él ni de ellas; no llegó a conclusiones. Sólo pensó en ellos. Los pensamientos lo llenaron como un recipiente, y se desvanecieron. Quedó vacío. El viento sopló a través de él. Un viento veloz y brillante. Algo fresco, luminoso, absolutamente nuevo lo llenó como con un agua clara. Supo, con una certidumbre tan brusca como una ola, que estaba en el centro del Universo. De algún modo, quizás, y probablemente por casualidad, aunque no importaba, había llegado a encontrarse allí y ser ese centro. Miró a lo lejos el Mundo invernal de color castaño, aunque no alcanzó a discernir la forma de lo que había en sus fronteras, ni lo intentó. Vendría hacia él de todas direcciones. Pensó: si me elevara hasta un lugar alto, atraería a todos los hombres.

Su mirada se movió por el Mundo. Vio a lo lejos al perro, que venía hacia él, entre las cañas y el fango. Mientras miraba, el perro ladró, saludando.

Sweets no necesitaba volver a llamar, ya estaba viviendo con Painter; esa forma obscura en la colina era su propio centro, rico e imperioso, que se extendía infinitamente; Sweets había sido atraído por los más débiles, tenues, distantes átomos del leo. Había sido suficiente. Ahora Sweets sólo necesitaba sumergirse en ese centro, probarlo con la lengua, y olvidar que existía cualquier otra cosa.

Painter aguardó en la colina, mirando al perro que se agazapaba, saltaba y se esforzaba por llegar hasta él. El invierno se profundizaba hacia la hora de la muerte del Sol. La víspera del solsticio, Halcón ya no pudo continuar negándose a la insistente llamada. Había regresado para su descanso nocturno, pero mientras se acercaba advirtió que en la torre había alguien más. Voló un rato alrededor. De todos modos, no quería descansar: quería elevarse, navegar, derrotar a la noche con sus largas alas. Este Mundo había envejecido. Echó a volar buscando una corriente rápida.

Mientras se alejaba, Loren y Sten lo miraban alternativamente con los binoculares de Loren.

—Algo brilla —comentó Sten— cuando le da la luz... ¿Ves?

—Sí.

—La anilla. En la pata.

—Seguramente.

—Era Halcón.

—Pienso que sí. No me imagino cómo.

—¿Volverá el año próximo?

—Tal vez.

—Podríamos recuperarlo.

—No —Loren había interpretado la señal—. No una vez que ha sido libre. Ahora no hay modo de meterlo en una jaula. Ya no es el halcón de nadie, Sten —y no agregó: y tú tampoco.

Desplazó los binoculares. A lo lejos algo flotaba: no era un ave. Parecía buscar algo, como una libélula cazando. Luego se movió rápidamente en línea recta hacia ellos: pudieron oírlo.

Todos, en la torre, lo oyeron. Mika miró por las hendeduras de la ventana; Sweets alzó las orejas y gruñó sordamente, hasta que Painter lo hizo callar.

—Viene hacia aquí —dijo Mika—. Es negro.

Como un halcón, permaneció pensativo un tiempo en lo alto, moviéndose levemente y acechando una presa (todos lo sentían) que estaba seguro de encontrar allí, aunque se ocultara. Luego se dejó caer: el ruido aumentó y el remolino de viento agitó las hojas muertas, las pajas, el polvo y los detritus del invierno. Las palas giraron más lentamente, pero continuaron cortando el aire. La cabina estaba teñida de color, de modo que nada pudieron ver. Luego se abrió.

El piloto saltó a tierra. Sin mirar a su alrededor, empezó a bajar cajas, paquetes, provisiones. Las puso en el suelo de cualquier manera; una brillante caja de aluminio se abrió y dejó caer su contenido como un tesoro. Recogió tres largos rifles y los agregó a la pila. Metió la cabeza dentro. Se apartó mientras el pasajero salía con cierta dificultad; luego subió rápidamente y cerró la cabina. Las palas rugieron: el visitante se inclinó y cerró los ojos mientras el aparato se elevaba, y le sacudía la capa. Luego la figura se enderezó, arreglándose las ropas.

Reynard estaba en el patio de la torre, apoyado sobre un bastón, aguardando.

Todos salieron lentamente de sus escondites. Reynard saludaba a cada uno cuando aparecía, señalándolo con el bastón.

—Mika —dijo—. Y Caddie, Sten y... y Loren. ¿Dónde está el leo, Painter?

—Estás muerto —dijo Caddie, manteniéndose alejada—. Yo te maté.

—No —dijo él—. No estoy muerto —avanzó hacia ella, sin cojear, y ella se alejó; él parecía vivaz, joven, casi alegre.

—Sí que te maté —Caddie rió con una risa loca y sofocada.

—Al que mataste —dijo Reynard— era mi padre. Yo soy... su hijo. En cierto sentido. En otro sentido, soy tan él como él mismo —miró en torno—. Convendría que me trataseis como si yo fuera él —sonrió mostrando las puntas de sus dientes amarillos—. Porque, ¿cómo podría morir Reynard el Zorro?

Painter salió del cobertizo, y también Sweets, que torció el hocico ante el olor del zorro. Painter atravesó el patio hasta el punto donde la pequeña figura lo esperaba.

—Buenas tardes, consejero —dijo.

—Hola, Painter.

—Se supone que has muerto.

—Pues bien, así es. No está bien, lo sé, que solamente Judas se levante de la tumba. Pero así es —miró largamente la maciza cabeza que tantas veces había oído describir y visto en la pantalla, pero que no conocía; e incluso en el primer instante del encuentro advirtió el error de su padre, con asombro—. No debes sentirte engañado —dijo—. El que te traicionó ha muerto. Pero quería que aun así gozaras de sus servicios. Mis servicios. Para siempre. Como sabéis —dijo, incluyendo a todos pero mirando intensamente a Painter y a Sten— soy estéril. Asexuado, en realidad. Por lo tanto, para continuar, tendrían que recrearme, clonarme, a partir de una de mis células. Mi padre comprendió que había llegado a un callejón sin salida, y que la única forma de huir era su propia muerte. Yo estaba preparado para sucederle. Mi educación debería haber sido más larga, pero fui liberado cuando él murió —alzó la vista al cielo—. Fue una larga espera.

—¿Lo hizo en secreto? —preguntó Loren—. ¿Cultivó un clon? ¿Y nadie se enteró?

—Él era... Yo soy... bastante rico. Hay hombres a quienes pago bien. Hombres capaces, y eso. Si soy cuidadoso, soy inmortal —volvió a sonreír—. Una perspectiva menos encantadora de lo que podríais imaginar.

—Sabes lo que él sabía —dijo Sten.

—Soy él.

—Entonces conoces sus planes. Por qué estamos aquí.

—Él no tenía ningún plan.

La voz de Reynard se había debilitado y era ahora casi inaudible. Tenía rastros de escarcha en las ventanas de la nariz. Poco a poco, la noche, la más larga del año, los había rodeado.

—¿Ningún plan?

—No —lentamente, como si se arrugara, se sentó; era una pequeña figura plegada—. Los hombres hacen planes —dijo Reynard—. Yo no soy un hombre. La apariencia es un engaño. Una mentira. Charla —pronunció la palabra como un breve ladrido—. Pura charla.

Mika se estremeció violentamente. Cuando habló, lo hizo con la garganta contraída.

—Tú has dicho que Sten sería rey.

—¿Sí? Pues supongo que eso es. Un rey.

—¿Qué debo hacer? —dijo Stein.

—Si eres un rey, tú mismo tienes que decidirlo, ¿no es verdad?

—Has dicho que Painter era el rey de las bestias —dijo Caddie.

—Así es. ¿Cómo podía saber que era verdad? Mi padre murió al descubrirlo —todos se habían acercado para oír su voz delicada, exhausta—. Yo no hago planes —dijo—. Lo que hago es discernir lo que ocurre y actuar en consonancia. Nunca podréis confiar en mí. Yo debo actuar: ésa es mi naturaleza. Nunca me detengo. Vosotros. Vosotros haréis el futuro. Os conocéis. Yo actuaré en el mundo que hagáis. Todo está en vuestras manos.

Uno por uno se sentaron o acuclillaron a su alrededor, todos menos Painter, que seguía de pie, remoto, inmutable como un ídolo con ojos enjoyados. Todavía no era de noche, aunque ese día había sido casi enteramente un ocaso. Aún podían verse mutuamente las caras, extrañas, de color mate, como las caras de las personas dormidas. Mañana el día sería imperceptiblemente más largo. El Sol se agitaría en su largo sueño.

—Sea lo que fuere lo que hagamos —dijo Reynard—, por lo menos todos estamos aquí. Todos los que conozco. Menos Meric. Está bien. Él está preparando el camino. De alguna manera —con su mano pequeña y su larga muñeca ofreció a Painter un sitio en el círculo; esperó a que el leo se acomodara, el perro se arrastró hasta él—. Bien, ¿empezamos? —dijo Reynard.

Apéndice:
La prospectiva científica en
Bestias
de John Crowley

Luis Bolaños

© Noviembre de 2003
by
Luis Bolaños.

En fanzine
Velero 25
, Diciembre de 2003.

Un inicio engañosamente apacible, donde se mezclan la etología, la cetrería y la paisajística no permite presagiar el torrente de acción y de violencia que se desencadenará luego, pero tan distanciado y desasido como si se tratara de montajes teatrales y no eventos por los cuales atraviesan los personajes.

Hay una cierta semejanza en el tono con
Heliópolis
de Ernest Junger y un compartir características entre el cantinero y el etólogo, de allí que ambas devienen como discursos sobre el poder, aunque en Crowley con un claro rechazo a las dictaduras por más justificadas que parezcan. Además se vislumbra cierta similitud entre sus campiñas y panoramas como los de Angela Carter en
Héroes y villanos
.

La emoción de los párrafos finales nos inunda como una ola y nos rendimos ante una propuesta que colinda con la presentación de evidencias en los últimos y más recientes avances de investigación etológica, evidencias que se acumulan y empujan a reconocer en las Bestias a nuestros socios, a nuestros compañeros de ruta en el acaecer de la vida sobre la Tierra, de la evolución, de las emociones, lo cual nos lleva al siguiente párrafo donde nos acercamos al lugar del cerebro donde yace el misterio de la inteligencia emocional.

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