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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (27 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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—¿Y yo qué sé? —le contesté gritando también—. ¿Respira?

Sonaron las campanitas metálicas de la puerta y la mujer de Jenks entró a toda velocidad en la cocina, arrastrando tras ella un séquito de al menos una docena de niños pixie.

—Vuestra salita está limpia —dijo abruptamente mientras su capa de seda color niebla se deshinchaba a su alrededor—. Nada de amuletos. Llevadlo allí. Jhem, adelántate a la señorita Ivy y enciende la luz y luego ayuda a Jinni a traerme aquí mi botiquín. Jax, llévate al resto a comprobar la iglesia. Empieza por el campanario. No paséis por alto ni una grieta. Revisad los muros, las cañerías, los cables y las líneas del teléfono. Cuidado con los búhos y no te olvides de ese cuchitril del cura. Si sospechas en lo más mínimo que huele a hechizo o a alguna de esas hadas, gritas con todas tus fuerzas, ¿entendido? Ahora marchaos.

Los niños pixie se dispersaron. Ivy también se fue, siguiendo obedientemente las órdenes de la diminuta mujer y salió a toda prisa hacia la salita. La escena me habría parecido divertida si Jenks no hubiera estado inmóvil en su mano. Apesadumbrada, los seguí.

—No, cariño —le dijo la diminuta mujer a Ivy cuando esta iba a recostarlo en un cojín—, en la mesa. Necesito una superficie dura en la que apoyarme para cortar.

¿
Para cortar
?, pensé mientras quitaba las revistas de Ivy de la mesa y las tiraba al suelo para dejarles sitio. Me senté en la silla más cercana e incliné la pantalla de la lámpara. Mis niveles de adrenalina iban descendiendo, dejándome mareada y helada en mi pijama de franela. ¿Qué pasaría si Jenks estaba herido de gravedad? Estaba conmocionada de pensar que de verdad había matado a dos hadas. Las había matado. Yo había enviado a gente al hospital alguna vez, sí, pero ¿matar a alguien? Recordé mi miedo, acurrucada en la oscuridad junto a una vampiresa excitada, y me pregunté si yo sería capaz de hacer lo mismo.

Ivy depositó a Jenks como si estuviese hecho de papel de seda y luego se retiró hasta la puerta. Su alta estatura resultaba menor y, encorvada y nerviosa, parecía fuera de lugar.

—Iré a vigilar fuera —dijo.

La mujer de Jenks sonrió, dejando ver una calidez intemporal en sus suaves y juveniles rasgos.

—No, cariño —dijo—. Ahora no hay peligro. Tenemos al menos un día entero antes de que la SI pueda encontrar otro clan de hadas dispuesto a atacarnos. Y no hay dinero suficiente en el mundo para que un pixie invada el jardín de otro pixie. Eso demuestra que las hadas no son más que unas bárbaras salvajes. Pero puedes echar un vistazo si quieres. Hasta un niño pequeño podría bailar entre las flores esta mañana.

Ivy abrió la boca para protestar pero se dio cuenta de que la pixie hablaba totalmente en serio, así que bajó la mirada y salió por la puerta trasera.

—¿Dijo algo Jenks antes de desmayarse? —preguntó su mujer colocándolo bien para que sus alas no estuviesen mal desplegadas. Parecía un insecto pinchado en una vitrina y me sentí fatal.

—No —le contesté, admirada por su calma. Yo estaba casi frenética—. Empezó como a recitar un soneto o algo así. —Me estiré el cuello del pijama y me encogí—. Se va a poner bien, ¿verdad?

Ella se puso de rodillas junto a él. Pareció más aliviada al pasarle un dedo cuidadosamente bajo el ojo hinchado.

—Está bien. Si estaba maldiciendo o recitando poesía es que está bien. Si me hubieses dicho que estaba cantando, me preocuparía. —Pasó sus manos lentamente sobre él y su mirada se quedó perdida—. Una vez que llegó a casa cantando casi lo perdemos.

Sus ojos se despejaron. Apretó los labios en una sonrisa triste y abrió la bolsa que sus hijos le habían traído. Sentí una gran culpabilidad.

—Lo siento mucho, señora Jenks —dije—. Si no fuese por mi culpa esto no habría sucedido nunca. Si Jenks quiere romper su contrato lo entiendo.

—¡Romper su contrato! —La señora Jenks me clavó los ojos con inquietante intensidad—. Cielo santo, criatura. ¿Por una cosa de nada como esto?

—Pero Jenks no tendría que haberse enfrentado a ellas —repliqué—. Podían haberlo matado.

—Eran solo tres —dijo extendiendo un paño blanco junto a Jenks con una especie de equipo quirúrgico con vendas, ungüento y lo que parecía membrana de alas artificial—. Y ya sabían lo que les esperaba. Vieron las advertencias. Sus muertes están justificadas. —Sonrió y entendí por qué Jenks había usado su deseo para no perderla. Parecía un ángel, incluso con el cuchillo que llevaba en la mano.

—Pero no iban a por vosotros —insistí—, me buscaban a mí.

Sacudió la cabeza agitando las puntas de su fino pelo.

—Eso no importa —dijo con su lírica voz—. Habrían tomado el jardín de todas formas. Pero creo que lo hicieron por el dinero. —Casi escupió la palabra al pronunciarlo—. A la SI le habrá costado un montón de dinero convencerlas para que se enfrentasen a la fuerza de mi Jenks. —Suspiró y fue cortando trozos de la membrana para tapar los agujeros en las alas de Jenks con la frialdad de alguien que remienda un calcetín—. No te preocupes —dijo—. Se han atrevido porque acabamos de mudarnos y pensaron que podrían pillarnos desprevenidos. —Me devolvió una mirada de suficiencia—. Pero les hemos demostrado que se equivocaban, ¿verdad que sí?

No sabía qué decir. La animosidad entre pixies y hadas iba más allá de lo que hubiese imaginado. Siendo ambos de la opinión de que nadie podía poseer la tierra, los pixies y las hadas rechazaban la idea de los títulos de propiedad y contaban con que la tradición oral bastaba. Y como no disputaban con nadie más que entre ellos, los tribunales hacían la vista gorda frente a sus asuntos, permitiéndoles solucionar sus desacuerdos entre ellos. Y aparentemente eso incluía los asesinatos. Me preguntaba qué habría pasado con quienquiera que viviese en el jardín antes de que Ivy alquilase la iglesia.

—A Jenks le caes bien —dijo la mujercita, enrollando la membrana de ala y guardándola—. Te considera su amiga. Yo también lo haré por respeto a él.

—Gracias —tartamudeé.

—Sin embargo, no confío en ti —dijo dejándome perpleja. Era tan directa como su marido y casi tan diplomática como él—. ¿Es verdad que lo has hecho socio? ¿De verdad y no para gastarle una broma cruel?

Asentí, más seria de lo que había estado en toda la semana.

—Sí, señora. Se lo ha ganado.

La señora Jenks empuñó unas diminutas tijeras. Parecían más una reliquia que una herramienta funcional. Tenían el mango de madera con forma de pájaro con el pico de metal. Abrí los ojos pasmada al verla coger las tijeras y arrodillarse junto a Jenks.

—Por favor, sigue durmiendo, cariño —le susurró y la observé atónita mientras delicadamente recortaba los deshilachados bordes de las alas de Jenks. El olor a sangre cauterizada se hizo intenso en la habitación cerrada.

Ivy apareció entonces en el umbral como si la hubiesen llamado.

—Estás sangrando —dijo.

Negué con la cabeza.

—Es el ala de Jenks.

—No. Estás sangrando. Tu pie.

Me incorporé con una expresión angustiada. Rompiendo el contacto visual con Ivy, levanté el pie para mirarme la planta. Una mancha roja cubría el talón. Había estado demasiado ocupada para darme cuenta.

—Ya lo limpio yo —dijo Ivy e inmediatamente dejé caer el pie retrocediendo—. El suelo —dijo Ivy molesta—. Has dejado huellas ensangrentadas por todo el suelo. —Miré hacia donde ella apuntaba en el pasillo, viendo claramente mis huellas ahora que se iba haciendo de día—. No pensaba tocarte el pie —farfulló Ivy saliendo con paso firme.

Me ruboricé. Bueno… después de todo me había despertado con el aliento de una vampiresa en el cuello.

Se oyeron varios portazos de los armarios de la cocina y el chorro del agua. Estaba enfadada conmigo. Quizá debería disculparme, pero ¿por qué? Ya le había pedido perdón por lo del puñetazo.

—¿Seguro que Jenks se va a poner bien? —pregunté eludiendo el problema.

La mujer pixie suspiró.

—Sí, si logro colocarle los parches en su sitio antes de que se despierte.

Se sentó sobre sus talones, cerró los ojos y murmuró una breve oración. Secándose las manos en la falda, cogió una paleta con mango de madera. Colocó uno de los parches en su sitio y pasó la paleta por los bordes, fundiendo el parche con el ala. Jenks se estremeció pero no se despertó. Cuando terminó le temblaban las manos y estaba cubierta por un poco de polvo de pixie que la hacía brillar. Era un auténtico ángel.

—¡Niños! —llamó y aparecieron de todas partes—. Llevaos a vuestro padre. Josie, ¿puedes ir a comprobar que la puerta está abierta?

Observé como los niños descendían alrededor de Jenks y lo levantaban en volandas para sacarlo por el tiro de la chimenea. La señora Jenks se levantó trabajosamente mientras su hija mayor recogía sus utensilios y los metía en la bolsa.

—Mi Jenks a veces aspira a más de lo que un pixie debiera soñar. Señorita Morgan, no deje que maten a mi marido por su insensatez.

—Lo intentaré —susurré, y ella y su hija desaparecieron por la chimenea. Me sentía culpable, como si intencionadamente hubiese manipulado a Jenks para que me protegiese. Oí un repiqueteo de cristales en el cubo de basura y me levanté para mirar por la ventana.

El sol había salido, haciendo brillar la hierba del jardín. Hacía rato que había pasado mi hora de ir a dormir, pero no creía que pudiese conciliar el sueño de nuevo. Me sentía cansada y fuera de control cuando entré arrastrando los pies en la cocina. Ivy, con su bata negra, estaba a cuatro patas fregando mis huellas.

—Lo siento —dije tras detenerme en mitad de la cocina y rodearme con los brazos. Ivy levantó la vista con los ojos entornados, haciendo el papel de mártir a la perfección.

—¿Por qué? —dijo con la evidente intención de arrastrarme por el proceso completo de una disculpa.

—Por, eh, por pegarte. No estaba despierta todavía —mentí—; No sabía que eras tú.

—Ya te has disculpado por eso —dijo, volviendo a mirar al suelo.

—¿Por tener que limpiar mis huellas? —volví a probar.

—Yo me ofrecí.

Asentí enfáticamente. Sí, era verdad. No iba a profundizar en los posibles motivos detrás de su ofrecimiento, simplemente aceptaría su oferta como un gesto de amabilidad. Pero estaba enfadada por algo. Y no tenía ni idea de por qué.

—¿Por qué no me das alguna pista? —dije finalmente.

Ella se levantó y se dirigió al fregadero para escurrir metódicamente la bayeta. El paño amarillo fue cuidadosamente colocado sobre el grifo para que se secase. Se volvió y se apoyó contra la encimera.

—¿Qué tal si confías un poquito en mí? Dije que no te mordería y no pienso hacerlo.

Me dejó boquiabierta. ¿Confianza? ¿Ivy estaba enfadada por mi falta de confianza?

—¿Quieres confianza? —dije dándome cuenta de que necesitaba estar enfadada para hablar de esto con Ivy—. Entonces, ¿por qué no demuestras un poco de autocontrol? Ni siquiera puedo llevarte la contraria sin que te salga la vena vampírica.

—No es verdad —dijo abriendo mucho los ojos.

—Sí que lo es —dije gesticulando—. Es igual que la primera semana que trabajamos juntas y discutimos sobre la mejor forma de atrapar a un ladrón en el centro comercial. Simplemente porque no coincida contigo no significa que esté equivocada. Al menos escúchame antes de decidir si lo estoy.

Ivy respiró hondo y luego dejó escapar el aire lentamente.

—Sí, tienes razón.

Me sorprendieron sus palabras. ¿Creía que tenía razón?

—Y otra cosa más —añadí, ligeramente más calmada—. Deja de salir huyendo en medio de las discusiones. Esta noche te largaste de aquí hecha una furia como si fueses a arrancarle la cabeza a alguien, y luego me despiertas a cinco centímetros de mi cara. Siento haberte dado un puñetazo, pero tienes que admitirlo, de alguna forma te lo merecías.

Una tímida sonrisa cruzó sus labios y desapareció enseguida.

—Sí, supongo que sí. —Recolocó la bayeta sobre el grifo. Girándose, se estrechó entre sus brazos agarrándose de los codos—. Vale, no volveré a desaparecer en mitad de una discusión, pero tú vas a tener que evitar excitarte tanto. Me espoleas hasta que ya ni sé por dónde piso.

Parpadeé perpleja. ¿Quería decir excitada en el sentido de asustada, enfadada o ambas cosas?

—¿Cómo dices?

—¿Y quizá podrías comprarte un perfume más fuerte? —añadió.

—Yo… yo me acabo de comprar uno —dije sorprendida—. Jenks me dijo que cubría el resto de olores.

Un gesto de aflicción apareció en el rostro de Ivy repentinamente cuando me miró a los ojos.

—Rachel… sigues oliendo mucho a mí. Eres como una enorme galleta de chocolate esperando sola en una mesa vacía. Y cuando te pones nerviosa es como si acabases de salir del horno, calentita y apetitosa. No he probado una galleta en tres años. ¿Podrías relajarte e intentar no oler tan deliciosamente bien?

—Oh —exclamé quedándome helada y hundiéndome en una silla junto a la mesa. No me gustaba que me comparasen con comida. Y además ahora no podría volver a comer otra galleta de chocolate en la vida—. He vuelto a lavar toda mi ropa —dije con voz débil—. Ya no uso tus sábanas ni tu jabón.

Ivy miró al suelo cuando la miré inquisitivamente.

—Ya lo sé —dijo—, y te lo agradezco. Ayuda, pero no es culpa tuya. El olor de un vampiro persiste en aquellos que viven con él. Es una estrategia de supervivencia que pretende alargar la vida de los compañeros de un vampiro indicándole a otros vampiros que se alejen. No creí que se notaría tanto compartiendo solo la casa y no la sangre.

Me recorrió un escalofrío al recordar de mis clases de latín básico que la palabra «compañero» provenía del término utilizado para referirse a la comida.

—Yo no te pertenezco —dije.

—Ya lo sé. —Respiró hondo sin mirarme—. La lavanda ayuda. Quizá si cuelgas una bolsita en tu armario sea suficiente; e intenta no alterarte tanto, especialmente cuando… discutamos acciones alternativas.

—Vale —dije en voz baja, sabiendo lo difícil que iba a ser este acuerdo.

—¿Sigues pensando ir a casa de Kalamack mañana? —preguntó Ivy. Asentí, aliviada por el cambio de tema.

—No quiero ir sin Jenks, pero no creo que pueda esperar hasta que vuelva a volar.

Ivy se quedó en silencio durante un momento.

—Yo te llevo en coche. Te acercaré tanto como quieras arriesgarte.

Abrí la boca sorprendida por segunda vez.

—¿Por qué? Quiero decir, ¿de verdad? —me corregí inmediatamente y ella se encogió de hombros.

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