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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (24 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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Crucé las piernas y arqueé las cejas.

—¿Me está ofreciendo un trabajo, señor Kalamack? ¿Quiere que sea su secretaria, que escriba sus cartas y le traiga el café?

—No, por Dios, no —dijo ignorando mi sarcasmo—. Huele demasiado a magia para el puesto de secretaria, a pesar de intentar cubrirlo con ese…
mmm
¿perfume?

Me ruboricé, pero estaba decidida a sostener su inquisidora mirada.

—No —continuó Trent con rotundidad—, es demasiado interesante para ser secretaria, incluso de las mías. No solo ha abandonado la SI, sino que va provocándolos. Se fue de compras, irrumpió en los archivos y destruyó el suyo. ¿Y ahora ha encerrado a un cazarrecompensas inconsciente en el maletero de su propio coche? —dijo con una cultivada risa—. Me gusta. Pero aún más interesante es su cruzada por mejorar. Aplaudo su iniciativa para expandir sus horizontes, aprender nuevas técnicas. La voluntad de explorar nuevas opciones que la mayoría rechaza es un pensamiento que intento inculcar en mis empleados. Aunque leer ese libro en el autobús también demuestra cierta falta de… criterio. —Un rayo de humor negro cruzó sus ojos—. A no ser que su interés por los vampiros tenga un origen más terrenal, señorita Morgan.

Se me hizo un nudo en el estómago y me pregunté si tendría suficientes amuletos para salir de allí. ¿Cómo había averiguado todo eso cuando la SI no ha podido controlarme? Me esforcé por permanecer en calma cuando me di cuenta del lío en el que estaba metida. ¿En qué estaría pensando cuando entré aquí? Su secretaria había muerto. Él traficaba con azufre, por muy generoso que fuese con las organizaciones caritativas o por mucho que jugase al golf con el marido de la alcaldesa. Era demasiado listo para conformarse con controlar un tercio de la industria de Cincinnati. Sus intereses ocultos se extendían por los bajos fondos y estaba segura de que quería que todo siguiese igual.

Trent se inclinó hacia delante con una expresión decidida y supe que había terminado con la chachara.

—Mi pregunta, señorita Morgan —dijo en voz baja— es qué quiere de mí.

No dije nada. Mi confianza se desvanecía.

Trent hizo un gesto señalando su escritorio.

—¿Qué buscaba?

—¿Un chicle? —dije y él suspiró.

—Para evitar una gran cantidad de tiempo y esfuerzos perdidos le sugiero que seamos sinceros el uno con el otro. —Se quitó las gafas y las dejó a un lado—. Considero que ambos lo necesitamos. Dígame por qué ha arriesgado su vida para visitarme. Tiene mi palabra de que la cinta con sus acciones de hoy se… ¿traspapelará? Simplemente quiero saber en qué posición me encuentro. ¿Qué he hecho para atraer su atención?

—¿Y no me detendrán? —dije. Él se reclinó en su asiento asintiendo. Sus ojos tenían un tono de verde que no había visto nunca. No tenía ni una pincelada de azul, ni una mota.

—Todo el mundo quiere algo, señorita Morgan —dijo pronunciando con precisión cada palabra pero fluyendo hacia la siguiente como el agua—. ¿Qué es lo que quiere usted?

Mi corazón dio un vuelco ante su promesa de libertad. Seguí su mirada hacia mis manos y a la suciedad bajo mis uñas.

—Yo —dije escondiendo las uñas en mis palmas—, lo que quiero son las pruebas de que usted mató a su secretaria y de que trafica con azufre.

—Oh —dijo con un suspiro conmovedor—, quiere comprar su libertad. Debí imaginarlo. Usted, señorita Morgan, es más compleja de lo que suponía. —Movió la cabeza asintiendo. El forro de seda de su traje acompañaba sus movimientos con un suave murmullo—. Si me entrega a la SI sin duda se ganará su independencia, pero como comprenderá no puedo permitirlo. —Se puso recto, adoptando una actitud de hombre de negocios—. Estoy dispuesto a ofrecerle algo igual de bueno que la libertad. Quizá incluso mejor. Puedo hacer las gestiones pertinentes para que se pague su contrato con la SI. Un préstamo, si lo prefiere. Podrá pagarlo a lo largo de su carrera trabajando para mí. Puedo colocarla en una buena fundación, quizá con un pequeño grupo de empleados.

Me entró frío y después calor. Quería comprarme. Sin advertir mi creciente ira, Trent abrió una carpeta de su archivador. Sacó un par de gafas con montura de madera del bolsillo interior de la chaqueta y se las colocó sobre su pequeña nariz. Hice una mueca cuando me miró de arriba abajo, observándome bajo mi disfraz. Emitió un ruidito antes de inclinar su rubia cabeza para leer el contenido de la carpeta.

—¿Le gusta la playa? —preguntó con tono jovial, y me pregunté por qué fingía necesitar las gafas para leer—. Tengo una plantación de macadamias que quiero ampliar. Está en los Mares del Sur. Incluso podría elegir los colores de la casa principal.

—Puedes irte al cuerno, Trent —dije y él me miró por encima de las gafas aparentemente sorprendido. Tenía un aire encantador y tuve que desechar ese pensamiento de mi cabeza—. Si quisiese tener a alguien tirándome de la correa, me habría quedado en la SI. El azufre sale de esas islas, y para el caso, más me valdría ser humana estando tan cerca del mar: allí no podría hacer ni siquiera un hechizo de amor.

—El sol —dijo con tono persuasivo quitándose las gafas—, la arena cálida, sin horarios fijos. —Cerró la carpeta y puso una mano encima—. Puede llevarse a su nueva amiga, ¿Ivy se llama? Una vampiresa Tamwood, un buen partido. —Una sonrisa irónica apareció en su cara.

Estaba a punto de perder los estribos. Se creía que podía comprarme. El problema era que me sentía tentada y ahora estaba enfadada conmigo misma. Miré hacia abajo para verme las manos apretadas sobre el regazo.

—Sea sincera —dijo Trent haciendo girar el lápiz entre sus largos dedos con una destreza pasmosa—. Es una mujer de recursos, incluso hábil, pero nadie elude a la SI por mucho tiempo sin ayuda.

—Tengo opciones mejores —dije, esforzándome por permanecer sentada. No podía ir a ninguna parte hasta que él me dejase—. Voy a atarle a un poste en el centro de la ciudad y a demostrar que está implicado en la muerte de su secretaria y que trafica con azufre. Abandoné mi trabajo, señor Kalamack, no mis principios.

Vi la ira reflejada en el verde de sus ojos, pero su rostro permanecía tranquilo mientras dejaba el lápiz de nuevo en el cubilete con un ruido seco.

—Puede estar segura de que mantendré mi palabra. Siempre mantengo lo que digo, ya sean promesas o amenazas. —Su voz pareció derramarse por el suelo y tuve el estúpido impulso de levantar los pies de la moqueta—. Un hombre de negocios debe hacerlo así —continuó—, o no duraría mucho en el mundo de los negocios.

Tragué saliva, preguntándome qué demonios sería. Tenía la elegancia, la voz, la rapidez y la confianza de un vampiro y por mucho que me desagradase, no podía negar su atractivo, aumentado por su fuerza personal más que por una actitud provocativa o por indirectas sexuales. Pero no era un vampiro vivo. Aunque en la superficie parecía cercano y de naturaleza afable, mantenía un espacio personal muy amplio, al contrario que los vampiros. Mantenía a la gente a distancia, demasiado lejos para seducir mediante el contacto. No, no era un vampiro, pero ¿podría ser el delfín humano de un vampiro?

Elevé las cejas. Trent parpadeó al advertir que una idea me cruzaba por la mente sin saber de qué se trataba.

—¿Sí, señorita Morgan? —murmuró. Parecía incómodo por primera vez.

Me dio un vuelco el corazón.

—Su pelo se mueve de nuevo —dije intentando sorprenderlo. Entreabrió los labios y por un instante pareció no encontrar palabras.

Di un salto al oír que se abría la puerta. Jon entró, tieso y enfadado, con la actitud de un protector encadenado por aquel a quien había prometido defender. En sus manos llevaba una bola de cristal del tamaño de una cabeza. Dentro estaba Jenks. Asustada, me levanté, apretando mi bolso contra mí.

—Jon —dijo Trent atusándose el pelo a la vez que se levantaba—, gracias. ¿Te importaría acompañar a la señorita Morgan y a su socio hasta la salida?

Jenks estaba tan enfadado que sus alas eran un torbellino negro. Podía verlo moviendo la boca, pero no podía oír nada. Sus gestos sin embargo eran inconfundibles.

—¿Mi disco, señorita Morgan?

Me giré y me quedé sin respiración al comprobar que Trent había pasado al otro lado del escritorio y estaba justo detrás de mí. No lo había oído moverse.

—¿Su qué? —tartamudeé.

Extendió la mano derecha. Parecía suave, como si no hubiese trabajado nunca, pero se veía la tensión de su fuerza. Únicamente llevaba un anillo de oro en un dedo. No pude evitar fijarme en que apenas era unos centímetros más alto que yo.

—¿Mi disco? —repitió y yo tragué saliva.

Demasiado tensa para reaccionar, lo saqué de mi bolsillo con dos dedos y se lo entregué. Entonces noté que algo cambiaba en él. Fue tan sutil como una brisa y tan indistinguible como un copo de nieve entre miles, pero estaba allí. En aquel momento lo supe. No era el azufre lo que temía Trent, era algo que había en ese disco.

Mis pensamientos se centraron entonces en el cajón de ordenados discos y solo gracias a un gran esfuerzo mantuve la mirada en Trent en lugar de dejarla seguir mis sospechas hacia el cajón de su escritorio. ¡Que Dios me ayude! Trenton traficaba con biofármacos además de con azufre. Era el maldito amo del mercado de los biofármacos. El corazón me martilleaba en el pecho y se me secó la boca. Metían a la gente en la cárcel por traficar con azufre, pero los apaleaban, quemaban y descuartizaban por traficar con biofármacos… ¿y quería que trabajase para él?

—Ha demostrado una inesperada capacidad de planificación, señorita Morgan —dijo Trent, interrumpiendo mis desbocados pensamientos—. Los vampiros sicarios no la atacarán mientras esté bajo la protección de Tamwood, y que todo un clan de pixies la proteja de las hadas así como irse a vivir a una iglesia para mantener a los hombres lobo alejados conforma un plan bello por su simplicidad. No deje de comunicármelo si cambia de opinión acerca de trabajar para mí. Aquí encontrará satisfacción y reconocimiento, algo en lo que obviamente la SI no era pródiga.

Puse una cara inexpresiva, concentrándome en evitar que me temblase la voz. Yo no había planeado nada, lo había hecho Ivy, y no estaba segura de cuáles eran sus motivos.

—Con el debido respeto, señor Kalamack, por mí, puede irse al cuerno.

Jonathan se puso tenso, pero Trent simplemente asintió y volvió a su sitio tras el escritorio.

Una pesada mano se posó en mi hombro. Instintivamente la agarré, agachándome para lanzar por encima de mi hombro al suelo a quienquiera que me hubiese tocado. Jonathan cayó con un gruñido de sorpresa. Ya estaba arrodillada sobre su cuello antes de ser consciente siquiera de haberme movido. Asustada por lo que había hecho, me levanté y retrocedí. Trent me miraba completamente despreocupado tras volver a colocar el disco en su cajón.

Otras tres personas habían entrado al oír el fuerte golpe de Jonathan. Dos de ellos se pusieron a mi lado y el tercero se colocó delante de Trent.

—Dejad que se vaya —dijo Trent—, ha sido culpa de Jon. —Suspiró con cierta reprobación—. Jon —añadió con tono cansado—, no es la tontita que finge ser.

El hombretón se levantó despacio. Se estiró la camisa y se pasó la mano por el pelo. Me miró con odio. No solo lo había vencido delante de su jefe, sino que además este le había reprendido delante de mí. Muy enfadado, cogió la bola de cristal con Jenks con malos modos y se dirigió a la puerta.

Me habían dejado libre de nuevo en la calle, más asustada por lo que acababa de rechazar que por haber abandonado la SI.

Capítulo 15

Estiré la masa de la pizza, descargando las frustraciones de mi fabuloso día con los indefensos ingredientes. Me llegó crujido de papeles procedente de la mesa de Ivy. Volví mi atención hacia ella. Con la cabeza gacha y la frente fruncida, Ivy dedicaba todo su interés a un mapa. Sería tonta si no me hubiese dado cuenta de que sus reacciones se habían hecho más rápidas desde la puesta de sol. Se movía con esa desconcertante gracia, pero parecía airada, no seductora. Aun así, vigilaba cada uno de sus movimientos.

Ivy tenía una misión de verdad, pensé amargamente allí de pie en el centro de la isla haciendo pizza. Ivy tenía una vida. Ivy no intentaba demostrar que el ciudadano más prominente y querido de la ciudad era el señor de los biofármacos y hacía también de cocinero jefe.

En tres días por su cuenta, Ivy ya había conseguido un encargo para encontrar a un humano desaparecido. Me resultó extraño que un humano acudiese a un vampiro en busca de ayuda, pero Ivy tenía su encanto particular o más bien asustaba a la competencia. Llevaba con la nariz metida en los mapas de la ciudad toda la noche, señalando los lugares favoritos del hombre con rotuladores de colores y dibujando los recorridos que probablemente pudiera haber seguido para ir en coche desde casa al trabajo, etcétera.

—No soy ninguna experta —dijo Ivy hablándole a la mesa—, pero ¿seguro que eso se tiene que hacer así?

—¿Quieres hacer tú la cena? —salté y luego miré lo que estaba haciendo. El círculo parecía más bien un óvalo torcido, tan delgado en algunos sitios que casi tenía agujeros. Avergonzada, pellizqué la masa para tapar los huecos y la arreglé para que cupiese en la bandeja del horno. Mientras me afanaba con los bordes miré a Ivy subrepticiamente. A la primera mirada seductora o movimiento sospechoso, saldría pitando por la puerta para esconderme detrás del tronco de Jenks. El tarro de salsa hizo un fuerte
pop
al abrirse. Miré a Ivy sin apreciar ningún cambio. Eché casi toda la salsa en la pizza y volví a cerrar el tarro.

¿Qué más tendría que echarle?, me preguntaba. Sería un milagro si Ivy me dejaba echarle lo que normalmente le ponía. Decidí ni intentar ponerle anacardos, saqué los ingredientes más corrientes.

—Pimientos —murmuré—, champiñones. —Miré a Ivy. Tenía pinta de gustarle la carne—. Y el beicon que ha sobrado del desayuno.

El rotulador chirriaba conforme Ivy dibujaba una línea morada desde el campus hasta la zona más peligrosa de clubes y bares nocturnos en los Hollows, junto al río.

—Bueno —dijo arrastrando las vocales—, ¿piensas contarme qué te preocupa o voy a tener que pedir una pizza cuando quemes esta?

Puse el pimiento en el fregadero y me apoyé en la encimera.

—Trent trafica con biofármacos —dije, oyendo lo mal que sonaba eso en voz alta—. Si supiese que pienso intentar detenerle por ello, me habría liquidado más rápido que la SI.

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