Se da prisa por entrar, pero los nervios le juegan una mala pasada y no acierta con la cerradura. El teléfono continúa sonando y ella, desesperada, está a punto de derribar la puerta de una patada. Así seguro que lo conseguiría antes. ¡Maldita llave!
¡Por fin abre!
Se abalanza sobre el aparato, que hace un segundo ha dado su último tono y ya ha dejado de sonar. ¡Mierda, qué mala suerte! Respira y comprueba quién es la persona que la ha llamado. No puede ser. ¿Él?
¡No puede ser! ¿Qué hace? ¿Lo llama ella? ¿O espera a que le vuelva a llamar? Mejor lo segundo.
Se sienta en la cama sin dejar de mirar el móvil. Qué rabia no haber llegado al cuarto un poco antes o haberse liado con la llave en la cerradura. ¿La volverá a llamar otra vez? No tarda mucho en averiguarlo. Su teléfono suena y lee su nombre en la pantalla. Una sonrisa de oreja a oreja y también un puñado de nervios. Pulsa el botón verde y lo saluda.
—¡Hola, cómo me alegro de volver a oírte!
Mientras, abajo, en la sala de las lavadoras, un domingo de diciembre
—Cuánto tarda
Paola
—protesta Valentina en voz baja, mirando el reloj—. ¡Si solo era coger una estúpida ficha para la secadora!
La joven está desesperada. Aunque ha bajado con la excusa de hacer una pausa en sus estudios, empieza a agobiarse. ¡Los exámenes ya están aquí! Y pronto irán a comer, luego le toca limpiar e igual se echa un rato para descansar…
—Todavía no me has explicado por qué hoy sustituyes a tu amiga en el castigo —le comenta Luca acercándose a ella.
—No me apetece hablar contigo. Déjame en paz.
Desde que Paula se fue, no han conversado. Concretamente Valentina es la que no ha querido hablar con el chico que ha intentado ser amable. Está harta de aquel tipo prepotente y que solo existe para molestar a los demás.
—¿Por qué estás así conmigo?
—Porque te lo mereces.
—Que yo sepa, a ti no te he hecho nada.
—Eso es porque a mí me tienes miedo.
Luca suelta una carcajada y está a punto de responderle con una grosería. Pero debe controlarse. Una cosa es discutir con ella y otra faltarle el respeto. Si quiere lograr lo que se propuso, a la italiana y a la española debe tratarlas bien. Así que se muerde la lengua e intenta moderarse.
—No te tengo miedo,
italianini
.
—Que pesado eres con lo de
italianini
. Tengo un nombre, ¿lo sabes?
—Claro que lo sé.
—¡Pues úsalo!
Mamma mia!
—Me sé hasta tu apellido.
—¿Ah, sí? Sorpréndeme.
—Bruscolotti. ¿No es así?
Pues sí. La ha sorprendido. No imaginaba que supiera su nombre completo. No tiene ni idea de cómo ni por qué lo sabe, pero tampoco le importa.
—Si esperas un premio, vas listo, Luca Valor.
—No quiero ningún premio, Valentina Bruscolotti.
El chico sonríe y se sienta en el suelo, apoyando la espalda contra la pared. A su lavadora le queda poco para terminar. La italiana está cansada de esperar de pie a su compañera de habitación y se sienta a su lado. Saca un cigarro y lo enciende.
—¿Qué miras? —le pregunta expulsando el humo de la primera calada.
—Aquí no se puede fumar.
—¿Qué más da? ¿Quién me va a pillar? El director no está hoy en la residencia y los conserjes nunca bajan aquí.
—Pero si salta la alarma de incendios, nos meteremos…, te meterás en problemas.
Luca alza la vista hacia el techo y señala con la mirada un piloto rojo intermitente. Es el detector de humo. Valentina resopla y apaga el cigarrillo estrujándolo contra el suelo.
—Eres un aguafiestas.
—Y tú… una…
—¿Una qué?
Control. Control. Respira hondo y sonríe.
—Nada, Valentina Bruscolotti. Nada.
—¿Ahora vas a llamarme siempre así?
—¿No querías eso? —pregunta sonriente e imita su voz y su acento italiano—. «Tengo un nombre, ¿lo sabes? Pues úsalo.
Mamma mia!
».
Que estúpido. Y qué mal lo hace. Pero le ha hecho reír.
—Será mejor que no diga nada de tu absurda imitación. Desde luego, no te ganarías la vida como humorista.
—En cambio, tú has sonreído.
¡No! ¡Se ha dado cuenta! Y ella que pretendía que no se le notase. Bueno, que se haya reído por una tontería así no significa nada. Aquel chico sigue siendo un cretino y un impertinente.
—
Paola
debe estar fabricando la ficha. ¡¿Cómo puede tardar tanto?!
—Se habrá entretenido con cualquier cosa. Es una chica muy infantil.
—¿Tú crees que ella es infantil?
—Sí. Pero…
—Pero te gusta —le interrumpe, Valentina—. Estás enamorado de ella hasta el fondo.
El joven la mira con cara de pocos amigos. Se apoya en su hombro y se levanta del suelo.
—Eso es una tontería que se os ha metido en la cabeza.
—¿Se nos ha metido? —repite sonriente, la italiana—. Así que no solo yo pienso así… ¡Es que está clarísimo que te ha conquistado por completo!
—Lo que está claro es que no tienes ni idea de nada.
Se mete la mano en el bolsillo del pantalón, saca una ficha para la secadora y se la lanza a Valentina. Esta rebota en sus piernas y cae al suelo.
—Cuanto antes admitas que Paula te gusta, más posibilidades tendrás con ella. Quién sabe si cuando regrese a España por vacaciones no volverá con su ex o se enamorará de otro español.
Luca sonríe y mueve la cabeza de un lado para otro. Coloca las manos en la nuca y, silbando, se marcha de la sala de lavadoras.
Y es que no está dispuesto a seguir escuchando. Nadie decide lo que tiene o no tiene que hacer. Solo él mismo. Valentina Bruscolotti ya debería saberlo.
Ese día de diciembre, en un lugar de la ciudad
Cuelga el teléfono y suspira. Esa mañana se quedará en casa, no irá al Manhattan a escribir. Sergio le ha dicho que no se preocupe, que está todo controlado. Pandora le está echando una mano a pesar de que hoy no le tocaba trabajar. Qué buen fichaje ha hecho para el bibliocafé. Es una chica realmente extraña. En apariencia, frágil, tímida, insegura… Imagina que debe haber sufrido mucho a causa de su sobrepeso. Sin embargo, cuando hace o habla de las cosas que le gustan, transmite una enorme pasión y una gran ilusión. Y eso a Álex le encanta. Es de las pocas personas que ahora mismo consiguen sacarle una sonrisa.
Está siendo un comienzo de domingo muy apático. No tiene ganas de nada, aunque sabe que no puede dormirse en los laureles. Se acerca el plazo de entrega de
Dime una palabra
y todavía le queda mucho trabajo por delante. Ya calcula las páginas que tiene que escribir al día y, si no espabila, no le dará tiempo.
Enciende el ordenador y espera a que se inicie la sesión. Bosteza. Es la enésima vez que lo hace desde que se despertó. Mala noche. Muy mala. Ella no ha parado de acudir a sus sueños, transformados en pesadillas, cuando le oía decir que no quería seguir con él.
La de Paula es la tercera relación que tiene y que se acaba en el último año y medio pero, sin duda, esta ruptura ha sido la más dolorosa, la que más le está afectando. Quizá porque ha sido la única vez que ha querido a alguien de verdad.
La historia con Abril fue un visto y no visto. Y lo de Katia…, no hay palabras para definir lo que pasó con la cantante del pelo rosa.
Una infidelidad, una confesión y la incompatibilidad de sus caracteres y estilos de vida fueron los detonantes para que la relación entre ellos no siguiera adelante. Aunque, si es sincero consigo mismo, debe reconocer que nunca la llegó a querer de verdad, a amarla como ama a Paula.
—¿Por qué no me has llamado?
—Lo siento. No me he dado cuenta de la hora que era.
—Estaba preocupado.
—Ya te he dicho que lo siento.
—El concierto terminó hace tres horas…
—Pero me he entretenido, ya sabes cómo son estas cosas. Te lían, te lían y…
Sin embargo, por mucho que intentan esconder la verdad, los ojos celestes de Katia no son capaces de ocultarla por más tiempo. Y se echa a llorar apoyando su cabeza en el pecho de Álex.
—¿Qué ocurre?
—Es que… lo he vuelto a ver.
—¿A quién?
—A él. Pero no ha pasado nada… Solo me besó… un par de veces. Pero pensé en ti, en lo que te quiero, y me fui de allí corriendo.
El escritor se aparta y la mira a los ojos. Después de que Katia le confesara que en una fiesta tras un concierto se había liado con uno de los guitarristas que había contratado para acompañarla, nada fue igual. De eso hace dos semanas. Le dio otra oportunidad, pero sabía que su relación ya estaba herida de muerte. No desde ese momento, sino antes de que eso pasara, porque se había dado cuenta de que ellos no estaban hechos para estar juntos.
—Creo que deberíamos dejarlo.
—No. ¡No!
—Ya no confío en ti. Y…
—Perdóname, amor. Ha sido un gran error. Pero no volverá a pasar. De verdad. Debes confiar en mí.
—No es solo una cuestión de confianza —comenta Álex, suspirando y mirando hacia ninguna parte—. Nuestra forma de vivir es completamente distinta. Tú sales por las noches, con gente de tu mundo… Y yo no puedo seguir ese ritmo. Ni me gusta ni estoy preparado para ello.
—Pero yo te quiero. Intentémoslo juntos. Saldrá bien. ¡Seguro!
—No puede ser. Esto ya es imposible.
—Dame otra oportunidad, amor. Mejoraré. Me adaptaré a lo que tú quieras.
—No hay solución, Katia.
—Lo siento, de verdad.
—Yo también lo siento, pero lo mejor es que acabemos con lo nuestro.
Y pesar de que ella le pidió disculpas y le suplicó una y otra vez aquella noche, fue la última vez que se vieron cara a cara. En las semanas siguientes, hablaron un par de veces por teléfono e intercambiaron algunos SMS. Pero la historia de amor entre Álex y Katia había terminado para siempre.
El cielo está blanco, cubierto por una espesa capa de nubes. Cielo de invierno. Hace mucho frío. No quiere encender la calefacción porque luego le duele la cabeza así que, para entrar en calor, Álex coge una manta y se la echa por encima. Incluso, hasta se cubre la cabeza con ella.
Abre el Word y lee el último párrafo que tiene escrito. No le gusta demasiado. Le suele pasar a menudo. Algo que por la noche parece increíble, a la mañana siguiente es horroroso. Modifica algunas palabras y varios signos de puntuación y lo lee otra vez. Nada. ¡Está fatal! Se echa hacia detrás y resopla. Paciencia.
Tal vez, si escucha un poco de música, eso le inspire. Una canción de la Ley de Darwin podría irle bien. La mejor,
Buscando una salida
. Volumen al máximo.
Play
. Oye la letra detenidamente y es peor el remedio que la enfermedad.
«Todo esto es por ti…, todo esto es por ti».
Todo esto es por ella. Por Paula, por su Paula. Mira hacia el techo y canta el estribillo del tema en voz baja. Sonríe melancólico. Ella siempre le decía que menos mal que se dedicaba a escribir y no a cantar. Y ya lo de bailar… Nunca le ha gustado. «Lo que pasa es que eres un soso». Recuerda cómo bailaba, con ese sexto sentido que tienen todas las chicas para moverse al ritmo de la melodía y no parecer descoordinadas. «No soy un soso, solo tengo dignidad».
Stop
. Lo de escuchar música no ha sido una buena idea. Lo prueban sus ojos. Con el puño de la camiseta se los seca.
¿Por qué se tuvo que ir a Londres? Porque era lo mejor para ella. Una gran oportunidad para aprender y formarse. No podía ni debía decir que no.
Un nuevo esfuerzo. Estira los dedos y se centra en la pequeña pantalla de su portátil. Aquel párrafo no hay quien lo arregle, pero en cuatrocientas páginas no todo puede estar perfecto, ¿no? Hay que seguir adelante.
Pasan los minutos y la flechita del cursor está en el mismo sitio que hace un rato. Qué difícil es concentrarse cuando la cabeza está en otra parte. Ni una sola palabra nueva. Está claro que aquel no va a ser su día.
Suena el teléfono. No es una interrupción inoportuna, más bien es un alivio. La salvación a tanta desidia. El número que aparece en la pantalla de su móvil no es de ningún contacto que tenga en su agenda. Responde.
—¿Sí?
—Hola, Alejandro.
—Hola.
Aquella voz femenina le suena, pero no sabe quién es. No tarda nada en descubrirlo.
—Soy Pandora. Sergio me ha dado tu número.
—Ah, ¿qué tal, Panda? No te había reconocido por teléfono.
—No te preocupes.
La chica se queda en silencio. Parece que le ha decepcionado un poco que Álex no supiera quién era.
—¿Va todo bien en el Manhattan?
—Sí. Sergio y yo nos apañamos bien.
—Muchas gracias por todo, Panda. Te pagaré las horas extras.
—Ah. Bueno, como tú quieras.
—Es lo justo.
Un nuevo silencio. Álex no comprende muy bien el motivo de aquella llamada. Si no hay problemas en el bibliocafé, ¿qué es lo que quiere?
—Anoche leí lo que me mandaste por
email
.
—¿Sí? ¿Y qué te pareció?
—Increíble.
Vaya, eso le anima. Aunque su tono apagado de voz no es precisamente indicativo de que
Dime una palabra
le esté pareciendo así.
—Me alegro de que te haya gustado.
—Es genial. Tengo muchas ganas de que lo termines y poder leerlo entero.
—En ello estoy, aunque todavía falta mucho para eso.
—Tendré paciencia.
—No te queda otro remedio.
El chico ríe, pero Pandora no le sigue. Algo debe pasarle para que esté tan desanimada. ¿Se habrá enfadado con su madre?
—Bueno, me tengo que ir, que han venido más clientes y Sergio me está llamando.
—Vale. Si hay cualquier problema, avisadme.
—¿Esta tarde vendrás por aquí?
—No lo sé. Hoy tengo un día un poco raro. Me está costando concentrarme, así que no sé si me pasaré por allí.
—Ah.
—¿Por qué lo preguntas? ¿Necesitáis algo?
—No. Es solo… porque… se te echa… de menos —contesta titubeando, bajando mucho la voz—. Adiós, Alejandro.
—Adiós, Pandora.
El chico no cuelga, creyendo que será ella la que lo hará. Pero no es así. Escucha cómo suspira dos veces al otro lado de la línea, hasta que por fin la joven se decide y la llamada termina.
¿Qué le pasará? Quizá quería contarle algo y no se ha atrevido. No lo sabe, aquella muchacha es muy particular.