El joven rapado coge de la parte trasera del coche una bolsa y se la entrega a Fabián. Dentro hay una caja envuelta en papel de colores.
—No me jodas. ¿Y esta pijería?
—¿No se lo vas a dar como si fuera un regalo?
—Claro que no.
—Ah, pues yo pensaba que sí.
—En fin…
Para regalos está la cosa. Quita el envoltorio sin ningún cuidado y, atónito, lee lo que pone en la caja.
—¿Qué te pasa? ¿No te gusta?
—¿Le has comprado un HTC?
—Sí. Es de lo mejorcito que hay ahora en telefonía móvil.
—¿Y cuánto te ha costado?
—El precio está detrás.
Fabián le da la vuelta a la caja y busca la etiqueta con el precio. Cuando lo encuentra, mira a su amigo.
—Esto lo vas a pagar tú, ¿verdad? —dice sonriendo sarcásticamente.
—Eh… Yo creía que me devolverías el dinero. Es tu novia.
—Yo a mi novia en la vida le compraría un teléfono de más de cuatrocientos euros.
—Pero… no me dijiste marca ni modelo ni nada. Y como era para ella, y querías contentarla para que no diera la lata, yo pensé que…
El joven de los ojos celestes le da una palmadita en el hombro al rapado y entra de nuevo en la nave. Ricky lo sigue resignado. Acaba de perder gran parte de lo que tenía ahorrado para otro tipo de asuntos.
—¡Mira, cariño, lo que tengo para ti! —exclama Fabián caminando hasta Miriam, que continúa dándole vueltas a los macarrones.
La chica se gira y ve a Ricky, al que saluda sin ningún entusiasmo, y a su novio con un aparato en la mano. Parece un móvil, un HTC. ¡Cuántas veces les pidió uno a sus padres sin que estos le hicieran caso! Sin embargo, no sonríe. Aún sigue afectada por lo de antes.
—Gracias —dice muy seria y sin coger el teléfono que le ofrece Fabián.
—Ya vuelves a tener móvil.
—Pero nadie sabe mi número —responde muy seca—. La novia de este tiene la culpa.
Los dos chicos se miran entre sí. Por lo menos sigue pensando que Laura es la causante de la desaparición de su teléfono.
—Ya le he echado la bronca por eso —interviene Ricky—. No volverá a venir por aquí.
—Lo importante es que tienes otra vez móvil y es mucho mejor que el que tenías antes. Has salido ganando con el cambio.
Miriam, por fin, acepta coger el HTC y lo inspecciona curiosa. Su novio se aproxima hasta ella y la abraza por la cintura. Le da un mordisco en el hombro y luego otro en la barbilla. Eso saca una sonrisa a la chica, que deja de mirar el aparato y se fija en sus preciosos ojos hipnotizantes. Se agarra de su cuello y le da un largo beso en la boca.
—Si queréis, me voy…
Miriam le hace la señal de OK con el dedo pulgar y Fabián, sin parar de besarla, otro gesto con la mano para que se aleje. Ricky resopla y sale de la nave mientras aquellos dos continúan a lo suyo.
Es la mejor manera de hacer las paces por la discusión de antes.
Sin embargo, la calma se evaporará por completo y la tensión se disparará en aquel lugar alejado de la ciudad dentro de muy poco tiempo.
Ese día de diciembre, en un lugar de la ciudad
«Me ha encantado probar esos labios que llevaba tanto tiempo deseando besar. Perdóname por haberte obligado a hacerlo. Un beso».
—¿Quién te ha mandado el SMS, cariño? No es tu hermana, ¿verdad?
—No. Es otro mensaje de esos de promoción. Son unos pesados —señala Mario, disimulando.
—Vaya… La han tomado contigo hoy. Dos en una misma mañana y en pleno domingo. Qué crueles.
El chico hace un gesto con la cara de «qué le vamos a hacer» y lo borra sin que ella alcance a verlo. No puede dejar ningún rastro que encuentre Diana.
Desde que sintió los labios de Claudia, no ha conseguido quitárselo de la cabeza. Si su novia se enterase, se montaría una buena. Sufriría muchísimo y no volvería a confiar en él. Con razón, además. Y eso es lo que realmente le preocupa. Es lo único que le preocupa. Se ha dado cuenta de que no quiere a nadie más, que Diana es todo para él. Y que hasta ese momento solo ha estado haciendo el tonto con tanta conversación por MSN con su compañera de clase. Es una tía espectacular y le cae genial, pero solo la ve como a una amiga. Quizá en algún momento pudo dudar. No lo justifica, pero era normal dudar ante aquel bombón de físico y personalidad impresionantes. Sin embargo, hay algo incomprensible en el amor. Y después de recibir su beso, sabe que a la que ama incondicionalmente es a la que ahora mismo está sentada junto a él tecleando en su ordenador.
—¿Qué buscas en Google? —le pregunta acariciándole el pelo.
—Cómo puedo comprar una pistola.
—¿Qué? ¡Estás loca! ¿Para qué quieres tú una pistola?
—Para darles un susto al Fabián ese y a su amigo el pelado.
—¿Hablas en serio?
—Completamente.
Parece que no va de farol, pero enseguida sonríe. Mario también lo hace y abraza a su chica. Luego le regala un beso en la mejilla.
—No creo que puedas comprar una pistola así como así. Además, para usarla necesitas una licencia.
—¿Y si compramos una de juguete?
—Déjate de pistolas y de juguetes.
Y besa en la boca a Diana, sorprendida por toda la pasión con la que su novio se está empleando durante esa mañana. Normalmente es ella la que lo busca a él.
—¿Qué es lo te que pasa? —pregunta la chica cuando el beso ha terminado.
—¿A mí? Nada. ¿Por qué lo dices?
—Estás demasiado cariñoso.
—Porque te quiero.
Aquello es la prueba definitiva de que algo sucede. Pero le gusta tanto oírlo de su boca que sonríe y le regala otro beso. Luego, vuelca su cuerpo sobre él, para poder escribir otra vez en el ordenador. Entra en Youtube. Busca una canción y clica en ella.
http://www.youtube.com/watch?v=2egLs4gsSCE
.
—Escucha —le pide en voz baja, con una sonrisa de máxima felicidad.
Es
Ilusionas mi corazón
de Katia, pero en una versión a piano de Alba Rico. Los dos oyen el principio abrazados. Hasta que la chica cierra los ojos y lo besa mientras continúa sonando el tema. Una lágrima cae por su mejilla. Mario lo sabe porque termina mojando su cara. Es uno de esos instantes preciosos de los que llevan disfrutando un año y medio. Pese a todo lo que ha pasado, todo lo que han sufrido, continúan juntos. Y se quieren. ¿Cómo ha podido ser tan estúpido y permitir que otra robara la exclusividad de sus besos?
—Cariño —dice apartándose lentamente de su boca.
—Todo va bien, ¿verdad?
La duda crece en ambos. Incertidumbre.
—No lo sé.
—¿Quieres hablar de ello?
—Te vas a enfadar.
—Seguro que exageras y es una tontería.
—No es una tontería. He hecho algo que no debería haber hecho.
La canción que había elegido para él se termina y un terrible silencio se instala en el dormitorio. Diana lo mira a los ojos. Realmente ve culpabilidad en ellos. Por un instante no quiere oír lo que tiene que contarle. Siente miedo de escuchar. Pero es mejor sacar la espina antes de que se clave más adentro.
—Cuéntame, entonces.
—No sé cómo empezar.
—Empieza por el principio, que es por donde se debe. Y no te dejes nada, por favor.
El chico asiente con la cabeza y se levanta. No quiere tenerla cerca mientras habla, así que se aleja todo lo posible de ella, hasta el otro extremo de la habitación. Susurra algo para sí mismo en voz baja, un rezo, una plegaria, un conjuro…, y comienza a relatarle una historia que hace un rato tuvo su último capítulo.
Son los diez minutos más largos de su vida. Un monólogo con una sola espectadora que no se pierde ni un detalle de sus gestos, ni de la entonación de sus palabras, ni de la dirección de sus miradas al concluir una frase. Una espectadora que sufre las consecuencias de no poner freno a tiempo a una situación que no iba a ninguna parte.
—Pero sé que te quiero. Y espero que me perdones.
Es el final de un discurso simple. Sincero. Aunque insuficiente. Que llega tarde. Porque todo lo que se hace sin que te anticipes, o en el mismo momento en que se produce, suele llegar tarde.
Sin querer, Diana pulsa el
enter
del ordenador al apoyar su codo contra la mesa. Y la canción de Alba Rico vuelve a sonar. Intenta detenerla, pero sus ojos se han nublado en un continente de lágrimas y apenas ve. Tampoco le salen las palabras. Su novio se acerca hasta ella y le da al
stop
.
Ninguno dice nada en varios minutos. Diana intenta apagar su llanto hablando consigo misma, buscando respuestas, y Mario solo la mira esperando una reacción, una señal. Y que el cielo caiga sobre él.
—Por lo menos, Paula era mi amiga —dice por fin la chica, sollozando—. Y aunque no podía luchar contra su perfección, la quería y ella me quería a mí. Y comprendí con el tiempo que nunca se metería en medio de nuestra relación. Pero esta…
—Claudia no es nada. Debes creerme.
—Esta también es perfecta —indica sin escucharle—. Guapa, simpática, inteligente, está buenísima. Y encima te quiere.
—Pero yo a ella no. Te quiero a ti. De verdad.
—No puedo competir con ella.
—¿No me escuchas? No tienes que competir con nadie. Te quiero a ti. Solo a ti.
Una sonrisa irónica y salada aparece en el rostro de Diana. Sorbe y resopla angustiada.
—Me quieres a mí, pero te has pasado horas y horas hablando con ella. Ocultándomelo todo. Sin decirme nada.
—Solo eran palabras. Es una chica muy agradable. Y entiendo perfectamente que estés enfadada. Pero no pasó de ahí. El beso… solo ha sido un accidente.
—Un accidente.
—Sí, ya te he contado cómo sucedió todo. No ha significado nada. Al contrario, me ha hecho despertar… Te quiero, Diana.
No puede creerse lo que ha hecho. Es increíble que la haya engañado de esa manera.
—Y la veías por la
cam
.
—Sí, pero porque si ves a la otra persona las conversaciones son más fluidas. Es mucho más fácil dialogar y saber en qué tono se ha dicho una frase. Si no ves al otro, puedes llegar a malinterpretar cosas. Solo es por eso.
La chica mueve la cabeza de un lado para otro. Se limpia la nariz y los ojos con la tela de su camiseta y, por primera vez, busca a Mario con su mirada.
—Se te olvida otra ventaja de la
cam
.
—¿Cuál?
—Que también puedes mirarle las tetas sin que ella se dé cuenta. Y Claudia no está mal servida de eso, ¿no?
—Venga, no seas así.
—¿Nunca le has mirado el escote en una videoconferencia?
Mario se está poniendo nervioso. Poco a poco, Diana va recuperándose de la impresión de la noticia que ha recibido. Y de la tristeza y la sorpresa está pasando al enfado. Y cuando su novia se enfada…, puede empezar a soltar todo lo que se le pase por la cabeza.
La puerta de su habitación le salva de una respuesta incómoda. Es su madre. La chica se gira rápidamente para que la mujer no le vea los ojos hinchados de llorar.
—Han venido dos amigos vuestros a veros.
—¿Dos amigos?
—Sí. Un chico y una chica. De ella me suena mucho la cara, pero él no sé quién es.
—Son Cris y su novio —indica Diana, tapándose el rostro con un pañuelo, haciendo como que se está sonando—. Quedé con ellos antes.
—¡Ah, qué sorpresa! Diles que suban.
La mujer asiente y sale de la habitación.
—Se me olvidó decírtelo. Hablé con Cris por el MSN mientras tú estabas en la ducha.
—No pasa nada.
—Tu hermana no le ha contestado tampoco a ella. Y quiere ayudar.
—¿Y para qué trae al novio?
—Porque piensa que es hora de que lo conozcamos. A lo mejor él nos puede echar una mano de alguna manera también.
—No sé cómo, pero bueno.
La chica se pone de pie y espera a que la puerta se abra. Se coloca bien la camiseta y se peina con las manos. No es un buen momento para volver a ver a Cris. Pero quizá el encontrarse de nuevo con ella la anime un poco.
—Mario… No te he perdonado, pero es mejor que este tema lo dejemos aparcado para otra ocasión. Tenemos que hablar.
—Muy bien. Pero que no se te olvide que… te quiero.
Intercambio de miradas. Y silencio.
Toc, toc.
—Adelante.
La puerta se abre. Cris está preciosa, con el pelo cortito y una figura imponente. Parece más madura, más mujer. A su lado, de la mano, aparece por detrás un chico. Guapo, no muy alto, rubio. Francés.
Diana y Mario se quedan boquiabiertos cuando descubren que el novio de su querida amiga es
monsieur
Alan.
Un día de diciembre, hace más o menos un año
—¿Y por qué no te vienes a pasar las Navidades conmigo a París?
—Eso es imposible. No tengo dinero.
—Te quedas en mi casa. Una semana a gastos pagados.
—Alan, no voy a permitir que me pagues una semana en Francia.
—¿Por qué no?
—Pues porque eso no es… justo.
Y la verdad es que le apetece muchísimo. Desde que él se marchó de España, han mantenido el contacto a través de las redes sociales y el MSN. Incluso en las últimas semanas la ha llamado varias veces por teléfono. Todo comenzó con privados y mensajes durante el verano, especialmente para preguntarle por Paula. Pero a medida que Cris se iba alejando de las Sugus y dejaba de tener noticias de su amiga, las conversaciones fueron centrándose en ellos. Y la amistad entre los dos se fue fraguando, haciéndose más fuerte con el paso de los días.
—No tienes planes. Yo tampoco. ¿Qué mejor que cojas un avión y disfrutes de
le Nöel à Paris
?
—Me encantaría. De verdad. Pero no quiero que tú me lo pagues todo.
—No lo veas de esa manera. Considéralo un… viaje de intercambio.
—¿Cómo? No te entiendo.
—Tú te vienes a mi casa ahora en Navidades y, cuando yo vuelva a España, yo me quedo en la tuya.
La chica sonríe. ¡Menuda ocurrencia! Aunque poco a poco la va convenciendo. ¿Él o sus ganas por ir? Sin embargo, hay un gran obstáculo que hace imposible que, aunque quiera, se decida.
—Claro, ¿y qué le digo a mi madre?
—La verdad: que un amigo francés te ha invitado a París.
—Si le digo eso, entonces es cuando no me deja. ¡Tengo diecisiete años! ¡Soy menor de edad!
—Pues no le digas que soy un amigo, dile que soy una amiga.