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Authors: John Norman

Cautiva de Gor

BOOK: Cautiva de Gor
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Elinor Brinton de la Tierra, adinerada, bella, en situación de disfrutar de todos los privilegios de su sexo y su posición social, se encuentra de pronto prisionera en el campamento de Targo, mercader de esclavos de Gor.

Allí, encadenada junto a otras bellas cautivas —Ute, la amiga leal y compasiva que no es más que una pobre tonta a los ojos de Elinor; Lana, la favorita y la más mimada de todas—, debe aprender a olvidarse de su amor propio, a someterse, a obedecer las órdenes de los hombres y llamarles amo.

Adiestrada en la lujosa ciudad de Ko-ro-ba, le son enseñadas las sensuales habilidades, las provocativas danzas y los sutiles movimientos de una esclava Goreana del placer; soporta la humillación de ser vendida y los castigos que conlleva la desobediencia: el látigo de cinco tiras, la marca de hierro candente y la temida caja de los esclavos.

Orgullosa y virginal, está decidida a no ser la esclava de ningún hombre... y a escapar. Es entonces cuando se encuentra con Rask de Treve, tarnsman salvaje y proscrito, conocido y temido en todo Gor por su mortal destreza en la batalla y su maestría en el arte de doblegar a las mujeres a su voluntad.

John Norman

Cautiva de Gor

Crónicas de la Contratierra 7

ePUB v1.0

RufusFire
28.11.11

Título original:
Cautive of Gor

© 1972 by John Lange

Traducción:
Mercedes Amella

Ilustración:
Boris Vallejo

© Ultramar Editores, S.A., 1989

ISBN: 8473865219

1. LA MARCA

Lo relatado a continuación ha sido escrito a petición de mi amo, Bosko de Puerto Kar, el gran mercader, quien, a mi parecer, fue en el pasado uno de los guerreros.

Me llamo Elinor Brighton. Antes era independiente y me mantenía a mí misma.

Hay tantas cosas que no comprendo… Pero dejaré que otros le den algún significado a esta narración.

Presumo que mi historia no es ni tan singular, ni tan extraña como podría parecer. Según los criterios de la Tierra, yo era extremamente bella. Sin embargo, en este mundo, soy una muchacha que no vale más que quince piezas de oro: más hermosa que muchas, pero superada con creces por las numerosas jóvenes cuya increíble belleza no puedo sino envidiar. Fui adquirida para las cocinas de la casa de Bosko. He sabido que los mercaderes van y vienen a lo largo de las rutas de esclavos que hay entre este mundo y la Tierra. Las mujeres, entre otros bienes, son adquiridas y llevadas a los mercados de este mundo raro. Si eres hermosa y deseable, teme lo peor.

Sin embargo, quizás hay peores suertes para una mujer que la de ser traída hasta este mundo, incluso como regalo para los hombres.

Mi amo me ha dicho que no describa este mundo con mucho detalle. No sé por qué, pero no debo hacerlo. Me ha indicado que narre primordialmente lo que me ha sucedido. Y me ha rogado que escriba mis pensamientos y, sobre todo, mis emociones. Deseo hacerlo así. En realidad, aunque yo no lo quisiera así, tendría que obedecer.

Será suficiente, por lo tanto, con que cuente algo de mi pasado y mi condición.

Fui caramente educada, por no decir bien. Soporté una sucesión interminable de años de soledad en internados y, más tarde, en uno de los mejores colegios para señoritas del noroeste de Estados Unidos. Aquellos años me parecen ahora extrañamente vacíos, casi frívolos. No tuve ninguna dificultad para obtener buenas calificaciones. Creo que mi inteligencia era buena, pero incluso cuando mis trabajos no alcanzaban un nivel aceptable eran altamente considerados, como lo eran los de mis hermanas de asociación estudiantil. Nuestros padres eran personas adineradas y a menudo entregaban a las escuelas y colegios universitarios importantes donaciones económicas después de nuestras graduaciones. Además, yo nunca había encontrado a los hombres, y muchos de mis instructores lo eran, difíciles de complacer. A decir verdad, ellos parecían impacientes por complacerme. Un curso me suspendieron francés. Mi profesor en este caso era una mujer. El Decano de los Estudiantes, como solía hacer en tales ocasiones, se negó a aceptar la calificación. Hice un pequeño examen con otro profesor y la nota fue sobresaliente. La mujer se despidió de la escuela aquella primavera. Lo sentí, pero ella debería haberlo sabido. Al ser rica, no tenía problemas de ningún tipo para hacer amigas. Era muy popular, aunque no recuerdo a nadie con quien pudiese hablar. Prefería pasar mis vacaciones en Europa.

Podía permitirme vestir bien, y lo hacía. Mi cabello estaba siempre como yo quería, incluso cuando parecía encantadoramente despeinado. Una cinta, un determinado color en un accesorio, la correcta y carísima barra de lápiz de labios, la confección de una falda, la calidad de la piel de un cinturón y unos zapatos a juego de importación: todo era importante. Cuando tenía que ir a pedir más tiempo para entregar algún ejercicio retrasado me ponía unos viejos vaqueros, un jersey y una cinta en el pelo. Además, solía mancharme un poco las manos y la mejilla con tinta mecanográfica. Siempre conseguía el margen de tiempo que me hacía falta. Por supuesto que no era yo la que mecanografiaba los trabajos. Aunque sí que los redactaba habitualmente. Me gustaba hacerlo. Me gustaban más los míos que los que podía adquirir. Unos de mis profesores, que me había concedido un aplazamiento para la entrega de un trabajo aquella misma tarde, no me reconoció por la noche cuando se sentó varias filas detrás mío en la sala de conciertos del Lincon Center. Me estuvo mirando burlonamente, y en una ocasión, durante un intermedio, pareció que iba a hablarme. Le dirigí una mirada glacial y dio media vuelta, sonrojado. Yo iba vestida de negro, con el pelo recogido hacia arriba, y llevaba perlas y guantes blancos. No se atrevió a mirarme más.

No sé cuándo se fijaron en mí. Pudo ser en una calle de Nueva York, en una acera de Londres o en un café de París. Pudo haber sido mientras tomaba el sol en la Riviera. Pudo incluso ser en el mismo campus de mi Universidad. En cualquier sitio. Sin yo saberlo, se habían fijado en mí y me adquirirían.

Opulenta y bella, me guiaba por mi instinto. Me creía superior a la demás gente, y no me asustaba demostrarles a mi manera, que esto era verdad. Es curioso, pero ellos, en vez de parecer enfadados, se mostraban impresionados y un poco intimidados, al menos por fuera, pues yo desconocía lo que sentían privadamente. Me aceptaban por la gran importancia que me daba a mí misma, que era considerable. Intentaban complacerme. Yo me divertía con ellos a veces con mala cara, haciendo ver que estaba enfada o disgustada, para luego sonreírles y demostrar que les había perdonado. Parecían agradecidos y radiantes. Cuánto los despreciaba yo. ¡Cuánto los utilizaba! Me aburrían. Yo era rica, guapa y afortunada. Ellos no eran nada.

Mi padre hizo fortuna gracias a sus tierras y edificios de Chicago. Por lo que sé, sólo se preocupaba de su negocio. No recuerdo que me besase nuca. Tampoco recuerdo haberle visto tocar a mi madre o que ella le tocase a él en mi presencia. Ella provenía de una familia acomodada de Chicago, con extensas propiedades en la costa. No creo que mi padre tuviera interés por el dinero que ganaba más que por el hecho de ganarlo en mayor cantidad que otros hombres, pero siempre había otros más ricos que él. No era un hombre feliz. Recuerdo las recepciones que mi madre organizaba en casa. Lo hacía con frecuencia. Una vez mi padre me menciono que ella era su más preciado bien. Lo dijo a modo de halago. Recuerdo que mi madre era bella. Envenenó a un caniche que tuve una vez porque el perro había roto una de sus zapatillas. Yo tenía siete años en aquel entonces y lloré mucho. Cuando me gradué, no asistieron a la ceremonia. Ésa fue la segunda vez que lloré en mi vida. Él tenía una cita de negocios, y ella daba una cena para algunos de sus amigos en Nueva York, donde residía. Por supuesto, me envió una tarjeta y un reloj muy caro, que yo regalé a otra chica.

Aquel verano mi padre falleció de un ataque al corazón aunque tenía poco más de cuarenta años. Por lo que sé, mi madre todavía reside en Nueva York, en una suite en Park Avenue. En la liquidación de la hacienda de mi padre, recibió la mayor parte de los bienes, pero yo obtuve unos tres cuartos de millón de dólares, básicamente en obligaciones y bonos. Era una fortuna que fluctuaba, en ocasiones considerablemente, según el mercado, pero que era substancialmente sólida. El hecho de que mi fortuna fuese hoy de más de medio millón de dólares o mañana superase los tres cuartos de millón no me interesaba demasiado.

Después de graduarme, fijé mi propia residencia en un ático de Park Avenue. Mi madre y yo nunca nos veíamos. En realidad, no tenía ningún interés especial por proseguir mis estudios o por dedicarme a algo. Fumaba demasiado, aunque detestaba el tabaco. Bebía bastante. Nunca me dio por las drogas porque era algo que me parecía estúpido.

Mi padre había tenido numerosos contactos de negocios en Nueva York y mi madre, a su vez, poseía amigos influyentes. La llamé por teléfono varias semanas después de mi graduación, pues pensaba que podía ser una buena idea comenzar una carrera como modelo. Me parecía que aquello llevaba consigo un cierto
glamour
y que podría así conocer gente interesante y divertida. Algunos días más tarde fui invitada por dos agencias a varias entrevistas, que como imaginaba fueron un simple formulismo. Hay sin duda muchas chicas lo suficientemente hermosas como para dedicarse a esta profesión. En una población de millones de personas, la belleza no es algo difícil de encontrar. Por lo tanto, sobre todo en lo referente a chicas sin experiencia, puede suponerse qué otros criterios, aparte de ése o el encanto o la elegancia, son los que frecuentemente determinan las posibilidades iniciales de una joven en un terreno tan competitivo. Aquél era mi caso. Creo, por supuesto, que yo podría haber tenido éxito por mí misma igualmente. Pero no me hizo falta intentarlo.

Disfruté bastante de mi carrera como modelo, aunque no duró más que unas pocas semanas. Me gusta la ropa y sé cómo llevarla a la perfección. Me gusta posar, si bien en ocasiones es doloroso y pesado. Los fotógrafos y los artistas parecían inteligentes e ingeniosos, aunque a veces fueran un poco bruscos. Eran muy profesionales. Uno de ellos me llamó perra un día. Yo me reí. Me surgían muchos trabajos.

El mejor remunerado de todos era uno en el cual tendría que lucir varias piezas de una colección de prendas de baño organizado por una firma bastante conocida, cuyo nombre no considero relevante mencionar a efectos de la narración.

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