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Authors: Francisco Pérez Gandul

Tags: #Drama, Intriga

Celda 211 (16 page)

BOOK: Celda 211
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Meses después, Méndez nos trajo el informe forense. Ustedes deben de tener copia ahí. Yo no sé gran cosa de anatomía, pero me sorprendió el hecho de lo profundo que llegó el primer pinchazo, el que le dio debajo justo del lóbulo de la oreja. Según los forenses el destrozo que hizo el posterior viaje de la hoja hasta la base del cuello fue extraordinario, más en la parte izquierda que en la derecha, donde la herida era más superficial. El corte seccionó todos los músculos, todos los ligamentos y las dos arterias. Algo bestial. Méndez, que reconoció el cadáver apenas lo sacaron del módulo 5, mientras esperaba la llegada del juez, juró que no había visto nunca un corte como aquel. «Hace falta no ya mucha fuerza, Armando, sino mucha ira, mucha, para clavar de esa manera y llevarse por delante todo lo que se llevó. Jamás vi nada igual y ya sabes que estuve de voluntario en África».

—Lo ponemos en la puerta, Canas, que aquí ya no hace na.

Malamadre había preguntado por mí. No por Almansa ni por Niebla, sino por mí. Lo vimos a través del monitor. Se acercó al cadáver, lo miró de arriba abajo y dirigiéndose a Apache le ordenó que se lo llevara. «Anda, Apache, llévatelo de aquí y le echas una miradita». Apache y tres más lo cogieron, dos de los brazos y los otros de las piernas, como si fuese un cerdo, con perdón, y ya no le salía apenas nada de la garganta, ¿saben?, solo unas gotas moteando el pasillo que, como cuando Juan esperaba en el centro del semicírculo, volvieron a hacer los internos. No vimos más. Se cerró de nuevo el semicírculo, Apache y los demás dejaron el bulto en el suelo un poco más allá de la última fila de reclusos, y todos volvieron a posar la mirada en Malamadre, pendientes de su reacción, de si la cólera que parecía acumularse en su rostro hacía presagiar más sangre.

—¿Y ahora qué, Almansa?

—Ahora, Niebla, reza o que le den por culo al señor ministro y manda a tu gente dentro.

—Mira a los vascos.

—Tan blancos como todos.

—Saben que serán los siguientes.

—Pero tú no lo permitirás.

—No, no podemos permitirlo.

... Manda cojones, dijiste, manda, te dije yo, pero tela marinera, coño, que nos quedamos sin saber qué iba a decir el Comepollas, Tachuela, y eso que yo miraba las manos del Calzones, mu atento, pero fue un relámpago el tío, le quitó la guita de las manos, dijo aquello de ahora, Malamadre, más que nunca y pa siempre, y sujetó la cabeza del Comepollas con la izquierda y con la derecha, como un rayo, oye, lo afeitó, y el chorro de sangre, ¿lo viste, Tachuela?, pero ¿tú viste bien el chorro que soltó el tío?, to fue al Costra, uno, dos, tres chorros como si lo escupiera un motor, to a la cara y al pecho del Costra, helao se quedó el Costra, que el Calzones solo tenía sangre en el brazo, de sujetar la cabeza del malnacío, pero el Costra de arriba abajo, y dijo después, me lo dijo a mí, que estaba mu caliente, Malamadre, mu caliente, y le resbalaba la cosa viscosa por to el cuerpo, y el Calzones allí parao, mirando pa abajo, sin mover un músculo de la cara, oye, solo decía cosas mu bajito, sin apenas mover los labios, y a ver, dijiste tú, Tachuela, ¿está claro, no?, y yo, pues de claro na, que el Comepollas no ha podio decir na porque, vamos a ver, Tachuela, te dije, ¿tú no le hubieses metió el pincho por el culo al Comepollas hasta el codo si mata a tu mujer?, que tú te llevaste a tres por delante por cuatro hostias a tu niña, y tú, claro, que sí, pero que también se lo ha podio meter porque es un impostor, que lo mismo to es teatro pa salvar la cabeza, que tú no le perdonas si te la ha metió doblá, y yo, claro que no, que a mí no me joe así nadie, con jai viva o con jai muerta, joé, que en Malamadre no se mea nadie, pero te decía no sé, Tachuela, a mí me da que el Comepollas jugaba de farol y el Calzones ha hecho lo que le pedían los cojones, que no estaba bien pensao, pero, leche, que en la cárcel to se paga y el Comepollas lo pagó...

—Ahí tiene la respuesta a la pregunta que me hacía antes, director, ¿recuerda?, Juan quería decirnos algo más.

—Sí, que preparaba el escenario para matar a Utrilla.

—No, director, que había decidido cambiar de bando, que ya no estaba dentro del sistema sino contra él, ¿entiende? El funcionario se ha convertido en recluso. Ha traspasado la raya y se ha ido con quienes se identifica, con los que convierten la ley del Talión en el primer axioma de la justicia.

—Y ahora ¿qué?

—¿Ahora?, pues se devoran entre ellos o Niebla va a tener que entrar con un tanque ahí dentro.

—Juan ha perdido la razón.

—Juan se caga en la razón, más bien.

Ya tienes las manos libres, cabrón, pero no te voy a dar el gusto de protagonizar la película. Me importa un huevo que Malamadre, que me mira las manos, «En la cárcel hay que mirar siempre las manos, Juan, no lo olvides», me dijo Armando cuando bajábamos las escaleras rumbo al módulo 5, me importa un huevo que ahora coja el pincho y me ensarte. Tú no lo verás, cabrón, no te voy a dar ese placer, no después de haber matado a Elena. Tengo que ser rápido, sé que Pincho y Costra me vigilan. Tachuela también y Malamadre me mira las manos. «¿Yo quién soy para ti?», y contesta que por ahora de los nuestros, para siempre ya, le juro. Seré rápido, le inmovilizo la cabeza, pincho y corto, que muera como un cerdo, que se coman sus entrañas los perros, yo sé que no te parecería bien, mi amor, que dirías que no, «No se puede descender nunca al nivel de los otros, hay que actuar en función de la conciencia de uno, Juan». A la mierda la conciencia, a la mierda todo, Elena, este borracho no se merece vivir, «Ahora, Malamadre, más que nunca y para siempre», y veo que me mira las manos, pero solo podrá mirar, ahora; intenta resistirse, pero ya entró la punta; así, cabrón, como un cerdo, ojalá te estén esperando allá abajo para meterte brasas en las entrañas; muere, hijo de puta...

—¿Me has mentío, Calzones?

—¿Tú qué crees, Malamadre?

—Que has matao al Comepollas pa que no hablara.

—Lo he matado porque asesinó a Elena, solo por eso.

—Mira, Calzones, no me soples la polla, ¿vale?, matar a esa mierda lo pudiste hacer ayer cuando bajó con el Almansa, solo alargar la mano y te cargas al joputa, pero no, él dijo que tú eras un impostor y lo mataste.

—La venganza se sirve en plato frío, Malamadre.

—¿Y qué más se sirve frío? ¿El metérmela doblá también se sirve frío?

—Si no confías en mí, saca el pincho y acaba de una vez, coño.

—No, Calzones, no, en la cárcel también somos inocentes hasta que se agarra al culpable por los huevos.

—¿Me vas a hacer un juicio?

—Te voy a follar vivo si me has mentío.

—Mira, Malamadre, resucita al cabrón ese y que te lo diga.

—No hace falta, Calzones.

—No, no hace falta porque tú eres como el hijo de puta ese con barba que te condenó, que ya has escrito la sentencia.

—No te joe, pero ¿quién te has creío tú que es Malamadre?

—Un asesino, igual que yo.

Fue Tachuela el que con un gesto mandó tapar de nuevo la cámara. El abatimiento era completo en el puesto de mando. Fermín me llamó para darme una razón y le conté lo que había pasado. «Joder, no me lo puedo creer, Armando». El cuerpo sin vida de Utrilla aún no había llegado a la enfermería. Pedí que me avisaran cuando lo depositaran allí. Miren, las cosas claritas, yo no puedo ser hipócrita. Utrilla era un mal profesional y una mala persona, que no lo digo yo, pregunten a quien quieran, incluso a su esposa, que se separó de él hace años porque les hacía la vida imposible a ella y a sus hijos, un par de denuncias tuvo por malos tratos. No es porque ocupara un puesto que debió ser mío, sino porque de verdad era mala persona. Pero, bueno, estaba muerto ya y a los desaparecidos hay que tenerles un respeto, porque el que se iba no era un jefe, ni un borracho, ni un mal padre o un mal marido, sino un ser humano, con todas sus miserias, que todos las tenemos, un ser humano.

—Lo que faltaba.

—¿Qué pasa, Niebla?

—El etarra acaba de morir en el hospital, no superó el último infarto.

—Ya ha habido demasiadas muertes aquí.

—De esas ya no podemos ocuparnos, pero sí de que no haya más.

—Ya nos dirá cómo. No puede intervenir porque el Ministerio no le da permiso, abajo los acontecimientos se han disparado y no hay negociación, y los vascos siguen siendo rehenes de una cuadrilla de asesinos que ya cuentan con uno más, aún con las manos manchadas de sangre.

—¿Podemos ocuparnos, Almansa, o somos tan pesimistas como Armando?

—Pregúntale a Peñuela, que es el teórico.

—Yo creo... —empezó a decir Peñuela.

Niebla no lo dejó seguir.

—Corta el rollo, no tengo tiempo para un recital de mariconadas. ¿Grupo de asalto? Se mantiene la alerta verde. Todos en la línea.

Bajan los ojos. Los demás internos se dan media vuelta a mi paso. Alguno se acerca y me da una palmada en la espalda. Los menos. Sé que comprenden lo que he hecho, pero esperan a que Malamadre me dé su bendición. A la mierda. Se cree el más hombre y yo ya he demostrado aquí que lo soy tanto o más que él. Rebanándole el cuello a Utrilla y engañándolo a él, cuidando de que no les pase nada a los vascos y negociando con el Gobierno. «Tú piensas», me decía, sí pienso, Malamadre, y además los tengo bien puestos. «A mí me gustan los hombres muy hombres, Juan, porque te llamas Juan, ¿verdad?», me dijo Elena aquel día que la conocí en la discoteca. «Que yo creo en la igualdad y en todas esas cosas, chaval, pero con las diferencias entre los sexos, y el hombre que me acompañe en la vida tiene que ser muy hombre, de los que se visten por los pies. ¿Tú cómo te vistes?», y me puse rojo, «Por los pies, claro», balbuceé. Puedes conmigo, mi amor, siempre lo hiciste. «Si algún día me pasa algo, Juan, no seas tonto, no quiero que te vistas de negro, ni la corbata, oye, ni eso, y si encuentras a otra chica, pues rehaces tu vida, pero no me olvides nunca, por favor», y me besaba, mordisqueándome los labios, sintiendo el pulso en los míos, dulcemente, hasta que parecían fundirse unos en los del otro, «Qué bien besas, joío», y yo no me cansaba de esa fruta.

... Lo dijo el Trágala, oye, Malamadre, que la gente está diciendo por aquí que el Calzones con dos huevos, que ya está bien de los pañitos calientes, que si hemos hecho el motín de los cojones es pa dejarlo clarito to y ya vale de tonterías, que yo no pienso así, ¡eh!, que yo te digo lo que dice la gente, pero lo dice, y yo miraba al Trágala sin decir na, pero tú sí le dijiste vete con esa mierda a otro sitio, Trágala, si no quieres que te dé una patá en el coño, vete ya, pero claro, tú metiste caña después, a ver, Malamadre, el joputa del Calzones te está echando un pulso, si no lo ves es que eres ciego, coño, otro pulso, y to empatao hasta ahora, pero ya ves lo que te dijo, y yo te veo parao, Malamadre, que a veces hay que reaccionar y demostrar a los que se suben a las barbas que con la navaja de afeitar los mandas al carajo, y yo, que sí, que ya lo veo, Tachuela, que el Juan se ha puesto chulo, ¿y qué?, toavía no ha pasao el límite, que hay que tener tranquilidá y si se pasa nos lo comemos a la plancha, sin sal ni na, crúo, pero hay que pensar, que la gente no piensa, Tachuela, la gente quiere muchos cojones, muchos huevos sobre la mesa y, a ver, por poner los cojones en la mesa estamos muchos aquí, tos, vamos, así que si el Calzones quiere guerra, pues eso, a batallar, si nos ha engañao vamos a hacer morcillas con sus tripas, que ni la Elena ni na, el que la hace la paga y nadie se ríe de Malamadre, y tú, sí, pero de verdá, Malamadre, que aquí das la mano y cuando te das cuenta te han cogío por atrás y te ponen el culo más ancho que el Canal de la Mancha, y me acordé del Quijote, joé, por lo de la Mancha, que recordaba a mi profe diciendo eso tan tierno de en un lugar de la Mancha y lo demás, bueno, de lo demás no, y me dije de Quijote na, que si me torea el Calzones gilipollas lo saco con las dos piernas por delante y los huevos machacaos, por mis niños, aónde estarán mis niños, con la puta de su madre y el portugués, te dije, y tú, te estás volviendo majara, Malamadre, majara total, y yo me reía, Tachuela, a ver qué iba a hacer, si estar majara era lo mejor, tos locos y que nos dieran pastillitas pa dormir, que llevábamos un taco de días durmiendo con un ojo abierto, joé, y no el del culo...

—Hola, Calzones.

—¿Qué te cuentas, Apache?

—Dejaste guapo al Comepollas, ¿eh?

—Tú no has venido para decirme eso.

—No.

—Desembucha y te largas, ¿vale?

—Pensé que querrías saber cómo iba a demostrar el Comepollas que eras de la pasma.

—Venga, suéltalo.

—No te hagas el loco, que conmigo no vale, Calzones.

—Déjate de misterios y di lo que tengas que decir.

—Pues Malamadre me ordenó que me llevara al Comepollas y que le echara un vistazo.

—¿Y qué?

—Que se lo eché.

—¿Tenía polla?

—Era un tío raro, Calzones.

—No me digas.

—¿Sabes por qué? Porque le daba por guardarse cordones de zapatos en los bolsillos.

—¿Cordones?

—Sí, cordones negros, y él tenía zapatos marrones. Algo más...

—¿El qué?

—Dos cinturones.

—Se le caían los pantalones con facilidad, pero ya no tiene que preocuparse por eso.

—Dos cinturones, uno en su sitio y otro abrochado en la cintura debajo de la camisa.

—Un tío raro, sí.

—Sí, Calzones, y más porque el de la cintura tiene unas iniciales.

—J. O.

—Premio, Calzones. ¿Y sabes dónde los encontró?

—En la 211.

—Juan, eres un chico listo, muy listo, lástima que Apache lo sea más que tú.

XV

El cuerpo de José Utrilla permanecía sobre la camilla de la sala de curas de la enfermería. Méndez hablaba con el juez de guardia, recién llegado, y le explicaba al detalle cómo le había sobrevenido la muerte a Utrilla. «... y entonces, debido a la pérdida masiva de sangre, es cuando se produce un shock hipovolémico, que en su caso resultó mortal de necesidad porque...». El secretario del juzgado había subido hasta el puesto de mando con una requisitoria judicial para que le entregasen el original de la grabación de los sucesos. No era el primer muerto que veía en mi vida, pero sí el primero con aquel aspecto apergaminado, impresionante en el contraste entre la absoluta lividez de la carne y el rojo restallante que, como en el lienzo de un pintor abstracto, cobraba mil formas en su camisa y pantalón beis. Tenía aún el rictus de la angustia de su último hálito de vida, aún más, como si esa angustia se hubiese hecho surco en su cara, como si el aspecto que presentaba allí, en la camilla, mientras lo examinaba el juez, fuese un acta notarial, una huella infalsificabie de que había sido alevosamente asesinado.

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