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Authors: Francisco Pérez Gandul

Tags: #Drama, Intriga

Celda 211 (17 page)

BOOK: Celda 211
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—¿Sufrió? —preguntó Fermín.

Negué con la cabeza. No sé por qué lo hice. Sólo desde dentro de aquel pellejo que empezaba a ponerse rígido se podía contestar a esa pregunta. Nadie sabe qué ocurre cuando se entra en la gran oscuridad, nadie, ni siquiera esos que salen en la televisión para explicar sus experiencias en el vestíbulo de la muerte, porque nunca lo atravesaron, a lo más echaron un vistazo al largo pasillo que desemboca en ese espacio, ¿cómo será?, del que no se vuelve jamás.

—Diga a los señores de los servicios funerarios que pueden trasladar el cadáver al Anatómico Forense, por favor.

Méndez dijo «Ahora mismo», y a través del teléfono comunicó la orden del juez. Este se dirigió a Fermín, a Germán y a mí.

—¿Fueron testigos de los sucesos?

—Yo sí —respondí.

—Déle su nombre al secretario, necesitaremos su testimonio.

Es inútil fingir. La cola de caballo de Apache parece erguirse, como la del potro de saltos cuando afronta un obstáculo. «Cordones en su bolsillo», afirma, y aunque dan ganas de decirle que sí, me hago el sorprendido. «Y dos cinturones», remacha. El hueco de detrás del váter era estrecho. Metí los cordones por los ojos del cinturón y después hice una madeja con él y la introduje por aquel orificio hasta que me dolieron los dedos de apretar. Utrilla hizo de funcionario hasta el final, el muy cabrón. Registró la celda sabiendo que yo había estado allí y encontró una tabla de náufrago a la que agarrarse si arreciaba la tempestad. «Un tío raro, Calzones, más porque el cinturón que tenía bajo la camisa tiene unas iniciales», y una mueca de burla surge de su boca. Dejémonos de pamplinas. «J. O.», digo. «J. O., Juan Oliver», le apuntó Elena a la chica de la joyería cuando realizó aquel encargo especial, un cierre de cinturón de plata «con el que nunca se te caerán los pantalones en el trabajo, mi amor», y me guiñó el ojo, aquellos ojos verdes, enormes, que invitaban siempre a la esperanza. «En la 211», añadí.

Allí comenzó mi desventura, allí encerraron a Utrilla. La 211. Un chiquero, eso es la 211. De él salimos los dos. Solo que él ya está muerto, que se lo llevaron las mulillas, y yo espero el indulto. El pañuelo naranja lo tiene Apache.

—Juan, eres un chico listo, muy listo, lástima que Apache lo sea más que tú.

—Está bien que así sea, pero aún no sé si lo eres lo suficiente.

—¿Sabes, Juan?, Apache es un hombre de Malamadre, siempre fui legal con él.

—No me contaron eso en la zona de seguridad, Apache.

—¿Qué te contaron?

—Que eres un experto en el billar a varias bandas.

—Chorradas.

—Te importaría escribirme «MM tiene pipa mesa 6 comedor».

—Y ¿para qué voy a escribir eso?

—Para pedirle a Malamadre que compare la letra con otro papel parecido que casualmente escribiste tú.

—Eres un hijo de puta, Juan.

—Creo que Utrilla te hubiese dado la razón.

... Y ahora qué hacemos, Tachuela, te dije, y tú, pues mejor meter al Calzones en una celda, dos en la puerta y negociamos con la pasma sin él, coño, Malamadre, ¿que tú crees que la pasma va a decir que sí con el tío ese con las manos manchás de sangre y escupiéndoles en la cara?, no sé, me cago en mi puta madre, te dije, que la gente no entenderá que le meta un puro a uno de los nuestros, Tachuela, y el Juan ha hecho lo que to el mundo hubiera hecho, ¿o no?, quita lo de impostor, a ver, y to el mundo se hubiera cargao al Comepollas, ¿tú crees que si yo digo ahora el Calzones detenío me va a mirar bien la peña, eh?, dirán que Malamadre está cagao con la pasma, que lo que quiere es salir sin nevera de este rollo, que está más cerca de los de arriba que de nosotros y toas esas cosas, Tachuela, que no piensas, y más de uno, ya sabes, no me traga, y esto va a ser como una guerra civil, que sí, Tachuela, que tú lo has visto, joé, que alguno le daba palmás al Calzones y a otros igual les apetecía, pero no querían que yo lo viera, pero ¿no los vistes, coño?, con dos cojones, decían, que sí, que ha tenío dos huevos, aunque no nos guste, que pa matar también hay que tenerlos, ¿o no, Tachuela?, mejor tener la prueba de lo de impostor, eso, y entonces sí, aquí la prueba, nos ha mentío, es de los otros, aunque haya matao al Utrilla y solo pensaba en él, ¿lo veis?, y entonces sí, Tachuela, entonces lo podemos hacer vasco y lo encerramos, pero yo no voy a creer al Comepollas antes que al Calzones, que tú sabes que aquí el amigo es Dios y la monea, el valor, y el Calzones tie monea y no sé aún si es Dios, coño, que tampoco le voy a rezar, que no he rezao en mi vida, solo aquel día en que mi Rafaelito se puso mu malito y le dije que si me lo salvas voy de rodillas a la ermita y el niño me dijo papá ya estoy bueno y yo me olvidé, ¿sabes, Tachuela?, que pa qué voy a ponerme de rodillas y esas cosas si soy colega del demonio y me espera allá abajo pa ponerme en la barbacoa, pues eso, que primero a ver si el Calzones es un impostor y ya está, y te dije anda, ve a buscar al Apache, que el joputa del indio me decía con el deo que después, que ya me lo dijo antes, que te tengo que decir una cosa mu importante, Malamadre, y entonces fue cuando el Calzones dijo el no, no, no, ni eso le salió al Utrilla, Tachuela, ni eso, solo se oyó argggggg, vaya tajo que le dio...

—Eres un problema, Calzones.

—Por eso estoy en la cárcel, Malamadre.

—No, joputa, eres un problema en la cárcel.

—¿Desde cuándo te asustan los problemas?

—A mí no me asusta na, Calzones, y menos un capullo como tú que anda jodiéndolo to.

—Yo no he fastidiado nada, Malamadre, solo he hecho justicia.

—Sí, como el Tachuela.

—No, no te equivoques, que hasta entre los asesinos hay clases.

—Pero en los muertos no, tos son iguales.

La muerte del etarra en el hospital vino a complicarlo todo. Mikel Belasategui era un peso pesado en la organización. Su muerte, por más que fuera por causas naturales, dio lugar a una serie de algaradas en distintos puntos del País Vasco. Los chicos de la kale borroka se hicieron notar. En Hernani, el pueblo natal de Mikel, organizaron una manifestación, a la que se adhirieron todos los partidos nacionalistas, pidiendo la liberación de los retenidos en Sevilla, el acercamiento de los presos a las cárceles vascas y la condena a la política penitenciaria del Gobierno. Y quedaba el entierro de Mikel, y toda la parafernalia que suele acompañar esos actos, ya me entienden. El Ministerio, según nos adelantó Almansa, estaba ya de acuerdo en ceder a la mayor parte de las reivindicaciones de los amotinados. Se había cumplido con mucho el plazo que había fijado Juan, pero nos parecía obvio que con lo que había sucedido después, el reloj avanzaba sin peligro para los rehenes.

—Ha llegado el momento de actuar —dijo Almansa tras hablar por teléfono.

—Tú dirás —se dirigió a él Peñuela.

—Ven, diseñemos la estrategia.

Malamadre le dijo a Niebla que sí, que bajara el negociador. «Hemos cambiado de hombre, hay uno nuevo», le respondió el geo. «Espera», contestó Malamadre. Y se hizo el silencio.

—¿Cómo uno nuevo? —la voz era la de Juan.

—Sí, en el Ministerio se pensó que después de todo lo sucedido lo mejor era cambiar de persona —arguyó Niebla.

—No, quiero que baje Almansa.

—¿Aún confías en mí? —terció él.

—Ya lo dice el refrán, más vale malo conocido que bueno por conocer.

—Está bien, bajaré.

—Hazlo.

... Al final te dije que no, que el Calzones iba a negociar conmigo y con el Poeta, coño, Tachuela, que lo importante es que los señoritingos nos den lo que pedimos y ya está, qué más da, ya ajustaremos cuentas con el Calzones si se ha salió de madre, ¿vale?, además, está to controlao, que se lo dije, mira, Calzones, tengo la picha hecha un lío, joputa, y no sé si eres un impostor o qué, pero me importa un carajo, que ahora eres un asesino con toas las de la ley, un cabronazo, vamos, así que no vale de na que fueras un santo en otra vía, ya eres lo que eres y ya está, así que negociamos, acabamos con esto y después a solucionar las cosas con el del felpúo, que te la va a meter bien doblá, veinte años por lo menos, joputa, que vas a salir de aquí con los pelos de los huevos blancos, pero, en fin, la Elena está vengá y el Utrilla no va a seguir jodiendo al personal, vendrá otro, pero, claro, si sabe lo que le pasó al anterior, pues se lo pensará, seguro, que no querrá el capullo que lo afeitemos, pues eso, que firmen la cosa de los fíes, les damos a los vascos de los cojones y to solucionao, que tengo ganas de ver a la gente feliz, con más horas de patio, la tele con las jais, mejor alimentaos y toas esas cosas, y él me decía sí, Malamadre, pero decía un sí raro, de esos que le decía yo a la Patri, sí como a los locos, no me digas sí como a los locos, Vicente, que ella me llamaba Vicente y yo a veces ni caía en que se refería a mí, a mí me llaman Malamadre en tos laos, desde los diecisiete años, puta, mala madre, decía yo en el bareto, y tos los amigos, si mala madre tiene, vaya mala madre, decían, y total, Malamadre se me quedó, que lo he pensao, coño, Calzones, que vaya putá, que uno no se quiere acordar de la hijaputa y encima to el día toa la gente Malamadre pa acá, Malamadre pa allá, como pa no acordarse de la mu guarra, ¿tú sabes, Calzones?, se traía a casa los amantes, a gente mu tirá, y al chico lo sacaba a hostias de la habitación, anda, niño, vete ya, déjame sola, y to pa follar como una cerda, y yo la cogía del pelo, que no le pegues más al Nacho, cabrona, y ella que na, que llamaba a uno o a otro y me daban leches también, hasta que un día entré con la recortá en el cuarto, que eso ya te lo he contao, Tachuela, y estaba la tía con dos y le dije a los tíos, le doy al gatillo y me cargo a los tres, que está recortá, y los tres en pelota viva a la calle, los tres, mi madre, que yo no, y yo, tú también, so golfa, y me tuve que ir de casa, claro, que me buscaban los tíos pa emplomarme, los joputas, y ya no la volví a ver hasta la mesa del apoderao, con el director del banco, toa abierta de patas la tía y, claro, pasó lo que pasó, que a mí no me da de leches nadie sin pagarlo, y a mí me habían dao leches por su culpa, total, que to estaba claro y que el Calzones dijo que sí, vamos allá, y yo, vale, venga...

Almansa es un hijo de puta. Armando no sé. Lo mismo no sabía lo de Elena. Almansa sí. Seguro. Que se lo vi en la mirada, que se lo noté en la voz. Supe que me mentía. Querían sustituirlo, pero he dicho que no. Va a estar acojonado. Lo quiero así, manteniéndome la mirada. Lo voy a mirar, sí, y se las voy a hacer pasar canutas. Malamadre me pregunta si no estoy pensando algo raro con Almansa y me advierte que si le hago un rasguño al tipo es como si lo arañara a él. Le prometo que no. Malamadre está ya quemado. La gente no confía en él, sino en mí. Lo noto en el ambiente. Se ha vuelto blandengue. «¿Qué le pasa a Malamadre que parece del enemigo?», me susurra el Trágala. «Cuidado con lo que dices», lo amenazo, no quiero que me engañe y se vaya a contar historias por ahí. Ahora no. «Mira, tío, a mi hermano medio me lo han matado, estoy contigo, con el jodido que le ha dado al Comepollas lo que se merecía, y como yo, muchos, que lo sepas». Y yo le contesto que «ya», pero nada más. Me interesa más saber adónde va Apache. Me mira y se para con un grupo. Pero va en busca de Malamadre. Lo sé. Se ha pasado al billar de tres bandas el cabrón. Antes jugaba a dos. Quiere que yo sea la bola roja, la que siempre está para recibir. Pero ahora tengo yo el taco, no me importa que ellos tengan la tiza. Con eso solo se unta la punta. Con el taco le rompo la cabeza al que sea. «Hummmmm, qué gordita es la parte esta por donde se agarra», me decía Elena de guasa, y ponía la carita esa pillina que tanto me excitaba. «Como hay que mover el taco así y así, pues qué quieres que te diga, Juan, que este juego me gusta mucho», y yo, «te vas a enterar después, rubita, que como te coja no te libra nadie». No hacía carambolas, pero se llevaba media hora, entre risas, para darle a la primera bola, «la del puntito, Juan, para mí la del puntito», y yo, «¿por qué la del puntito, mi vida?», y ella, «porque parece como un lunar, como el que tú tienes ahí», y aprovechaba que nos cruzábamos para rozarme y yo me ponía fatal. «Eres mala», la regañaba mordisqueándole la oreja, y ella soltaba un «síiiiiiiiiiiiiiiiiii» largo y pícaro y siempre acabábamos igual, ¿verdad, mi amor?

—Hombre, pero mira quién está aquí, Tachuela, pero si es la rata de la pradera.

—Un respeto, Malamadre.

—¿Te habías perdió?

—No, estaba dando una vuelta.

—Ya, el Costra te vio hablando con el Calzones.

—Sí, le daba el pésame por lo de su mujer.

—Y de paso le dijiste que lo pasaste bomba con el Comepollas degollao, ¿no?, que a ti el morbo te va cantidá.

—Tuvo lo que se merecía el hijo de puta.

—Bueno, ¿y qué era eso tan importante que me ibas a contar, Apache?

—Averigüé lo de la foto de la Elena.

—Y ¿qué?

—Que estaba en el sobre que nos abren cuando entramos.

—¿Seguro?

—Eso me dijo el tío del registro, y me debía dos, así que...

—Entonces el Calzones dijo la verdá.

—Supongo, no sé lo que te contó.

—Oye, Apache, ¿tenía algo el Comepollas encima?

—Sí.

—¿El qué, coño?

—Tres o cuatro billetes, un pañuelo y un bolígrafo, toma.

—¿Y los billetes?

—Me los quedé por haber arreado con él, Malamadre.

—Toma, Tachuela, el boli, de recuerdo del Comepollas, y pa mí el pañuelo con las iniciales estas, J. U., le falta la o, pondría ojú, ojú el de la luz.

—Te veo contento, Malamadre.

—Mira, Apache, el Calzones se jugaba los huevos.

—Los tiene bien puestos, Malamadre.

—Sí, es hombre el tío, con dos huevos, pero ya no sé si piensa, Apache.

«Vamos allá», dijo Almansa. Recogió los papeles, se cercioró de que llevaba las gafas y nos fue abrazando uno a uno. «No sé si volveré», susurró. A todos nos sorprendió aquello. «Claro que vuelves, Almansa, coño, ¿por qué no lo ibas a hacer?», le animó Niebla. Almansa encogió los hombros, ¿saben?, y se marchó. Intuía lo que pasaba por su mente. Juan le había asegurado que Utrilla tenía inmunidad y sin embargo ahora estaba en la mesa de acero inoxidable del forense con la cabeza casi desprendida del tronco. Y él había mentido a Juan respecto a Elena. Aquel chico alto, moreno, que tan buena impresión me dio cuando estrechó mi mano, «encantado de conocerlo, soy Juan Oliver», se había transformado en otra persona. Solo quedaba por saber si para convertir en un despojo a quien había provocado la muerte de Elena o ya para los restos. «Ahora, Malamadre, más que nunca y para siempre», recordé que había dicho. Y ese «siempre» sonaba tan eterno como el fin de los tiempos. Apenas había salido de la habitación, Niebla chasqueó la lengua y habló a sus hombres. «En cuanto Almansa cruce la zona de seguridad, todos en primera línea. Doblad el número de granadas aturdidoras. No habrá cuenta atrás. Al grito de adelante, todos dentro. Afirmativo. A la voz de adelante, dentro».

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