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Authors: Christopher Moore

Tags: #Humor, #Fantástico

¡Chúpate Esa! (19 page)

BOOK: ¡Chúpate Esa!
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Abby cruzó los brazos.

—Mañana es Navidad. Estoy atrapada con la familia. —¿Mañana es Navidad? —dijo Tommy. —Sí —contestó Jody—. ¿Y qué? —Que los Animales no estarán trabajando. Y tengo unos asuntos pendientes con ellos. —¿Estás tramando venganza?

—Pues sí.

Jody dio unas palmaditas en la bolsa de viaje que había en el asiento y que contenía todo el dinero que los Animales habían pagado a Blue: casi seiscientos mil dólares.

—Creo que eso ya está resuelto. Tommy arrugó el ceño.

—Estoy empezando a dudar de la rectitud de tu brújula moral.

—Claro, yo soy la que tiene la ética torcida, cuando eres tú el que se ha pasado toda la noche con una dominatriz de color azul que te ató y te pegó, y a la que luego arrancaste la garganta.

—Haces que todo suene sórdido.

Abby se metió dos dedos en la boca y profirió un silbido agudo que dentro del coche sonó casi ensordecedor.

—Eh, que hay un taxista aquí. ¿Queréis callaros de una puta vez?

—Eh… —dijo Jody.

—Eh… —dijo Tommy.

—Eh, tú, niñata —dijo el taxista—, como vuelvas a silbar en mi taxi te planto en la acera. —Perdón —dijo Abby.

—Perdón —dijeron Tommy y Jody al unísono.

Exceptuando algún raro asesino en serie (y los vendedores de coches usados, que las consideran la unidad perfecta para medir el espacio de un maletero), las putas muertas no le gustan a nadie. («Sí, en esta preciosidad puedes meter cinco o incluso seis putas muertas.»)

—Está tan natural… —dijo Troy Lee mientras miraba a Blue—. Menos por cómo tiene el brazo doblado debajo del cuerpo. Y por la fusta. Y porque hay sangre por todas partes, claro.

—Y porque es azul —añadió Lash.

Los otros Animales asintieron, afligidos.

La mañana estaba resultando muy estresante para ellos: habían tenido que poner orden después del destrozo que Jody había armado en la tienda, llevar a Drew a urgencias para que le cosieran la brecha que le había hecho en la frente la botella de vino (enseguida se repartieron los calmantes que le recetaron, lo cual ayudó a calmar los nervios), y explicarle al gerente del supermercado por qué estaba roto el escaparate. Y ahora esto.

—El que casi tiene un máster en gestión de empresas eres tú —le dijo Barry, el bajito calvo, a Lash—. Deberías saber qué hacer.

—Los cursos no incluyen qué hacer con una puta muerta —contestó Lash—. Ese es un itinerario totalmente distinto. Ciencias políticas, creo.

A pesar del aturdimiento que habían conseguido con los calmantes y una caja de cervezas que habían compartido en el aparcamiento del Safeway, seguían estando tristes y un poco asustados.

—Gustavo es el portero —dijo Clint—. ¿No debería limpiar él?

—¡Ahhhh! —exclamó Jeff, el altísimo ex deportista, y atizó a Clint en la cabeza con el nudillo de un dedo. Pero como le pareció que con el nudillo no bastaba, le arrancó las gafas de pasta y se las tiró a Troy Lee, que las rompió limpiamente en cuatro trozos y se las devolvió a Clint.

—Todo esto es culpa tuya —dijo Lash—. Si no te hubieras chivado de lo de Flood a la policía, esto no habría pasado.

—Solo les dije que Tommy era un vampiro —gimió Clint—. No les dije dónde estaba. Ni les hablé de la puta de Babilonia.

—Tú no la conocías como nosotros —añadió Barry y se le quebró un poco la voz—. Era especial. —Y cara —dijo Drew. —Sí, y cara —añadió Gustavo.

—Seguramente ahora por fin habría podido permitirse el lujo de ir a Babilonia —dijo Lash.

—Perdónalos, porque no saben lo que hacen —dijo Clint.

Troy Lee se inclinó para examinar a Blue, con cuidado de no tocarla.

—Cuesta ver los hematomas con el tinte azul, pero creo que le han roto el cuello. La sangre debe de ser de Flood. No veo que tenga ninguna marca.

—De mordisco, quieres decir —dijo Clint.

—Pues claro, tontaina. Sabéis que esto lo ha hecho la novia de Flood, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Lash—. Podría haber sido Flood.

—No creo —dijo Troy Lee—. Tommy estaba atado aquí. ¿Veis esas manchas naranjas que hay en las ataduras? Y los grilletes están abiertos, no rotos.

—Puede que la matara cuando lo soltó.

Troy Lee cogió algo de la cara de Blue tan delicadamente como si estuviera recogiendo su espectro.

—Si no fuera por esto.

Sostuvo un pelo largo y rojo donde Lash pudiera verlo.

—No hay razón para que Jody estuviera aquí, si Flood estaba suelto.

—Tío, eres como uno de los de CSI—dijo Drew.

—Deberíamos llamar a esos dos polis de homicidios —dijo Barry como si fuera el primero que lo había pensado.

—Y decirles que vengan a ayudarnos con nuestra puta muerta —dijo Lash.

—Bueno, ya saben lo de los vampiros —contestó Barry—. A lo mejor nos ayudan.

—¿Y si la llevamos a tu apartamento y los llamamos luego?

—Bueno, ¿y qué vamos a hacer con ella? —preguntó Barry con los pies separados y las manos detrás de la espalda, como un valeroso hobbit listo para enfrentarse a un dragón.

Troy Lee se encogió de hombros.

—¿Esperar hasta que se haga de noche y tirarla al mar?

—Yo no soporto tocarla —dijo Barry—, después de los momentos que hemos compartido.

—Seréis putos —dijo Gustavo, y, dando un paso adelante, empezó a enrollar la alfombra manchada de sangre. Tenía mujer y cinco hijos, y aunque nunca se había desecho de una prostituta muerta, le parecía que no podía ser peor que cambiar el pañal a un niño con diarrea.

Los otros Animales se miraron, avergonzados, hasta que Gustavo les gruñó. Entonces corrieron a apartar de su camino el pesado somier.

—A mí no me gustaba tanto, de todos modos —dijo Barry.

—La verdad es que se aprovechó de nosotros —añadió Jeff.

—Yo solo os seguí la corriente por no amargaros la fiesta, chicos —dijo Troy Lee—. No disfruté ni de la mitad de sus mamadas.

—Vamos a meterla en el armario hasta que sea de noche. Luego dos de nosotros pueden llevarla a Hunter’s Point y tirarla al mar.

—¿En Navidad? —preguntó Drew.

—No puedo creer que se quedara con todo nuestro dinero y que ahora encima vaya a chafarnos la Navidad —dijo Troy Lee.

—¡Nuestro dinero! —exclamó Lash—. ¡La muy zorra!

A nadie le gustaba una puta muerta.

—De vez en cuando me gusta una puta muerta —dijo el vampiro Elijah ben Sapir, arruinando un título perfecto. Había roto el cuello a la puta justo antes de dejarla completamente seca, para que hubiera un cadáver—. Pero uno no quiere ser demasiado obvio. —Arrastró el cuerpo de la puta hasta detrás de un contenedor y se quedó mirando mientras las heridas de su cuello se curaban. La había asaltado en un callejón, cerca de las calles Décima y Misión. Llevaba subida la capucha del chándal ancho que se había puesto, así que ella se había sorprendido cuando entraron en el callejón y, al echarse la capucha hacia atrás, él resultó ser un semita, y además muy pálido.

—Vaya, pero si creía que eras negro… —había dicho la puta, sus últimas palabras. Solo llevaba cien dólares encima, que, junto con el chándal y un par de playeras Nike, eran los únicos recursos que el viejo vampiro tenía a su disposición.

Había llegado a la ciudad en un yate que valía millones, lleno de obras de arte que valían más millones aún, y ahora se veía obligado a matar por cuatro cuartos. Era dueño de varias casas por todo el mundo, claro, y tenía dinero escondido en docenas de ciudades, pero tardaría algún tiempo en poder acceder a él. Y quizá no estuviera tan mal pasarlas canutas para variar. A fin de cuentas, había ido a la ciudad y tomado una nueva polluela para aliviar su hastío. (Es muy difícil sentirse vivo cuando uno lleva muerto ochocientos años.) Y ella lo había conseguido. No se estaba aburriendo… y se sentía muy vivo.

Salió del callejón y miró el cielo. El amanecer amagaba: tenía quizá veinte minutos antes de que saliera el sol.

—Cómo pasa el tiempo. —Cruzó la calle y se metió en un hotel con un letrero que decía: «Se alquilan habitaciones. Por horas, días o semanas». Sintió el olor a cigarrillos, sudor y heroína del recepcionista y mantuvo la cabeza agachada para que la capucha le tapara la cara.

—¿Tiene alguna habitación sin ventanas?

—Veinticinco pavos, como las demás —dijo el recepcionista—. ¿Quiere sábanas? Las sábanas cuestan cinco pavos más.

El vampiro sonrió.

—No, no quiero malacostumbrarme.

Pagó al recepcionista, cogió la llave y subió las escaleras. Sí, se sentía muy vivo. Uno no aprecia de verdad lo que tiene hasta que lo pierde. Y si no pierde algo importante, ¿cómo va a disfrutar uno de la venganza?

19
Nuestros colegas los muertos

Sentados el uno al lado del otro en el bastidor desnudo del futón, los vampiros contemplaban a un bicho con cinco patas que subía cojeando por la ventana delantera del loft.

Tommy pensó que el ritmo de los pasos del bicho formaban el tiempo débil de un compás bailable. Pensó que quizá pudiera ponerle música, si supiera escribirla. Suife para bicho angustiado y cojo, la llamaría.

—Bonito bicho —dijo Tommy.

—Sí —contestó Jody.

Deberíamos guardárselo a Abby, pensó Jody. Se sentía culpable por haber mordido a la cría, no tanto porque hubiera sido una violación (era obvio que la chica estaba dispuesta), sino porque tenía la impresión de que no había tenido elección. Estaba herida y su naturaleza depredadora la urgía a sobrevivir a toda costa, y eso le fastidiaba. ¿Se estaría desvaneciendo su humanidad?

—Ahora los Animales vendrán a por nosotros —dijo Tommy. Se sentía furioso y traicionado por su antigua tripulación, pero sobre todo se sentía separado de ellos. Se sentía separado de todo el mundo. Al día siguiente era Navidad y ni siquiera tenía ganas de llamar a sus padres porque ahora eran de especies distintas. ¿Qué se le compra a una especie inferior?

—Solo son los Animales —dijo Jody—. No nos pasará nada.

—Apuesto a que eso pensó Elijah, y lo cogieron.

—Deberíamos ir a buscarlo —dijo Jody. Se imaginó a Elijah ben Sapir de pie a pleno sol junto al Ferry Building mientras los turistas pasaban a su lado preguntándose por qué había allí una estatua. ¿Lo protegería el bronce?

Tommy miró su reloj.

—No nos da tiempo a ir y volver. Ya lo intenté ayer. —¿Cómo pudiste hacerle eso, Tommy? Era uno de los nuestros.

—¿Uno de los nuestros? Iba a matarnos, acuérdate. En cierto modo nos mató. Le guardo rencor por eso. Además, si estás recubierto de bronce, ¿qué más te da estar debajo del agua? Solo intentaba perderlo de vista para que podamos pensar en nuestro futuro sin que forme parte de él.

—Ya. Vale —dijo Jody—. Perdona. —¿Su futuro? Ella había vivido con media docena de tíos, y ninguno de ellos le había hablado nunca del futuro. Y Tommy y ella tenían mogollón de futuro por delante, siempre y cuando no los pillaran durmiendo—. Quizá deberíamos irnos de verdad de la ciudad —dijo—. En un sitio nuevo nadie nos conocerá.

—Estaba pensando que deberíamos comprar un árbol de Navidad —respondió Tommy. Jody apartó la mirada del bicho.

—Buena idea. O podríamos colgar un poco de muérdago, poner villancicos y quedarnos fuera esperando a que llegue Papá Noel hasta que salga el sol y nos achicharre. ¿Qué te parece?

—Tu sarcasmo no le hace gracia a nadie, rica. Solo intento llevar una vida normal. Hace tres meses estaba reponiendo mercancías en Indiana, buscando universidad, dando vueltas por ahí en mi coche cutre y pensando que ojalá tuviera una novia y pasara algo, aparte de encontrar un trabajo con paga de beneficios y de llevar la misma vida que mi padre. Ahora tengo novia y superpoderes, y un montón de gente quiere matarme, y no sé cómo actuar. No sé qué hacer ahora. Y esto va a ser así siempre. ¡Siempre! ¡Voy a estar eternamente acojonado! No puedo enfrentarme a la eternidad.

Estaba gritando, pero Jody resistió el impulso de contestarle. Tommy tenía diecinueve años, no ciento cincuenta. Ni siquiera tenía herramientas para ser adulto, y no digamos inmortal.

—Ya lo sé —dijo—. Mañana por la noche, a primera hora, alquilamos un coche, nos vamos a buscar a Elijah y a la vuelta compramos un árbol de Navidad. ¿Qué te parece?

—¿Alquilar un coche? Suena muy exótico.

—Será como en un baile de promoción. —¿Se estaba poniendo demasiado condescendiente?

—No tienes por qué hacer eso —dijo él—. Siento comportarme como un capullo.

—Pero eres mi capullo —dijo Jody—. Llévame a la cama.

Él se levantó, sujetándole todavía la mano, tiró de ella y la estrechó entre sus brazos.

—Saldremos de esta, ¿verdad?

Jody dijo que sí con la cabeza y le besó, y por un segundo se sintió como una chica enamorada, en vez de como un depredador. Inmediatamente volvió a avergonzarse por haberse alimentado de Abby.

Entonces sonó el timbre.

—¿Tú sabías que teníamos timbre? —No.

—No hay nada como una puta muerta por la mañana —dijo Nick Cavuto alegremente, porque, por lo visto, a todo el mundo le gustan las putas muertas, a pesar de lo que puedan pensar ciertos escritores. Estaban en el callejón que salía de la calle Misión.

Dorothy Chin (bajita, guapa y más lista que el hambre) se rió con un bufido y miró el termómetro que había clavado en el hígado de la difunta como si clavara un termómetro de carne en un asado.

—No lleva muerta ni cuatro horas, chicos.

Rivera se frotó las sienes y sintió que su librería se le escapaba, lo mismo que su matrimonio. Su matrimonio llevaba escapándosele algún tiempo, pero lo de la librería le partía un poco el corazón. Creía saberlo, pero de todos modos preguntó.

—¿Causa de la muerte?

—Mamada con mordisco —dijo Cavuto.

—Sí, Alphonse —dijo Dorothy, pasándose un pelín de sinceridad—, tengo que darle la razón al inspector Cavuto, la víctima murió de una mamada con mordisco.

—A algunos tíos les sienta fatal —añadió Cavuto— que una profesional se dé tan poca maña.

—El tío le rompió el cuello y recuperó su dinero —dijo Dorothy con una gran sonrisa.

—¿El cuello roto, entonces? —preguntó Rivera mientras se despedía mentalmente de una colección completa de primeras ediciones de Raymond Chandler, jornadas laborales de diez a seis y golf los lunes.

Esta vez fue Cavuto quien resopló.

—Tiene la cabeza vuelta del revés, Rivera. ¿Qué creías que era?

—Hablando en serio —dijo Dorothy Chin—, tengo que hacer la autopsia para estar segura, pero así, a botepronto, esa es la causa obvia de la muerte. Yo diría, además, que seguramente ha tenido suerte de morir así. Era seropositiva y parece que la enfermedad se había desarrollado del todo y ya tenía el sida.

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