¿Qué vieja amistad? No sabía que Christian tuviera viejas amistades, salvo… ella. Miro ceñuda la pantalla. ¿Por qué tiene que seguir viéndola? Sufro un repentino y agudo ataque de celos. Quiero atizarle a algo, preferiblemente a la señora Robinson. Furiosa, apago el portátil y me meto en la cama.
Debería contestar su largo correo de esta mañana, pero de pronto estoy demasiado enfadada. ¿Por qué no la ve como lo que es: una pederasta? Apago la luz, furibunda, y me quedo mirando a la oscuridad. ¿Cómo se atrevió esa mujer? ¿Cómo osó aprovecharse de un adolescente vulnerable? ¿Seguirá haciéndolo? ¿Por qué lo dejaron? Se me pasan por la cabeza varios escenarios posibles: si fue él quien se hartó de ella, entonces ¿por qué continúan siendo amigos?; o bien fue ella la que se hartó. ¿Estará casada? ¿Divorciada? Dios. ¿Tendrá hijos? ¿Tendrá algún hijo de Christian? Mi subconsciente asoma su feo rostro, me sonríe lasciva, y yo me quedo pasmada y asqueada solo de pensarlo. ¿Sabrá de ella el doctor Flynn?
Me obligo a salir de la cama y vuelvo a encender el cacharro infernal. Tengo una misión que cumplir. Tamborileo los dedos impaciente mientras espero a que aparezca la pantalla azul. Entro en la sección de imágenes de Google y tecleo «Christian Grey» en el recuadro de búsqueda. La pantalla se llena de pronto de imágenes de Christian: con corbata negra, trajeado, Dios… las fotos que tomó José en el Heathman, con su camisa blanca y sus pantalones de franela. ¿Cómo han llegado esas imágenes a internet? Vaya, está fenomenal.
Voy bajando deprisa: algunas con socios comerciales, y una foto tras otra del hombre más fotogénico que conozco íntimamente. ¿Íntimamente? ¿Conozco a Christian íntimamente? Lo conozco sexualmente, y deduzco que aún me queda mucho por descubrir en ese aspecto. Sé que es voluble, difícil, divertido, frío, cariñoso… el pobre es un amasijo ambulante de contradicciones. Paso a la siguiente página y recuerdo que Kate mencionó que no había podido encontrar ninguna foto suya con acompañante, de ahí que planteara la pregunta de si era gay. Entonces, en la tercera página, veo una foto mía, con él, en mi graduación. Su única foto con una mujer, y soy yo.
¡Madre mía! ¡Estoy en Google! Nos miro. Parezco sorprendida por la cámara, nerviosa, descolocada. Eso fue justo antes de que accediera a probar. Christian, en cambio, está guapísimo, sereno, y lleva esa corbata… Lo contemplo, ese rostro hermoso, un rostro hermoso que podría estar mirando ahora mismo a la maldita señora Robinson. Guardo la foto en mi carpeta de descargas y sigo repasando las dieciocho páginas… nada. No voy a encontrar a la señora Robinson en Google. Pero necesito saber si está con ella. Le escribo un correo rápido a Christian.
De:
Anastasia Steele.
Fecha:
31 de mayo de 2011 23:58 EST.
Para:
Christian Grey.
Asunto:
Compañeros de cena apropiados.
Espero que esa amistad tuya y tú hayáis pasado una velada agradable.
Ana.
P.D.: ¿Era la señora Robinson?
Le doy a la tecla de envío y vuelvo a la cama desanimada, decidida a preguntarle a Christian por su relación con esa mujer. Por un lado, estoy desesperada por saber más; por otro, quiero olvidar que me lo ha contado. Y encima me ha venido la regla, así que tengo que acordarme de tomarme la píldora por la mañana. Programo rápidamente una alarma en el calendario de la BlackBerry. La dejo en la mesita, me tumbo y, por fin, termino sumiéndome en un sueño inquieto, deseando que estuviéramos en la misma ciudad, no a casi cinco mil kilómetros de distancia.
Después de una mañana de compras y otra tarde de playa, mi madre ha decidido que deberíamos salir de copas esta noche. Así que dejamos a Bob delante del televisor, y al rato ya estamos en el lujoso bar del hotel más exclusivo de Savannah. Yo voy por el segundo Cosmopolitan; mi madre, por el tercero. Continúa desvelándome su percepción del frágil ego masculino. Resulta desconcertante.
—Verás, Ana, los hombres piensan que todo lo que sale de la boca de una mujer es un problema que hay que resolver. No se enteran de que lo que nos gusta es darles vueltas a las cosas, hablar un poco y luego olvidar. A ellos les va más la acción.
—Mamá, ¿por qué me cuentas todo eso? —pregunto sin poder ocultar mi exasperación.
Lleva así todo el día.
—Cariño, te veo tan perdida. Nunca has traído a un chico a casa. Ni siquiera tuviste novio cuando vivíamos en Las Vegas. Pensé que habría algo con ese chico que conociste en la universidad, José.
—Mamá, José no es más que un amigo.
—Ya lo sé, cielo, pero pasa algo, y tengo la impresión de que no me lo estás contando todo.
Me mira, con el rostro fruncido de preocupación maternal.
—Necesitaba distanciarme un poco de Christian para aclararme, nada más. A veces me agobia un poco.
—¿Te agobia?
—Sí. Pero lo echo de menos.
Frunzo el ceño. No he sabido nada de Christian en todo el día. Ni un correo, nada. Estoy tentada de llamarlo para ver si está bien. Mi mayor temor es que haya tenido un accidente; el segundo mayor temor es que la señora Robinson haya vuelto a clavarle sus garras. Sé que no es racional, pero, en lo que a ella respecta, parece que he perdido la perspectiva.
—Cariño, tengo que ir al lavabo.
La breve ausencia de mi madre me proporciona otra ocasión para echar un vistazo a la BlackBerry. Llevo todo el día mirando a escondidas el correo. Por fin… ¡Christian me ha contestado!
De:
Christian Grey.
Fecha:
1 de junio de 2011 21:40 EST.
Para:
Anastasia Steele.
Asunto:
Compañeros de cena.
Sí, he cenado con la señora Robinson. No es más que una vieja amiga, Anastasia.
Estoy deseando volver a verte. Te echo de menos.
Christian Grey.
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
En efecto, estaba cenando con ella. Confirmados mis peores temores, noto que la adrenalina y la rabia se apoderan de mi cuerpo y se me eriza el vello. ¿Será posible? Estoy fuera dos días y ya se larga con esa zorra malvada.
De:
Anastasia Steele.
Fecha:
1 de junio de 2011 21:42 EST.
Para:
Christian Grey.
Asunto:
VIEJOS compañeros de cena.
Esa no es solo una vieja amiga.
¿Ha encontrado ya otro adolescente al que hincarle el diente?
¿Te has hecho demasiado mayor para ella?
¿Por eso terminó vuestra relación?
Pulso la tecla de envío justo cuando vuelve mi madre.
—Ana, qué pálida estás. ¿Qué ha pasado?
Niego con la cabeza.
—Nada. Vamos a tomarnos otra copa —mascullo malhumorada.
Frunce el ceño, pero alza la vista, llama a uno de los camareros y le señala nuestras copas. Él asiente con la cabeza. Entiende la seña universal de «otra ronda de lo mismo, por favor». Mientras ella hace esto, vuelvo a mirar rápidamente la BlackBerry.
De:
Christian Grey.
Fecha:
1 de junio de 2011 21:45 EST.
Para:
Anastasia Steele.
Asunto:
Cuidado…
No me apetece hablar de esto por e-mail.
¿Cuántos Cosmopolitan te vas a beber?
Christian Grey.
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Dios mío, está aquí.
Miro nerviosa por todo el bar, pero no lo veo.
—Ana, ¿qué pasa? Parece que has visto un fantasma.
—Es Christian; está aquí.
—¿Qué? ¿En serio?
Mira también por todo el bar.
No le he hablado a mi madre de la tendencia al acoso de Christian.
Lo veo. El corazón me da un brinco y empieza a agitarse violentamente en mi pecho cuando se acerca a nosotras. Ha venido… por mí. La diosa que llevo dentro se levanta como una loca de su
chaise longue
. Christian se desliza entre la multitud; los halógenos empotrados reflejan en su pelo destellos de cobre bruñido y rojo. En sus luminosos ojos grises veo brillar… ¿rabia? ¿Tensión? Aprieta la boca, la mandíbula tensa. Oh, mierda… no. Ahora mismo estoy tan furiosa con él, y encima está aquí. ¿Cómo me voy a enfadar con él delante de mi madre?
Llega a nuestra mesa, mirándome con recelo. Viste, como de costumbre, camisa de lino blanco y vaqueros.
—Hola —chillo, incapaz de ocultar mi asombro por verlo aquí en carne y hueso.
—Hola —responde, e inclinándose me besa en la mejilla, pillándome por sorpresa.
—Christian, esta es mi madre, Carla.
Mis arraigados modales toman el mando.
Se gira para saludar a mi madre.
—Encantado de conocerla, señora Adams.
¿Cómo sabe el apellido de mi madre? Le dedica esa sonrisa de infarto, cosecha Christian Grey, destinada a la rendición total sin rehenes. Mi madre no tiene escapatoria. La mandíbula se le descuelga hasta la mesa. Por Dios, controla un poco, mamá. Ella acepta la mano que le tiende y se la estrecha. No le contesta. Vaya, lo de quedarse mudo de asombro es genético; no tenía ni idea.
—Christian —consigue decir por fin, sin aliento.
Él le dedica una sonrisa de complicidad, sus ojos grises centelleantes. Los miro con el gesto fruncido.
—¿Qué haces aquí?
La pregunta suena más frágil de lo que pretendía, y su sonrisa desaparece, y su expresión se vuelve cautelosa. Estoy emocionada de verlo, pero completamente descolocada, y la rabia por lo de la señora Robinson aún me hierve en las venas. No sé si quiero ponerme a gritarle o arrojarme a sus brazos (aunque no creo que le gustara ninguna de las dos opciones), y quiero saber cuánto tiempo lleva vigilándonos. Además, estoy algo nerviosa por el e-mail que acabo de enviarle.
—He venido a verte, claro. —Me mira impasible. Huy, ¿qué estará pensando?—. Me alojo en este hotel.
—¿Te alojas aquí?
Sueno como una universitaria de segundo año colocada de anfetas, demasiado estridente hasta para mis oídos.
—Bueno, ayer me dijiste que ojalá estuviera aquí. —Hace una pausa para evaluar mi reacción—. Nos proponemos complacer, señorita Steele —dice en voz baja sin rastro alguno de humor.
Mierda, ¿está furioso? ¿Será por los comentarios sobre la señora Robinson? ¿O tal vez porque estoy a punto de tomarme el cuarto Cosmo? Mi madre nos mira nerviosa.
—¿Por qué no te tomas una copa con nosotras, Christian?
Le hace una seña al camarero, que se planta a nuestro lado en un nanosegundo.
—Tomaré un gin-tonic —dice Christian—. Hendricks si tienen, o Bombay Sapphire. Pepino con el Hendricks, lima con el Bombay.
Madre mía… Solo Christian podría pedir una copa como si fuera un plato elaborado.
—Y otros dos Cosmos, por favor —añado, mirando nerviosa a Christian.
He salido de copas con mi madre; no se puede enfadar por eso.
—Acércate una silla, Christian.
—Gracias, señora Adams.
Christian coge una silla y se sienta con elegancia a mi lado.
—¿Así que casualmente te alojas en el hotel donde estamos tomando unas copas? —digo, esforzándome por sonar desenfadada.
—O casualmente estáis tomando unas copas en el hotel donde yo me alojo —me contesta él—. Acabo de cenar, he venido aquí y te he visto. Andaba distraído pensando en tu último correo, levanto la vista y ahí estabas. Menuda coincidencia, ¿verdad?
Ladea la cabeza y detecto un amago de sonrisa. Gracias a Dios… puede que al final hasta salvemos la noche.
—Mi madre y yo hemos ido de compras esta mañana y a la playa por la tarde. Luego hemos decidido salir de copas esta noche —murmuro, porque tengo la sensación de que le debo una explicación.
—¿Ese top es nuevo? —Señala mi blusón de seda verde recién estrenado—. Te sienta bien ese color. Y te ha dado un poco el sol. Estás preciosa.
Me ruborizo. El cumplido me deja sin habla.
—Bueno, pensaba hacerte una visita mañana, pero mira por dónde…
Alarga el brazo y me coge la mano, me la aprieta con suavidad, me acaricia los nudillos con el pulgar… y siento de nuevo el tirón. Esa descarga eléctrica que corre bajo mi piel bajo la suave presión de su pulgar se dispara a mi torrente sanguíneo y me recorre el cuerpo entero, calentándolo todo a su paso. Hacía más de dos días que no lo veía. Madre mía… cómo lo deseo. Se me entrecorta la respiración. Lo miro pestañeando, sonrío tímidamente, y veo dibujarse una sonrisa en sus labios.
—Quería darte una sorpresa. Pero, como siempre, me la has dado tú a mí, Anastasia, cuando te he visto aquí.
Miro de reojo a mi madre, que tiene los ojos clavados en Christian… ¡sí, clavados! Vale ya, mamá. Ni que fuera una criatura exótica nunca vista. A ver, ya sé que hasta ahora no había tenido novio y que a Christian solo lo llamo así por llamarlo de alguna manera, pero ¿tan increíble es que yo haya podido atraer a un hombre? ¿A este hombre? Pues sí, francamente… tú míralo bien, me suelta mi subconsciente. ¡Oh, cállate! ¿Quién te ha dado vela en este entierro? Miro ceñuda a mi madre, pero ella no parece darse por enterada.
—No quiero robarte tiempo con tu madre. Me tomaré una copa y me retiraré. Tengo trabajo pendiente —declara muy serio.
—Christian, me alegro mucho de conocerte —interviene mi madre, recuperando al fin el habla—. Ana me ha hablado muy bien de ti.