Códex 10 (9 page)

Read Códex 10 Online

Authors: Eduard Pascual

Tags: #Policíaco

BOOK: Códex 10
8.72Mb size Format: txt, pdf, ePub

Respecto de los padres, ella sabía que las cosas no funcionaban bien. Parecía que a su hijo Antonio le molestaba cargar con la vida de su esposa y el hijo de ésta. Ella sabía que Antonio quería a Nieves, pero también quería disfrutar de la juventud, y un niño pequeño ataba mucho a los hombres. Se notaba que hablaba por experiencia propia…

Quim ultimaba el acta de declaración de la abuela cuando apareció el hijo, marido y padre: el desaparecido Antonio. Vio cómo Nieves, su mujer, se levantaba de la silla y se dirigía a él, que llegaba llorando, con los brazos en jarras y los ojos desorbitados. Le gritó:

—¡¿Qué has hecho, mala madre?! ¡¿Qué has hecho con tu hijo?! ¡Maldita seas!

Antonio lanzó la mano abierta sobre el rostro de Nieves, que se había hecho aún más pequeña. Quim se interpuso. El hombre que lo acompañaba, de unos cincuenta y cinco años, agarró a Antonio por el brazo y lo apartó cuanto pudo de Quim, que protegía a Nieves con su cuerpo. Quim se identificó ante Antonio con la placa de mosso delante de su nariz y lo reprendió de ese acto incomprensible en un padre afligido que acababa de enterarse de que su hijo adoptivo había muerto.

—No he hecho nada, cariño, se ha muerto él solo, te lo juro —gimió Nieves mientras los dos hombres se llevaron al animal desbocado que era Antonio hasta una oficina al fondo del pasillo. Allí se recluyó junto a su propia madre y aquel hombre que parecía ser el compañero sentimental de ella.

—¿Por qué quiere pegar a su mujer, Antonio? —preguntó Quim, que no entendía la reacción de aquel gorila.

—Yo no quiero pegarle —dijo él más tranquilo—, ha sido un gesto que usted ha confundido malamente.

—¿Por qué le ha gritado «¿qué has hecho?»? ¿Qué ha querido usted decir?

—Nada. Yo no he dicho nada de eso. Usted lo entiende todo mal, ¡joder! Acabo de perder a mi hijo, ¡déjeme en paz!

Los sanitarios le administraron un calmante y un poco de agua. Quim salió de allí. Tenía las ideas mucho más claras que al principio. Comenzaba a haber un poco de todo en aquel suceso.

Instantes más tarde, el forense lo llamó aparte. Era posible que Jonatan hubiera muerto por asfixia, pero no podría estar seguro hasta después de la autopsia. Además, ni siquiera entonces estaría capacitado para certificar un homicidio a menos que encontrase signos evidentes de una asfixia mecánica inducida.

—Entonces, ¿podría ser que el niño hubiera muerto por la epilepsia?

—Me temo que sí.

—¿En un hospital?

—Bueno, ésa es la parte que me hace dudar tanto. Debo reconocer que no es normal. En la autopsia se aclararán muchas cosas, no te preocupes.

—Voy a llamar al cabo de guardia. Voy a detener a esa mujer… y seguramente a su marido también.

—Piensa bien lo que haces.

—Gracias —Quim marcaba ya un número en el teléfono móvil.

* * *

Casanovas llegó al hospital media hora más tarde. Le hizo saber a Quim que la historia que se había montado no dejaba de rebotar en su cabeza. Tan sólo eran las seis de la mañana y aquel policía quería detener a unos padres que acababan de ver morir a un niño de tres años de edad. El cabo Casanovas entendió las argumentaciones de Quim, pero de ahí a practicar esas detenciones había un abismo. Al llegar él, la escena que pudo observar era la de una mujer afligida y con claros signos de depresión consolada por su marido y su suegra. Aunque era cierto que la muchacha no lloraba, eso tampoco era un indicio como para ponerse a detener a la gente así como así.

Quim insistió en que había que detener a los padres mientras el cabo intentó convencerlo de que no había motivos para montar la película que él se había hecho. Trató de persuadirle de que estaba cansado y le pidió que se retirara a dormir un poco. Quim no aceptó la sugerencia. Retó al cabo a que, si no detenían a la mujer, al menos podían conducirla a la comisaría con la excusa de ampliar la declaración; estaba convencido de poder desmontar a Nieves en el despacho de interrogatorios. Le suplicó a su jefe que no dejara impune aquel infame delito. Casanovas, cansado de discutir una orden clara, le mandó retirarse por imposición de su superioridad jerárquica. Antes de que el mosso pudiera replicar de nuevo, el cabo le recordó que una desobediencia, en ese caso, sería una falta grave que no dejaría pasar. Quim se retiró de mala gana. Al volante de su vehículo personal fue mascullando lo inepto que le parecía aquel policía de pacotilla; que se las daba de saber mucho y no tenía ni idea de la vida. Decidió, en el último instante, que no podía dejar que aquella mujer se saliera con la suya.

* * *

En un último intento por evitar que Nieves y Antonio se evadieran de la acción de la justicia, Quim se dirigió a la comisaría. Allí encontró a un madrugador Flores. Su amigo se desperezaba entre cuatro montones diferentes de denuncias policiales, recién recogidas de la Oficina de Atención al Ciudadano. El sargento Montagut también había llegado. Pidió a Flores que lo acompañara al despacho del jefe; quería que alguien afín a él escuchara lo que tenía que decirle al jefe de la unidad.

Montagut y el cabo Flores escucharon atentamente a Quim. Realizaron sencillas preguntas para esclarecer cuestiones que Quim se saltó de vez en cuando. Al final, Flores estuvo de acuerdo con él en que allí había algo que no encajaba.

—Yo los hubiera traído a comisaría, Monti —sentenció Flores.

—Sí, pero no olvidemos que no hay prisa por detener a nadie. No me parece mal lo que sea que esté haciendo Casanovas; es un cabo muy prudente y eso está bien.

—El mejor momento para extraer una mentira es justo el momento en que ésta se produce, Monti —recordó Quim—. Cuantas más horas dejemos pasar, mejor montada estará la farsa. Si no ha actuado con premeditación, la pillaremos enseguida; si había planeado lo que ha hecho, será fácil descubrir los entresijos de su plan.

—Estoy de acuerdo. —Flores miró a su jefe.

—Y yo también, pero os olvidáis de que, según tú mismo —el sargento señaló a Quim—, esa pareja no son delincuentes comunes. El tiempo no es tan importante como para actuar con prisa.

—Monti —pronunció Quim, solemne—, si esa mujer ha matado a su hijo esta noche, también podría haber matado a su otro hijo en Vigo hace unos pocos meses. Se podría decir que allí ya engañó a la policía, al forense y al juez. Que sea inculta no quiere decir que sea tonta, tendrías que haber oído el modo en que describió su vida… ¡hubo momentos en que me pareció que escuchaba una novela!

—Y con Casanovas al cargo, se va a mear en nosotros —sentenció Flores.

—Quim, ¿cómo supones que murió este niño? ¿Cómo se llama…? Jonatan.

—Para mí que su madre, cansada de la vida y amargada de su relación de pareja al ver que perdía al marido, pensó que lo mejor para conservarlo era no tener más ataduras que las propias de dos enamorados sin hijos. Ideó el ingreso del niño en el hospital alegando una epilepsia inexistente, con el fin de obtener una coartada perfecta a su fechoría, y esperó a que la criatura se durmiera. Después, con la misma almohada sobre la que descansaba, le tapó la cara y apretó hasta que se asfixió. Una vez muerto, arregló la cama y llamó a la enfermera.

—Es muy pretencioso, ¿no? Muy simple y muy pretencioso a la vez.

—Es posible, pero lo que sucedió de verdad no debe de estar muy lejos. Creo que incluso el marido podría haberla inducido a cometer el homicidio, aunque de forma involuntaria; tal vez fantaseando con lo felices que serían los dos sin niños. No podemos dejar que se salgan con la suya.

—Te diré lo que haremos —aceptó el sargento—: dejaremos que Casanovas venga a comisaría y nos explique su parecer…

—Monti, que esta tía se ha cargado al crío, ¡joder! —explotó Quim.

—… les vamos a poner seguimiento —Montagut hizo caso omiso de la insolente interrupción de su agente— y meteremos prisa al forense con la autopsia. Enviaremos a la científica para que filme toda la operación. Además, yo mismo pediré por teléfono los informes de esta gente al CNP de Vigo y a los servicios sociales de la ciudad. Necesitamos datos oficiales de lo que sucedió allí.

—Espero que no se escape, sargento Montagut. Estoy convencido de que esa mujer es una asesina.

—Si es así, no se escapará, agente Quim.

—Quim —convino Flores—, lo que dice el sargento es lo más adecuado, estoy de acuerdo con él.

—Está bien, como queráis. Yo me voy a iniciar el seguimiento.

—Ni hablar, Quim —objetó el jefe de la unidad— te vas a casa a descansar y consumes tus dos días de fiesta, que falta te hacen.

—Los dejo para otra semana, no me importa.

—Es una orden, Quim. Vete a casa y déjanos trabajar a nosotros. Estás demasiado contaminado con el caso.

El aire dentro del despacho del sargento Montagut se espesó con el silencio. La lucha se trasladaba a los galones y, contra eso, Quim tenía las de perder, así que salió del despacho con los puños cerrados y la mandíbula prieta. Flores palmeó la espalda del agente y le prometió tenerlo informado de cuanto sucediera. Lo tranquilizó al hacerle ver que al fin y al cabo se había salido con la suya; de no ser por su interés y su sentido del deber, lo más probable era que el caso hubiera sido archivado por el magnificente cabo Casanovas. Podía irse a casa tranquilo: él, su amigo, velaría por la buena marcha de las gestiones.

—Esta comisaría es un cortijo, Flores. Pienso en el crío todo el tiempo, si lo hubieras visto como yo… Allí, a solas con aquella inocencia… Estoy hasta los cojones de esta comisaría: de pasillos llenos de gente sonriente y repeinada, jefes y jefecillos, trepas y pelotilleros; de gente que se queja en los pasillos y de ver cómo buenos polis arden como la tea. Estoy a tomar por culo de mi casa y de los míos. Tengo que aguantar chupatintas de medio pelo que no saben hacer la «O» con un canuto y que ascienden en carreras meteóricas que nadie entiende. Hasta los cojones, Flores. Tú no me falles, por favor.

—Anda ya, déjate de mariconadas. Tienes un mal día y basta. Todas las comisarías son iguales. Venga, vete a casa, a la tuya de verdad y no al piso patera ese en el que vives con otros cuatro compañeros. Yo te llamo, de verdad. Vendrán tiempos mejores, estos pichaflojas llevarán tantas rayas encima que no se aguantaran el pis al estornudar y los largarán al puente de mando para que no toquen las narices en la sala de máquinas.

Ambos policías se abrazaron como sello de compromiso mutuo y Quim se marchó a casa con la imagen de Jonatan prendida en la memoria.

* * *

El mosso que levantó el caso de los dos niños asesinados por la gallega Nieves supo mucho más tarde que el sargento Montagut había cumplido su palabra. El jefe de la unidad de investigación de la comisaría de Figueres llamó directamente a su homólogo en la comisaría del Cuerpo Nacional de Policía de Vigo y, a los dos días, el 30 de diciembre por la mañana, el informe sobre el caso de José, el bebé muerto en extrañas circunstancias cuando estaba al cuidado de Nieves, estaba sobre su mesa.

La autopsia del cadáver del pequeño Jonatan se practicó a las 17.30 horas del día de los Santos Inocentes, el mismo día en que murió. Esta efeméride tiene su origen en la leyenda de la matanza de niños que ordenó el rey Herodes con el objetivo de asesinar al Niño Jesús. El informe del forense constató la posible muerte por sofocación, si bien no descartaba las posibles causas de carácter natural que llevaran a la misma.

Casanovas y la mossa de su grupo, Gloria, siguieron a la pareja en todos sus movimientos por el Empordà. También en eso cumplió el sargento. El día 31 de diciembre, la pareja efectuó compras en un supermercado; parecía que preparaban la celebración del Año Nuevo por todo lo alto después de la reciente muerte de Jonatan, además de la de José tan cercana en el tiempo. Casanovas se rindió a la evidencia y los acometió a la salida del supermercado. Les pidió que les acompañara a la comisaría con motivo de aclarar algunos puntos oscuros que habían surgido en la investigación.

El sargento Montagut y el cabo Casanovas interrogaron a la pareja por separado; el contraste de declaraciones, cuando los interpelados estaban segregados el uno de la otra, era la técnica policial de interrogatorio que mejor dominaba el sargento Montagut. Después de dos horas de preguntas, Nieves no soportó la presión y se derritió como un helado al sol para desvelar el secreto de su composición.

—Desconozco qué me empujó a llevar a Jonatan al hospital. Mi hijo sufría ataques epilépticos desde que era un bebé. Parece ser que se trata de una enfermedad genética de la que soy portadora. Ya saben ustedes que he tenido dos hijos de padres diferentes y los dos sufrían el mismo calvario, pobrecitos míos.

Los investigadores, frente a Nieves, no daban crédito a la forma de hablar de aquella joven gallega. Montagut comentaría después que recordó la frase de Quim para definir su forma de hablar «… hubo momentos en que me pareció que escuchaba una novela…».

Aquella mujer tenía un talento oculto. Al principio todo fueron balbuceos en respuesta a sus preguntas y, cuando pareció derrumbarse, con la cabeza hundida y las manos blancas de tanto estrujárselas, llegó un largo silencio y una calma inusitada. Al levantar la cara miró al infinito sin parpadear y comenzó a hablar sin pausa y con una claridad fuera de lugar. ¿Qué inteligentes demonios habitaban aquel pequeño cuerpo, que utilizaban como una marioneta para cometer el acto atroz que estaba a punto de descubrir?

—Jonatan dormía la noche en que él se revolcaba en los brazos de una puta, seguro. Yo no conseguía cerrar los ojos, de hecho hacía rato que ni siquiera pestañeaba. El momento estaba cerca. Si todo salía como esperaba, Antonio no necesitaría volver a dormir en una cama que no fuera la suya. El acto de amor que estaba a punto de realizar sería mi mayor muestra de entrega y respeto por aquel hombre que no tenía más opción que abandonarnos.

»Jonatan respiraba lentamente. Se había dormido de lado, mientras me miraba a la cara, pidiéndome con su silencio que no lo abandonara. Unos momentos antes le conté un cuento en el que un niño bueno, muy enfermito, era abandonado por su mamá en el cielo. Ella lo llevó hasta allí y el niño bueno jugó con los ángeles a hacer montoncitos con las nubes. Cuando se cansó de jugar quiso volver, pero su mamá ya no estaba con él. Los ángeles le explicaron que no la volvería a ver hasta dentro de unos años; cuando ella también fuera al cielo a quedarse para siempre. El niño bueno se quedó con ellos y fue feliz. Desde entonces, juntos hacen montoncitos con las nubes del cielo, que unas veces parecen animales y otras la carita de la mamá del niño bueno.

Other books

Cheat and Charmer by Elizabeth Frank
Total Constant Order by Crissa-Jean Chappell