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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

Cómo ser toda una dama (41 page)

BOOK: Cómo ser toda una dama
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—En este momento en concreto, no pareces querer estar donde yo esté —consiguió replicar.

Jin se acercó, la aferró por los hombros e inclinó la cabeza para decirle:

—En una ocasión, pensé que estabas loca. Estaba seguro de ello. Pero ahora sé que el loco soy yo —su voz era ronca y su aliento le acarició la frente—. Tú sólo eres una ingenua testaruda.

—No sé por qué piensas eso, cuando sé muchas más cosas del mundo que cualquiera de las damas que he conocido en Inglaterra.

—No entiendes por qué no soy el hombre adecuado para ti. Por eso me pareces una ingenua. Y una mujer imposible.

La deseaba, pero no quería desearla. Estaba claro. El pánico la abrumó y su asalto le resultó más frío que la lluvia. Ese era el final de verdad.

—Entonces, ¿te vas? ¿En este momento? ¿Ahora mismo?

Él la soltó y asintió en silencio.

«
¡No, por Dios, no!
», exclamó para sus adentros.

—¿Te vas a Londres? ¿Allí es donde está tu barco?

—Sí.

—¿En Londres? ¿Durante todo este tiempo? Debe de estar costándote una fortuna tener el barco atracado en el puerto. ¿Cómo narices puedes permitirte…?

—Viola —la interrumpió él, que apartó la vista al parecer con impaciencia.

—¿Adónde irás? —había perdido. Había perdido de nuevo. Pero en esa ocasión la pérdida le provocaba el dolor más grande que había experimentado en la vida, mucho peor que el que sintió durante los primeros meses en América, mucho peor que el dolor de la soledad—. ¿A Boston para recoger tu nueva embarcación? O a Malta, supongo.

—Al este.

—Cuando concluyas tus negocios, podrás regresar —dijo sin pensar, parecía que la desesperación le había robado el control de la lengua—. O podrías retrasar un poco tu viaje —estaba abriéndole el corazón para que él se lo destrozara de nuevo. Pero le daba igual. ¡No podía dejarlo marchar!—. Serena y Alex han hablado de abrir la propiedad al público, aunque por lo que he oído todo parece una broma, pero…

—Viola, ya vale.

Ella apretó los labios. Jin la contemplaba con expresión distante, como aquel día en el barco cuando la guiaba la esperanza, cuando fue tan ingenua de creer que ese hombre podía amarla.

—Dilo sin más —replicó controlando la voz, si bien le supuso un gran esfuerzo—. Hazlo. Tienes la misma expresión que aquel día en el barco, cuando ganaste la apuesta —necesitaba oírle decir que no la quería. Porque, pese a todo, sabía que no le mentiría en eso.

—Mis sentimientos no han cambiado desde entonces —y tal como sucedió aquel día, pareció tener dificultades para confesárselo. Al menos, sentía lástima por ella.

Viola se echó a temblar, abrumada por la angustia.

—Bueno, tus sentimientos son legítimos, supongo, sean los que sean —enderezó los hombros, pero el vestido le resultó demasiado tirante y se le clavaron las ballenas del corsé. De repente, se sintió atrapada y al borde de las lágrimas, aunque llorar delante de él sería lo peor que podría pasarle—. Bueno, Seton, pues adiós. Espero que tengas una bonita vida —extendió la mano para darle un apretón, pero él no hizo ademán de aceptarla.

—Aidan Castle no te merece.

Viola tragó saliva para intentar deshacer el gigantesco nudo que tenía en la garganta.

—Por sorprendente que te parezca, don Arrogante, me importa muy poco tu opinión sobre el tema —el dolor era abrumador. Se dio media vuelta, parpadeando para contener las lágrimas—.
Bon voy…

Jin le aferró una muñeca, tiró de ella para detenerla y se llevó sus dedos a los labios.

—Algún día conocerás a un hombre que te merezca de verdad, Viola Carlyle —le dijo en voz baja—. No te conformes con menos —la besó en los nudillos y, después, en la frente.

Viola inhaló su olor, absorbiendo su cercanía y todo lo que adoraba de él. Cuando la soltó, Jin se dio media vuelta y se alejó hacia el establo.

Ella entró en la casa, se encerró en su dormitorio y dio rienda suelta a las lágrimas, tantas que bien podrían llenar el océano Atlántico.

Capítulo 28

Con la omnipresente ayuda de Jane, Viola consiguió que sus ojos hinchados y su cara pálida estuvieran lo bastante presentables para reunirse con su hermana y con los demás a la mañana siguiente.

—¿Ha mejorado su migraña, señorita Carlyle? —preguntó Caitria, interesada—. Lady Fiona y lady Savege estaban muy preocupadas por usted. Mi madre y yo también. Y mi hermano, por supuesto.

Viola miró a Aidan, que se encontraba en el otro extremo del comedor. Parecía cansado, pero esbozó una sonrisa titubeante. Más tarde, fue a buscarla a la biblioteca.

—Supongo que un día lluvioso es ideal para disfrutar de un buen libro con una taza de té —le dijo mientras se acercaba a ella.

Viola cerró el libro, del que no había leído una sola palabra en la hora que llevaba allí, y lo observó mientras se sentaba a su lado. Era un hombre agradable, decente, y por fin comprendía por qué creyó amarlo durante todos esos años. Había necesitado un amigo y no sabía lo que era el verdadero amor.

—¿Qué lees? —le quitó el libro de las manos y lo abrió por la primera página—. ¿Virgilio? ¿No está en latín?

—¿En serio? —bajó los pies al suelo, sobre los que había estado sentada, y se alisó las faldas. Estaban arrugadas, pero le daba igual.

Aidan soltó el libro y la cogió de la mano.

—Viola, es un momento espantoso para todos, sobre todo por lo que ha hecho Seamus y por cómo está pagando por ello. Le he pedido perdón a lady Savege por haber traído a mi primo a su casa, y ella me lo ha concedido, pero…

—¿Pero?

Le daba igual lo que quisiera decirle. De hecho, deseaba que la dejara tranquila con su soledad. En algún lugar de la casa, lady Fiona y madame Roche estaban enseñándole a Caitria a hacer trenzas al estilo francés. Lady Emily estaría sentada cerca, con un libro, haciendo comentarios ingeniosos. Su hermana estaría en la habitación infantil con el bebé. Pero ella sólo quería estar a solas para lamerse la herida de la que nunca se recuperaría.

Aidan le apretó los dedos.

—Viola, Seamus no regresará a las Indias conmigo. De todas formas, tengo que embarcar en la nave que sale de Bristol dentro de seis días. Quiero que me acompañes. Como mi esposa.

—¿Ahora me pides que me case contigo? Me refiero a que por fin me pides que me case contigo.

—Sé que ha sido una larga espera para ambos. Pero siempre he sabido que serías mi esposa, Viola. Siempre.

Apartó la mano.

—Aidan, ¿por qué dejaste Trinidad hace dos meses y medio? Supongo que te costó mucho dejar en manos de otro hombre el trabajo de rehabilitación de la casa y la construcción de un nuevo edificio. La verdad es que me sorprende que decidieras visitar a tu familia tan de repente.

Aidan entrecerró los ojos y la miró con ternura.

—Seguro que sabes que vine porque no deseaba estar lejos de ti.

—Después de tantos años estando separados, ¿de repente ya no lo soportabas? —frunció el ceño—. ¿Te prestó mi padre el dinero para la plantación con la condición de que te casaras conmigo y me trajeras de vuelta a Inglaterra para vivir aquí?

La cara de Aidan era un poema.

Viola se puso en pie con los pies destrozados, al igual que el corazón, sin saber si podía confiar en que algún hombre le dijera la verdad. Todos la utilizaban para sus propósitos. Su padre la había utilizado para recuperar a su amante. El barón intentaba utilizarla para revivir el recuerdo de la misma mujer. Y Jin la había usado para ganar dinero, y para obtener placer. El hecho de que ella lo deseara no lo exoneraba. Sólo la convertía en una tonta desdichada.

—Aquel día en el hotel de Puerto España, antes de que te disculparas por haber besado a la señorita Hat y me asegurases que me querías, Jin te contó la verdad sobre mi familia. Sobre mi familia al completo. ¿Verdad?

Aidan se puso en pie.

—Violet, te he querido desde que eras una niña, y sí, le prometí a Fionn que te traería a vivir a Inglaterra, pero en aquel entonces no tenía ni idea de lo de tu familia y aun así me habría casado contigo. ¿Qué más da? —gesticuló con impaciencia—. Cásate conmigo y olvidemos el pasado para construir un futuro juntos.

Viola tenía un nudo en la garganta, pero los ojos secos.

—No, Aidan, no quiero casarme contigo. Siento desilusionarte, pero ya no soy la misma niña que te seguía por cubierta hace diez años. He cambiado.

—Entiendo —dijo él a la postre, con el ceño fruncido—. Veo que he perdido mi oportunidad. He movido ficha demasiado tarde.

No hacía falta que ella respondiera.

—Si quieres librarte de mí —continuó Aidan con sequedad, tenso—, puedo ponerme en camino esta tarde. Mis padres y Caitria deben quedarse aquí hasta que Seamus pueda viajar. Pero yo me marcharé si así lo deseas.

—No hace falta —de hecho, le daba igual dónde estuviera.

Aidan asintió con la cabeza y salió de la biblioteca.

Sin embargo, la tensión y la sequedad de Aidan persistieron, y eso no le gustó.

Al cabo de dos días, recibió con alivio la sugerencia de Serena de trasladarse a la ciudad.

—¿No echarás de menos a papá?

—Un poco. Pero, Ser, es… un poco pegajoso.

—¿Pegajoso? ¿Es otro de tus simpáticos americanismos?

—Es posible, pero voy mejorando muchísimo con la pronunciación. Parezco una auténtica inglesa —intentó sonreír, pero la astuta mirada de Serena la observaba con demasiada concentración. Se volvió—. ¿Cuándo nos vamos?

—El martes. No me cabe la menor duda de que Fiona, Emily y madame Roche también están ansiosas por regresar a la capital. Tracy nos acompañará. Lo convertiremos en una fiesta.

—Suena maravilloso.

Observó la marcha de Aidan, que partió solo. Al final, se había marchado sin rechistar y había aceptado su rechazo con resignación. Pese a los huesos rotos y a las heridas abiertas, Seamus se negó a quedarse atrás después de la marcha de su primo, de modo que la familia Castle se fue al completo.

Al día siguiente, cinco carruajes cargados con criados, caballeros, damas y Viola pusieron rumbo a Londres. Había visto muy poco de la campiña en su apresurado viaje desde Exmouth a Savege Park. En ese momento, dividieron el trayecto en varias etapas cortas, deteniéndose en preciosas posadas a lo largo del camino para cenar con tranquilidad todas las noches, como si fueran unas vacaciones. Pasado el primer día, Viola consiguió viajar siempre en el carruaje de lady Emily, ya que no se despegaba de su libro y no entablaba conversación, de modo que el viaje se le hizo soportable.

Londres se parecía tanto a Boston como Savege Park se había parecido a la plantación de Aidan. Era una vasta extensión, con calles interminables llenas de personas y todos los sonidos imaginables, desde los resoplidos de los caballos, pasando por el traqueteo de los carruajes hasta los gritos de los vendedores callejeros. Con una atmósfera cargada por el carbón, la ciudad vibraba por el movimiento y la vida. Clavó la mirada más allá de la ventanilla y se quitó el chal y los guantes, ya que tenía las manos sudorosas.

—El aire en la ciudad es muy insalubre a estas alturas de otoño, señorita Carlyle —comentó lady Emily, que por fin cerró el libro, con los ojos chispeantes—. Pero hay muchos lugares en los que una dama puede disfrutar de los mejores placeres de la vida.

—Lady Fiona me ha hablado de la tienda de helados Gunter's —replicó sin prestar demasiada atención.

A lo lejos, hacia la derecha, se atisbaban los inconfundibles mástiles de los barcos tras el tejado de un edificio. La inundó el alivio. Londres no era del todo diferente.

—Me refiero a los museos, a las exhibiciones científicas y a las conferencias, por supuesto.

—¿Estamos cerca del río? Veo barcos.

—A varias manzanas al norte. ¿Le gusta navegar, señorita Carlyle?

—Un poco.

La casa de Alex y Serena, enorme y muy elegante, se encontraba en una esquina de la plaza y parecía una mansión. Tenía dos salitas, un salón recibidor, un salón, un comedor, un amplísimo vestíbulo, un modesto salón de baile en la parte posterior, un jardín y un sinfín de habitaciones en las plantas superiores. Serena la había amueblado pensando en la comodidad, pero también con una belleza muy sencilla. Viola supuso que debía acostumbrarse a ese esplendor. A pesar de que pertenecía a la aristocracia y ostentaba un título nobiliario, Serena seguía siendo Serena, y Alex era tan amable y tan atento como siempre. Además, la pequeña Maria los había acompañado. Se dijo que era más afortunada que cualquier persona a quien hubiera conocido.

No obstante, sin la continua presencia de las amistades y sin un acantilado con vistas al mar donde refugiarse, pronto se sintió intranquila. Demasiado sedentaria. Cuando Tracy las visitó para invitarla a dar un paseo por el parque en su nuevo tílburi, aceptó encantada. Cuando lady Emily la invitó una tarde a la conferencia que daría una famosa ensayista, aceptó con menos entusiasmo, pero disfrutó de la salida mucho más. La famosa ensayista utilizó una serie de palabras malsonantes que tanto Serena como el señor Yale habían insistido en que ella no utilizara, y el tema de la charla era que las mujeres deberían poder realizar cualquier profesión, como los hombres. Muchas damas salieron de la sala de conferencias con muy mala cara, mientras cuchicheaban escondidas tras sus abanicos, pero Viola se sintió revitalizada.

Sin embargo, no tardó en volver a deprimirse. En contra de su buen juicio, aceptó una invitación de lady Fiona y madame Roche para una velada jugando a las cartas.

—Ah,
ma chère mademoiselle
, juega hoy mucho peor de lo que jugó en el campo, en casa de su hermana —se lo dijo en un susurro muy francés.

—De hecho, estoy jugando fatal —replicó Viola con un resoplido.

—¿Qué tal le va con los alfileres que le sostienen el dobladillo? —preguntó lady Fiona con expresión esperanzada.

—Se me clavan en los tobillos. Pero es lo mínimo que me merezco por pisarme el bajo al descender del carruaje.

—¡Qué desgarrador! —madame Roche soltó un par de ases.

—¿Desgarrador? —Viola empezó a sentir el escozor de las lágrimas en los ojos.

—Sí, ya sabe, por los arañazos en la ropa o en la piel, señorita Carlyle —lady Emily miró sus cartas con el ceño fruncido—. El acento de Clarice es encantador, pero a veces no se expresa bien —miró a Viola con atención.

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