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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

Cómo ser toda una dama (19 page)

BOOK: Cómo ser toda una dama
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Más lástima, y precisamente de quien menos se la esperaba.

El frío que la embargaba aumentó.

—¡Maldita sea, maldita sea! —agitó un brazo en el aire como si blandiera un sable con el que poder cortar la arruinada vela—. ¡Maldita sea! Dame tu espada —le dijo, extendiendo una mano.

—No necesitas una espada y no tienes por qué maldecir de esa manera.

Ella se volvió parar mirarlo.

—No tienes ni idea de lo que necesito.

—Te equivocas —sus ojos le dijeron mucho más.

Los había visto en el jardín. La había visto llorar. La comprendía. Su rostro, iluminado por la luz de la luna, era el vivo retrato de la belleza masculina y de la seguridad más inquebrantable.

El corazón de Viola latía con fuerza, apresado en su pecho. Deseaba librarse del daño que había sufrido. ¡Lo deseaba a él! Deseaba a ese hombre. No a Aidan. Su deseo por Jinan Seton era tan intenso que casi podía saborearlo.

—No sabes nada. No puedes saberlo —hasta hacía un instante, ni ella misma era consciente de lo que necesitaba.

Seton seguía mirándola sin flaquear.

—Es una niña —le dijo en voz baja—. ¿Por qué quieres a un hombre que a su vez quiere a una mujer así?

Viola se quedó sin aliento. Se volvió y pisó la vela, que se deslizó, haciendo que ella resbalara y tuviera que aferrarse al pasamanos, tras lo cual saltó a la cubierta inferior para evitar caerse. Él la siguió con agilidad, como si en su día a día fuera habitual tener que sortear las velas que caían sobre las escaleras. Aunque tal vez en algún momento de su vida sí lo hubiera sido. Una vida que conocía por boca de los demás, no porque él se la hubiera contado.

—Viola…

—Sólo faltaba que tú me dijeras lo que necesito. Un hombre que finge no estar interesado en besar a una mujer después de haber demostrado claramente que sí lo está.

Los ojos de Seton se ensombrecieron al llegar a la penumbra del pasaje inferior.

—Ahora eres tú la que te comportas como una niña. Castle podría poner una guardería infantil —replicó con la mandíbula tensa.

¿Había conseguido atravesar esa coraza? Seguro que le había herido el orgullo.

—Eres un bastardo arrogante —susurró. Sin embargo, en el silencio del pasaje, la palabra se escuchó claramente.

Vio que la ira relampagueaba en esos ojos azules y sintió un nudo en el estómago. No podía creer que hubiera dicho algo así.

—Jin, por favor, perdóname —se llevó el dorso de una temblorosa mano a la boca.

—¿Por qué debo perdonarte? ¿Por comportarte como una niña? —replicó él en voz baja.

Una ira candente la abrasó por fin ese momento.

—¿Como una niña, a eso he quedado reducida? —la sensación de derrota mezclada con el deseo la estaba abrumando. Se cubrió los ojos con la palma de la mano—. Eso no es lo que quería…

—Esto es absurdo —Jin le cogió la mano, tiró de ella para pegarla contra su pecho y la besó.

No fue un beso tierno, sino que la besó con el mismo ardor con el que la había besado en su camarote. Fue un beso feroz, ávido y posesivo con el que le exigió que no se resistiera.

Viola no pudo resistirse. Porque era eso lo que deseaba. Sin embargo, en esa ocasión no quería que terminara tan rápido. No quería que terminara jamás. Lo besó con la misma pasión y le permitió que conquistara su boca a placer. Sentía su fuerza y saboreaba su deseo, de modo que se entregó al momento como si fuera una droga, acicateada por la pasión y la urgencia.

Él le puso fin al beso al apartarse. La mano que seguía aferrándole se encontraba entre sus cuerpos y con ella sentía el latido atronador de su corazón, o tal vez fuera el de Seton. Esos ojos azules brillaban como esquirlas de cristal mientras recorrían su rostro, rebosantes de deseo. Sin embargo, también había inseguridad en ellos. Tal vez incluso una duda. Viola sintió que se le aflojaban las piernas. En el silencio de la noche, sólo se escuchaban sus aceleradas respiraciones y los crujidos de la madera.

Fue incapaz de soportar la situación. Levantó el brazo libre y le pasó los dedos por el pelo, disfrutando del simple placer de tocarlo. Estuvo a punto de suspirar.

Seton le aferró la mano con más fuerza.

Ella se puso de puntillas y cuando lo instó a inclinarse, la besó de nuevo. Las sensaciones sobrepasaban cualquier cosa que Viola hubiera experimentado con anterioridad. Cualquier incertidumbre que lo hubiera asaltado había desaparecido y sólo parecía tener un objetivo: conquistarla. Y se dejó conquistar alegremente, encantada. Sintió que él le colocaba una mano en el mentón y que le presionaba la barbilla con el pulgar, de modo que separó los labios. Al instante, su lengua la invadió y él reclamó el interior de su boca con voracidad y urgencia.

La pegó a su cuerpo y comenzó a acariciarla. Sus manos le exploraron el cuello, los hombros, las curvas de la cintura y después el trasero. Viola gimió, embargada por el deseo, cuando una de sus enormes manos le dio un apretón antes de descender por su muslo. La pasión los abrasaba, se adueñaba de ella, se colaba bajo su piel y teñía sus besos. Él le aferró una pierna y la instó a que la levantara, colocándosela sobre la cadera para poder presionar su dura erección contra ella. El roce le arrancó otro gemido. Levantó las manos y le tomó la cara entre ellas, ansiando que volviera a introducirle la lengua en la boca. ¿Cómo era posible sentirse tan bien y seguir ansiando más?, se preguntó.

Comenzó a removerse, inquieta, ya que necesitaba sentirlo más cerca.

—Me dijiste que no tenías la menor intención de volver a besarme.

—Esto no es un beso —la pegó a la barandilla de la escalera y se frotó contra ella al tiempo que le acariciaba un pecho.

—¡Dios! —exclamó Viola.

Llevaba semanas deseando que la tocara de esa forma. El roce de su erección y las caricias de esas manos acicateaban su deseo hasta tal punto que le resultaba doloroso. Era demasiado, sus caricias eran demasiado exquisitas, apenas soportaba sentirse apresada por ese cuerpo, era una sensación abrasadora. Le dio un tirón a su chaqueta y él se la quitó. Tenía la camisa húmeda y la tela se pegaba a sus músculos. Viola ansiaba trepar por su cuerpo, pegarse por completo a él. Movió un pie y se le trabó en uno de los jirones del vestido, de forma que perdió el equilibrio. Él la atrapó, tras lo cual la dejó en el suelo, sobre la vela que cubría los últimos peldaños de la escalera.

Volvió a besarla en los labios al tiempo que le acariciaba un muslo con urgencia, levantándole el vestido. Viola entendía tanto las prisas como su intención. Ella también lo deseaba. Arqueó el cuerpo hacia él, jadeó y Seton la pegó a su cuerpo. Le rozó la lengua con la suya antes de introducírsela en la boca, con la mano alrededor de una rodilla.

En ese momento, levantó la cabeza y separó sus labios.

—Viola… —dijo con voz tensa—, no pienso forzarte. Separa las piernas o me voy.

Y, en ese momento, ella reparó en que tenía las rodillas pegadas. ¿Qué estaba haciendo?, se preguntó.

—¿Del barco? —replicó con voz temblorosa.

—Ya te gustaría —atrapó de nuevo sus labios.

Ella se dejó llevar, se dejó arrastrar por el miedo y la certeza que la obligaban a mantener las piernas unidas, por la aprensión de saber que todo estaba cambiando en ese instante.

—No me gustaría —trató de besarlo con más pasión si cabía, mordisqueándole los labios y succionándoselos. Ansiaba poseerlo. Que la poseyera. La invadía un ansia frenética—. No ahora mismo, me refiero —se apresuró a añadir, aunque pareciera rudo.

Claro que Seton no se quejó. Comenzó a acariciarla entre los muslos, de modo que Viola decidió entregarse, porque era lo que él esperaba y lo que ella deseaba. La unión. Simplemente, no soportaba estar apartada de él.

Separó los muslos, lo acogió entre ellos mientras temblaba de forma incontrolable y lo sintió en la entrada de su cuerpo. La penetró con una fuerte embestida y un gruñido de placer muy masculino. Viola intentó respirar al tiempo que le clavaba los dedos en los hombros. Se sentía incómoda, invadida y dolorida. Pero era un dolor maravilloso. Seton comenzó a moverse, saliendo de su cuerpo y volviendo a entrar.

—¡No! —le dijo, aferrándose a él—. Dios, no —le dolía muchísimo. Pero no se trataba de un dolor físico. Porque el placer que la invadía era tal que acallaba cualquier dolor que su cuerpo pudiera sufrir.

Era un dolor anímico, muchísimo peor que el físico.

Seton se quedó quieto, respirando de forma superficial mientras la agarraba por las caderas para mantenerla pegada a él.

—Viola —susurró contra su mejilla—, es demasiado tarde para negarse.

—No. Sí. ¡Sí! —levantó las caderas hacia él, extasiada por la mezcla de placer y dolor.

Él la besó sin moverse y mantuvo sus cuerpos unidos de esa forma como si fuera capaz de prolongar esa unión mientras ella lo quisiera. Después, dejó de besarla y comenzó a mover las caderas de nuevo.

Viola había pensado que entendía lo que pasaba. Porque ya lo había hecho antes.

Sin embargo, lo que estaba sucediendo era una novedad. Con cada embestida, él le provocaba un ramalazo de placer, y se sentía obligada a devolvérselo. Seton la guiaba con las manos a cada movimiento, penetrándola cada vez más deprisa y más profundamente hasta que ella empezó a gemir. El placer aumentó de una forma abrupta, un placer que sólo había experimentado a solas y que jamás había pensado poder sentir con un hombre. El éxtasis fue arrollador. Jadeó en busca de aire y levantó las caderas para recibirlo más adentro, gimiendo sin cesar. Seton la instó a seguir apoyada en los peldaños y colocó las manos a ambos lados de su cuerpo mientras ella se estremecía de placer. Después, colocó una mejilla pegada a la suya y se hundió hasta el fondo en ella. La fuerza de ese cuerpo masculino era tal que Viola parecía no poder saciarse. El placer aumentó de nuevo y volvió a adueñarse de ella, arrancándole un grito mientras se estremecía una y otra vez. Él le aferró una mano, ¡una mano!, y se corrió en su interior.

Sentía cómo su pecho se movía sobre ella, afanándose por recuperar el aliento. Ella también jadeaba, aún asombrada por el hecho de que se hubiera derramado en su interior. Nada la había preparado para algo así, para un hombre como él. La euforia era tan grande que sintió deseos de echarse a reír. Y de cantar. Pero tenía la garganta seca y entre sus muslos descansaba un pirata, de modo que no le pareció muy apropiado. Jamás había imaginado que pudiera ser así. Ni que pudiera ser tan incómodo sentarse en los peldaños de una escalera cubierta por una vela.

Seton se apartó. Ella cerró las piernas y abrió los ojos, embriagándose con su imagen. El sudor le corría por el mentón, y también tenía otro hilillo en una clavícula que siguió descendiendo por su pecho hasta perderse bajo la camisa. La tela se le pegaba a la piel, revelando el contorno de sus músculos a la perfección.

Una vez que se abrochó los pantalones, le tendió la mano. Ella lo miró en silencio.

—Ven —flexionó los dedos varias veces para indicarle que lo siguiera. No de forma insistente, sino a modo de invitación. Sus ojos la miraban con un brillo peculiar.

Viola tenía la boca muy seca, posiblemente por los gemidos y los gritos.

—¿Adónde? ¿Qué es lo que quieres? —le preguntó, con voz aguda.

Él se inclinó, le tomó la cara entre las manos y le pasó la yema del pulgar por el sensible labio inferior. Su aliento le rozó la piel cuando le dijo:

—¿Tú qué crees?

Viola tragó saliva. ¡Por las barbas de Neptuno! Ella también lo quería. Otra vez. De inmediato. Se sentía maravillosamente saciada, pero el deseo la embargaba sólo con mirarlo.

Él le aferró una mano y le dio un apretón.

—Vamos —se apartó para que se levantara.

Las rodillas de Viola temblaban como el velamen desplegado. Después de todo lo que se había movido debajo de él, en ese momento era incapaz de dar un paso.

—¿Estás bien? —le preguntó Seton con el ceño fruncido.

—Sí. No. Bueno, no sé.

La tensión se apoderó de su mentón y sus apuestos rasgos compusieron una expresión preocupada.

—¿Habías…? —inspiró hondo—. ¿Lo habías hecho antes? Me refiero a que… ¿Te he hecho…?

—¡No! —Viola sintió que la ardía la cara—. No me has hecho daño. Y sí, ya lo había hecho antes —deseó llevar pantalones, pistola y cuchillo. Se sentía expuesta, muy tonta y en total desventaja—. Pero hace ya un tiempo. Y nada parecido a lo de ahora —en absoluto. ¿Cómo era posible que hubiera hecho el amor varias veces con el hombre al que había pasado años adorando y que su recuerdo hubiera quedado borrado después de haberlo hecho una sola vez en la escalera con el hombre que tenía delante?

Esos labios perfectos y masculinos esbozaron una lenta sonrisa.

—¿Ah, no?

Ella frunció el ceño. El hecho de que él lo hubiera hecho en incontables ocasiones no le sentaba muy bien.

—Te veo un poco inestable, ¿no?

—No te rías de mí, Seton.

—No me estoy riendo.

—Porque como lo hagas, te atravieso con mi…

—Me siento halagado.

—Pues que no se te suba a la cabeza. Antes quería decir que nunca lo había hecho en una escalera. Tengo las piernas entumecidas.

—Por supuesto —no la había creído. Y con razón—. Pero sigo sintiéndome halagado.

—Tu arrogancia no conoce límites.

Seton sonrió al punto. El gesto la desarmó y, como era de esperar, volvió a ver estrellitas. Era una idiota redomada.

—No puedo evitarlo. Vamos —la ayudó a levantarse y la aferró por la cintura—. Pienso hacer más méritos para sentirme más halagado antes de que amanezca.

Viola se estremeció entre sus brazos. Era evidente que Seton pretendía hacerlo de nuevo. Se aferró a sus brazos para mantenerse en pie. Sus piernas parecían de gelatina.

—¿Necesitas ayuda para seguir en pie? —murmuró él.

—Pues sí, la verdad.

Su respuesta lo hizo esbozar una sonrisa torcida.

—Pero no querrás que te lleve en brazos, ¿verdad?

—Por supuesto que no —antes prefería la muerte—. ¿Podemos quedarnos aquí?

Seton soltó una carcajada. Acto seguido, se colocó sus brazos en torno al cuello, se volvió para darle la espalda y posó las manos tras sus muslos.

—Arriba.

Viola saltó a su espalda, mientras reía a carcajadas y se aferraba con las rodillas a sus costados y con los brazos a sus hombros.

—Te estoy ofreciendo la oportunidad perfecta para que me estrangules, evidentemente —comentó al tiempo que echaba a andar hacia el camarote de Viola.

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