Read Consejos de jardinería social Online
Authors: Jorge Díaz
Ya hemos resuelto tres cadáveres, más de la mitad de los encontrados, y con el pleno convencimiento de mi inocencia, sé que podríamos dejar aquí esta conversación. Pero, por favor, hago cuestión de dar explicaciones hasta el final. Le ruego que no me absuelva ya, hágalo cuando termine de decir todo lo que sé. Sin dejar nada en el tintero.
¿Me creería si le digo que del cuarto cadáver no sabía ni el nombre? Me enteré de que se llamaba Hans por el periódico, estando ya detenido. Le conocía, claro que sí, pero sólo de vista, de verle casualmente a través del seto que separa mi jardín del suyo, el de la casa de al lado, la que él habitaba. No hablaba español, apenas sabía decir buenos días, buenas tardes y poco más. Si no me equivoco era suizo, no recuerdo cómo me enteré de la nacionalidad, pero eso sí que lo sabía. Gente muy correcta los suizos, por lo menos de eso tienen fama. Creo que mi vecino era el más maleducado de todos los helvéticos, como también se les llama, ignoro la causa. La causa de que fuera mal educado, no de que les llamen helvéticos, que probablemente tendrá que ver con el nombre oficial del país: Confederación Helvética.
Hans, se me hace raro llamarle así. Si no le importa que diga una expresión malsonante, le cuento cómo le llamaba yo. No le importa, ¿no? El puto suizo de los cojones. Así es como yo le llamaba. No vea nada xenófobo en el apodo, siempre he sentido simpatía por su nacionalidad y admiración por lo ingenioso de sus navajas.
Bien, le decía, el puto suizo de los cojones se mudó a la casa vecina a la mía hace unos cinco o seis años y permaneció allí unos meses. No sería capaz de decir el año exacto en que llegó, lo que sí puedo asegurar es que era verano. Vivía solo, algo que me pareció extraño, no es normal que una persona sola se venga a vivir a una casa de más de cuatrocientos metros cuadrados. Sí, ya sé que mi casa es igual y que yo también vivo solo, pero necesito el espacio para mis colecciones, ésa es la razón.
Hablábamos de Hans y de su peculiar conducta tras venir a vivir a la casa contigua a la mía. Para explicarla tenemos que marcar las pautas de lo que ambos consideramos vivir en sociedad.
¿Que no tenemos tiempo? Bien, supongo que querrá dejar este caso de lado y pasar a otros que tenga verdaderamente importantes, perseguir el crimen en nuestra ciudad ha de ser una tarea titánica; al fin y al cabo, en mi caso hay cadáveres pero no un culpable, probablemente ni siquiera un posible sospechoso. Abreviaré, pero no sin darle un par de detalles que le hagan entender por qué no consideraba a Hans el suizo preparado para vivir en sociedad.
El prójimo es, por norma, una incomodidad. ¿Por qué no podemos hacer lo que nos dé la gana? Por culpa del prójimo. Debemos dar y recibir, perdonar y esperar perdón, en resumen, negociar. Es como el pescador que quiere hacerse con el pez: da sedal para que la presa se canse y recoge para hacerle ver quién es el dueño de la situación.
Sí, claro, Hans. Hans hizo, la primera semana que pasó en la casa, una fiesta en la piscina. De ahí que recuerde que llegó en verano. Aquellas mujeres, bellas, sí, pero impúdicas, bailaban alrededor de la pileta. Yo miraba, asustado, por qué no decirlo, y escandalizado, también, desde el balcón de mi habitación. Mujeres medio desnudas, o desnudas del todo, tirándose al agua, parejas que se besaban como si el cielo fuera el techo de su dormitorio, una joven bailaba como poseída, a otra la vi yacer con varios hombres distintos a un tiempo… Mi discreción me impedía cualquier acción, incluida la protesta. Simplemente miraba atónito. Pero una de esas hembras, ni mujeres las podemos llamar para no asimilarlas a las que nos dieron la vida, me descubrió y empezó a gritar en un intento de llamar la atención sobre mí para que los presentes se mofaran: mirón, pajillero, degenerado, chillaba con su voz desagradable. Vea si no es para reírse, me llamaba degenerado a mí mientras ella bailaba en público en completa desnudez.
Sí, precisamente de aquella noche es la denuncia que los periódicos se han apresurado a publicar, exagerando su importancia para presentarme como un monstruo.
Disparé, pero sin ánimo de hacer daño a nadie, con una escopeta de perdigones y con cuidado de no acertar. Mi única intención era que esa mujer se callara, que dejara de insultarme y de hacerme gestos obscenos, que no me llamara mirón y pajillero. ¡Qué boca! Más que boca era una cloaca. Los invitados se refugiaron dentro de la casa y yo dejé la escopeta, le repito que no era mi intención herir a nadie. A los pocos minutos se presentó la policía. Cuando son necesarios tardan horas; para una tontería como la de aquella noche, apenas unos instantes.
Me llevaron esposado, qué humillación. Afortunadamente un compañero suyo, un juez, se dio cuenta del atropello que suponía, me mandó soltar y pude volver a casa. Menos mal que ustedes, los jueces, existen y solventan los desmanes que provocan esos perros rabiosos que son los policías.
Ya sabe lo que pasó, ahora comprenderá usted mi indignación al leer en los periódicos que yo tenía antecedentes y que mi carácter había quedado reflejado el día que ejercí de francotirador –¡francotirador!– contra mis vecinos. Si usted no tiene inconveniente, cuando todo esto pase, le pediré consejo, consejo de amigo, para estudiar una posible demanda contra todos los que me han calumniado durante este tiempo. No me mueve ni la venganza ni el deseo de aprovecharme, sólo un intento de que otros no vivan lo que a mí me ha tocado padecer. Pero esto ya lo hablaremos alguna noche de invierno, delante de la chimenea, compartiendo un buen coñac francés.
Durante todo el verano se repitieron aquellas fiestas en casa del suizo. Me encerraba en mi dormitorio, y a través de la persiana enfocaba mi telescopio y miraba sin ser visto. Si usted supiera las depravaciones que tuve que presenciar: mujeres con mujeres, hombres con hombres, mujeres con más de un hombre al mismo tiempo y hombres con más de una mujer… Y no crea que sólo se trataba de suizos o de otros extranjeros, me atrevo a decir que la mayoría de los presentes eran españoles, compatriotas nuestros, ¡qué vergüenza para las familias de nuestro país! Cualquier cosa era posible alrededor de esa piscina. No soy mojigato, en los tiempos que corren hay que estar dispuesto a encontrarse con cualquier aberración. Este es el mundo que para bien o para mal nos ha tocado vivir y debemos acompañar el devenir de los tiempos. Sin embargo, y a pesar de mi adaptación, aquel jardín, el de los comportamientos extremos como yo lo llamaba, era difícil de soportar. ¿Tenía que haber vuelto a empuñar la escopeta para acabar con aquello? Pues probablemente sí, pero quién no se deja vencer por la comodidad y la molicie por encima de sus deberes como buen ciudadano y, por qué no decirlo, buen cristiano. Ni un solo enfrentamiento más con mi vecino. ¿De qué me sirvió? De nada, sólo para ser consciente de no haber cumplido con un deber superior.
Han dicho que esperé cinco meses para matar a Hans y han visto en eso signos de premeditación. Han dicho tantas cosas que nada más me altera. Cuando acabó el verano, terminaron las fiestas al aire libre. Algunas noches se escuchaba música dentro de la casa. Es posible que hubiera fiestas, y casi con toda seguridad serían tan apocalípticas como las de fuera. Yo no veía nada y no puedo constatarlo, pero como usted entenderá, el desconocimiento de lo que ocurría allí dentro no me eximía de mis responsabilidades. Más aún cuando me di cuenta de que no se respetaba nada, ni siquiera las fechas más sagradas.
Sí, lo que usted está pensando, la noche de Nochebuena, ¿era capaz de imaginarlo? Mientras los cristianos celebrábamos la llegada de nuestro salvador, en la casa de al lado tenía lugar una orgía. Qué dolor sentía en el pecho mientras miraba mi Belén de un discípulo de Salzillo heredado de mis abuelos maternos. Este año tiene usted que venir a verlo, le hago una instalación que, aunque esté mal que yo lo diga, es primorosa, con su montaña, su río con agua corriente, su nieve artificial… hasta he aprendido la técnica de los bonsáis para que haya olivos naturales en mi recreación de Tierra Santa. La única petición que le hice a mi abuelo en vida, que no atendió, fue que Lácteos Matías fabricara turrones y otros dulces típicos de las fechas. Me dijo que los turrones se salían del objetivo de nuestra compañía y lo entendí, pero me hacía tanta ilusión que en las casas españolas, durante la cena de Navidad, nuestro apellido estuviera presente. Pequeñas decepciones de la vida, como las que usted también habrá sufrido. Fíjese si le doy importancia a la Navidad como para soportar que los mayores pecados estuvieran siendo cometidos apenas unos metros de donde me encontraba y no hacer nada.
Yo con mi belén, con mi árbol con luces, que también me gusta decorarlo por muy infiel que sea en origen la costumbre, y en la casa de al lado, Sodoma y Gomorra. No, no crea que cogí la escopeta otra vez y me tomé la justicia por mi mano. Decidí que el día siguiente tenía que hablar con mi vecino y afearle su conducta, de hombre a hombre. Así lo hice, fui a su casa después de la comida de Navidad. Aún no se había levantado de la cama cuando llamé a su puerta y salió a abrir vistiendo tan sólo un pantalón de pijama y una camiseta en la que se leía
SEX INSTRUCTOR
. Observe su descaro, eso el mismo día de Navidad.
Hablé con él. Le reconvine. Las semanas siguientes pensé que Hans, le repito que yo no sabía que se llamara así, había recapacitado sobre su actitud y había decidido acabar con ese comportamiento depravado. Las fiestas terminaron y sentí que no sólo había vuelto mi tranquilidad sino que había sido responsable de un buen acto.
¿Cuál no sería mi sorpresa y decepción el día que su cadáver fue desenterrado de mi jardín? Saber que las fiestas no habían acabado por mi intervención, porque mi vecino recapacitara, me llenó el corazón de pesar. Quien lo matara debería saber que provocó que Hans no muriera en paz con Dios, que quizá su alma se condenará simplemente por no haber tenido tiempo para arrepentirse. La casa de al lado no ha vuelto a ser ocupada, gracias al cielo, desde entonces.
¿Quién lo hizo? No sea inocente, señor juez, cualquiera de los asistentes a sus bacanales. No les unía la amistad, sino el vicio. ¿Ve raro que entre ellos hubiera asesinos? Sé que usted es incapaz de ver la maldad, pero existe. Siento tener que abrirle los ojos. Ya me lo agradecerá.
¿El cuarto cadáver explicado y yo eximido? Ya le dije que sería fácil, pero eso no es suficiente. No soy feliz sabiendo que el suizo está, probablemente, purgando sus pecados en el infierno.
Le comenté antes que hablaríamos de mi afición coleccionista. En este punto tenemos que hacerlo, sólo así podré explicar algunas peculiaridades de mi relación con Lorenzo Heredia, el quinto y último de los cadáveres.
¿Guardaba usted los cromos de los Lácteos Matías? Tiene que acordarse de aquellas magníficas colecciones que venían con los postres. Tres cromos en cada envase de natillas, arroz con leche o flan, dos en los yogures de fruta, uno en los yogures naturales… Animales de la sabana, fauna de Oceanía, dinosaurios, tribus y costumbres indias, monumentos del mundo o ídolos del deporte. Cada año había nuevas colecciones. Recuerdo como una fiesta el día que mi madre nos traía los álbumes nuevos, estaban vacíos pero yo sabía que llenaría los míos y que mi hermano Aníbal abandonaría los suyos por la mitad. Cada espacio en blanco era un reto que había que superar.
Después vinieron los sellos, las monedas, los posavasos de bares, de latas de refrescos… Me preparaba para mi ocupación profesional, el coleccionismo de grandes obras de arte. Cuando le enseñe mi pinacoteca, usted sabrá admirar muchas de las firmas que hay allí, pero no se deje impresionar, todo empieza con los álbumes Matías.
Los periódicos se han encargado de repetir una y otra vez que no tengo estudios superiores y que el título de doctor en Economía por la Universidad de Yale que consta en mis tarjetas de visita es falso. Suplantador, me han llamado. Se trata de una simple broma, nunca he pretendido hacerme pasar por lo que no soy. Simplemente vi las tarjetas que un conocido se había hecho para una fiesta en las que, junto a su nombre, indicaba como profesión la de sexador de pollos. Me hizo tanta gracia que quise unas similares; donde él ponía sexador, yo puse doctor en Economía por la Universidad de Yale. Una broma, sólo eso. ¿Merecía la pena tanto alboroto? Es como si usted, que es juez, y muy bueno, se hiciera unas tarjetas en las que dijera que es Dalai Lama, otra broma. ¿Tan difícil es vivir con un poco de sentido del humor? En fin.
Una vez aclarado esto, qué tontería, debo decir que mi profesión durante toda la edad adulta ha sido la de coleccionista. Mecenas dirían muchos, pero ¿para qué ponerle nombres rimbombantes? He coleccionado, sobre todo, soldaditos de plomo, escritorios antiguos y pinturas de jóvenes artistas. Le aseguro que de esas tres cosas sé más que nadie. Mis preferidas son la de soldaditos y la de escritorios. La de pintura no es más que una inversión, adquiero un cuadro en todas las exposiciones de pintores noveles. Es una apuesta. Si con los años el pintor se hace famoso, su valor se multiplicará, si sigue en el anonimato, habré perdido dinero, pero poco puesto que compré barato. No aplico ningún criterio artístico, un cuadro por exposición, me guste o no. Le sorprendería saber lo rentable que resulta a la larga si se cuenta con fondos para hacerlo. Mis herederos, los hijos de mi hermano Aníbal, recibirán un importante legado en obras de arte. ¿Ve como apreciaba a mi hermano? Hasta me preocupa lo que les dejaré a sus hijos.
Pero sigamos con las colecciones realmente interesantes. La de soldados de plomo es la que más tiempo me ocupa. Al principio compraba los soldados ya elaborados; después empecé a hacerlo en bruto para pintarlos. Con los años fui adquiriendo conocimientos más profundos, y ahora mismo algunos los fundo yo a partir de moldes que me envían de Viena. Ya los verá cuando venga a casa. La buhardilla está acondicionada para representar grandes batallas. Mi favorita es la de Waterloo, pero también me gusta la Segunda Guerra Mundial. Le mostraré la distribución exacta de las tropas en el desembarco de Normandía, recreada hasta el más mínimo detalle con las reproducciones en miniatura. Un prodigio de la estrategia militar, si me permite decirlo. Mi próximo reto es representar el sitio de Leningrado, estoy recabando toda la documentación posible para reconstruir fielmente los edificios de la ciudad. Preveo que será una labor de años que comenzaré en los próximos días, cuando usted me absuelva de este incómodo proceso y pueda volver a mi tranquila y rutinaria vida. Si está interesado, le recibiré encantado para que pueda seguir la evolución de la obra.