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Authors: Juan Gómez-Jurado

Tags: #Aventuras, Intriga

Contrato con Dios (12 page)

BOOK: Contrato con Dios
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Su respiración se aceleró. De repente quería hacerle cientos de preguntas a Forrester, pero enseguida supo que sería inútil. El viejo los había llevado hasta aquel punto y ahora iba a dejarles allí plantados, deseando más.

Una forma excelente de asegurarse nuestra colaboración.

Corroborando el pensamiento de Andrea, Forrester los miró con la misma cara de satisfacción de un gato que se acabase de zampar un canario. Hizo gestos con las manos de que se callasen.

—Es suficiente por hoy. No quiero darles más de lo que sus cerebros puedan asimilar. Les informaremos cuando llegue el momento. Por ahora le voy a pasar la palabra…

Andrea lo interrumpió.

—Una última cosa, profesor. Dijo que somos veintitrés elegidos, y yo aquí cuento veintidós. ¿Quién falta?

Forrester se giró en gesto de muda pregunta a Jacob Russell, quien le hizo una señal de aprobación.

—El número 23 en la expedición será el señor Raymond Kayn.

Las conversaciones pararon de golpe.

—¿Qué coño significa eso? —dijo uno de los mercenarios.

—Significa que el patrón de la expedición, que como todos saben llegó hace unas horas al barco, viajará con nosotros. ¿Tan raro le resulta, señor Torres?

—Por Dios, dicen que el viejo está chalado. Ya es difícil proteger a los cuerdos. A los chalados es imposible —replicó el tal Torres, que a Andrea le pareció de Sudamérica. Era bajo, enjuto de carnes y muy moreno de piel. Su inglés tenía un fuerte acento latino.

—Torres.

El mercenario se encogió en la silla. No se dio la vuelta. La voz de Dekker a su espalda le impidió seguir metiendo la pata.

Mientras, Forrester se sentó y fue Jacob Russell quien se puso en pie. Andrea se fijó en que su americana blanca no tenía ni una sola arruga.

—Buenas tardes a todos. Quiero agradecer al profesor Cecyl Forrester su emotiva presentación y a todos ustedes su presencia aquí en mi nombre y en el de Kayn Industries. Tengo poco más que añadir, salvo dos detalles muy importantes. El primero, desde este preciso momento queda prohibida cualquier comunicación con el exterior. Eso incluye móviles, e-mail y comunicaciones verbales. Desde este momento y hasta que cumplamos nuestra misión, el universo son ustedes. Entenderán que esta medida es necesaria para salvaguardar el éxito de nuestra delicada misión y nuestra propia seguridad.

Hubo unos leves murmullos de protesta sin demasiado entusiasmo. Lo que decía Russell ya lo sabían, pues venía especificado en el interminable contrato que todos habían firmado.

—Lo segundo es mucho más desagradable. Hemos recibido un informe, aún no confirmado, de una consultora de seguridad que afirma que un grupo terrorista islámico conoce nuestra misión y planea atentar contra nosotros.

—¿Cómo…?

—… una broma…

—… peligroso…

El secretario de Kayn alzó los brazos en gesto tranquilizador. Era evidente que esperaba la avalancha de preguntas.

—No se alarmen. Sólo quiero que estén atentos y no corran riesgos innecesarios, y aún menos digan a nadie externo a ustedes nada acerca de nuestro destino final. Desconozco de dónde proviene la filtración pero, créanme, lo averiguaremos y actuaremos en consecuencia.

—¿Pueden haberlo sabido por el gobierno jordano? —sugirió Andrea—. Un grupo como el nuestro llamará la atención.

—En lo que concierne al gobierno jordano somos una expedición comercial que va a realizar un estudio de viabilidad para una mina de fosfatos en cierto sector del oeste de Jordania. Ninguno de ustedes pasará por aduana, así que no se preocupen de sus tapaderas.

—No me preocupa mi tapadera, me preocupan los terroristas —dijo Kyra Larsen, una de las ayudantes del profesor Forrester.

—No deberían, nena, mientras estemos aquí para protegerte —se chuleó uno de los soldados.

—Mientras no esté confirmado, sólo es un rumor. Y los rumores no hacen daño —dijo Russell, con una amplia sonrisa.

Pero las confirmaciones sí,
pensó Andrea.

La reunión acabó poco después. Russell, Dekker, Forrester y algunos otros se retiraron a sus camarotes. En la puerta de la sala había dos carritos con una cena fría que algún marinero había dejado discretamente. Estaba claro que su aislamiento había comenzado.

Los que continuaban en la sala, departiendo excitados acerca de las revelaciones que acababan de escuchar, atacaron la comida. Andrea habló durante un par de horas con la doctora Harel y Tommy Eichberg mientras daba cuenta de sandwiches de rosbif y un par de vasos de cerveza.

—Celebro que ya se encuentre con apetito otra vez, Andrea.

—Gracias, Doc. Pero por desgracia al final de cada cena mis pulmones reclaman su dosis de nicotina.

—Tendrá que fumar en cubierta —dijo Tommy—. En el interior de la
Behemot
está prohibido. Ya sabe…

—¡… órdenes del señor Kayn! —concluyeron los tres a coro, y soltaron una carcajada.

—Sí, sí, lo sé. No se preocupen, volveré en cinco minutos. Quiero ver si en ese carrito hay algo más fuerte que cerveza.

A
BORDO
DE
LA
B
EHEMOT

Navegando por el golfo de Aqaba, mar Rojo

Martes, 11 de julio de 2006. 21.41

Afuera ya había anochecido. Andrea salió al pasillo de la superestructura y caminó despacio hacia la proa, lamentando no haber traído un jersey. La temperatura había descendido bastante. La brisa le agitó el pelo y la hizo estremecerse.

Sacó el arrugado paquete de Camel del bolsillo del pantalón y su mechero de la suerte del otro. No era nada del otro mundo, sólo un recargable de color rojo con flores estampadas. No valdría más de siete euros en unos grandes almacenes, pero había sido el primer regalo de Eva.

Necesitó diez intentos para conseguir encender un cigarro debido al viento. Cuando lo consiguió le supo a gloria. Le había resultado casi imposible fumar desde que pisó la
Behemot
debido al mareo. Y no por falta de intentos.

Mientras disfrutaba del rumor del oleaje bajo la proa del barco, la joven periodista buscaba en su memoria cualquier dato que pudiese recordar acerca de los Manuscritos del Mar Muerto y del Rollo de Cobre. No había demasiado. Por suerte los ayudantes del profesor Forrester le habían prometido darle un curso acelerado para que pudiese transmitir mejor la importancia del descubrimiento.

Andrea celebró su buena suerte. Aquella expedición era mucho mejor de lo que había imaginado. Aunque no encontrasen el Arca, algo que Andrea creía imposible, el reportaje acerca del Segundo Rollo y del descubrimiento de parte del tesoro sería suficiente incentivo para que todos los diarios del mundo comprasen la noticia.

Lo más sensato será buscar un agente para vender la pieza completa. Me pregunto qué saldría mejor, si vender una exclusiva a uno de los grandes como
National Geographic
o
New York Times,
o muchas ventas a muchos medios. Seguro que con esto me saco de encima las facturas de las tarjetas de crédito,
pensó Andrea.

Le dio una última calada al cigarro y se acercó a babor para tirarlo. Caminaba despacio porque no había olvidado el incidente de por la tarde con aquella borda tan baja. Echó el brazo hacia atrás y en el último instante flotó ante ella el rostro de la doctora Harel recordándole que contaminar es feo.

Vaya, Andrea. Igual hasta hay salvación para ti. Tú haciendo algo bien cuando nadie mira,
se dijo mientras apagaba la colilla en el mamparo y se la guardaba en el bolsillo de los vaqueros.

En ese momento, sintió que algo la agarraba por los tobillos y el mundo se dio la vuelta. Andrea manoteó desesperada intentando sujetarse a algo pero sus dedos sólo encontraron aire.

Mientras caía, Andrea creyó ver una forma oscura en la borda, mirándola.

Luego su cuerpo chocó con el agua.

Hundiéndose en el mar Rojo

Martes, 11 de julio de 2006. 21.43

Lo primero que sintió Andrea fue un frío intenso que le acuchilló las extremidades. Agitó los brazos en todas direcciones, intentando volver a la superficie. Tardó casi dos segundos en darse cuenta de que no sabía hacia dónde nadar. El poco aire que había en sus pulmones se estaba acabando. Espiró con cuidado, para ver la dirección que tomaban las burbujas, pero no lo consiguió. La oscuridad era total. Las fuerzas la abandonaban. Sus pulmones le golpeaban el pecho desde dentro en oleadas ardientes, intentando activar el reflejo de respirar. Andrea sabía que si tragaba agua estaba muerta. Apretó los dientes de manera casi irracional, decidida a no abrir la boca, intentando pensar.

Joder.
No
puede. Así no. No puede acabar así.

Movió de nuevo los brazos, confiando en estar nadando hacia arriba, cuando una fuerza irresistible la arrastró.

De pronto su cara encontró aire y aspiró con ansia primitiva y ruidosa. Alguien la agarraba por la espalda. Andrea intentó darse la vuelta.

—Tranquila. Respire despacio —el padre Fowler estaba gritándole al oído para hacerse oír. El aire estaba lleno del estruendo de las hélices. Andrea vio con espanto cómo la corriente los iba acercando peligrosamente a la popa del barco—. ¡Escúcheme! No se gire aún o moriremos los dos. Descanse. Quítese los zapatos. Mueva las piernas despacio. Dentro de quince segundos estaremos en el ángulo muerto de la corriente de las hélices. Entonces la soltaré. ¡Nade con todas sus fuerzas!

La joven se quitó las zapatillas empujando con las puntas de los pies. Miraba fijamente la muerte en forma de espuma grisácea y pulsante que los iba succionando lentamente. Apenas estaban a doce metros de la hélice. Reprimió el impulso de zafarse y nadar en dirección contraria. Los tímpanos le zumbaban, y los quince segundos le parecieron una eternidad.

—¡Ahora! —gritó Fowler.

Andrea sintió que la succión se detenía. Nadó en dirección contraria a las hélices, alejándose del estruendo infernal. Les llevó casi dos minutos, hasta que el sacerdote, que la había seguido de cerca, la sujetó de un brazo.

—Ya estamos.

La joven volvió la vista hacia la fragata. Se había alejado bastante de ellos, y ahora podían ver uno de sus costados, iluminado por varios focos que apuntaban al agua. Habían empezado a buscarles.

—Joder —a Andrea le fallaron las fuerzas en aquel momento. Apenas lograba mantenerse a flote y se hundió durante un segundo. Fowler la sostuvo antes de que se fuese al fondo.

—Tranquila. Déjeme que la sujete como antes.

—Joder —repitió Andrea, escupiendo agua, mientras el sacerdote se colocaba a su espalda y la sostenía en la clásica postura de rescate.

De pronto una luz cegó completamente a la joven. Los potentes focos de la
Behemot
los habían encontrado. La fragata se acercaba ya y se colocaba al pairo de su posición. Los marineros gritaban nerviosos en las bordas, los señalaban con el dedo. Dos de ellos les arrojaron salvavidas. Andrea estaba agotada, helada de frío ahora que la adrenalina y el miedo iban remitiendo.

Los marineros les lanzaron un cabo. Fowler comenzó a atarlo por debajo de los brazos de Andrea, rodeándole el pecho.

—¿Qué diantres estaba haciendo para caerse por la borda? —dijo el sacerdote mientras comenzaban a izarla a bordo.

—No me he caído, padre. Me han tirado.

A
NDREA
Y
F
OWLER

—Gracias. Creí que no lo contaba.

Ella aún tiritaba sobre cubierta, enroscada en una manta. Él estaba sentado junto a su lado, estudiándola con preocupación. Los marineros se alejaban ya, conscientes de la prohibición de hablar con ninguno de los miembros de la expedición.

—No se imagina la suerte que hemos tenido. Las hélices estaban girando muy despacio. La maniobra Anderson, si no me equivoco.

—¿De qué está hablando?

—Salí a tomar el aire y escuché su zambullida nocturna, así que usé el interfono más cercano y salté tras usted. Grité
Hombre al agua a babor,
con lo que ellos tenían que haber ejecutado un círculo completo llamado la maniobra Anderson, pero hacia babor, no hacia estribor.

—Porque si no…

—Porque si se hace al lado contrario al que ha caído el marinero, se le convierte en salchichas con las hélices. Que es lo que ha estado a punto de pasarnos a los dos.

—En mis planes no entra el ser comida para peces.

—¿Está absolutamente segura de lo que me ha dicho antes?

—Como del nombre de mi madre.

—¿Pudo ver quién fue el que la empujó?

—Sólo una sombra oscura.

—Si lo que dice es cierto y la fallida maniobra del barco tampoco ha sido un accidente…

—Pudieron haberle entendido mal,
[5]
padre.

Fowler tardó casi un minuto en responder.

—Señorita Otero, no le hable a nadie acerca de sus sospechas, por favor. Cuando le pregunten diga que se cayó. Si es verdad que hay alguien a bordo que quiere matarla, revelarlo ahora…

—… pondría sobre aviso al muy cabrón.

—Exacto —dijo Fowler.

—No se preocupe, padre. Esas zapatillas de Armani me habían costado doscientos euros —dijo Andrea con labios trémulos—. Quiero coger al hijo de puta que me ha obligado a mandarlas al fondo del mar Rojo.

P
ISO
DE
T
AHIR
I
BN
F
ARIS

Ammán, Jordania

Miércoles, 12 de julio de 2006. 01.32

Tahir entró en la casa a oscuras, temblando de miedo. Una voz desconocida lo llamó desde el salón.

—Tahir, ven.

El menudo funcionario requirió de toda su presencia de ánimo para cruzar el recibidor hasta la pequeña sala. Buscó a tientas el interruptor de la luz, pero no funcionaba. En ese momento una mano lo agarró del brazo y se lo retorció, obligándole a arrodillarse. La voz salió de nuevo de entre las sombras, delante de él.

—Has pecado, Tahir.

—No. No, señor, por favor. Mi vida ha estado regida por la
taqwa,
la honradez. Los occidentales me tentaron muchas veces y yo no cedí nunca. Nunca, señor. Éste ha sido mi único error, señor.

—¿Dices que eres honrado, entonces?

—Sí, señor. Lo juro ante Alá.

—Y sin embargo permitiste a los
kafirun,
los infieles, adueñarse de un pedazo de nuestra tierra.

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