Cortafuegos (31 page)

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Authors: Henning Mankell

Tags: #Policíaco

BOOK: Cortafuegos
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Wallander y el coche patrulla cuya asistencia había reclamado el agente de guardia llegaron casi al mismo tiempo y, justo entonces, vio a un hombre que salía a toda prisa de un Volvo rojo sin dejar de agitar los brazos. Era él, Nils Jónsson, procedente de Trelleborg y camino de Kristianstad. Wallander salió también del coche mientras el hombre se le acercaba gritando y señalando con la mano. Wallander notó que le olía el aliento.

—¡Quédate donde estás! —rugió el inspector, antes de dirigirse al cajero.

El hombre que yacía sobre el asfalto estaba desnudo. Y, en efecto, era Tynnes Falk. Estaba tendido boca abajo con el cuerpo sobre las manos y la cabeza girada hacia la izquierda. Wallander le dijo al policía que acordonase la zona y le pidió que le tomase los datos a Nils Jónsson, pues a él ya no le quedaban fuerzas. Por otro lado, sospechaba que Nils Jónsson no tendría ningún dato relevante que aportar, salvo el del hallazgo. Con toda certeza, la persona o las personas que habían abandonado allí el cuerpo sin vida de Tynnes Falk habrían procurado hacerlo en un momento en el que nadie pudiese verlos. Sin embargo, el centro comercial estaba vigilado por guardas nocturnos y, de hecho, la primera vez que descubrieron el cuerpo de Tynnes Falk fue precisamente uno de ellos quien dio la alarma.

Wallander nunca se había visto en una situación similar con anterioridad: una muerte que se repetía; un cadáver que volvía a aparecer.

A decir verdad, no comprendía nada en absoluto. Muy despacio, fue rodeando el cuerpo, como si esperase que Tynnes Falk fuera a incorporarse en cualquier momento.

«Vaya, en realidad, lo que tenemos aquí es la imagen de un dios», se dijo. «Así que te adorabas a ti mismo y, a decir de Siv Eriksson, tenías planes de vivir muchos años; pero ni siquiera lograste vivir tantos como yo».

En ese momento, apareció el coche de Nyberg que, perplejo, clavó la mirada en el cadáver antes de dirigirse a Wallander.

—Pero ¿no estaba muerto? ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿No será que quiere que lo entierren aquí, junto al cajero?

Wallander no se molestó en responder, pues no sabía qué decir. En ese momento, vio el coche de Martinson, que frenaba para estacionar detrás del coche patrulla, y fue a su encuentro.

Martinson salió del coche, enfundado en un chándal, y observó displicente la mancha de la cazadora, aunque nada dijo al respecto.

—¿Qué ha pasado?

—Tynnes Falk ha regresado.

—¿Estás de broma?

—Ya sabes que yo no suelo bromear. Tynnes Falk yace en estos momentos en el mismo lugar en que falleció.

Se dirigieron al cajero, junto al que Nyberg aguardaba, teléfono en mano, intentando arrancar del sueño a uno de sus peritos ayudantes, Al verlo, Wallander se preguntó abatido si Nyberg no estaría a punto de desmayarse una vez más a causa del agotamiento.

—Quiero que tengas en cuenta un detalle importante —advirtió Wallander—: debes recordar si estaba tendido en la misma posición la noche que lo hallasteis la primera vez.

Martinson asintió y, lentamente, dio un rodeo en torno al cadáver. Wallander sabía que su colega tenía buena memoria y, al cabo de un instante, Martinson movió la cabeza.

—No, estaba más apartado del cajero y tenía una pierna torcida.

—¿Estás seguro?

—Totalmente.

Wallander reflexionó un momento.

—En realidad, no tenemos por qué esperar al médico —concluyó—. Tenemos una declaración de fallecimiento de hace poco menos de una semana, de modo que opino que podemos darle la vuelta sin temor a que nos denuncien por incumplimiento del deber.

Martinson no las tenía todas consigo, pero Wallander estaba convencido de que no había motivo alguno para esperar, así que, una vez que Nyberg hubo tomado varias fotografías, le dieron la vuelta al cadáver. Martinson retrocedió espantado, pero a Wallander le llevó varios segundos comprender por qué, antes de ponerse en pie. En efecto, faltaba un dedo de cada mano, el índice de la derecha y el corazón de la izquierda.

—¿A qué clase de personas nos enfrentamos? —barbotó Martinson—. ¿Qué son, saqueadores de cadáveres?

—No lo sé, pero está claro que esto tiene algún significado. Al igual que el hecho de que alguien se haya tomado la molestia de robar el cadáver para luego volver a dejarlo en este lugar.

El rostro de Martinson había palidecido y Wallander se lo llevó a un lado.

—Tenemos que localizar al guarda nocturno que lo encontró la primera vez —afirmó—. Y también necesitamos un horario con sus turnos para saber cuándo pasan por este lugar. De ese modo podremos establecer en qué momento pudieron dejarlo aquí.

—¿Quién lo encontró esta vez?

—Un hombre llamado Nils Jónsson, de Trelleborg.

—Ya, ¿iba a sacar dinero?

—No, dice que lo que quería era repostar combustible para continuar su viaje. Además, asegura que padece del corazón.

—Pues sería de agradecer que no se le ocurriese morirse aquí y ahora. No creo que pudiese soportarlo.

Wallander fue a hablar con el policía que le había tomado los datos a Nils Jónsson y, tal y como Wallander había previsto, el hombre no había hecho ninguna observación importante.

—¿Qué hacemos con él?

—Déjalo ir, ya no lo necesitamos.

Wallander vio cómo Nils Jónsson desaparecía como un rayo y se preguntó abstraído si aquel hombre llegaría sin novedad a Kristianstad, o si se le pararía el corazón por el camino.

Martinson había estado hablando con la empresa de vigilancia.

—Uno de los guardas pasó por aquí a las once —anunció.

Ya eran las doce y media y Wallander recordaba que la llamada de alarma entró a eso de las doce de la noche y que Nils Jónsson había indicado que descubrió el cadáver hacia las doce menos cuarto, de modo que las indicaciones horarias encajaban.

—Este cuerpo ha estado aquí durante una hora, como máximo —concluyó al fin—. Y tengo la firme sospecha de que quienes lo dejaron en este lugar conocían el horario de ronda de los guardas.

—¿«Quienes lo dejaron»?

—Así es. Tuvo que ser más de uno —sostuvo Wallander—. Estoy convencido de ello.

—¿Crees que hay alguna posibilidad de que encontremos testigos?

—Muy remota, en todo caso. Nadie puede haberlos visto desde una ventana, puesto que esto no es una zona residencial ¿y quién puede andar por aquí a altas horas de la noche?

—No sé, la gente que tenga perro y lo saque de paseo, quizá.

—Tal vez.

—Alguien puede haber visto algún coche o algo anormal. Los dueños de los perros son gente fiel a sus hábitos y suelen recorrer el mismo trayecto todos los días más o menos a la misma hora. Si sucede algo extraño, ellos se dan cuenta, creo yo.

Wallander convino con él en que podía merecer la pena intentarlo.

—Bien, mañana por ía noche pondremos aquí a algún agente que dé el alto e interrogue a todo aquel que pase con un perro o que salga a correr.

—A Hanson le encantan los perros —apuntó Martinson.

«Sí, a mí también, pero no por eso me muero de ganas de estar aquí mañana por la noche», se dijo Wallander.

En aquel momento, se detuvo ante la zona acordonada un coche del que salió un joven que vestía un chándal similar al de Martinson, por lo que a Wallander empezó a darle la impresión de hallarse rodeado de un equipo de fútbol.

—Es el vigilante nocturno que estuvo de guardia el domingo por la noche —aclaró Martinson antes de acercarse a donde estaba el muchacho para hablar con él. Wallander, por su parte, volvió al lugar donde se hallaba el cadáver.

—Bueno, alguien le ha cortado dos dedos —observó Nyberg—. Esto se pone cada vez peor.

Wallander hizo un gesto de asentimiento.

—Ya sé que tú no eres médico; pero has dicho que le «cortaron» los dedos, ¿cierto? —inquirió el inspector.

—Sí, se trata de superficies de corte totalmente limpias. Claro que pueden haber sido producidas por unas grandes tenazas. Es algo que tendrá que determinar la doctora, que ya está en camino.

—¿Es Susan Bexell?

—Pues no lo sé.

La doctora llegó media hora más tarde. Y, en efecto, era Bexell. Wallander le explicó la situación al tiempo que llegaba el perro policía que Nyberg había solicitado para que localizase los dedos seccionados de las manos de Tynnes Falk.

Para entonces, Nyberg había empezado a fumar otra vez. Wallander no acababa de comprender cómo él mismo no se sentía más cansado de lo que parecía estar. El perro, al lado de su guía, ya había comenzado a olisquear. El inspector rememoró fugazmente la imagen de otro perro que, en una ocasión, encontró un dedo negro
[9]
. Sin embargo, no recordaba cuánto hacía ya de aquello; le parecía una eternidad.

La doctora trabajaba con gran rapidez.

—Creo que los han seccionado con unas tenazas —terminó por declarar—. Lo que no puedo decir es si lo hicieron aquí o en otro lugar.

—Aquí no ha podido ser —afirmó Nyberg con determinación.

Nadie lo contradijo, aunque tampoco ninguno de los presentes le preguntó cómo podía estar tan seguro.

La doctora había terminado su examen y el coche del depósito había llegado, de modo que podían retirar el cuerpo.

—No me gustaría que desapareciese del depósito otra vez —señaló Wallander—. Así que no estaría mal que lo enterrasen.

Tanto la doctora como el coche fúnebre desaparecieron. El perro policía parecía haberse dado por vencido.

—Estoy seguro de que habría encontrado un par de dedos si hubiesen estado por aquí —dijo el guía canino—. Jamás se le habría escapado algo así.

—Ya, bueno. De todos modos, creo que lo mejor será que examinemos a fondo toda la zona mañana sin falta —apostilló Wallander mientras le venía a la mente la imagen del bolso de Sonja Hókberg—. El que le cortó los dedos bien pudo lanzarlos más o menos lejos de aquí, sólo por no ponerlo demasiado fácil.

Habían dado ya las dos menos cuarto y el vigilante nocturno se había marchado a casa.

—El joven vigilante estaba de acuerdo —explicó Martinson—. El cuerpo yacía en una posición distinta la primera vez.

—Bien, eso puede significar dos cosas, como mínimo —observó Wallander—. O que no se preocuparon de colocar el cuerpo en la misma postura que en la primera ocasión. O que ignoraban cómo quedó entonces.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué razón habrían de devolver el cuerpo al mismo lugar?

—No lo sé. Pero no tiene sentido que permanezcamos aquí por más tiempo. Necesitamos descansar.

Por segunda vez aquella noche, Nyberg se disponía a recoger su material en los maletines. La zona quedaría acordonada toda la noche, hasta el día siguiente.

—Bueno, nos vemos mañana a las ocho —se despidió Wallander.

Y todos se marcharon a casa.

Cuando llegó a casa, el inspector se preparó un té, se tomó la mitad de la taza y se fue a la cama. Le dolía la espalda, y también las piernas. A través de la ventana vela cómo la farola se balanceaba al viento.

Y, justo cuando estaba a punto de caer vencido por el sueño, algo lo hizo emerger a la vigilia de nuevo. No supo, en un principio, identificar lo que podía haber despertado su atención de modo tan brusco. Escuchó con interés, hasta que comprendió que la alarma procedía de su interior.

Era algo relacionado con los dedos cortados.

Se sentó en el borde de la cama. Eran las dos y veinte minutos de la noche.

«Tengo que saberlo ya, cuanto antes», se conminó a sí mismo. «No podré esperar hasta mañana».

Así pues, se levantó de nuevo y fue a la cocina. La guía de teléfonos estaba sobre la mesa.

En menos de un minuto, ya tenía el número que buscaba.

18

Siv Eriksson estaba dormida.

Wallander esperaba no haberla arrancado de un sueño del que ella no quisiese despertar. Tras once señales de llamada, la mujer levantó el auricular y respondió.

—Hola, soy Kurt Wallander.

—¿Quién?

—Estuve en tu casa ayer por la noche.

Al oírlo, la mujer pareció empezar a despertar.

—¡Ah, sí! El policía. Pero ¿qué hora es?

—Las dos y media. Te aseguro que no te habría llamado de no haber sido importante.

—¿Ha ocurrido algo?

—Hemos encontrado el cuerpo.

El auricular le hizo llegar un ruido sordo y el inspector supuso que ella se había incorporado y que estaba ya sentada sobre la cama.

—A ver, ¿puedes repetirlo?

—Digo que hemos encontrado el cuerpo de Tynnes Falk.

Acababa de pronunciar aquellas palabras, cuando comprendió que ella no sabía que el cadáver había sido robado. Estaba tan cansado, que había olvidado comunicárselo cuando fue a verla la noche anterior.

De modo que le refirió los sucesos relativos a la desaparición mientras ella lo escuchaba sin interrumpir.

—Ya. ¿Y de verdad quieres que me lo crea? —inquirió ella una vez que él hubo concluido.

—Bueno, reconozco que suena algo raro. Pero cuanto acabo de decirte es la pura verdad.

—¿Quién es capaz de hacer una cosa semejante? Y, sobre todo, ¿por qué?

—Sí, eso mismo nos preguntamos nosotros.

—¿Y dices que habéis encontrado el cadáver en el mismo lugar en que lo hallasteis muerto?

—Exacto.

—¡Dios santo!

Wallander oía claramente su respiración.

—Pero ¿cómo pudo llegar allí?

—Aún no lo sabemos, pero… En fin, te llamaba porque tengo una pregunta importante que hacerte.

—¿Pensabas venir aquí?

—No, esta conversación telefónica será suficiente.

—Bien, ¿qué quieres saber? Por cierto, ¿tú no duermes nunca?

—Bueno, estamos algo acelerados estos días. La pregunta que voy a formular quizá te suene algo extraña.

—En realidad, todo tú me pareces bastante extraño. Tanto como lo que acabas de contarme. Y disculpa que sea tan sincera así, a medianoche.

Wallander quedó desconcertado.

—Creo que no te entiendo muy bien.

Ella lanzó una carcajada.

—Vamos, no te lo tomes tan en serio. Pero yo creo que las personas que rechazan una copa cuando es evidente que tienen sed son extrañas. Al igual que cuando no aceptan algo de comer pese a que se ve a la legua que se mueren de hambre.

—Si te refieres a mí, no estaba ni hambriento ni sediento.

—¿A quién iba a referirme si no?

Wallander no comprendía por qué no le decía la verdad. ¿De qué tenía miedo? Por otro lado, dudaba mucho de que ella hubiese creído sus palabras.

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