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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

Cuentos de la Taberna del Ciervo Blaco (18 page)

BOOK: Cuentos de la Taberna del Ciervo Blaco
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Se necesita una cantidad de energía impresionante para obtener un iceberg sólido, incluso uno pequeño, por lo que tuvieron que adoptar ciertas medidas. Freda la Frígida —que así lo bautizaron— llevaría una capa exterior de hielo de dos pies de espesor, pero sería hueca. Tendría un aspecto impresionante desde el exterior, pero en su interior no sería más real que un decorado de Hollywood. Sin embargo, nadie podría descubrir sus secretos íntimos, a excepción del comandante y sus hombres. Lo soltarían a la deriva cuando los vientos y corrientes dominantes fueran favorables, durante el tiempo necesario para provocar la alarma y el desaliento previstos.

Por otra parte, había que resolver un sinfín de problemas prácticos. Se necesitarían varios días de refrigeración ininterrumpida para crear a Freda, y la botadura habría de llevarse a cabo lo más cerca posible de su objetivo. Esto significaba que el submarino —que llamaremos
Marlin
— tendría que utilizar una base no lejos de Miami.

Se consideraron los Cayos de Florida, pero inmediatamente se descartó esta posibilidad. No podría guardarse el secreto, porque el número de pescadores en esa zona excede al de mosquitos, y descubrirían el submarino rápidamente.

Incluso si el
Marlin
simulaba no ser más que un submarino de contrabandistas, no podría pasar desapercibido. Rechazaron el plan sin más cavilaciones.

El comandante tuvo que considerar otro problema. Las aguas costeras de Florida son poco profundas y, aunque el calado de Freda no excedería los dos pies, todo el mundo sabe que la mayor parte de un iceberg como Dios manda está sumergida. No resultaría muy realista un iceberg impresionante navegando sobre dos pies de agua. Bastaría para descubrir el truco inmediatamente.

No sé con exactitud cómo solucionó el comandante estos problemas técnicos, pero supongo que hizo varias pruebas en el Atlántico, lejos de las rutas de navegación. El iceberg al que se refería la noticia fue uno de sus primeros intentos. Ni Freda ni sus hermanos, por cierto, hubieran supuesto peligro alguno para la navegación; al ser huecos, se habrían roto con el choque.

Finalmente, todos los preparativos estuvieron listos. El
Marlin
se hizo a la mar en el Atlántico, a cierta distancia en dirección norte de Miami, con el equipo refrigerador a pleno rendimiento. Era una noche excepcionalmente clara, con la luna en cuarto creciente asomándose por el oeste. El
Marlin
no llevaba luces de navegación, pero el comandante Dawson mantenía una vigilancia muy estrecha para evitar posibles colisiones con otros barcos. En una noche como aquella, sería posible eludirlos sin ser descubiertos.

Freda se encontraba aún en estado embrionario. Supongo que utilizaron el procedimiento de inflar una gran bolsa de plástico con aire frío y rociarla con agua hasta formar una capa de hielo. Retirarían la bolsa cuando el hielo tuviera el espesor suficiente como para mantenerse a flote por su propio peso. El hielo no es buen material desde el punto de vista estructural, pero no había necesidad de que Freda fuera muy grande. La Cámara de Comercio de Florida quedaría tan desconcertada ante un iceberg, por muy pequeño que éste fuera, como una mujer soltera ante un bebé.

El comandante Dawson se encontraba en la torreta, supervisando a los hombres que trabajaban con los rociadores de agua helada y los inyectores de aire frío. Estaban ya muy adiestrados en esta ocupación tan poco corriente, y se complacían en añadir pequeños toques artísticos aquí y allá, como por ejemplo reproducir a Marilyn Monroe en hielo, cosa que prohibió inmediatamente, aunque archivó la idea para futuros trabajos.

Unos segundos después de medianoche le sorprendió un fogonazo de luz en el cielo, hacia el norte, y se volvió justo a tiempo para ver desaparecer un destello rojo en el horizonte.

«¡Un avión, capitán!», gritó uno de los vigías. «¡Acaba de estrellarse!»

Sin vacilar, el comandante llamó a la sala de máquinas y viró rumbo al norte. Recordaba con precisión el lugar donde se produjo el destello y calculó que estaría sólo a unas cuantas millas de distancia. La presencia de Freda, que cubría la mayor parte de la popa, no afectaría demasiado a la velocidad y, de todos modos, no había forma alguna de deshacerse de ella con rapidez. Paró los congeladores para que los motores principales ganaran potencia y ordenó proseguir a toda máquina.

Al cabo de unos treinta minutos el vigía, utilizando unos prismáticos muy potentes, especiales para la oscuridad, descubrió algo sobre el agua.

«Todavía flota», dijo. «Desde luego se trata de un aeroplano, pero no veo ninguna señal de vida. Y creo que las alas se han desprendido.»

Apenas había terminado de hablar cuando llegó el informe urgente de otro vigía.

«¡Mire, capitán, a treinta grados a estribor! ¿Qué es eso?»

El comandante Dawson se volvió bruscamente y le arrebató los prismáticos. Entonces observó un pequeño objeto oval girando sobre su eje, apenas visible sobre el agua.

«¡Vaya, vaya!», exclamó. «Me temo que tenemos compañía. Eso es una antena de radar; aquí hay otro submarino.»

Inmediatamente se animó.

«A pesar de todo, es posible que nos mantengamos fuera de este asunto», comentó al segundo de a bordo. «Esperaremos hasta asegurarnos de que inician operaciones de rescate, y entonces nos largaremos.» «A lo mejor tenemos que sumergirnos y abandonar a Freda. No olvide que ya nos habrán descubierto con el radar. Será mejor que disminuyamos la velocidad y nos comportemos como un auténtico iceberg.»

Dawson asintió silenciosamente y dio la orden. Aquello empezaba a complicarse y podía ocurrir cualquier cosa en los próximos minutos. El otro submarino habría observado al
Marlin
como un simple puntito en la pantalla del radar, pero tan pronto como utilizaran el periscopio, el comandante empezaría las investigaciones y, entonces, la suerte estaría echada.

Dawson analizó la táctica a seguir. Decidió que lo mejor sería explotar al máximo su camuflaje. Dio la orden de virar, de tal manera que la popa del
Marlin
apuntase hacia el intruso aún sumergido. Cuando el otro submarino emergiera, su comandante se llevaría una sorpresa mayúscula al ver un iceberg, pero Dawson esperaba que estuviera demasiado ocupado con las operaciones de rescate como para preocuparse de Freda.

Dirigió los prismáticos hacia los restos del avión, y se llevó el segundo susto. Era un tipo de avión muy peculiar; había algo raro…

«Pero, ¡claro!», dijo Dawson al primer oficial. «Deberíamos haber pensado en esto, no se trata de un avión en absoluto. Es un proyectil de la base de Cacao… mire, ahí están las bolsas de flotación. Deben haberse inflado con el impacto, y el submarino está esperando aquí para recogerlo.»

Acababa de recordar que había una base de lanzamiento de proyectiles en la costa este de Florida, en un lugar con un nombre tan curioso como Cacao, en el aún más curioso río Banana. Bueno, al menos nadie corría peligro, y si el
Marlin
se quedaba quietecito tendrían una ocasión inmejorable para divertirse.

Pararon los motores para poder controlar mejor la situación y mantenerse escondidos tras su camuflaje. Freda era lo suficientemente grande como para disimular la torreta, y desde lejos, incluso con mayor iluminación, el
Marlin
sería totalmente invisible. Existía una posibilidad terrible, sin embargo. El otro submarino podía bombardearlos si los consideraba un peligro para la navegación. Pero no; simplemente los denunciarían por radio a los guardacostas, lo que supondría una molestia, pero no una interferencia para sus planes.

«¡Aquí llega!», exclamó el primer oficial. «¿De qué clase es?»

Ambos miraron por los prismáticos, cuando el submarino, chorreando agua por los costados, emergió de las aguas ligeramente fosforescentes del océano. La luna casi había desaparecido, por lo que era difícil apreciar detalles. Dawson se alegró al ver que la antena del radar había dejado de girar y apuntaba hacia el proyectil. Sin embargo, había algo extraño en la forma de aquella torreta…

Dawson tragó saliva, se llevó el micrófono a los labios y susurró a los tripulantes perdidos en las entrañas del
Marlin
«¿Hay alguien ahí abajo que hable ruso…?»

Se produjo un largo silencio, tras el cual el oficial de máquinas trepó a la torreta.

«Yo hablo un poco, capitán», dijo. «Mis abuelos eran ucranianos. ¿Qué ocurre?»

«Eche un vistazo», contestó Dawson severamente. «Ahí abajo hay un pez muy interesante. Creo que deberíamos pescarlo…»

Harry Purvis tiene la enervante costumbre de pararse justo en el momento en que un relato va a llegar a su punto culminante y pedir otra cerveza o, más a menudo, hacer que alguien le invite a una. Le he visto hacerlo tantas veces, que puedo precisar cuándo va a llegar ese momento culminante por el nivel de cerveza de su vaso. Tuvimos que esperar, armados de paciencia, mientras reponía combustible.

—El comandante del submarino ruso tuvo muy mala suerte —dijo pensativamente—. Supongo que le fusilarían cuando regresó a Vladivostok, o donde fuera. Porque ¿qué comisión investigadora podría creer su historia? Si fue lo suficientemente estúpido como para contar la verdad, tendría que haber dicho: «Nos encontrábamos a la altura de la costa de Florida cuando un iceberg nos gritó en ruso: ‘¡Ustedes perdonen, pero creo que eso es
nuestro
’!» Como habría un par de miembros del Departamento de Vigilancia Militar a bordo, el pobre hombre tendría que inventarse
algo
, pero en cualquier caso, no sería muy convincente…

Tal y como Dawson había previsto, el submarino ruso huyó tan pronto como supo que había sido descubierto. Y, recordando que él era un oficial de la reserva, y que la obligación para con su país era más importante que cualquier compromiso contraído con un solo estado, el comandante del
Marlin
no pudo elegir más que un camino. Recogió el proyectil, descongeló a Freda, y puso rumbo a Cacao, previo envío de un mensaje por radio, que provocó gran agitación en el Departamento de Marina e inició una desbandada general de bombarderos hacia el Atlántico. Quizá Iván el Inquisitivo nunca llegó a Vladivostok, después de todo…

Las explicaciones consiguientes fueron un tanto embarazosas, pero supongo que el rescate del proyectil les parecería tan importante que nadie haría demasiadas preguntas acerca de la guerra privada del
Marlin
.

La arremetida contra Miami quedó en el olvido, al menos hasta la temporada siguiente. Es agradable saber que ni siquiera los patrocinadores del proyecto, a pesar de haber perdido mucho dinero, quedaron demasiado descontentos. Todos tienen un certificado firmado por el jefe de Operaciones Navales, agradeciéndoles los servicios prestados al país, aunque no se especifica de qué servicios se trata, y provocan tal envidia y confusión entre sus amigos de Los Ángeles, que no se desharían de ellos por nada del mundo…

Pero no debéis creer que el proyecto se ha olvidado por completo; conociendo a los publicitarios americanos, sería impensable. Freda estará inactiva ahora, pero algún día la reanimarán. Todos los planes están a punto, incluyendo detalles mínimos como la presencia casual de una unidad de filmación de Hollywood en la playa de Miami, cuando Freda aparezca en el Atlántico.

Esta es una de esas historias que no desembocan en un final feliz. Ya han tenido lugar las escaramuzas preliminares, pero el desenlace está aún por llegar. A menudo, me pregunto:
¿Qué medidas tomará Florida contra los californianos cuando descubra lo que han tramado?
¿Alguna sugerencia ?

UN ASUNTO DE GRAVEDAD

Una de las razones por las que nunca me muestro muy explícito con respecto a la situación exacta de «El Ciervo Blanco» es, para ser sincero porque no queremos más gente. No se trata simplemente de una actitud egoísta; tenemos que hacerlo para protegernos. En cuanto se propaga la noticia de que los científicos, editores y escritores de ciencia ficción se reúnen en un determinado lugar, empiezan a dejarse ver los tipos más extraños. Gente rara con nuevas teorías sobre el universo, personajes «iluminados» por la Dianética, (Dios sabe cómo serían antes), damas espirituales capaces de ponerse en plan clarividente a la cuarta ginebra… y éstos son los especímenes menos exóticos. Los peores son los Brujos Voladores; aún no se ha descubierto más antídoto contra ellos que llevarles al paredón.

En un día aciago, uno de los máximos portavoces de la religión del Platillo Volante descubrió nuestro escondrijo y cayó sobre nosotros con gritos estridentes de satisfacción. Sin duda pensó que aquí encontraría terreno fértil para sus actividades misioneras. Las personas ya interesadas en los vuelos espaciales, algunas de las cuales incluso escribían libros sobre su realización inmediata, serían presas fáciles. Abrió su maletín negro y sacó de él las últimas novedades sobre platillos volantes.

Se trataba de una buena colección. Había varias fotografías de platillos volantes tomadas por un astrónomo aficionado que vive al lado del Observatorio de Greenwich, y cuya cámara había registrado tal cantidad de naves espaciales, de todos los tamaños y formas, que uno se pregunta qué harán los profesionales del edificio vecino para justificar sus sueldos. A continuación nos mostró el testimonio de un caballero de Tejas que había mantenido recientemente una charla con los ocupantes de un platillo que se habían parado a descansar camino de Venus. Por lo visto, el lenguaje no había supuesto ningún inconveniente; diez minutos de agitar los brazos habían sido suficientes para pasar del «Yo, hombre. Esto, Tierra» a informaciones esotéricas sobre el uso de la cuarta dimensión en los viajes espaciales.

La obra maestra, sin embargo, era una exaltada carta de un personaje de Dakota del Sur a quien los extraterrestres, invitándole a subir a un platillo volante, habían llevado a dar una vuelta por la luna. Explicaba con cierta largueza cómo el platillo funcionaba impulsándose a través de líneas magnéticas, parecido a una araña escalando su tela.

Fue en ese momento cuando Harry Purvis se rebeló. Había escuchado con dignidad profesional unas historias que ni siquiera él se hubiera atrevido a inventar porque, como todo experto, conocía el límite de credulidad de su auditorio. Cuando oyó lo de las líneas de fuerza magnética, su formación científica pudo más que su abierta admiración por estos aventureros de última hora, e hizo un gesto de disgusto.

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