Astilo rió y celebró este discurso, diciendo que Amor hacía a los grandes oradores. Luego trató de hallar ocasión en que pedir a su padre que le diera a Dafnis para criado.
Eudromo había estado escondido oyendo toda la conversación, y como quería a Dafnis y le tenía por excelente mozo, se afligió mucho de que la gentil zagala viniese a ser ludibrio de aquel borracho, y fue al punto a contárselo todo a Lamón y al mismo Dafnis. Consternado éste, pensó en huir robando a Cloe o en matarla y matarse; pero Lamón, llamando a Mirtale al patio, le dijo: «Estamos perdidos, mujer. Llegó ya la ocasión de revelar lo que teníamos oculto. Queden sin guía las cabras y quedémonos sin apoyo; pero, por Pan y por las Ninfas, aunque yo me trueque en buey atado al pesebre, no me callaré sobre la condición de Dafnis, sino que referiré cómo fue hallado y alimentado, y mostraré las prendas que estaban expuestas junto a él. Es menester que sepa Gnatón quién es el mozo de cuya novia quiere burlarse. Tú, ten prontas las señales de reconocimiento». Dichas estas palabras, ambos entraron de nuevo en la habitación.
Habiendo hallado Astilo propicio a su padre, le pidió que le dejase llevar a Dafnis a Mitilene, asegurando que era un gallardo mancebo, más propio para la ciudad que para el campo, y que pronto aprendería a servir bien y a tener modales urbanos. Accediendo gustoso el padre, llamó a Lamón y a Mirtale, y les dio como buena nueva la de que Dafnis, en vez de estar al servicio de las cabras, iba a entrar en el de su hijo. En cambio del cabrero que les quitaba, les ofreció, por último, dos cabreros. Entonces Lamón, cuando ya todos los criados habían acudido y se alegraban de tener tan gentil compañero, pidió licencia para hablar, y habló de esta suerte: «Escucha, ¡oh, señor!, la verdad misma de los labios de este viejo. Juro por Pan y por las Ninfas que no te engañaré en nada. Yo no soy el padre de Dafnis, ni tuvo Mirtale la dicha de ser madre suya. Otros padres le expusieron cuando pequeñuelo, por tener ya, sin duda, hijos de sobra. Yo le encontré abandonado y tomando la leche de una cabra, a la cual, cuando murió de muerte natural, di sepultura cerca del huerto, con el amor que se debe a quien hizo tan bien el oficio de madre. Yo encontré, además, con el niño ciertas alhajas, que pueden servir en su día para reconocerle. Confieso, señor, que conservo aún dichas alhajas. Por ellas se verá que Dafnis es de clase superior a la nuestra. No creas, sin embargo, que me duele que Dafnis sea criado de tu hijo: sería un galán servidor para dueño no menos galán. Lo que me duele, y lo que no puedo tolerar, es que todo se haga por un liviano antojo de Gnatón y por sus dañados propósitos».
Dicho esto, Lamón se calló y derramó abundantes lágrimas. Gnatón, envalentonado, le amenazó con una paliza; pero Dionisofanes, pasmado de lo que acababa de oír, impuso silencio a Gnatón, arqueando las cejas y mirándole fosco; luego interrogó a Lamón, y le mandó que dijese la verdad, y que no procurase oponerse con embustes a la voluntad de su hijo. Lamón se sostuvo en lo dicho, lo juró por todos los dioses, y pidió que le diesen tormento si mentía. Llegó en esto Clearista, y no bien averiguó lo que pasaba «¿por qué, dijo, había de mentir Lamón? ¿No le dan dos cabreros en vez de uno? ¿Cómo ha de inventar un rústico tan sutil patraña? Por otra parte ¿no es increíble que de tan pobre viejo y de tan ruin madre haya nacido tan hermoso muchacho?». Decidieron, pues, no engolfarse en más conjeturas, sino ver y examinar las prendas, por si denunciaban, en efecto, la superior condición que Lamón presumía.
Mirtale fue al punto a sacarlas de un vicio zurrón en que las tenía guardadas. Cuando las trajo, el primero que las vio fue Dionisofanes. Al mirar la mantilla de púrpura, la hebilla de oro y el puñalito con puño de marfil, dio un grito, exclamando: «¡Oh, señor Júpiter!», y llamó a su mujer para que examinase aquellas prendas. Esta, no bien las hubo mirado, exclamó de la misma manera: «¡Oh, queridas Parcas! ¿No son éstas las prendas que expusimos con nuestro propio hijo cuando le enviamos con la sierva Sofrosina para que le abandonase en el campo? No son otras; son éstas, marido. El muchacho es nuestra sangre. Hijo tuyo es el que guarda tus cabras».
Mientras ella hablaba así, y Dionisofanes besaba las prendas del reconocimiento, llorando de puro gozo, Astilo se enteró de que Dafnis era su hermano; se desembarazó de la capa y dio a correr por el huerto para ser el primero en abrazarle. Al ver Dafnis que venía en pos de él tanta gente corriendo y llamándole por su nombre, pensó que querían prenderle: tiró al suelo el zurrón y la zampoña, y huyó hacia la mar, resuelto a arrojarse en ella desde lo alto de una roca. Y de seguro lo hubiera hecho, siendo así, por extraño caso, tan pronto hallado como perdido, si Astilo, recelando su intento, no le gritase otra vez: «Tente, Dafnis, y no temas. Yo soy tu hermano. Son tus padres los que hace poco eran tus amos. Lamón nos contó lo de la cabra y nos enseñó las prendas. Vuélvete y mira qué alegres y risueños estamos. Bésame a mí primero. ¡Juro por las Ninfas que no te engaño!».
Parose Dafnis al oír este juramento y Astilo le alcanzó y le estrechó en sus brazos. Después acudió multitud de criados y de criadas, y, por último, llegaron el padre y la madre. Todos le abrazaron y le besaron con lágrimas de contento. Él, por su parte, estuvo cariñoso con todos, y en particular con su madre y su padre, a quienes, como si de antiguo los conociese, estrechaba contra su seno, sin hartarse de abrazarlos: tan rápida y poderosa impone Naturaleza su ley. Casi se olvidó Dafnis por un instante de Cloe.
Con esto se le llevaron a la quinta y le dieron, para que se vistiese, un costoso vestido nuevo. Sentándose después con Astilo al lado de su padre, le oyó decir estas razones: «Yo, hijos míos, me casé muy temprano, y a poco fui padre, según yo pensaba, muy dichoso. Primero tuve un hijo, luego una hija, y Astilo fue el tercero. Estos tres eran los que convenían para mi casa y mi hacienda. Vino este otro después de todos, y tuve que exponerle. No se expusieron, a la verdad, esas prendas como señales para reconocerle más tarde, sino como ornamento de su sepulcro. La fortuna lo dispuso de otra manera. Mi hijo mayor, y también mi hija, murieron ambos de la misma enfermedad en el mismo día. Tú, Dafnis, por la providencia de los dioses, te has salvado para que yo tenga en la vejez doble apoyo. No me aborrezcas por haberte expuesto. Muy despecho mío lo hice. Y tú, Astilo, no aflijas de contar ahora sólo con parte cuando contabas con toda la herencia. El mayor bien para un hombre discreto es un buen hermano. Amaos, pues, mis hijos; y en cuanto a los bienes, nada tendréis que envidiar a los príncipes. Ambos poseeréis pingües fincas y siervos ágiles, y oro y plata, y todas aquellas cosas que poseen los ricos y poderosos. Mas desde luego doy a Dafnis este campo, en que se ha criado, con Lamón y Mirtale, y con las cabras de que él mismo ha sido pastor».
Apenas acabó dichas palabras, Dafnis se levantó y dijo: «En buena ocasión me lo traes a la memoria, padre mío. Voy a llevar de beber a las cabras, que aguardan sedientas el son de mi zampoña, mientras que estoy aquí sentado». Todos rieron de que, habiendo llegado a ser señor, quisiese ser cabrero todavía, y enviaron a un nuevo cabrero a que cuidase de las cabras. Sacrificaron después a Júpiter Salvador y dispusieron un banquete. A este banquete, el único que faltó fue Gnatón, el cual, lleno de miedo, se pasó el día y la noche en el templo de Baco, orando y haciendo penitencia.
Pronto cundió la fama por todas partes de que Dionisofanes había hallado a su hijo, y de que el cabrerillo Dafnis se había cambiado en señor terrateniente, y de acá de acullá acudieron los rústicos a felicitar al mozo y a traer presentes a su padre. Entre ellos vino Dryas, el padre adoptivo de Cloe. Dionisofanes los detuvo a todos para que participasen del regocijo y de la fiesta. De antemano se había preparado vino en abundancia, mucho pan, chochas y patos, lechoncillos y gran variedad de tortas y confites de miel. Se mataban, además, no pocas víctimas a los dioses titulares de aquellos sitios. Dafnis, en tanto, reunió todos sus trastos pastoriles para repartirlos como ofrenda entre los dioses. Consagró a Baco el zurrón y el pellico; a Pan, el pífano y la zampoña, y a las Ninfas, el cayado y los dornajos y las colodras, que él mismo había hecho; pero la vida de la primera juventud es aún más grata que la riqueza, y Dafnis se apartaba con lágrimas de cada uno de estos objetos. No ofreció las colodras, sin ordeñar antes las cabras; ni el pellico sin ponérsele por última vez; ni la zampoña sin tañerla. Todo lo besó; habló con las cabras, y llamó por su nombre a los machos. Bebió por último en la fuente, donde tantas veces había bebido con Cloe; pero no se atrevió a hablar aún de su amor aguardando ocasión propicia.
Mientras Dafnis andaba en tales sacrificios, Cloe, solitaria y llorosa, estaba sentada viendo pacer su ganado y se lamentaba de esta suerte: «Dafnis me olvida. Sin duda piensa ya en una novia rica. ¿Por qué exigí que jurase, no por las Ninfas, sino por las cabras? Las abandona como a mí. Ni al hacer ofrendas a Pan y a las Ninfas deseó ver a Cloe. Tal vez halló más bonitas que yo a las criadas de su madre. Adiós, Dafnis, y sé dichoso. Yo no viviré».
Exhalando estaba Cloe estas sentidas quejas, cuando el vaquero Lampis, acompañado de algunos labriegos, vino a robarla, creyendo que Dafnis ya no se casaría con ella, y que Dryas consentiría luego en dársela a él. La cuitada, resistiéndose al rapto, daba lastimeros gritos, y alguien que la oyó fue a decírselo a Napé. Napé se lo dijo a Dryas, y Dryas a Dafnis. Éste, fuera de sí, sin atreverse a decir nada a su padre, y no pudiendo, con todo, tolerar aquella injuria, salió del huerto, diciendo. «¡Mal haya el reconocimiento de mi padre! ¡Cuánto más valiera seguir de pastor! ¡Cuánto más feliz era yo cuando siervo! Entonces veía a Cloe. Ahora Lampis la roba, se la lleva, y esta noche dormirá a su lado. Y yo como y bebo y me deleito. En vano juré por Pan, por las Ninfas y por las cabras».
Gnatón, que estaba oculto en el templo de Baco, oyó estas lamentaciones de Dafnis, y juzgando oportuna la ocasión de ganarse su voluntad y de conseguir que le perdonara, salió de su escondite y dijo a Dafnis que él era allí su amo y que podía disponer de los criados para cualquier empresa. Llamando entonces Dafnis a algunos de los que servían a Astilo, se fue con ellos y con Gnatón a casa de Lampis con tal diligencia y prontitud, que le sorprendió cuando acababa de llegar con Cloe, y la sacó por fuerza de entre sus manos, dando de palos a los rústicos que habían concurrido al robo y queriendo llevar cautivo a Lampis, que logró fugarse.
Dafnis perdonó a Gnatón, y le concedió su amistad después de tan buen consejo y auxilio; y libertada ya Cloe, convino con ella en callar aún lo de la boda, en verse de oculto, y en que Dafnis descubriese sólo su amor a su madre. Pero Dryas no lo consintió, y halló más conveniente decírselo todo al padre, confiado en que le persuadiría. Al día siguiente, pues, se echó en el zurrón las prendas de reconocimiento, y se fue en busca de Dionisofanes y de Clearista, a quienes halló sentados en el huerto. Astilo y el propio Dafnis estaban también allí. En silencio todos, habló Dryas de esta manera: «Igual necesidad que a Lamón, me manda descubriros un secreto que he guardado hasta ahora. Ni yo he engendrado a la zagala Cloe, ni he sido el primero en sustentarla. Otro fue su padre, y yo la encontré en la gruta de las Ninfas, alimentada por una oveja. Maravillado del hallazgo, tomé conmigo a la niña y la crié en mi casa. Testimonio de la verdad de lo que digo da su propia hermosura, en nada semejante a nosotros. Testimonio dan también estas prendas, más ricas que las que suelen tener los pastores. Vedlas, y buscad a los padres de la doncella, quien tal vez os parezca un día digna consorte de Dafnis».
No sin intención dejó escapar Dryas estas últimas palabras. Dionisofanes no las oyó en balde tampoco, sino que, dirigiendo la mirada hacia Dafnis, y advirtiendo que se ponía pálido y que no acertaba a ocultar el llanto, comprendió que tenía amores con Cloe. Y con la solicitud que hubiera tenido por su propia hija, y no por una extraña, examinó atentamente las razones del viejo.
Vio también las prendas, es a saber, las chinelas, la toquilla y las ajorcas, y luego hizo venir a Cloe a su presencia, y la exhortó a que se alegrase, pues ya tenía marido, y pronto hallaría también a su padre y a su madre. Por último, Clearista se llevó consigo a la doncella y la aderezó y compuso como si fuese mujer de su hijo.
Dionisofanes, apartándose a un lado con Dafnis, le preguntó en confianza y con sigilo si Cloe conservaba aún la doncellez. Dafnis juró que no había pasado del beso, del abrazo y de las mutuas promesas, con lo cual se holgó el padre, y le dijo que se pusieran a comer con él.
Allí se hubiera podido aprender cuánto el adorno realza la hermosura, porque Cloe, bien vestida, graciosamente peinado y trenzado el cabello, y recién lavada la cara, parecía más bella que nunca, tanto, que el propio Dafnis apenas la reconocía. Jurara cualquiera, sin ver otras prendas y señales, que no era Dryas el padre de tan gallarda moza. Dryas, no obstante, estaba en el festín con Napé, y tenían por compañeros en el mismo lecho a Lamón y a Mirtale.
Pocos días después se hicieron sacrificios a los dioses y ofrendas por amor de Cloe, y ella les consagró sus baratijas pastoriles: flauta, zurrón, pellico y colodras. Vertió, además, vino en la fuente de la gruta, porque allí encontró amparo; adornó con flores el sepulcro de la oveja, que le mostró Dryas; volvió aún a tocar la flauta para alegrar el ganado, y a las propias Ninfas les dio música, pidiéndoles que parecieran pronto sus padres, y que fueran dignos de la alianza con Dafnis.
Después que se hartaron de diversiones campesinas, decidieron volver a la ciudad a fin de buscar a los padres de Cloe y no retardar más su boda con Dafnis. Muy de mañana cargaron el equipaje, y dieron a Dryas tres mil dracmas, y a Lamón la mitad de las mieses y de la vendimia de aquellos campos, las cabras y los cabreros, cuatro yuntas de bueyes, buenos pellicos para el invierno, y la libertad de su mujer. Se fueron, por último, a Mitilene con mucho aparato y pompa de carros y de caballos.
Como llegaron muy de noche a la ciudad, nadie se enteró de lo ocurrido; pero al día siguiente se reunió a las puertas de Dionisofanes gran multitud de hombres y de mujeres: ellos, para felicitarle por haber hallado a su hijo, sobre todo viéndole tan guapo mozo, y las mujeres, para holgarse con Clearista de que había logrado a la vez hijo y nuera. Cloe las sorprendió a todas por su rara hermosura, que les pareció sin par. En suma, nadie hablaba en la ciudad sino del muchacho y de la zagala, augurando mil venturas de su enlace. Rogaban también a los dioses que Cloe hallase padres dignos de su beldad, y hubo pocas mujeres ricas que de buena gana hubieran pasado por madres de hija tan hermosa.