Read Dafnis y Cloe Online

Authors: Longo

Tags: #Clásico

Dafnis y Cloe (7 page)

BOOK: Dafnis y Cloe
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Los de Metimna, con claridad y concisión, plantearon así su querella ante el juez vaquero:

«Venimos a estos campos a cazar, dejamos nuestro barco junto a la orilla, amarrado con verde mimbre, y nos pusimos a ojear con los perros de caza. Entretanto bajaron las cabras de este mozuelo a la marina, se comieron la mimbre y desataron el barco. Ya viste cómo se le llevaron las olas. ¿Cuánto crees que importa el perjuicio ocasionado? ¡Qué de trajes hemos perdido! ¡Qué de collares de perros! ¡Cuánta plata, de sobra acaso para comprar todo este terreno! Por todo lo cual parece justo que nos llevemos a este cabrerillo torpe, que apacienta cabras junto a la mar, cual si fuera marinero».

Así se quejaron los metimneños.

Dafnis, por más que le dolían los golpes recibidos, vio a Cloe presente, lo despreció todo, y dijo: «Yo guardo bien mi ganado. Jamás se quejó labrador de estos contornos de que cabra mía le destrozase su huerto o le comiese los brotes de su viña. Estos son cazadores inhábiles, y traen perros mal enseñados, que no saben sino correr sin concierto, y ladrar con tal furor, que las cabras han huido del llano y del cerro hacia la mar, como acosadas por lobos. Es cierto que se comieron la mimbre. ¿Acaso en la arena tenían verde grama, madroños y tomillo? El barco se le llevó el viento o la mar. Cúlpese a la tormenta, no a las cabras. En el barco había ropa y plata; pero ¿quién, que esté en su juicio, ha de creer que llevaba tales riquezas un barco con amarra de mimbre?».

Dicho esto, Dafnis rompió a llorar y movió a compasión a los rústicos, de suerte que Filetas, el juez, juró por Pan y las Ninfas que no había culpa en Dafnis ni tampoco en las cabras. Culpados eran la mar y el viento, los cuales tenían otros jueces. La sentencia de Filetas río satisfizo a los metimneños, y avanzaron furiosos, cogieron otra vez a Dafnis y le querían atar para llevársele. Pero los rústicos se alborotaron, y, cayendo sobre ellos como grajos o como nube de estorninos, pronto libertaron a Dafnis, que también peleaba, y pusieron en fuga a los metimneños, hartándolos de palos y sin cesar de perseguirlos hasta que los echaron de todo aquel territorio. Así quedó el campo en sosiego, y Cloe llevó a Dafnis a la gruta de las Ninfas. Allí le lavó la cara, llena de sangre que había echado por las lastimadas narices, y le hizo comer un pedazo de torta y una raja de queso que sacó del zurroncillo, y para que mejor se recobrase, le dio un beso, todo de miel, con sus blandos labios.

Así se salvó Dafnis de aquel peligro; mas no pararon allí las cosas. Los metimneños, de vuelta a su tierra, con harta fatiga, a pie en vez de ir en barco, y apaleados en vez de ir divertidos, convocaron en junta a los ciudadanos, y en traje de suplicantes pidieron venganza del insulto recibido, sin decir palabra de verdad, para que no se burlasen de ellos por haberse dejado apalear por unos villanos; antes bien supusieron que los de Mitilene les habían apresado el barco y robado sus bienes, como en tiempo de guerra.

En vista de las heridas, los de la junta lo creyeron todo y consideraron justo vengar a aquellos jóvenes de las principales familias de la ciudad. La guerra contra los de Mitilene fue, pues, decretada sin declaración previa, y se dio orden a un capitán para que saliese a la mar con diez naves y talase y saquease las costas del enemigo. Como se acercaba el invierno, no era seguro aventurar mayor escuadra.

Al día siguiente, hechos los aprestos y llevando como remeros a los mismos soldados, recorrió la escuadrilla las costas de Mitilene, y la gente entró a saco muchos lugares, robando ganado y trigo y vino en abundancia, porque estaba recién hecha la vendimia, y cautivando no pocos hombres de los que trabajaban en el campo. Desembarcó también donde Dafnis y Cloe apacentaban y se llevó cuanto halló a mano.

Dafnis a la sazón no guardaba las cabras, sino había ido al bosque a coger ramas verdes para dar en el invierno alimento a los chivos. Cuando vio la invasión desde lo alto se escondió en el hueco tronco de un quejigo seco. Cloe, en tanto, guardaba el rebaño, y perseguida por los invasores, se refugió en la gruta de las Ninfas, por cuyo amor rogaba que a ella y a su grey perdonasen. De nada valió el ruego. Los metimneños, no sólo hicieron muchas burlas y profanaciones de las imágenes, sino que a las ovejas y a la misma Cloe, como si fuera oveja también, se las llevaron por delante a varazos. Ya entonces tenían las naves cargadas de botín de toda laya y decidieron no navegar más, sino volverse a sus casas, recelosos del invierno y de los enemigos.

Navegaban, pues, aunque poco y a fuerza de remos porque el viento no los favorecía, cuando Dafnis, visto el sosiego que reinaba, bajó a la llanura en que solía apacentar, y no halló cabras ni ovejas, ni halló a Cloe, sino soledad mucha, y por el suelo la flauta con que Cloe se deleitaba. Dafnis empezó entonces a gritar y a exhalar sollozos lastimeros, y ya corría bajo el haya donde antes se sentaba, ya hacia la mar para ver si alcanzaba a su amiga, ya a la gruta donde se refugió cuando la perseguían. Allí se echó por tierra y vituperó a las Ninfas de traidoras. «Al pie de vuestras aras —dijo— fue robada Cloe, y lo visteis y lo sufristeis; Cloe, la que os tejía coronas y la que os ofrecía las primicias de la leche y la flauta que veo allí colgada. Jamás lobo me robó una sola cabra, y los enemigos me han robado todo el rebaño y la zagala, mi compañera. Desollarán las cabras; sacrificarán las ovejas. Cloe vivirá lejos en alguna ciudad. ¿Cómo presentarme ahora a mi padre y a mi madre, sin cabras y sin Cloe, y también sin oficio, pues no quedan cabras que guardar? Aquí me voy a quedar aguardando la muerte o algún otro enemigo. Y tú, Cloe, ¿padeces como yo? ¿Te acuerdas de estos prados y de las Ninfas y de mí, o te consuelan las ovejas y las cabras prisioneras contigo?».

Conforme se lamentaba así, entre gemidos y lágrimas, se apoderó de él un profundo sueño y se le aparecieron las tres Ninfas, grandes y hermosas, medio desnudas, descalzas y suelto el cabello, como las imágenes. Al principio mostraron compadecerse de Dafnis; luego dijo la mayor confortándole: «No así nos acuses, ¡oh, Dafnis! Más cuidado que a ti nos merece Cloe. De ella nos compadecimos apenas nació, y la criamos cuando fue expuesta en esta gruta. Nada de común tiene ella con los campos ni con las ovejas de Dryas. Ya hemos dispuesto lo que más le conviene. Ni se la llevarán cautiva a Metimna, ni será entregada a los soldados como parte del despojo. El mismo dios Pan, que está sentado bajo aquel pino, si bien, jamás le llevasteis vosotros ofrendas de flores, cede a nuestros ruegos y va en auxilio de Cloe, como más avezado que nosotras en los negocios de la guerra, por haber ya militado en muchas, abandonando su agreste retiro. Tremendo enemigo va a caer sobre los metimneños. No te aflijas, pues: levántate y ve a consolar a Lamón y Mirtale, que se revuelcan por el suelo como tú, creyendo que también te llevan cautivo. Mañana volverá Cloe, y con ella las ovejas y las cabras. Aún las guardaréis juntos; aún juntos tocaréis la flauta. De lo otro cuidará Amor».

Al ver y oír Dafnis todo esto, despertó, lloró de alegría a par que de pena, y adoró las figuras de las Ninfas, prometiendo sacrificarles la mejor de sus cabras, si se salvaba Cloe. Corrió después bajo el pino, donde estaba la imagen de Pan, con patas y cuernos de cabra, en una mano la flauta y con la otra deteniendo un chivo, y le adoró también e intercedió con él por Cloe y le prometió sacrificarle un macho. Y como casi iba ya a ponerse el sol, sin cesar él en sus lamentos y plegarias, recogió las ramas que había cortado y se fue a su cabaña. Con su vuelta quitó a sus padres un gran pesar, trocándole en contento. Luego comió un bocadillo y se fue a dormir, no sin llorar aún y suplicar a las Ninfas que trajesen pronto el nuevo día, y a Cloe con él, cumpliendo la promesa. La noche aquella le pareció la más larga de todas las noches.

Entretanto, el capitán de los metimneños, no bien hubo navegado cerca de diez estadios, quiso que reposase su gente, fatigada de la correría. Había allí un cerro que avanzaba sobre la mar, abriéndose en forma de media luna, en cuyo seno convidaban las ondas tranquilas con él más seguro puerto. En él anclaron las naves, lejos aún de la costa, a fin de no recelar asalto o sorpresa de villanos, y los metimneños se entregaron en paz a sus deportes. Como traían abundancia de todo, fruto de su rapiña comieron y bebieron con gran fiesta y algazara, para celebrar la fácil victoria. Así pasaron el día, y no bien los sorprendió la noche, parecioles de repente que toda la tierra se ardía alrededor con llamas y relámpagos, y que se oía en la mar estrépito impetuoso de remos, como de formidable escuadra que a combatirlos venía. Muchos gritaban a las armas; otros se llamaban mutuamente; éste creíase ya herido; aquél imaginaba que alguien caía muerto a su lado. En suma, todo asemejaba reñido combate nocturno, sin que hubiese enemigos.

La noche así pasada, amaneció un día más espantoso que la misma noche. Las cabras y los machos de Dafnis llevaban en los cuernos hiedra con sus corimbos, y los carneros y ovejas de Cloe aullaban como lobos. Ella pareció coronada de ramas de pino. En la mar ocurrieron también muchos portentos. No se podían levar las anclas, que se agarraban al fondo; los remos se rompían al meterlos en el agua para bogar; los delfines, brincando fuera de la mar, azotaban con las colas las naves y desbarataban su trabazón. Y oíase el sonido de una flauta en la más alta cumbre de la roca; mas no deleitaba como flauta, sino aterraba a los oyentes como trompa guerrera. De aquí el general sobresalto, el correr a las armas y el miedo de enemigos que no se veían. Todos ansiaban que volviese la noche, esperando que le les diese tregua.

A nadie que tuviese sano el entendimiento podía ocultarse que tales visiones y ruidos eran obra de Pan, encolerizado contra los marineros; pero no adivinaban el motivo de su cólera, pues no habían saqueado ningún templo de aquel dios. Por último, a eso de mediodía, no sin disposición de lo alto, quedose el capitán dormido, y Pan se le apareció, diciendo:

«¡Oh, los más impíos y malvados de todos los mortales! ¿Cómo os propasasteis a tal extremo en vuestra audacia loca? Llevasteis la guerra a los campos que me son caros; robasteis las vacas, cabras y corderos de que yo cuido, y arrancasteis de mi propio altar a una virgen, de quien Amor quiere componer muy linda historia. Ni las Ninfas, que os miraban, ni a mí, que soy Pan, habéis respetado. Nunca navegando con tales despojos, volveréis a ver a Metimna ni escaparéis al son de mi flauta aterradora. Os he de anegar y os he de dar por pasto a los peces, si al punto no devolvéis Cloe a las Ninfas, y a Cloe su rebaño, cabras y corderos. Levántate, pues, y pon en tierra a la muchacha con todo lo que te dije. Yo te llevaré luego en salvo por mar, y a ella por tierra».

Todo consternado se despertó con esto Briaxis, así se llamaba el capitán, y llamó a los cabos y principales de las naves, ordenándoles que buscasen sin demora entre los cautivos a la zagala Cloe. Enseguida la hallaron, porque estaba sentada con guirnalda de pino, y la trajeron a la presencia del capitán, quien conoció por las señales que a causa de ella había tenido la visión, y él mismo la llevó a tierra en su mejor barca. Apenas desembarcó la pastorcilla, se oyó de nuevo son de flauta sobre la roca, pero no ya belicoso y espantable, sino suave y pastoril, como para llevar corderos a prado. Y en efecto, los corderos y las ovejas echaron a correr por las escaleras abajo, sin tropiezo a pesar de la dureza de sus pezuñas, y las cabras con mayor atrevimiento aún, como acostumbradas a saltar por los vericuetos. Y toda la grey rodeó a Cloe, y en coro se puso a retozar, brincar y balar en muestra de alegría. Las cabras, bueyes y demás ganado de otros pastores se quedaron quietos en el fondo de las naves, como si aquel son no los llamara. Las gentes se maravillaron en grande al ver estas cosas, y celebraron a Pan, quien en mar y tierra obró luego mayores prodigios. Antes de levar ancla, las naves iban ya navegando. Un delfín, que salía con sus brincos sobre las ondas, guiaba la nave capitana. Suavísima música de flauta conducía cabras y corderos, y nadie veía a quien tocaba. Y todo el rebaño, hechizado con el son, andaba a par que pacía.

Era ya la hora en que se va de nuevo al pasto después de la siesta, cuando Dafnis, que estaba oteando desde un alta atalaya, vio venir el ganado y vio venir a Cloe. Entonces gritó: «¡Oh, Ninfas! ¡Oh, Pan!»; bajó a lo llano, abrazó a Cloe, y cayó desmayado de placer. Apenas volvió en sí merced a los besos de Cloe y al dulce calor de sus abrazos, se la llevó bajo el haya donde solían, y sentados contra el tronco, le preguntó de qué suerte se salvó de los enemigos. Ella contó todas las circunstancias: la hiedra de las cabras, los aullidos de las ovejas, la corona de ramas de pino que le ciñó las sienes, y la medrosa noche, y cómo hubo en la tierra fuego, extraño ruido en la mar y dos distintos sones de flauta, uno guerrero y otro pacífico. Dijo, por último, que ignorante ella del camino, se le indicaba y la guiaba cierta música misteriosa.

Bien notó en todo Dafnis el cumplimiento del sueño de las Ninfas y los milagros de Pan, y también refirió él cuanto había visto y oído, y que ya se moría de dolor cuando las Ninfas le salvaron. Después mandó a Cloe a que dijese a Dryas y a Lamón que vinieran con todo lo necesario para hacer un sacrificio. Él, en tanto, tomó la mejor de sus cabras; la coronó de hiedra, conforme se había mostrado a los enemigos; vertió leche entre sus cuernos; la sacrificó a las Ninfas; la suspendió y la desolló, y colgó la piel en la roca.

Presentes ya Cloe y los que la acompañaban, Dafnis encendió fuego, asó parte de la carne y coció la otra parte, ofreció a las Ninfas las primicias y les hizo una libación con un cántaro lleno de mosto. Dispuso luego lechos de hojas verdes para todos los convidados, y se entregó a beber, comer y jugar con ellos, sin dejar de atender al ganado, no viniese el lobo e hiciese en él de las suyas. Hermosos cantares se cantaron allí en loor de las Ninfas, compuestos por pastores antiguos. Venida la noche todos durmieron al raso o en la gruta. Al salir el sol, se acordaron de Pan; coronaron de pino el manso de la manada y le llevaron bajo el pino, donde entre libaciones de mosto y cantos en alabanza del dios, se le sacrificaron, colgándole y desollándole. Las carnes asadas y cocidas las pusieron en el prado sobre hojas verdes. La piel con los cuernos quedó colgada del pino, junto a la imagen del dios, ofrenda pastoral al dios de los pastores. Ofreciéronle también las primicias de la carne; vertieron vino del cántaro más hondo, y Cloe cantó, y Dafnis la acompañó con la zampoña.

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