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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Danza de espejos (45 page)

BOOK: Danza de espejos
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Él se encogió de hombros.

—Ahora sé más o menos lo que sabe SegImp, si es que Illyan fue sincero conmigo. Pero como SegImp no sabe dónde está Miles, todo es inútil. Estoy seguro…

—¿Sí? —preguntó la condesa.

—Estoy seguro de que Miles está en Jackson's Whole. Pero no consigo que Illyan se concentre allí. Su atención está puesta en todo el universo… Tiene a los cetagandanos en mente.

—Hay sólidas razones históricas para eso —dijo la condesa—. Y razones actuales también, lamento decirlo, aunque Illyan seguramente no te confió ninguno de los problemas de SegImp que no tuvieran que ver directamente con la desaparición de Miles. Decir que tuvo un mal mes sería quedarse penosamente cortos… —Dudó un buen rato—. Mark… después de todo tú eres el hermano clon de Miles. Estás más cerca de él que ningún otro ser humano. Esa convicción tuya parece tener un aire apasionado. Se diría que tu sabes que está ahí. ¿Supones que… sabes, realmente? ¿A cierto nivel?

—¿Quiere usted decir, como un enlace psíquico? —dijo él. Qué idea tan horrible.

Ella asintió, con las mejillas un poco encendidas. Bothari-Jesek parecía atónita, y lo miró como rogándole.
¡No te atrevas a hacerle daño!

Ésa es la medida real de su desesperación
.

—Lo lamento. No soy psíquico. Sólo psicótico. —Bothari-Jesek se relajó. Él se dejó caer en el asiento, luego se le iluminó un poco el rostro con una idea—. Aunque tal vez no sea malo que Illyan crea que usted piensa eso.

—Illyan es un racionalista de los duros. —La condesa sonrió con tristeza.

—La pasión es frustración, señora. Nadie me deja hacer nada.

—¿Qué es lo que quiere hacer?

Quiero escaparme a Colonia Beta
. La condesa lo ayudaría, probablemente.


No, no quiero volver a salir corriendo. Nunca
.

Respiró hondo para aparentar un coraje que no sentía.

—Quiero ir a Jackson's Whole y buscarlo. Puedo hacerlo tan bien como los agentes de Illyan. Sé que puedo. Ya se lo dije a él, pero no quiere. Dice que si pudiera me encerraría en una celda.

—En días como éstos, el pobre Simon vendería su alma para hacer que el mundo se detuviera un poco —admitió la condesa—. En este momento, no es que tenga la atención dispersa, la tiene quebrada en mil pedazos. Me da cierta lástima.

—A mí no. A Simon Illyan no le pediría ni la hora. Seguro que no me la daba —se quejó Mark—. Gregor me indicaría indirectamente el lugar donde puedo conseguir un crono. Usted… —su metáfora se extendía, sin límites —usted me daría un reloj.

—Si tuviera una fábrica de relojes, hijo, te la regalaría —suspiró la condesa.

Mark masticó una cucharada, tragó la comida y levantó la vista.

—¿En serio?

—En s… —empezó ella con firmeza pero se detuvo por precaución—. ¿En serio qué?

—¿Lord Mark es un hombre libre? Yo no he cometido ningún crimen dentro del Imperio de Barrayar, ¿no es cierto? No hay leyes contra la estupidez. No estoy bajo arresto.

—No…

—Podría ir yo mismo a Jackson's Whole. A la mierda con Illyan y sus preciosos recursos. Si… —ah, el «si». Mark se desinfló enseguida—. Si tuviera pasaje. —Por lo que sabía, lo único que tenía eran diecisiete marcos imperiales que le quedaban de un billete de veinticinco que le había dado la condesa al comienzo de la semana y que guardaba en el bolsillo.

La condesa empujó un plato y se acomodó en su silla, la cara pálida.

—No me parece buena idea. Hablando de estupidez.

—Seguramente Bharaputra hizo un contrato para matarte después de lo que hiciste —agregó Bothari-Jesek, para ayudarla.

—No. El contrato es contra el almirante Naismith —argumentó Mark—. Y yo no volvería a Bharaputra. —Todo eso no quería decir que no estuviera de acuerdo con la condesa. El lugar de la frente en el que se había contado su punto el barón Bharaputra seguía quemándole en secreto. Miró a la condesa con impaciencia—. Señora…

—¿Me estás pidiendo que te financie para que puedas arriesgar tu vida? —dijo.

—No… ¡para que la salve! No puedo… —Hizo un gesto de impotencia que señalaba la Casa Vorkosigan, su situación—. No puedo seguir así. Estoy totalmente desequilibrado. Mal.

—El equilibrio necesita tiempo. Es demasiado pronto —dijo ella, con pasión—. Eres demasiado nuevo.

—Tengo que volver para arreglar lo que hice. Si puedo.

—Y si no puedes, ¿entonces qué? —preguntó Bothari-Jesek con frialdad—. ¿Huir con buena ventaja?

¿Le había leído la mente esa mujer? Los hombros de Mark se hundieron con el peso de su burla. Y sus propias dudas.

—Yo… —jadeó —no… —
lo sé
. No pudo terminar la frase en voz alta.

La condesa unió sus largos dedos.

—No dudo de tu corazón —dijo, mirándolo directamente a los ojos. Mierda, ella era capaz de romper ese corazón con su confianza, mucho más que Illyan con sus dudas—. Pero tú eres mi segunda oportunidad. Mi nueva esperanza, la esperanza que ya no esperaba. Nunca pensé que podría volver a tener un hijo en Barrayar. Ahora Jackson's Whole se comió a Miles, ¿y tú quieres ir allí detrás de él? ¿Tú también?

—Señora —dijo él, desesperado—, madre… no puedo ser un premio de consuelo.

Ella cruzó los brazos y apoyó el mentón en una mano, tapándose la boca. Tenía los ojos verdes como un mar en invierno.

—Tú tienes que ser la primera en entender eso —rogó Mark—. Tienes que saber lo importante que es una segunda oportunidad.

Ella empujó la silla para apartarse de la mesa y se puso de pie.

—Voy… voy a tener que pensarlo. —Salió del comedor. Mark vio con pesar que había dejado la mitad de la comida en el plato.

Bothari-Jesek también se dio cuenta.

—Buen trabajo —le espetó.

Lo lamento. Lo lamento

Ella se levantó de su asiento y corrió tras la condesa.

Mark se quedó allí, abandonado y solo. Y, con lo ojos ciegos, casi sin conciencia de lo que hacía, se atiborró de comida hasta que lo dominó el asco. Fue tropezando hasta el tubo elevador y subió a su habitación. Se quedó allí, quieto. Tenía más deseos de dormir que de respirar, pero no pudo hacer ninguna de las dos cosas.

Después de un tiempo interminable, cuando el fuerte dolor de cabeza y el calor insoportable en el estómago empezaron por fin a disminuir, oyó un golpecito en la puerta. Rodó sobre la cama, gruñendo y quejándose.

—¿Quién es?

—Elena.

Encendió la luz, se sentó en la cama contra el cabezal tallado y colocó una almohada contra su espalda para ver si podía matar el dolor. No quería hablar con Bothari-Jesek, ni con ningún otro ser humano. Se volvió a poner la camisa más suelta que encontró.

—Adelante —musitó.

Ella asomó la cabeza por la puerta, la cara seria y pálida, y entró en la habitación.

—Hola. ¿Te sientes bien?

—No —admitió él.

—He venido a disculparme —dijo ella.

—¿Usted? ¿Disculparme conmigo? ¿Por qué?

— La condesa me ha contado… algo de lo que pasaba contigo. Lo siento. No entendía.

Lo habían viviseccionado otra vez,
in absentia
. Se daba cuenta por la forma horrorizada en que lo miraba Bothari-Jesek, como si su vientre inflado estuviera abierto y extendido en una autopsia con un corte de un lado a otro.

—Ah, mierda. ¿Qué dijo? —Mark hizo esfuerzos por sentarse más derecho.

—Miles había dicho algo. Pero yo no entendí hasta dónde habían llegado las cosas. La condesa me lo ha contado todo. Lo que te hizo Galen. Esa violación con la picana y los… bueno… los problemas con la comida. Y el otro problema. —Ella evitaba cuidadosamente poner los ojos en el cuerpo de él, los mantenía en la cara: un recordatorio directo de la profundidad nada agradable de sus nuevos conocimientos. Seguramente ella y la condesa habían hablado durante más de dos horas—. Todo tan deliberadamente calculado. Eso es lo más diabólico.

—No estoy seguro de que el incidente de la picana fuera calculado —dijo Mark con cuidado—. Galen parecía enloquecido, por lo menos ésa era mi sensación. Totalmente ido. Nadie es tan buen actor. O tal vez empezó calculadamente y se descontroló… —Y luego estalló, impotente—:
¡Mierda!
—Bothari-Jesek saltó en el aire—. ¡Ella no tiene derecho a hablar así de mí con usted! ¡Ni con nadie! ¿Qué cojones soy yo? ¿Un espectáculo de circo?

—No, no. —Bothari-Jesek abrió las manos—. No entiendes… Le he contado lo de Maree, la clon rubita que te llevaste a tu camarote. Lo que yo pensé que estaba pasando. Y te he acusado ante la condesa.

Él se quedó helado, mudo de vergüenza, estremecido por un dolor nuevo.

—No sabía que no se lo había contado desde el primer día. —¿Acaso todo lo que él creía haber levantado con la condesa se conmovía ahora, temblando sobre cimientos podridos, en ruinas, destrozado?

—Ella quiere tenerte como hijo… Lo quiere de tal forma que no puede decírselo cuando llegamos. Pero esta noche estaba tan furiosa… Se me escapó.

—¿Y qué pasó?

Bothari-Jesek meneó la cabeza, maravillada.

—Es tan betana… Tan rara. Nunca está donde crees que está, mentalmente. No se sorprendió. En absoluto. Y me lo explicó todo… Yo sentí que me daba vueltas la cabeza: sentí como si me hubieran dado una tunda, como si me hubieran sacudido como una alfombra.

Él estuvo a punto de echarse a reír.

—Suena como una conversación típica con la condesa. —El miedo que lo asfixiaba empezó a retroceder.
¿La condesa me desprecia…?

—Me equivoqué contigo —dijo Bothari-Jesek, resuelta.

Él abrió las manos, exasperado.

—Es bueno saber que tengo semejante defensora, pero no se equivocó, se lo aseguro. Lo que usted vio era exactamente lo que estaba pasando. Y lo habría hecho si hubiera podido —dijo con amargura—. No fue mi virtud la que me detuvo, fue mi condicionamiento de alto voltaje.

—Ah. No me refiero a que estuviera equivocada con respecto a los hechos. Pero estaba proyectando gran parte de mi propia furia en la forma en que te valoraba. No sabía que eras producto de la tortura sistemática, no hasta ese punto. Ni sabía la forma increíble en que resististe a eso. Creo que yo, en tu lugar, me hubiera puesto catatónica.

—No fue tan malo todo el tiempo —dijo él, incómodo.

—Pero tienes que entender —insistió ella —lo que me pasaba a mí.
A mí
. Por mi padre.

—¿Eh? —Él sintió que le hacían girar la cabeza hasta casi dársela vuelta sobre el cuello—. Entiendo que
mi
padre tiene que ver con esto… ¿pero qué diablos está haciendo el suyo en este asunto?

Ella empezó a caminar de un lado a otro, reuniendo coraje. Cuando se puso a hablar, sus palabras salieron como en una catarata.

—Mi padre violó a mi madre. Así vine yo al mundo, durante la invasión de Barrayar a Escobar. Hace unos años que lo sé. Me hizo alérgica a ese tema. No lo soporto. —Apretó los puños—. Pero está en mí. No puedo escaparme de eso. Por eso me fue tan difícil verte claramente. Siento como si te hubiera estado mirando a través de la niebla durante las últimas diez semanas. La condesa ha eliminado esa niebla. —Era cierto: los ojos de ella ya no lo dejaban helado—. Y me ha ayudado más de lo que nadie pueda imaginar.

—Ah. —¿Qué podía decir? Así que él no había sido el único tema en esas últimas dos horas. Había más en la historia de ella, eso era evidente, pero él no se lo iba a preguntar. Por una vez, no le tocaba disculparse—. Yo… no lamento que usted exista. Y no importa cómo llegó al mundo.

Ella sonrió.

—En realidad, yo tampoco lo lamento.

Él se sentía muy raro. Su furia por la violación de su intimidad se iba desvaneciendo poco a poco dando paso a un ligero optimismo que lo dejaba atónito. Se sentía profundamente aliviado sin el peso de sus secretos. Su miedo se había encogido, como si el manifestarlo a otro lo hiciera disminuir.
Si le cuento esto a cuatro personas más, voy a sentirme libre
.

Sacó las piernas de la cama, la cogió de la mano, la llevó a una silla de madera junto a su ventana, trepó a la silla y la besó.

—¡Gracias!

Ella parecía bastante asustada.

—¿Por qué? —preguntó, entre un jadeo y una risita, y se desprendió de su mano con firmeza.

—Por existir. Por dejarme vivir. No sé… —Sonrió, exaltado, pero la sonrisa se desvaneció en un mareo, y para bajar tuvo más cuidado.

Ella lo miró desde arriba y se mordió el labio:

—¿Por qué te haces eso?

No tenía sentido fingir que no sabía qué era eso: la manifestación física de su gula compulsiva era lo suficientemente obvia. Se sintió monstruoso. Se pasó la mano por la cara llena de sudor.

—No sé. Pero pienso que la mitad de lo que llamamos locura es un pobre tipo que trata de manejar el dolor y la pena con una estrategia que molesta a la gente que lo rodea.

—¿Y cómo es que para manejar el dolor tratas de producirte más dolor? —preguntó ella, como quejándose.

Él sonrió con las manos sobre las rodillas, mirando al suelo.

—En eso hay una especie de fascinación imposible de dominar. Te saca la mente de lo que realmente sucede. Piensa en lo que puede hacerle un dolor de muelas a tu capacidad de atención.

Ella meneó la cabeza.

—Preferiría no pensar en eso. Gracias.

—Galen sólo estaba tratando de destruir mi relación con mi padre —suspiró—, pero se las arregló para destruir mi relación con todo. Sabía que no podría controlarme directamente en cuanto me soltara en Barrayar, así que tenía que construir motivaciones que duraran. —Agregó en voz baja —: Y se le volvió en contra. Porque en cierto sentido, Galen también era mi padre. Mi padre adoptivo. El primero que tuve. —El conde había sido el blanco, por supuesto—. Yo tenía mucha hambre de identidad cuando los komarreses me fueron a buscar a Jackson's Whole. Creo que era como uno de esos pájaros recién nacidos que creen que su madre es la primera cosa de tamaño adecuado que pasa cerca de ellos, aunque sea una olla o una regadera.

—Tienes un talento sorprendente para analizar la información —observó ella—. Ya lo noté allí, en Jackson's Whole.

—¿Yo? —parpadeó él—. ¡Por supuesto que no! —Talento no, con talento habría obtenido mejores resultados. Pero a pesar de sus frustraciones, la semana anterior había sentido algo parecido a la satisfacción en su pequeño cubículo de SegImp. La serenidad de una celda de monje, combinada con el desafío absorbente de ese universo de datos… en cierto modo, un modo extraño, le recordaba los tiempos pacíficos del aprendizaje con los programas de realidad virtual en la infancia del criadero de clones. Los tiempos en que nadie le hacía daño.

BOOK: Danza de espejos
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