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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Danza de espejos (50 page)

BOOK: Danza de espejos
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—Bueno —dijo Mark, e hizo un gesto con la cabeza—. Adiós. —La palabra flotó en el aire, insuficiente.
Los problemas cardíacos no son contagiosos, mierda. ¿De qué tienes miedo?
Tragó saliva y se acercó al conde con cuidado. Nunca lo había tocado excepto aquella vez, cuando trataba de cargarlo en la bici flotante. Asustado, envalentonado, le tendió la mano.

El conde le dio un apretón breve, fuerte. Tenía una mano grande, cuadrada y de dedos romos, una mano para empuñar palas y picos, espadas y pistolas. La mano de Mark parecía diminuta como la de un muchacho, regordeta y pálida en contraste con la del conde. No tenían nada en común excepto el apretón.

—Confusión para el enemigo, muchacho —susurró el conde, y dejó escapar una risa ronca.

Mark hizo una llamada de vídeo esa noche, su última llamada en Barrayar. Se escapó para utilizar la consola de la habitación de Miles, no exactamente en secreto pero sí en privado. Miró la máquina apagada unos buenos diez minutos antes de marcar con manos espasmódicas el código que había obtenido.

Cuando se estableció la comunicación, apareció la imagen de una mujer madura y rubia en el monitor. Los restos de una belleza sorprendente convertían a esa cara en algo fuerte y confiado. Los ojos eran azules y risueños.

—Residencia del Comodoro Koudelka —contestó ella formalmente.

Su madre
. Mark se ahogó en el pánico.

—¿Podría hablar con Kareen Koudelka, por favor… señora?

Una de las dos cejas rubias se elevó en la frente.

—Creo que sé con cuál de las dos quiere hablar pero… ¿quién le digo que la llama?

—Lord Mark Vorkosigan —logró decir él.

—Un momento, milord. —Ella se alejó del vídeo y él oyó la voz desvaneciéndose a lo lejos —: Kareen…

Hubo un ruido fuerte en el fondo, voces confusas, un chillido y la voz risueña de Kareen gritando:

—¡No, Delia, es para mí! ¡Mamá, que se vaya! ¡Es para mí, para mí! ¡Fuera! —El ruido de una puerta al cerrarse, seguramente sobre los dedos de alguien, un grito, y por fin un último portazo.

Jadeando, desarreglada, Kareen Koudelka llegó al vídeo y lo miró con los ojos brillantes como estrellas.

—¡Hola!

No era
sólo
la mirada que le había dirigido lady Cassia a Ivan: era una mirada emparentada con aquélla pero más intensa, más azul. Mark pensó que se iba a desmayar.

—Hola —dijo, sin aliento—. Llamo para despedirme. —No, mierda, eso era demasiado corto…

—¿Qué?

—Mm, perdóname. No es lo que quería decir. Pero voy a salir del planeta y no quería irme sin volver a hablar contigo.

—Ah. —Desapareció la sonrisa de sus labios—. ¿Cuándo vuelves?

—No lo sé con seguridad. Pero cuando vuelva, me gustaría verte de nuevo.

—Bueno… claro…

Claro
, decía ella. Cuántas suposiciones hermosas había en ese
claro
.

Los ojos de ella se afinaron, mirándolo.

—¿Te pasa algo malo, Mark?

—No —dijo él con rapidez—. Mmm… ¿era tu hermana la que se oía en el fondo?

—Sí. He tenido que encerrarme aquí y dejarla fuera porque si no se pone fuera del alcance del receptor y me hace caras mientras hablo. —Su aspecto de muchacha agraviada desapareció inmediatamente cuando agregó —: Es lo que yo le hago a ella cuando la llama algún tipo…

Él era un
tipo
. Qué… que normal. Mark le hizo una pregunta tras otra, y ella habló de sus hermanas, de sus padres, de su vida. Escuelas privadas, hijos muy queridos, padres afectuosos… La familia del comodoro tenía un buen pasar, pero también cierto tipo de ética barrayarana del trabajo que los convertía en apasionados por la educación, un ideal de servicio que corría como un río secreto, llevándolos hacia el futuro. Él se dejó rodear por sus palabras, se sumergió en ellas, compartiéndolas como un sueño. Ella era completamente feliz y real, sin sombra alguna de sufrimiento en su rostro ni en sus palabras. Él sintió que eso lo alimentaba, pero no en el vientre sino en la cabeza. Tenía el cerebro distendido y feliz, una sensación casi erótica aunque menos amenazadora que lo erótico. Por desgracia, ella se dio cuenta muy pronto de lo desproporcionado de la conversación.

—Oh, no dejo de hablar. Lo lamento.

—¡No! Me gusta oírte hablar.

—Ah, eres el primero. En mi familia, tengo la suerte si consigo meter una palabra de vez en cuando. No hablé hasta los tres años. Me hicieron pruebas. Pero resultó que no hablaba porque mis hermanas contestaban por mí…

Mark se echó a reír.

—Ahora dicen que estoy recuperando el tiempo perdido.

—Yo sé mucho de recuperar tiempos perdidos —dijo Mark, con tristeza.

—Sí, me… me dijeron algo. Supongo que tu vida ha sido toda una aventura.

—Una aventura no —corrigió él—. Un desastre, tal vez. —Se preguntó el aspecto que tendría su vida, reflejada en esos ojos. Un aspecto algo más brillante —: Cuando vuelva, tal vez te pueda contar algo… —Si volvía. Si conseguía que las cosas salieran bien…

No soy una buena persona. Deberías saberlo antes
. ¿Antes de qué? Cuanto más larga fuera su relación, tanto más difícil sería contarle sus repelentes secretos.

—Mira… tienes que entender… —Dios, sonaba casi como Bothari-Jesek, justo antes de su confesión—. Estoy como en un lío y no hablo sólo de lo que se ve fuera. —Mierda, mierda, ¿qué tenía que ver esa hermosa virgen con las sutilezas extrañas de las torturas psicoprogramadas y sus resultados erráticos? ¿Qué derecho tenía él a ponerle horrores en la cabeza?—. Ni siquiera sé lo que tengo que decirte…

Ahora
era demasiado pronto, de eso se daba cuenta con claridad. Pero
más adelante
podía ser demasiado tarde.
Más adelante
podía dejarle una sensación de traición y engaño. Y si seguía en esa conversación un sólo minuto más, caería en ese humor suyo, abyecto y herido, y perdería la única cosa brillante, no envenenada, que había encontrado en su vida.

Kareen inclinó la cabeza, extrañada.

—Tal vez deberías preguntarle a la condesa.

—¿La conoces bien, como para hablar con ella?

—Ah, sí, sí. Ella y mi madre son muy, pero que muy amigas. Antes de retirarse para tenernos, mi madre era su guardaespaldas personal.

Mark sintió otra vez la sombra de la gran liga de abuelas. Viejas poderosas con agendas genéticas… Sintió oscuramente que había ciertas cosas que un hombre tenía que hacer por sí mismo. Pero en Barrayar usaban casamenteros. Tenía en su campo una embajadora extraordinaria para todo el género femenino. La condesa actuaría bien por él. Sí, como una mujer que sostiene a un niño que grita para que lo pinchen y le inyecten una vacuna que puede salvarlo de una enfermedad mortal.

¿Pero cuánto confiaba en él la condesa? ¿Se atrevía realmente a confiar en ella para un asunto como ése?

—Mira, Kareen… antes de que vuelva, hazme un favor. Si tienes oportunidad, habla en privado con la condesa, pregúntale qué cree ella que tú debes saber sobre mí antes de conocerme mejor. Dile que yo te pedí que lo hicieras.

—De acuerdo. Me gustaría hablar con lady Cordelia. Es algo así como mi mentora. Me hace pensar que soy capaz de hacer todo lo que yo quiera. —Kareen dudó—. Si vuelves antes de la Feria de Invierno, ¿bailarías conmigo otra vez en el Baile de la Residencia Imperial? Sin esconderte en un rincón —agregó esperanzada.

—Si vuelvo para la Feria de Invierno, no tendré que esconderme.

—Me alegro. Y pienso recordarte tu palabra.

—Mi palabra como Vorkosigan —dijo él, sin darle importancia.

Los ojos de ella se iluminaron.

—Ah, ah. —Los ojos de ella se abrieron en una sonrisa cegadora.

Él se sintió como un hombre que va a escupir y siente que le cae un diamante de los labios. Y no podía volver atrás y tragárselo. Seguramente habría algo de Vor en la chica para tomar tan en serio una palabra así.

—Ahora tengo que irme —dijo él.

—De acuerdo. Lord Mark… ten cuidado…

—Yo… ¿Por qué dices eso? —Él sabía que no había dicho ni una sola palabra sobre el lugar al que pensaba ir. Ni una, estaba seguro.

—Mi padre es soldado. Tienes esa mirada en los ojos… la misma que tiene él cuando miente sobra alguna dificultad que tiene por delante. Tampoco engaña a mi madre.

Ninguna chica le había dicho que tuviera cuidado, así, como si lo sintiera. Estaba conmovido más allá de toda medida.

—Gracias, Kareen. —Cortó la comunicación, sin ganas, con un gesto que era casi una caricia.

21

Mark y Bothari-Jesek subieron a una nave de SegImp, un correo entre Barrayar y Komarr, muy semejante al que habían utilizado para llegar al planeta. El último favor que le pediría a Simon Illyan en toda su vida, juró Mark. El propósito duró hasta que llegaron a la órbita de Komarr, donde Mark descubrió que los Dendarii le habían conseguido un regalo de Feria de Invierno antes de tiempo. Habían llegado los efectos personales de Norwood desde la flota principal.

Como SegImp era SegImp, lo abrieron primero. Tanto mejor: no le hubieran dejado tocarlo sin asegurarse de tener en sus manos todos los secretos. Con el respaldo de Bothari-Jesek, Mark rogó, pidió, y ordenó hasta que le permitieron el acceso. SegImp lo admitió sin ganas. Lo dejaron pasar a una habitación cerrada en los cuarteles generales en órbita. Bajo supervisión, sí, pero lo dejaron.

Mark dejó a Bothari-Jesek a cargo del control de los preparativos de la nave que había localizado el agente de la condesa. Como capitana, Bothari-Jesek no era sólo la persona más lógica para ocuparse de todo lo que tuviera que ver con logística: probablemente le sobraba capacidad. Con apenas una punzada de conciencia, Mark la sacó de su mente y se hundió en un examen de la nueva caja del tesoro. Solo en una habitación vacía: el paraíso.

Después de una primera revisión impaciente del material —que incluía ropa vieja, un montón de discos, cartas, y recuerdos de los cuatro años de Norwood al servicio de los Dendarii —Mark, deprimido, empezó a pensar que esta vez SegImp había revisado bien. Al parecer allí no había secretos. Nada de valor. Nada escondido en la manga… SegImp ya lo había revisado todo. Mark separó la ropa, las botas, los recuerdos y todo lo físico. Le dio una extraña sensación manejar esa ropa vieja, marcada por el uso de un cuerpo que ya no existía. Demasiada mortalidad, ¡diablos! Puso su atención en los restos más intelectuales de la vida y carrera del médico: su biblioteca y sus notas técnicas. SegImp había revisado eso con el mismo enfoque, observó furioso.

Suspiró y se quedó sentado en el asiento un buen rato. Deseaba desesperadamente que Norwood le diera la clave, aunque sólo fuera para que el hombre que él había llevado a la muerte sin querer no muriera en vano.
No quiero volver a ser comandante en acción. Nunca
.

No había esperado que fuera tan obvio. Pero la conexión, cuando la encontró horas más tarde, fue casi tan subliminal como muchas otras cosas que no se notan. Era una nota escrita a mano sobre película de plástico, colocada con firmeza dentro de una pila de notas similares en un manual de formación para técnicos médicos de emergencia. Lo único que decía era:
Ver Dra. Durona a las 900 para materiales de laboratorio
.

¿Qué? ¿La Durona?

Mark volvió a las certificaciones y transcripciones de Norwood, parte de los informes computerizados del tecnomed que ya había visto en los cuarteles de SegImp en Barrayar. Norwood había recibido formación en crío-terapia en cierto Centro de Vida de Beauchene, una instalación de Escobar, respetada y comercial, que se dedicaba a la recuperación de pacientes en crío-estasis. El nombre «Dra. Durona» no volvía a aparecer entre los instructores. No aparecía en el listado de personal del Centro de Vida. No aparecía en ninguna otra parte. Mark lo comprobó todo de nuevo, para estar seguro.

Seguramente hay miles de personas con ese apellido en Escobar. No es tan raro
. Pero seguía aferrando el pedacito de película. Le picaba en la palma.

Llamó a Quinn, que esperaba a bordo del
Ariel
, muy cerca de la nave donde él se encontraba.

—Ah —dijo ella, mirándolo sin simpatía por el vídeo—. Has vuelto. Eso dijo Elena. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Eso no importa. Oye, ¿hay alguien entre los Dendarii, tecnomeds o doctores, que haya recibido entrenamiento en el Centro de Vida Beauchene de Escobar? Preferentemente alguien que lo haya hecho al mismo tiempo que Norwood… poco antes o después…

Ella suspiró.

—Había tres en su grupo. El del Escuadrón Rojo, el del Naranja y Norwood. SegImp ya nos preguntó, Mark.

—¿Dónde están?

—El del Escuadrón Rojo murió cuando se estrelló el transbordador hace unos meses…

—¡Ay! —Él se pasó la mano por la cabeza.

—El hombre del Naranja está en el
Ariel
.

—¡Bien! —exclamó lleno de alegría—. Tengo que hablar con él. —Casi dijo:
Pásamelo
, luego recordó que estaba en la línea privada de SegImp y seguramente lo controlaban—. Mándame un vehivaina.

—Uno, SegImp ya lo interrogó, y fue un interrogatorio bien largo, y dos, ¿quién mierda te crees que eres tú para darme órdenes?

—Elena no te dijo mucho, por lo que veo. —Curioso. ¿Entonces el dudoso juramento como guardaespaldas de Bothari-Jesek valía más para Elena que su lealtad hacia los Dendarii? ¿O era porque estaba demasiado ocupada para charlar? ¿Cuánto hacía que él…? Miró el crono.
¡Dios mío!
—. Sucede que voy a Jackson's Whole. Ya. Muy pronto. Y si eres
muy
amable conmigo,
tal vez
le pida a SegImp que me permita llevarte conmigo. Tal vez. —La miró, sin aliento.

La mirada incendiaria que ella le dirigió era más elocuente que la ristra de los mayores insultos que uno pudiera imaginar. Los labios de ella se movieron —¿contaba hasta diez? —pero no salió nada de su boca. Cuando habló, el tono era casi un susurro.

—Tu vehivaina estará en la estación dentro de once minutos.

—Gracias.

El médico estaba malhumorado.

—Mire, ya he pasado por esto. Horas y horas. Terminemos…

—Le prometo que va a ser breve —le aseguró Mark—. Una sola pregunta.

El hombre le dirigió una mirada malévola. Tal vez suponía (con toda la razón) que él era la razón por la que lo habían dejado varado en Komarr durante las últimas doce semanas en lugar de mandarlo a su casa.

BOOK: Danza de espejos
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