Read Danza de espejos Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Danza de espejos (60 page)

BOOK: Danza de espejos
5.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Dónde estamos? —le siseó él a Rosa apenas se cerró la puerta tras ellos—. ¿Te has dado cuenta? ¿Es el cuartel general de Bharaputra?

—No —dijo Rosa—. Están reconstruyendo su residencia principal. Algo que pasó con un comando. Le volaron algunas habitaciones —agregó sin pensar.

Él caminó despacio por la habitación pero no volvió a golpear las paredes, para alivio de Rosa.

—Se me ocurre… hay otra forma de escapar, aparte de destruir algo para salir de aquí. Y es hacer que alguien entre. Dime, ¿qué sería más difícil, sacar a un prisionero de la Casa Bharaputra, de la Casa Fell o de la Casa Ryoval?

—Bueno… supongo que de la casa Fell sería más difícil; tiene más tropas y armas pesadas. Y de la de Ryoval, más fácil. Ryoval es una Casa Menor, aunque es tan viejo que se le hacen los honores de Casa Mayor, por costumbre.

—Así que si alguien quisiera algo más grande y peor que Bharaputra, tendía que buscar el apoyo de Fell.

—Podría ser, sí.

—Y si uno supiera que viene ayuda… podría ser tácticamente más brillante dejar a un prisionero con Ryoval y no moverlo a un lugar más formidable.

—Tal vez, sí —aceptó ella.

—Tenemos que llegar a Fell.

—¿Cómo? Si ni siquiera podemos salir de esta habitación…

—De la habitación, sí, tenemos que salir de la habitación. Pero tal vez no haga falta que salgamos de la casa. Si uno de nosotros pudiera llegar, aunque fuera unos minutos, a una comuconsola, y llamar a Fell, a alguien, para que el mundo sepa que Vasa Luigi nos tiene en sus manos, eso conseguiría mover las cosas.

—Hay que llamar a Azucena —dijo Rosa con tenacidad—. No a Fell.

Necesito a Fell. Azucena no puede sacar a nadie de la Casa Ryoval
. Pensó en la incómoda posibilidad de que él y el Grupo Durona empezaran a moverse en direcciones opuestas. Él quería un favor de Fell, de quien Azucena quería huir. Y sin embargo… no habría que ofrecer demasiado para interesar a Fell en un ataque contra Ryoval. Una ayuda en materiales, y él obtendría la satisfacción de un odio muy viejo. Sí…

Fue hasta el baño y se miró en el espejo.
¿Quién soy yo?
Un hombrecito flaco, pálido, maltrecho, extraño, con ojos desesperados y una tendencia a las convulsiones. Si conseguía decidir cuál de los dos clones era su hermano, al que había visto con tanto dolor el día anterior, podría saber quién era él por proceso de eliminación. A él, el tipo le había parecido Naismith. Pero Vasa Luigi no era tonto y estaba convencido de lo contrario. Tenía que ser uno o el otro. ¿Por qué no podía decidirse?
Si soy Naismith, ¿por qué mi hermano estaba en mi puesto?

Y justo en ese momento, entendió por qué Rosa lo llamaba cascada.

La sensación era la de estar bajo una catarata, una catarata de un río que vaciaba todo un continente: toneladas de agua golpeándolo, poniéndolo de rodillas. Lanzó un pequeño quejido, se agachó con las manos sobre la cabeza, los ojos terriblemente doloridos y el terror en la garganta. Apretó los labios para que no se le escapara ningún sonido que pudiera atraer a Rosa y a su preocupación de médico. Necesitaba estar solo.

Con razón no podía diferenciarnos. Estaba tratando de elegir entre dos respuestas equivocadas. Ah, mamá. Ah, papá. Sargento… Esta vez, su muchacho arruinó las cosas. Mucho, mucho. Mucho
. El teniente lord Miles Naismith Vorkosigan se arrastró por el suelo de baldosas y aulló en silencio, levemente. No, no, no, mierda…

Elli

Bel, Elena, Taura

Mark… ¿Mark?
Ese tipo duro, lleno de energía, controlado, decidido, ¿había sido
Mark
?

No recordaba nada de su muerte. Se tocó el pecho, con miedo, buscando la evidencia de… ¿qué? Se frotó los ojos, tratando de recordar lo último. El ataque contra las instalaciones quirúrgicas de Bharaputra, sí. Mark había producido un desastre. Mark y Bel, entre los dos, y él había venido volando a tratar de sacarles las castañas del fuego. Algún tipo de inspiración megalomaníaca, un deseo de ser más que Mark, de enseñarle cómo lo hacían los expertos, de llevarse a esos chicos clones del criadero de Vasa Luigi, que lo había ofendido… llevarlos a casa, con mamá. Mierda,
¿qué sabe mi madre de todo esto?
Esperaba que nada. De alguna forma, todavía estaban todos en Jackson's Whole. ¿Cuánto hacía que había muerto?

¿Dónde mierda está SegImp?

Además de rodando sobre este suelo de baldosas, claro

Ay, ay, ay

Y Elli.
¿La conozco, señora?
, le había preguntado. Debería haberse mordido la lengua.

Rosa…
Elli
. Tenía sentido. Su amante era una mujer inteligente, alta, de ojos castaños, cabello oscuro y carácter fuerte. Lo primero que se había presentado a sus sentidos al despertar había sido una mujer alta, de ojos castaños, cabello oscuro y carácter fuerte. Era un error totalmente lógico.

Se preguntó si Elli iba a creer en esas explicaciones. Su gusto por las chicas muy bien armadas parecía tener desventajas potenciales. Inhaló una risa sin esperanza.

La risa se le ahogó en la garganta. ¿Taura
allí
? ¿Lo sabía Ryoval? ¿Sabía que ella había echado una mano en la destrucción de sus bancos de genes, hacía cuatro años, o sólo acusaba al «almirante Naismith»? Los cazadores de recompensas de Ryoval que habían venido a buscarlo parecían exclusivamente interesados en él. Pero las tropas de Ryoval habían confundido a Mark con el almirante. ¿Y Ryoval? Seguramente, Mark le diría que era el clon.
Mierda, yo también le diría que soy el clon si estuviera allí, con la esperanza de confundirlo
… ¿Qué le estaba pasando a Mark? ¿Por qué se había ofrecido para reemplazar a Miles, para rescatarlo? ¿Por qué había sido su rescate? No podía estar crío-amnésico también, ¿o sí? Azucena había dicho que los Dendarii y los clones y el «almirante Naismith», todos habían escapado. Entonces, ¿por qué habían vuelto?

Volvieron por ti, almirante Mierdagrande
.

Y se habían metido directamente en las fauces de Ryoval, que buscaba exactamente eso. Él, Miles Vorkosigan, era una cita.

Qué piadosa era la crío-amnesia. Le hubiera gustado recuperarla.

—¿Estás bien? —le gritó Rosa, al pasar ante el cuarto de baño y verle en el suelo—. ¡No! ¿Otra convulsión? —Se dejó caer de rodillas a su lado y le recorrió el cuerpo con sus largos dedos, buscando alguna herida—. ¿Te has golpeado con algo?

—Ah… ah… —
No pienso molestarme en buscar venganza de un crío-amnésico
, había dicho Vasa Luigi. Sería mejor seguir crío-amnésico por un tiempo hasta que entendiera mejor las cosas. Y se entendiera mejor a sí mismo—. Creo que estoy bien…

La dejó que lo metiera en la cama. Ella le acarició el cabello. Él la miró, desvalido y lastimado, con los párpados entrecerrados, fingiendo el estado de post-convulsión.
¿Qué he hecho?

¿Qué voy a hacer?

26

Se había olvidado de por qué estaba allí. La piel empezaba a crecerle de nuevo.

Se preguntó adónde se habría ido Mark.

La gente venía a atormentar a una cosa sin nombre, sin límites, y se iba de nuevo. Él los recibía de distintas formas. Sus aspectos emergentes se transformaron en personajes y finalmente les dio un nombre, aunque no le resultaba fácil identificarlos. Estaban Eructo, Jadeo, Aullido y Otro, un tipo callado que acechaba en los bordes, esperando.

Él dejaba que Eructo manejara las sesiones de alimentación forzosa porque Eructo era el único que realmente las disfrutaba. Después de todo, a Eructo nunca le hubieran permitido hacer lo que le hacían los tecnos de Ryoval. Jadeo se adelantaba cuando venía Ryoval con el afrodisíaco. También había sido el responsable del ataque a Maree, la clon fabricada por escultura quirúrgica, pensaba él, aunque cuando no estaba excitado, Jadeo era muy tímido y vergonzoso, y no quería hablar mucho.

Aullido se ocupaba del resto. Él había empezado a sospechar que Aullido era realmente el responsable por haberlos entregado a Ryoval. Finalmente, había llegado a un lugar donde podía recibir
suficiente
castigo.
Nunca le hagas terapia de rechazo a un masoquista. Los resultados son impredecibles
. Así que Aullido recibía lo que se merecía. El cuarto, el esquivo, esperaba solamente y decía que algún día, todos lo querrían.

No siempre se mantenían en línea. Aullido tenía tendencia a observar las sesiones de Eructo, que se producían regularmente, a diferencia de las de Aullido; y más de una vez, Eructo apareció cabalgando con Jadeo en sus aventuras, que con su presencia se volvían muy extrañas. Nadie se unía a Aullido si podía evitarlo.

Ahora que les había dado nombre a todos, finalmente encontró a Mark por proceso de eliminación. Eructo, Jadeo, Aullido y el Otro habían enviado a lord Mark muy adentro, para que durmiera mientras les pasaba todo eso. El pobre y frágil lord Mark que apenas si tenía doce semanas.

Ryoval ni siquiera podía ver a lord Mark ahí abajo. No podía tocarlo. Ni alcanzarlo. Eructo, Jadeo, Aullido y el Otro cuidaban mucho al bebé para que nadie lo despertara. Tiernos, protectores, lo defendían. Estaban bien equipados. Un grupo feo, grotesco, mordido por la fatalidad: eran sus mercenarios psíquicos. Sin atractivo. Pero hacían el trabajo.

Él empezó a silbarles pequeñas melodías de vez en cuando.

27

La ausencia aviva el amor
. Y, según temía Miles, viceversa. Rosa se había puesto nuevamente la almohada en la cabeza. Él siguió caminando. Y hablando. No podía detenerse. En el tiempo que había pasado desde su cascada de recuerdos, había desarrollado un buen número de planes de fuga, todos con algún defecto fatal. Incapaz de llevar a cabo ninguno, los había vuelto a ordenar y definir en voz alta. Una y otra vez. Rosa había dejado de criticarlos… ¿ayer? En realidad, ya no le hablaba. Había abandonado su actitud inicial —mimarlo, calmarlo—, y en lugar de eso se mantenía en el otro extremo de la habitación o se escondía durante mucho rato en el baño. Él no la culpaba. Su energía nerviosa parecía estar a punto de hacerle delirar.

El confinamiento forzoso estaba llevando el cariño que le tenía Rosa a los límites de su resistencia. Y él, no lo negaba, no había podido ocultar del todo sus nuevas dudas. Una frialdad en el trato, una resistencia cada vez mayor a su autoridad médica. Él la amaba y la admiraba, de eso no había duda, y le hubiera encantado encargarle una enfermería que conocía bien. Bajo las órdenes de él, como almirante. Pero el sentimiento de culpabilidad y la sensación de no tener intimidad se habían combinado para matar todo su interés en relaciones íntimas. En ese momento tenía otras pasiones, y esas pasiones lo consumían.

Pronto sería la hora de la cena. Suponiendo que había tres comidas por cada largo día jacksoniano, habían estado allí cuatro días. El barón no había vuelto a hablar con ellos. ¿Qué estaba planeando Vasa Luigi, ahí fuera? ¿Ya lo había subastado? ¿Y si la próxima persona que pasaba la puerta era su comprador? ¿Y si nadie ofrecía nada? ¿Y si lo dejaban allí para siempre?

Generalmente les traían la comida en una bandeja. Un sirviente, bajo el ojo vigilante de un par de guardias armados con bloqueadores. En los pocos casos en que había conseguido conversar con ellos, había hecho todo lo imaginable para sobornarlos, excepto decir la verdad sobre lo que recordaba. La única respuesta que había recibido había sido una sonrisa. Dudaba mucho de su habilidad para ganar a un rayo bloqueador, pero estaba dispuesto a intentarlo en la siguiente oportunidad. No había tenido oportunidad de probar nada inteligente, así que estaba dispuesto a cometer una estupidez. A veces, la sorpresa funcionaba…

El sonido de cerradura. Él giró y se puso en posición.

—¡Rosa, levántate! —siseó—. Voy a intentarlo.

—Ah, mierda —gimió ella, saliendo del baño. Sin esperanzas, cabizbaja, dio vuelta a la cama y se puso a su lado—. El bloqueador duele, ¿sabes? Y da vómitos. Tú seguramente tendrías convulsiones.

—Sí, ya sé.

—Pero por lo menos vas a estar callado un rato —musitó ella entre dientes.

Él se levantó, poniéndose de puntillas, y luego volvió a dejarse caer.
Ah, Dios, ¿qué es esto?
Había un nuevo jugador en la cancha y la mente de él empezó a funcionar a marchas forzadas. Rosa, que lo miraba esperando el salto, levantó la vista también, con los ojos como platos.

Era la chica clon, Azucena —Azucena Junior, suponía él —con el uniforme de seda marrón y rosado de los sirvientes de la casa, una larga camisa y una falda con lentejuelas. Erguida, llevó la bandeja de comida y la colocó sobre la mesa del otro lado de la habitación. Incomprensiblemente, el guardia le hizo un gesto y se retiró, cerrando la puerta tras él.

Ella empezó a poner la comida sobre la mesa, como los otros sirvientes. Rosa se le acercó con los labios abiertos.

Él vio, instantáneamente, una docena de posibilidades; comprendió también que no era probable que volvieran a tener esa oportunidad. En su estado no podía vencer a la chica físicamente. ¿Y el sedante que Rosa había amenazado con ponerle? ¿Podría dárselo a ella? Rosa no era buena para captar señales intencionadas y muy mala para seguir órdenes crípticas. Seguramente querría explicaciones. Querría
discutir
. Sí, pero él tenía que intentarlo.

—¡Dios mío, cuánto os parecéis! —exclamó él radiante, mirando a Rosa con intención. Ella lo miró, exasperada y confusa, pero sonrió en cuanto la muchacha se volvió hacia ellos—. ¿Cómo es que nos han mandado una sirviente de tan alto nivel, mi señora?

La mano suave de Azucena le tocó el pecho.

—Yo no soy mi señora —dijo, en tono que sugería que seguramente él era un estúpido. No sin razón—. Pero usted… —Miró a Rosa, como estudiándola—. A usted no la entiendo…

—¿Te ha enviado la baronesa? —preguntó Miles.

—No. Pero les dije a los guardias que la comida tenía droga y que la baronesa me había pedido que me quedara para comprobar que la comíais —agregó espontáneamente.

—¿Es… es cierto? —preguntó él.

—No. —Ella se pasó la mano por el cabello, que se le balanceó en el aire. Dejó de mirarlo y se concentró en Rosa, una mirada hambrienta—. ¿Quién es usted?

—Ella es la hermana de la baronesa —dijo él instantáneamente—. Hija de la madre de tu señora. ¿Sabías que te llamaron como a tu… eh… abuela?

BOOK: Danza de espejos
5.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Papua by Watt, Peter
House of Sin: Part One by Vince Stark
LS02 - Lightning Lingers by Barbara Freethy
The Good Sister by Leanne Davis
Parky: My Autobiography by Michael Parkinson