Definitivamente Muerta (29 page)

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Authors: Charlaine Harris

BOOK: Definitivamente Muerta
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El coche volvió a aparecer en la verja, esta vez atravesando de pleno a Sigebert, que había dado un paso al frente para ver mejor a Terry, pensé yo. Se detuvo bruscamente, quedando la mitad dentro y la otra fuera del acceso.

Hadley salió del coche. Estaba llorando, y por el aspecto de su cara llevaba haciéndolo un buen rato. Jake Purifoy emergió por su lado y se quedó allí, con las manos posadas sobre la parte superior de la puerta mientras le decía algo a Hadley a través del techo del coche.

Por primera vez, el guardaespaldas personal de la reina habló:

—Hadley, tienes que acabar con esto —dijo—. La gente se dará cuenta, y el nuevo rey hará algo al respecto. Es celoso, ¿sabes? No le importa... —Ahí, Andre perdió el hilo y meneó la cabeza—. Le importa mantener la fachada.

Todos nos quedamos mirándolo. ¿Estaba leyendo los labios?

El guardaespaldas de la reina pasó a mirar a la Hadley ectoplásmica y prosiguió:

—Pero, Jake, no puedo aguantarlo. Sé que tiene que hacerlo por la política, ¡pero me está echando de su lado! No puedo soportarlo.

Definitivamente Andre podía leer los labios. Incluso los ectoplásmicos. Siguió hablando.

—Hadley, sube y duerme un poco. No puedes ir a la boda si vas a montar una escena. Sabes que eso avergonzaría a la reina y arruinaría la ceremonia. Mi jefe me matará si eso ocurre. Es el mayor acontecimiento que jamás hemos organizado.

Me di cuenta de que estaba hablando de Quinn. Jake Purifoy sí que era el empleado que había desaparecido.

—No puedo soportarlo —repitió Hadley. Estaba chillando. Lo sabía por la forma de moverse de su boca, pero afortunadamente Andre no vio la necesidad de imitar la intensidad. Ya era suficientemente escalofriante escuchar las palabras manar de su boca—. ¡He hecho algo terrible! —Aquellas melodramáticas palabras sonaban muy extrañas en la monótona voz de Andre.

Hadley se apresuró a subir las escaleras y Terry se apartó automáticamente del camino para dejarla pasar. Hadley abrió la (ya abierta) puerta e irrumpió en el apartamento. Nos volvimos para mirar a Jake. Éste suspiró, se irguió y se alejó del coche, que se desvaneció. Se sacó un teléfono móvil y marcó un número. Habló durante menos de un minuto sin hacer ninguna pausa para una respuesta, por lo que dedujimos que estaba dejando un mensaje.

Andre dijo:

—Jefe, tengo que decirte que puede que tengamos problemas. La amiga no va a poder controlarse el gran día.

«Oh, Dios, ¡que Quinn no haya mandado matar a Hadley!», pensé, sintiéndome absolutamente enferma ante la mera ocurrencia. Mientras se formaba la idea en mi mente, Jake volvía a acercarse al coche, que reaparecía en escena, y lo recorría. Pasó su mano delicadamente por la línea del maletero, acercándose cada vez más a la zona más allá de la verja. De repente, una mano lo agarró. La zona del conjuro no se extendía más allá de los muros, por lo que el resto del cuerpo estaba ausente, y la escena de una mano materializándose de la nada y agarrando a un licántropo resultaba digna de la mejor película de terror.

Era como uno de esos sueños en los que ves acercarse el peligro, pero no dices nada. Ninguna advertencia por nuestra parte podría alterar lo que ya había pasado. Pero todos estábamos conmocionados. Los hermanos Bert gritaron, Flor de Jade desenvainó su espada antes siquiera de que la viera moverse, y la reina se quedó boquiabierta.

Sólo veíamos los pies de Jake pugnando. Y luego, se quedaron quietos.

Todos nos quedamos mirándonos los unos a los otros, incluso los brujos, cuya concentración vacilaba hasta llenar el patio de una neblina.

—¡Vamos! —gritó Amelia—. ¡A seguir trabajando! —Y, al momento, todo se volvió a aclarar. Los pies de Jake seguían quietos, y su contorno cada vez era más difuso; se estaba desvaneciendo al igual que los demás objetos inanimados. Sin embargo, a los pocos segundos, mi prima apareció en la galería, mirando hacia abajo. Su expresión era de cauta preocupación. Había oído algo. Registramos el momento que vio el cuerpo y bajó las escaleras con velocidad vampírica. Saltó la verja y la perdimos de vista, pero al momento estaba de vuelta, arrastrando el cuerpo por los pies. Mientras lo tocaba, el cuerpo resultaba visible, como lo habría estado una mesa o una silla. Luego se inclinó sobre él y pudimos ver que Jake tenía una gran herida en el cuello. La herida era escalofriante, aunque he de decir que los vampiros no parecían sobrecogidos, sino maravillados.

La Hadley ectoplásmica miró a su alrededor, rogando por una ayuda que no llegaba. Parecía desesperadamente insegura. Sus dedos nunca abandonaron el cuello de Jake en busca de su pulso.

Al final, se volvió a inclinar sobre él y le dijo algo.

—Es la única forma —tradujo Andre—. Puede que me odies, pero es la única forma.

Contemplamos cómo Hadley se mordió su propia muñeca y puso la herida sangrante sobre la boca de Jake, observando cómo la sangre goteaba en su interior y lo revivía lo suficiente como para que la agarrara con los brazos y se la acercara. Cuando Hadley se soltó, parecía exhausta, y él daba la impresión de estar sufriendo convulsiones.

—Los licántrroposs no son buenos vampirross —comentó Sigebert en un susurro—. Nunca había vissto a un licántropo trraído de vuelta.

Sin duda fue duro para el pobre Jake Purifoy. Empecé a perdonarle por el horror de la noche anterior al ver su sufrimiento. Mi prima se lo echó encima y lo subió por las escaleras, deteniéndose de vez en cuando para mirar a su alrededor. La volví a seguir hacia arriba, llevando a la reina justo detrás de mí. Vimos cómo Hadley le quitaba la ropa a Jake, le ponía una toalla en el cuello hasta que dejó de sangrar y cerró la puerta para que el sol de la mañana no quemara al nuevo vampiro, que tendría que permanecer en la oscuridad durante tres días. Hadley metió la toalla ensangrentada en la cesta de la ropa sucia. Luego cubrió el hueco inferior de la puerta con otra toalla para que Jake estuviera más seguro.

Después se quedó sentada en el pasillo y pensó. Sacó su móvil y marcó un número.

—Pregunta por Waldo —dijo Andre. Cuando los labios de Hadley volvieron a moverse, Andre prosiguió—: Acuerda la cita para la noche siguiente. Dice que tiene que hablar con el fantasma de Marie Laveau, pregunta si el fantasma acudirá de verdad. Dice que necesita consejo. —Tras un poco más de conversación, Hadley cerró el móvil y se incorporó. Hizo un bulto con la ropa ensangrentada del licántropo y la selló en una bolsa.

—Deberías coger la toalla también —aconsejé con un susurro, pero mi prima la dejó en la cesta para que la encontrara yo al llegar. Hadley se sacó las llaves del coche del bolsillo del pantalón, y cuando bajó las escaleras se metió en el coche y se fue con la bolsa de basura.

18

—Majestad, tenemos que parar —dijo Amelia, y la reina hizo un gesto imperceptible con la mano que podría haber indicado su anuencia.

Terry estaba tan cansada que se apoyaba pesadamente sobre la barandilla de las escaleras, y Patsy presentaba el mismo aspecto macilento en la galería. El raro de Bob no parecía muy alterado, pero se sentó pesadamente en una silla. A la muda señal de Amelia, empezaron a deshacer el conjuro y, poco a poco, la espectral atmósfera fue disipándose. Nos convertimos más en una extraña variedad de personas en un patio de Nueva Orleans que en impotentes testigos de una reconstrucción mágica.

Amelia se dirigió al pequeño cobertizo de la esquina y sacó unas sillas plegables. Sigebert y Wybert no comprendían su mecanismo, así que Amelia y Bob las desplegaron.

Cuando la reina y los brujos se sentaron, quedaba una silla libre y la cogí yo, después de un silencioso titubeo con el resto de los vampiros.

—Ya sabemos lo que pasó la noche siguiente —dije, agotada. Me sentía un poco tonta con mi vestido elegante y las sandalias de tacón alto. Estaba deseando ponerme mi ropa normal.

—Eh, disculpa, puede que tú sí, pero los demás no, y nos gustaría saberlo —dijo Bob. Se olvidaba del hecho de que debería comportarse como un ser tembloroso y despavorido ante la presencia de la reina.

Había algo divertido en el extraño brujo. Y los cuatro habían trabajado muy duro; si querían conocer el resto de la historia, no había razón para lo contrario. La reina no mostró ninguna objeción. Incluso Flor de Jade, que había vuelto a envainar su espada, pareció finalmente interesada.

—La noche siguiente, Waldo engañó a Hadley para que acudiera al cementerio con la historia de la tumba de Marie Laveau y la tradición vampírica de que los muertos pueden levantar a los muertos; en este caso, la sacerdotisa vudú Marie Laveau. Hadley quería que Marie respondiera a algunas preguntas a las que Waldo aseguró que podría arrojar luz si se seguía el ritual adecuado. Aunque Waldo me dio una razón por la que Hadley accedió a ir al cementerio cuando lo conocí, ahora sé que mentía. Pero se me ocurren otras razones por las que hubiera consentido acompañar a Waldo al cementerio de St. Louis —dije. La reina asintió en silencio—. Creo que quería averiguar qué sería Jake cuando se levantase de nuevo —proseguí—, quería saber qué hacer con él. No lo podía dejar morir, ya lo habéis visto, pero no quería admitir que había creado a un vampiro, especialmente uno que había sido un licántropo.

Tenía una audiencia numerosa. Sigebert y Wybert se pusieron a ambos lados de la reina, y estaban embelesados con la historia. Debía de ser como ir al cine para ellos. Los brujos estaban interesados en escuchar el trasfondo de la historia, cuyos acontecimientos acababan de presenciar. Flor de Jade no me quitaba la vista de encima. El único que parecía inmune era Andre, ocupado en sus labores de guardaespaldas, observando constantemente el patio y el cielo ante posibles ataques.

—También puede ser que Hadley creyera que el fantasma le aconsejaría sobre cómo recuperar el afecto de la reina. Sin ánimo de ofender, mi señora —añadí, recordando demasiado tarde que la reina estaba a un metro de mí, sentada en una silla plegable de la que aún colgaba la etiqueta del precio del Wal-Mart.

La reina agitó la mano en un gesto negligente. Estaba tan sumida en sus pensamientos que no sabía si realmente me estaba escuchando.

—No fue Waldo quien drenó a Jake Purifoy —dijo la reina, para sorpresa mía—. Waldo no podía imaginarse que cuando consiguiera matar a Hadley y me informase de ello, echándole las culpas a la Hermandad del Sol, esta brillante bruja obedecería la orden de sellar el apartamento al pie de la letra, incluido el conjuro estático. Waldo ya tenía un plan. Quienquiera que matara a Jake tenía el suyo propio; quizá culpar a Hadley de la muerte y resurrección de Jake..., lo que la condenaría a una celda para vampiros. Quizá el asesino pensó que Jake mataría a Hadley cuando se levantara al cabo de tres días... y puede que así hubiera sido.

Amelia trató de parecer modesta, pero era una batalla perdida. No tenía por qué ser tan difícil, ya que la única razón por la que lanzó el conjuro era para que el apartamento no oliera a basura cuando se reabriera. Lo sabía tan bien como yo. Pero acababa de montar un buen número, y no sería yo quien le reventara la burbuja.

Amelia se las arregló sola para hacerlo.

—O quizá —dijo alegremente— alguien pagó a Waldo para liquidar a Hadley de una u otra manera.

Tuve que subir los escudos de golpe, porque todos sus colegas empezaron a emitir unas señales de pánico tan poderosas que resultaba intolerable permanecer cerca. Sabían que lo que Amelia acababa de decir molestaría a la reina, y cuando la reina de Luisiana se molestaba, los que tenía alrededor solían acabar mucho peor.

La reina saltó de su silla y todos nos pusimos de pie rápida y torpemente. Amelia acababa de doblar las piernas por debajo de sí, por lo que su movimiento resultó especialmente torpe (no le estaba mal empleado). Flor de Jade se separó unos pasos del resto de vampiros, puede que quisiera más espacio en caso de tener que sacar la espada. Andre pareció ser el único en darse cuenta, aparte de mí. No retiró su vista de la guardaespaldas del rey.

No sé qué habría pasado a continuación si Quinn no hubiera aparecido por la verja.

Salió de un gran coche negro, ignoró la tensa estampa, como si no existiera, y avanzó por la grava hacia mí. Me pasó el brazo sobre los hombros y se inclinó para darme un leve beso. No sabriá comparar un beso con otro. Los hombres besan de formas diferentes, ¿no? Y eso dice algo del carácter. Quinn me besó como si estuviésemos manteniendo una conversación.

—Cariño —dijo cuando acabé de decir mi última «palabra»—, ¿llego en buen momento? ¿Qué te ha pasado en el brazo?

La atmósfera se relajó un poco. Lo presenté a las personas que había en el patio. Conocía a todos los vampiros, pero no a los brujos. Se alejó de mí para saludarlos. Patsy y Amelia habían oído hablar de él y trataron de no parecer demasiado impresionadas.

Necesitaba sacarme del pecho el resto de vivencias.

—Me mordieron en el brazo, Quinn —comencé. El aguardó, mirándome fijamente—. Me mordió un... Me temo que sabemos lo que le pasó a tu empleado. Se llamaba Jake Purifoy, ¿verdad? —dije.

—¿Qué?

Bajo la clara luz del patio, vi que se le velaba la expresión. Sabía lo que iba a continuación; claro que, ante el grupo allí reunido, cualquiera podría darse cuenta.

—Lo drenaron y lo dejaron en el patio. Para salvarle, Hadley lo convirtió. Ahora es un vampiro.

A Quinn le costó asimilarlo durante unos segundos. Lo observé mientras se iba haciendo a la idea y comprendía la enormidad de lo que le había pasado a Jake Purifoy. Su expresión se volvió pétrea. Esperaba que nunca me mirase a mí de esa manera.

—El cambio se produjo sin el consentimiento del licántropo —explicó la reina—. Por supuesto que un licántropo nunca consentiría en convertirse en uno de nosotros. —No me sorprendió que sonara un poco molesta. Los vampiros y los licántropos se miraban mutuamente con un desprecio apenas disimulado, y su unión frente al mundo normal era lo que impedía que ese desprecio derivara hacia una guerra abierta.

—Pasé por tu casa —me dijo Quinn inesperadamente—. Quería saber si habías vuelto de Nueva Orleans antes de venir aquí a buscar a Jake. ¿Quién ha quemado a un demonio en tu camino privado?

—Alguien mató a Gladiola, la mensajera de la reina, cuando vino a entregarme un mensaje —dije. Los vampiros que me rodeaban se crisparon. La reina sabía de la muerte de Gladiola; seguro que el señor Cataliades le había informado. Pero los demás no sabían nada.

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