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Authors: Charlaine Harris

Definitivamente Muerta (13 page)

BOOK: Definitivamente Muerta
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Quinn me sostuvo el chal y me enrollé en él. Él lamentaba que yo me cubriera; esa idea la recibí directamente de su mente.

—Gracias —dije, tirándole de la manga para asegurarme de que me estaba mirando. Quería que supiera que lo sentía de verdad—. Ha sido fantástico.

—Yo también he disfrutado. ¿Te apetece comer algo?

—Está bien —dije al cabo de un instante.

—¿Has tenido que pensártelo?

Lo cierto es que había pensado rápidamente en varias cosas diferentes. De tener que enumerarlas, habría sido algo así como: «Se lo tiene que estar pasando bien, porque, si no, no me habría sugerido prolongar la velada. Mañana tengo que madrugar para ir al trabajo, pero no quiero perderme esta oportunidad. Si vamos a comer, tendré que tener cuidado de no mancharme la ropa nueva. ¿Es correcto que se gaste más dinero? Las entradas no han debido de ser baratas».

—Oh, he tenido que pensarme lo de las calorías —contesté, palmeándome el trasero.

—Estás perfecta, por delante y por detrás —dijo Quinn, y la calidez de su mirada hizo que me sintiera como si estuviese bajo el mismo sol. Era consciente de que tenía más curvas que la chica ideal. De hecho, había escuchado a Holly decirle a Danielle que cualquier cosa por encima de la talla 36 era algo sencillamente asqueroso. Dado que el día en que cupe en una 36 fue uno de los mejores que recordaba, la depresión no me duró más de tres minutos. Le habría hablado a Quinn al respecto, si no hubiera estado segura de que sonaría como si buscara un halago.

—Deja que al restaurante te invite yo —dije.

—Con el debido respeto a tu orgullo, no lo permitiré. —Quinn me miró directamente a los ojos para dar a entender que no cedería.

Para entonces ya estábamos en la acera de la calle. Sorprendida ante su vehemencia, no supe cómo reaccionar. Por un lado, me sentí aliviada, puesto que tengo que controlar mis gastos. Por otra parte, sabía que era una oferta digna por mi parte y que me habría sentido bien si hubiera aceptado.

—Sabes que no pretendo insultarte, ¿verdad? —dije.

—Creo en la igualdad de género.

Lo miré, dubitativa, pero hablaba en serio.

—Creo que eres tan buena como yo en todos los sentidos —explicó—. Pero soy yo quien te ha invitado a salir, y tengo los fondos necesarios para nuestra cita.

—¿Qué hubiera pasado si hubiese sido yo quien te invitase a salir?

Adoptó un aire sombrío.

—En ese caso, tendría que quedarme tranquilo y dejar que tú te ocuparas de todo —dijo. Lo hizo a regañadientes, pero lo dijo. Aparté la mirada y sonreí.

Los coches abandonaban el aparcamiento de forma sostenida. Como nos habíamos tomado nuestro tiempo para salir del teatro, el coche de Quinn parecía solitario en la segunda fila. De repente se me disparó la alarma mental. Había mucha hostilidad y mala intención cerca. Habíamos dejado la acera para cruzar la calle hacia el aparcamiento. Me aferré al brazo de Quinn y luego lo solté para poder movernos mejor.

—Algo va mal —dije.

Sin responder, Quinn empezó a barrer la zona con la mirada. Se desabrochó el abrigo con la mano izquierda para poder moverse sin nada que le estorbara. Sus dedos se cerraron hasta formar puños. Dado que era un hombre con un poderoso instinto de protección, se me adelantó para quedarse frente a mí.

Pero, claro, nos atacaron por detrás.

8

En un borrón de movimientos que ningún ojo normal podría captar con normalidad, una bestia me lanzó contra Quinn, que trastabilló un paso hacia delante. Yo me encontré en el suelo, debajo de un ser, medio hombre, medio lobo, que no paraba de gruñir, para cuando Quinn giró sobre sí mismo. En cuanto lo hizo, otro licántropo saltó de ninguna parte para atacarle por la espalda.

La criatura que tenía encima era un joven licántropo mestizo de creación reciente, tanto que sólo podía haber sido mordido durante las tres últimas semanas. Era presa de tal frenesí, que atacó antes de finalizar la mutación parcial que puede lograr un licántropo que ha sido mordido. Su cara aún se encontraba en pleno proceso de alargamiento para tornarse en un hocico cuando trataba de estrangularme. Jamás alcanzaría la bella forma lupina de los licántropos de pura sangre. Era un «mordido», no un «nacido», como solían decir los licántropos. Aún tenía brazos y piernas, un cuerpo cubierto de pelo y la cabeza de un lobo. Pero era tan salvaje como un purasangre.

Clavé mis uñas en sus manos, esas manos que trataban de estrangularme con tanta ferocidad. Esa noche no llevaba mi cadena de plata; creí que sería de mal gusto, dado que mi cita era un cambiante. Quizá el mal gusto me hubiera salvado la vida, pensé en un instante, aunque fue el último pensamiento coherente que tuve durante un buen rato.

El licántropo estaba montado a horcajadas sobre mí. Levanté la rodilla de golpe, tratando de propinarle un empujón lo suficientemente fuerte como para que me soltara. Escuché gritos alarmados de los pocos peatones que pasaban por allí, ahogados por uno más agudo procedente del otro atacante, al que vi volando por los aires como si lo hubieran disparado de un cañón. Entonces, una gran mano agarró a mi agresor por el cuello y lo elevó. Por desgracia, la bestia mestiza que me tenía aferrada de la garganta no me soltó. Yo también empecé a elevarme, con la garganta cada vez más presionada por la mano.

Quinn debió de percatarse de mi desesperada situación, porque golpeó al licántropo con la otra mano, le dio un bofetón tan seco que provocó que meneara la cabeza y me soltara el cuello.

Entonces Quinn agarró al joven licántropo por los hombros y lo lanzó a un lado. El muchacho aterrizó en el suelo y se quedó inmóvil.

—Sookie —consiguió decir Quinn entre jadeos. Yo sí que estaba sin aliento, luchando por abrir las vías respiratorias y poder asimilar algo de oxígeno. Pude escuchar una sirena de policía, y me sentí inmensamente agradecida. Quinn pasó un brazo por debajo de mis hombros y me ayudó a incorporarme. Al fin respiré, y el aire se me antojó un maravilloso alivio—. ¿Puedes respirar? —preguntó. Auné fuerzas para asentir—. ¿Te ha roto algún hueso de la garganta? —Traté de alzar la mano hasta mi cuello, pero en ese momento no me respondió.

Su cara llenó mi campo visual y, bajo la tenue luz de la farola de la esquina, pude ver que estaba hinchada.

—Los mataré si te han hecho daño —gruñó, y en ese momento me parecieron deliciosas noticias.

—Mordido —resollé, y el horror se adueñó de su expresión mientras rebuscaba por todo mi cuerpo marcas de mordisco—. No a mí —logré decir—. Ellos... no son purasangre —inspiré mucho aire—. Quizá estaban drogados —dije. La apreciación de la idea se encendió en su mirada.

Ésa era la única explicación para un comportamiento tan demente.

Un corpulento policía negro corrió hacia mí.

—Necesitamos una ambulancia en el Strand —le estaba diciendo a alguien por encima del hombro. No, tenía un pequeño aparato de radio. Negué con la cabeza.

—Necesita una ambulancia, señorita —insistió—. Esa chica de allí dice que un hombre la derribó y trató de estrangularla.

—Estoy bien —dije con voz ronca y la garganta dolorida.

—Señor, ¿es el acompañante de la señorita? —le preguntó el oficial a Quinn. Al girarse, la luz arrancó un destello a su placa identificadora. Ponía «Boling».

—Así es.

—Usted..., eh, ¿se deshizo de los agresores?

—Sí.

El compañero de Boling, una versión caucásica del mismo, se acercó a nosotros en ese momento. Miró a Quinn con alguna reserva. Había estado examinando a nuestros asaltantes, que habían recuperado su forma humana antes de que llegara la policía. Por supuesto, estaban desnudos.

—Uno tiene una pierna rota —nos dijo—. El otro dice que tiene el hombro dislocado.

Boling se encogió de hombros.

—Se han llevado su merecido. —Puede que fuese mi imaginación, pero él también parecía más cauto al dirigirse a mi pareja.

—Se han llevado más de lo que se esperaban —dijo su compañero con neutralidad—. Señor, ¿conoce a alguno de esos muchachos? —Inclinó ligeramente la cabeza para indicar a los adolescentes que estaban siendo examinados por un agente de otra patrulla, un hombre más joven de complexión más atlética. Los chicos estaban apoyados el uno contra el otro, con aspecto noqueado.

—Nunca los había visto antes —dijo Quinn—. ¿Y tú, cariño? —Bajó la mirada hasta mí, con una interrogación en los ojos. Negué con la cabeza. Ya me encontraba lo suficientemente mejor como para sentirme en desventaja por estar en el suelo. Quería incorporarme, y así se lo hice saber a mi pareja. Antes de que los agentes pudieran repetirme que esperara a que llegara la ambulancia, Quinn logró ponerme de pie con el menor dolor posible.

Me miré la preciosa ropa nueva. Estaba muy sucia.

—¿Cómo tengo la espalda? —le pregunté a Quinn, consciente del temor que atenazaba mi voz. Me volví de espaldas a Quinn y lo miré ansiosamente por encima del hombro. Pareció un poco sorprendido ante aquello, pero repasó mi espalda, complaciente.

—Nada roto —informó—. Puede que haya una mancha o dos donde la tela se arrastró por el suelo.

Los ojos se me llenaron de lágrimas. Probablemente hubiese roto a llorar pasase lo que pasase, pues ya remitía el azote de adrenalina que había recorrido todo mi cuerpo cuando nos atacaron, pero el momento fue de lo más oportuno. El policía se volvió más paternal cuanto más lloraba y, para redondearlo, Quinn me rodeó con sus brazos y posé la mejilla contra su pecho. Escuché el latido de su corazón cuando dejé de sollozar. Había logrado deshacerme de la reacción nerviosa por el ataque y, de paso, desarmar al policía, aunque sabía que seguirían haciéndose preguntas acerca de Quinn y su fuerza.

Otro de los policías llamó desde donde estaba uno de los asaltantes, ése al que Quinn había arrojado por los aires. Los dos que estaban con nosotros acudieron a la llamada y nos quedamos solos durante un breve instante.

—Lista —me susurró Quinn al oído.

—Mmmm —dije, acurrucándome contra él.

Me estrechó más con sus brazos.

—Si te acercas más, tendremos que excusarnos y buscar una habitación —murmuró.

—Lo siento. —Me eché hacia atrás y alcé la vista para encontrarme con él—. ¿Quién crees que los ha contratado?

Quizá estuviera sorprendido por mi deducción, pero su mente no daba muestras de ello. La reacción química que había alimentado mis lágrimas me había complicado más si cabe su patrón mental.

—Que no te quepa duda de que lo averiguaré —dijo—. ¿Cómo tienes la garganta?

—Duele —admití con voz correosa—. Pero sé que se pondrá bien. Y no tengo seguro médico. Así que no quiero ir al hospital. Sería una pérdida de tiempo y dinero.

—Entonces no iremos. —Se inclinó y me besó en la mejilla. Alcé la cara hacia él y su siguiente beso aterrizó justo en el punto adecuado. Al cabo de un dulce segundo, estalló en algo más intenso. Ambos sentíamos los efectos posteriores al estallido de adrenalina.

El sonido de un carraspeo me devolvió al mundo real con la misma eficacia que si el oficial Boling nos hubiese echado un cubo de agua helada encima. Me solté y volví a enterrar la cara en el pecho de Quinn. Sabía que no podría moverme en un par de minutos, pues su excitación estaba presionada contra mi cuerpo justo en ese momento. Aunque no eran las mejores circunstancias para realizar una evaluación, estaba segura de que Quinn lo tenía todo muy bien proporcionado. Tuve que resistirme a la tentación de frotar mi cuerpo contra el suyo. Sabía que eso empeoraría las cosas para él desde un punto de vista público, pero me encontraba de mucho mejor humor que antes, y supongo que me sentía un poco traviesa. Y retozona. Muy retozona. Era probable que esa dura experiencia juntos hubiera acelerado nuestra relación el equivalente de cuatro citas.

—¿Tiene más preguntas que hacernos, oficial? —preguntó Quinn con una voz que no era muy sosegada.

—Sí, señor. Si usted y la señorita nos acompañan a la comisaría, les tomaremos declaración. El detective Coughlin lo hará mientras llevamos a los detenidos al hospital.

—Está bien. ¿Tiene que ser esta noche? Mi amiga necesita descansar. Está agotada. Ha sido toda una experiencia para ella.

—No llevará demasiado tiempo —mintió el oficial—. ¿Está seguro de no haber visto a esos dos antes? Porque esto tiene la pinta de un ataque personal, si me permite la expresión.

—Ninguno de los dos los conocemos.

—¿Y la señorita sigue negándose a recibir asistencia médica?

Asentí.

—Está bien, amigos. Espero que no tengan más problemas.

—Gracias por acudir tan rápidamente —dije, y giré la cabeza para encontrarme con la mirada del agente Boling. Me miró con preocupación, y supe que le inquietaba que fuese en compañía de un hombre violento como Quinn, alguien capaz de lanzar varios metros por los aires a dos tíos. No se dio cuenta, y esperaba que así siguiese siendo, de que el ataque fue algo personal. No había sido una pelea casual.

Acudimos a la comisaría en un coche patrulla. No estaba segura de qué planes tenían, pero el compañero de Boling nos dijo que nos devolverían al coche de Quinn, así que seguimos adelante con el programa. Puede que no quisieran que tuviésemos la oportunidad de hablar a solas. No sé por qué; lo único que habría podido suscitar sus sospechas era el tamaño de Quinn y su destreza a la hora de deshacerse de los atacantes.

En los breves segundos que tuvimos de soledad antes de que un agente se montara en el asiento del conductor, se lo dije a Quinn:

—Si me proyectas algún pensamiento, podré oírlo, si es que necesitas que sepa algo urgentemente.

—Qué práctico —comentó. Parecía que la violencia que lo había poseído se había relajado un poco. Froté su pulgar contra la palma de mi mano. Estaba pensando que le encantaría pasar media hora en la cama conmigo, ahora mismo, o incluso un cuarto de hora; demonios, aunque fuesen diez minutos y en el asiento trasero de un coche, habría sido fantástico. Traté de reprimir la risa, pero no pude, y cuando se dio cuenta de que lo había leído todo con claridad, meneó la cabeza con una sonrisa pesarosa.

«Tenemos un sitio al que ir después de que pase todo esto», pensó deliberadamente. Esperaba que no quisiera decir que alquilaría una habitación o que me llevaría a su casa para acostarnos, porque, por muy atractivo que lo encontrase, no pensaba hacerlo esa noche. Pero su mente se había despejado casi del todo de lujuria y percibí que sus intenciones eran distintas. Asentí.

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