Read Delirio Online

Authors: Laura Restrepo

Tags: #Relato, Drama

Delirio (22 page)

BOOK: Delirio
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Entonces llegó el día de la gran ira del Padre, dice Agustina, y el hermano menor era el chivo expiatorio, Por su culpa, por su culpa, por su grandísima culpa está tirado en el suelo y sobre él llueven las patadas del Padre, cuántas veces no te lo advertí, mi dulce hermano pálido, mi niño derrotado, que no contrariaras la voluntad del Padre, ¡Hable como un hombre!, te ordenó y cuando lo hizo se volvió una bestia poderosa y erguida ante ti, que no eras más que un niño golpeado en el suelo, y mis poderes, que estaban esquivos, no lograban protegerte, no llegaban hasta ti, Hable como un hombre, te ordenaba y su ira era justa y temible y llenaba la casa, luego él mismo se echó hacia atrás, el propio Padre asombrado de su fuerza y del rigor del castigo, Y el hermano menor se incorporó, dice Agustina, y resplandecía una expresión extraña en su cara, o lo que podía verse de su cara tras la maraña de rizos negros que se la ocultaban, ¿Llorabas, Bichi, o suplicabas perdón? No, no llorabas, no querías decir nada, no tenías la voz de hombre que exigía el Padre para decir tus verdades, sólo te incorporaste, con dificultad porque tu espalda estaba lastimada, te llevaste una mano al lugar del Gran Golpe y alzaste del suelo la máquina, Cuál máquina, Agustina, le pregunta Aguilar, La máquina que había quedado rota, ¿Te refieres al televisor? Sí, a eso me refiero, Y qué hizo tu hermano con él, Lo puso de nuevo en su lugar, Y por qué crees que hizo eso, Lo hizo por orgullo, dice Agustina y cambia de nuevo el tono, vuelve a hablar para sí, pontificando como si le adjudicara mayúsculas a todos los sustantivos, como si se dirigiera a personas que en realidad están ausentes, Fue tu orgullo el que alzó la máquina, ¿acaso querías demostrarle al Padre que no te doblegaba?, los demás te mirábamos desde el hueco de dolor, Ven, Agustina, le dice Aguilar, no hables como si oficiaras misa, conversemos así no más, tú y yo, Déjame, Aguilar, déjame seguir con mi misa, no la interrumpas porque es importante que sepas que el Padre se limita ahora a mirar y a acezar porque ha perdido el aliento debido a su Gran Esfuerzo, si me interrumpes no puedo decirte que el Padre ha quedado exhausto después de cumplir su sagrado deber de castigar al hijo, ahora está en la sombra y ha perdido su protagonismo porque es el hermano menor, el Cordero, quien se mueve en medio de las estatuas de sal, Dime cómo se llama el cordero y cómo se llaman las estatuas de sal, le pide Aguilar, El Cordero se llama Bichi, se llama Carlos Vicente como mi padre pero le decimos Bichi, y las estatuas de sal se llaman Eugenia, Joaco, Agustina, el Bichi, Aminta y Sofía, ¿Quién es Sofía? Sofía es mi tía Sofi, ¿Hermana de tu padre o de tu madre?, No, de mi padre no, hermana de mi madre, y mi hermano menor, al que le decimos el Bichi, él es el que se incorpora del suelo y pese a su espalda adolorida se agacha y alza todo el peso de la máquina, ¿No habíamos quedado en que era el televisor? Bueno, sí, el televisor que se ha convertido en una máquina rota, y la coloca en su lugar pese a que tiene reventada la pantalla, ¿Recuerdas qué estaban viendo tu hermano y tú en el televisor antes de que tu padre se enojara?, quiere saber Aguilar, Qué preguntas más tontas, Aguilar, estábamos viendo a He-man y Sheera, habíamos peleado un rato por el canal y finalmente pactamos con eso de He-man y Sheera y ya luego estábamos contentos, es verdad que es bueno recordarlo, me pregunto si el Bichi también lo recuerda, lo de He-man y Sheera, porque unos minutos después vino el golpe y el televisor se reventó contra el suelo y echaba chispas por dentro porque seguía conectado, fue el Bichi quien lo desconectó, tuvo la calma necesaria para desconectarlo, Te movías despacio, Bichi Bichito, y te paraste muy alto, más alto que el hermano mayor, mucho más alto que el Padre y nos miraste a todos, uno por uno, demorando tu mirada en cada uno, y yo caí de rodillas, dice Agustina, para implorar perdón con mi voz de adentro y para invocar mis poderes, que ante el Acontecimiento no querían descender a mí, el Bichi se dio media vuelta, otra vez la mano puesta sobre el dolor de su espalda, con la otra se retiró por fin el pelo de la cara y pudimos ver que no lloraba y salió de allí caminando muy lento, como si no llevara prisa, tantas veces te vi llorar, Bichi Bichito, después de los golpes del Padre pero esta vez no, esta vez eras la víctima intacta que se retira después del sacrificio, A qué sacrificio te refieres, pregunta Aguilar, ¿a las patadas que le dio tu padre? Si sabes para qué preguntas, le dice Agustina, tengo grabada la imagen del Bichi como si fuera una estampa, Qué llevaba puesto, le pregunta Aguilar, Los trajes de la ceremonia, Entiendo que no, que iba en piyama, Es cierto, dice Agustina y su tono se aligera, su voz aterriza, todavía tenía puesta la piyama pero yo lo vi asombrosamente alto, creí que no iba a caber por la puerta al atravesarla, el pelo, que tenía revuelto, era lo único fiero en él, todo lo demás se movía lento y sin titubeos ni desconcierto y como desde allí puede verse la gran escalera de piedra que se va curvando hasta llegar al segundo piso, desde donde estábamos pudimos observar cómo la subías, hermano, peldaño a peldaño, sólo te detuviste un momento para arquear la espalda y cerrar un poco los ojos pero enseguida volviste a emprender el Ascenso, entonces yo quise seguirte y me paró en seco el grito del Padre, Déjenlo solo, a ver si por fin aprende, ordenó y Agustina obedeció, se quedó quieta donde estaba, hincada de rodillas, Yo acato tu Voluntad, Padre, no descargues tu ira también sobre mí, ya se retiró el Cordero que enfadaba al Padre, el Padre ya puede sentarse de nuevo y retomar la partida de ajedrez con el hermano mayor en el punto en que la suspendió para ejecutar el Castigo, Llorará ahora que se ha encerrado en su cuarto, dice Agustina que pensó en ese momento, se lo dice a Aguilar, ese hombre de barba que está frente a ella y que la escucha, a Agustina le gusta su barba porque es poblada y sedosa, le gustan sus bigotes entrecanos, Eso pensé, Aguilar, pero el Bichi no se había encerrado en su cuarto sino en el mío aunque sólo lo supe después, creí que como siempre se habría encerrado en su cuarto a llorar después del Castigo y que sólo a mí me dejaría entrar, para recibir el Consuelo, pero esta vez ella no acudiría por temor al Padre que dijo Qué miran, siga cada cual en lo que estaba, orden para mí imposible de cumplir pese a mi miedo, le dice Agustina a Aguilar, porque yo estaba mirando televisión y ya no se podía, como si no hubiera sucedido nada Padre siguió repartiendo órdenes, Usted, Aminta, puede retirarse ya, la felicito por su hija y acepto ser el padrino; sigue tejiendo, Eugenia, y tú, Sofi, sírveme por favor otra taza de chocolate, ¿Eso era lo que tomaban, pregunta Aguilar, chocolate? No quiero hablar de eso, dice Agustina, no menciones esa palabra, chocolate, no me gusta, ¿No te gusta la palabra o el chocolate? No me gusta, de verdad te digo, Aguilar, que no quiero que me lo preguntes más, lo que importa es que las órdenes del Padre indican que en casa todo sigue igual, pero sus manos dicen otra cosa porque tiemblan, las veo temblar, Aguilar, aunque el Padre trata de disimular está estremecido por la ferocidad de sus hechos, en este momento todavía es inocente de las Repercusiones de sus hechos, o tal vez las presiente pero no conoce con claridad lo que se le viene encima, entonces te vemos, Bichi Bichito, mi hermano pequeño a quien cuánto quisiera volver a ver algún día, entonces presenciamos tu Regreso, ahora bajas las escaleras y te ves inmenso y tu cara resplandece de justicia y de belleza y no hay llanto en tus ojos, sólo una mirada resuelta que hace temblar al Padre y no permite que su mano coloque en el tablero el caballo que tiene dispuesto para la siguiente jugada, el Padre nunca llegó a colocar esa ficha, Aguilar, el caballo se quedó para siempre en la mano del Padre, el Caballo eras tú, hermano menor, porque en tu mano estaba la verdadera ficha, la definitiva, la gran destructora que haría pedazos la casa y también el vecindario, recuérdalo Bichi Bichito, tú que lo olvidaste, recuerda que en las ceremonias repetíamos eso, que no utilizaríamos el Poder, alegres de pensar que era infinito y que aunque estaba en nuestras manos no lo utilizaríamos porque ahí radicaba nuestra fuerza, en mantenerlo oculto y no hacer uso de él, El Bichi bajó por las escaleras despidiendo ráfagas de luz, le dice Agustina a Aguilar, el hermano menor volvía hacia nosotros iridiscente, purificado en dolor, blandiendo en su mano derecha las llaves de la destrucción, ¿Te refieres a las fotos de la tía? Sí, Aguilar, me refiero a eso mismo, el Bichi se vino con ellas en alto y yo alcancé a gritarle con mi voz interna, la que no se oye pero resuena, le grité dentro de mí con toda la fuerza de mi poder ausente No hagas eso, hermano, recuerda el Juramento, recuerda la Advertencia, si las muestras, si ellos las ven, pierden su valor, si las revelas se desvanecen mis poderes como agua entre las manos porque son poderes ocultos y la luz los derrite, te repito la Advertencia, las llaves de la destrucción sólo resplandecen e infunden terror mientras permanecen ocultas, me derrotas si las revelas y ante mi derrota ya nadie podrá protegerte de la mano del Padre, perdóname, Bichi, te pido mil veces perdón, ¿Por qué le pedías perdón, Agustina? Porque aquella fue La Vez Terrible en que mis poderes se aletargaron pero de ahora en adelante Agustina va a impedir que eso se repita, le jura al Bichi que estará más alerta, más atenta, te lo juro, Bichi Bichito, vuelve a confiar en mí y no hagas lo que vas a hacer porque me dejas sin fuerza, además y sobre todo tú juraste en ceremonia que jamás lo harías, que no les dejarías saber que las teníamos. Pero el Bichi lo hizo: sobre la mesita del centro, ante los ojos de todos, del Padre, de la madre, de la tía, del hermano mayor y también de mí, de Agustina, la hermana que suplicaba en silencio que no ocurriera aquello que enseguida ocurrió y que partió en dos nuestra historia, el hermano menor, midiendo tres metros de alto, No sería tanto, la interrumpe Aguilar, Bueno, tanto no, entonces midiendo casi dos metros, Eso suena más justo, Midiendo dos metros y con una aureola de rizos negros que rozaba el techo, soltó las Fotografías y todos los que estaban allí las vieron, y ardió el aire, se abrió bajo nuestros pies el vacío, ¿entiendes, Aguilar?, dice Agustina con otra voz, voz de todos los días, lo que te quiero decir es que a partir de ese momento nuestras vidas ya no volvieron a ser las mismas, ahora lo entiendo así pero a veces se me olvida. Yo clavé los ojos en el piso, dice Agustina, se lo dice al hombre de la barba que está allí para escucharla, Yo no estaba dentro de mi cuerpo cuando la mirada triunfal del hermano menor se clavó en la madre, esperando que ella colocara sobre sus rizos la corona del heredero porque acababa de derrotar al Padre, allí estaban, ante los ojos de la madre, las pruebas del desamor del Padre, del engaño del Padre, Dime cuáles eran esas pruebas, le insiste Aguilar, Ésas, ésas, repite Agustina, ya te lo dije, las Fotografías, Dime cuáles fotografías, Pregúntale a la tía Sofi, Quiero que me lo digas tú, Unas tales fotografías de las tetas de tía Sofi que había tomado mi padre, puta tía Sofi, puta, puta, y puto mi padre, por eso ahora la madre abrazaría al hijo lastimado, al Cordero, lo acogería entre sus brazos amorosos, víctima el hijo, víctima la madre, por fin se haría justicia y el Padre traidor sería expulsado del reino, el hijo menor, el Cordero, clavó sus ojos inmensos en los de la madre esperando la acogida pero yo supe que no sería así, yo lo sabía, Aguilar, yo sabía que de la madre no podía esperarse respaldo porque mis poderes, pese a estar ausentes, con sus voces menores me lo susurraron al oído, me dijeron que no sería así, que nunca se sellaría la alianza de la madre con el menor de sus hijos, que nunca se sellaría la alianza de la madre con la hija, ¿Quieres decir contigo? Quiero decir con la hija, o sea con Agustina, y por eso le grité No, Bichi, no lo hagas, se lo supliqué con mi voz interna, la que no sale pero que resuena, No lo hagas, Bichi, tú desconoces los recursos de la madre, no debes confiar en ella, tenle miedo a la extrema debilidad de la Madre, la debilidad de la madre es más peligrosa que la ira del Padre pero el hijo menor no lo creía así y por eso allí cayeron las fotografías ante los ojos de todos, las que le tomó el Padre a la Tía Entregada y Desnuda, la usurpadora del marido de su hermana, la Tía Terrible que sería expulsada junto con el Padre para que la madre abandonara la tristeza y la distancia, el hermano menor quería la venganza para sí mismo y también para la madre, para que ya no fuera una reina de las nieves con astilla de hielo en el corazón, quería derrotar la autoridad del Padre que hería y doblegaba, expulsar al Padre y derretir la astilla de hielo en el corazón de la madre, el Bichi, el Cordero, el Lastimado en la Espalda nos miraba desde lo alto de su estatura monumental, un minuto duró el imperio del Cordero, la familia de rodillas se inclinó ante la evidencia de la traición, sólo la hermana permaneció lejos y con los ojos cerrados porque era la única que ya lo sabía, sabía que acababa de llevarse a cabo la Gran Revelación de las fotografías, se destapó el arcano, se abrió la caja de Pandora y las Furias se desataron, Padre quedó demudado, por primera vez Padre era más pequeño que un enano, más enano que un ratón, tía Sofi, la de las tetas grandes, se tapó la cara con las manos, el hermano mayor fue el único que se atrevió a tocar las fotografías para mirarlas una a una sin que Padre intentara siquiera impedírselo porque Padre era un enano, era un ratón que sólo estaba atento a la reacción de la madre, Padre esperaba que la madre dejara caer sobre él su espada, el hermano menor esperaba que la madre dejara caer su espada sobre la nuca de Padre, sólo yo sabía que no sería así, que no sellaríamos la Alianza con la madre y que por el contrario, nuestros poderes quedarían aniquilados para siempre y la famosa Revelación convertida en chorro de babas, en triste juego de niños, Agustina mira a Aguilar y se ríe, Tú te burlas, Aguilar, porque dices que cuando deliro hablo como Tarzán, Hablas como el Papa, le dice Aguilar, Sí, es verdad, a veces me da por hablar como el Papa cuando imparte bendiciones desde su balcón en San Pedro.

¿Y tu boca, Agustina?, le pregunta el Midas McAlister, sobre tu bella boca también aprendí una que otra cosa. Fue inquietante, no creas que no, volver a verte sentada en las antípodas de la mesa del comedor como cuando éramos niños, pero esta vez no en tu casa de La Cabrera sino en tu finca de tierra fría, que es donde ustedes los Londoño siempre se han visto mejores, quiero decir en todo su apogeo, señoriales y a sus anchas entre viejos pantalones de pana, calzando altas botas para montar sus propios caballos y llevando al desgaire chaquetas de tweed u holgados pullovers tejidos a mano con la lana cruda y olorosa de unas ovejas que, como los caballos, también son propiedad de ustedes, y ciertamente el Midas no está hablando de esos suéteres apretados que le tejía su propia madre con madejas verdes y grises compradas en la tienda miscelánea de la esquina; debe comprenderse que de un objeto al otro hay un universo de distancia. Según el Midas, esa indumentaria que los Londoño usan en lo que ellos mismos denominan tierra fría funciona bien y resulta imponente cuando la complementan con cierta lentitud de movimientos muy acorde con el mood del paisaje, con la lectura de libros en francés junto a la chimenea y con la proximidad de un montón de perros a los que tratan mejor que a los humanos, y aquí llegamos a otro punto nodal, el contubernio con los perros, requisito que, como el ropón del bautizo, si no naces con él jamás lo adquieres; Yo por ejemplo no puedo evitar lavarme las manos después de tocar un perro porque el olor me impregna y me fastidia, confiesa el Midas McAlister, pero eso no le pasa a ninguno de ustedes los Londoño, que hagan lo que hagan y métanse con quien se metan, en materia odorífera siempre pertenecen al discreto y pulquérrimo equipo Roger & Gallet, con excepción tuya, Agustina vida mía, que te inclinas por no sé qué esencias sospechosamente orientales que atosigan a tu hermano Joaco y le producen alergia. El Midas recuerda la plenitud de su admiración cada vez que Joaco decía en el colegio El viernes nos vamos a tierra fría, refiriéndose a su hacienda sabanera, o también, Hoy mi mamá está en tierra caliente, y ésa era la finca de Sasaima, o si no, Nos vamos a quedar aquí, y aquí era la casa de ciudad en el barrio residencial La Cabrera, y cómo no iba a quedar deslumbrado el Midas, que todas las madrugadas escuchaba a su madre darle gracias al Sagrado Corazón por haberle concedido un crédito del Banco Central Hipotecario para pagar ese apartamento de veinticuatro metros cuadrados del San Luis Bertrand, donde el Midas McAlister durmió casi todas las noches desde los doce hasta los diecinueve años, ese apartamento que para él era una vergüenza inconfesable y donde jamás quiso llevar a ninguno de sus amigos, y menos que nadie a Joaco; a todos los tramó con el cuento de que vivía en el penthouse de un edificio del Chicó pero que allá no podía llevarlos porque su madre era enferma terminal y hasta el más mínimo ruido o molestia podía resultarle mortal, Pobrecita mi madre, si hubiera sabido tamaña calumnia que yo difundía sobre ella, tan digna y tan sacrificada, con su sastrecito negro, sus zapaticos chuecos, su eterno rosario en la mano y sus peregrinajes de tienda en tienda buscando los mejores precios para las lentejas y el arroz, mi madre cuadraba a la perfección en un barrio donde todas eran más o menos iguales, digamos que la mía obedecía al patrón que imperaba en materia de madres en el San Luis Bertrand, pero llevarla al colegio a que la vieran mis amigos, eso jamás, es que te estoy hablando de problemas delicados, mi linda Agustina, tú que sí la conoces sabes que mi santa madre es de las que se sostienen las medias de nylon arriba de la rodilla con un nudo apretado que se asoma cuando cruzan la pierna, mejor dicho un horror, siempre le he dicho a ella que si la tromboflebitis la tiene cojeando es porque los torniquetes que se aplica en las piernas con las medias de nylon le cortan la circulación, es que si mi barrio es impresentable, mi madre bendita no se le queda atrás, y no puedes imaginar, Agustina princesa, las tretas que año tras año he tenido que ingeniarme para mantenerlos a ambos escondidos e inexistentes para los demás. Para encontrarse con Joaco y los otros compañeros en la portería de su supuesto edificio del Chicó, el Midas debía tomar antes una buseta desde el San Luis hasta la Paralela con calle 92 y luego caminar rapidito ocho cuadras largas para alcanzar a llegar unos minutos antes de la cita a deslizarle una propina al portero, no fuera cosa que lo delatara haciéndolo quedar fatal; le dice a Agustina que gracias a esas prácticas precoces, llegó a volverse un mago en el arte de la simulación. Hasta el día de la fecha, nena consentida, nadie de tu lado del mundo ha conocido a mi madre ni sabe de la existencia de este apartamento en el San Luis Bertrand, bueno, nadie salvo tú, cómo te querría yo y cuánta confianza te tendría que a ti sí te llevaba a tomar las onces en vajilla de plástico irrompible con mi santa mamá bajo juramento sagrado de que no divulgarías ese secreto, que dicho sea de paso, me has guardado religiosamente hasta hoy. El Midas deduce que esa traumática condición habitacional por la que atravesó en la adolescencia debe ser la causa de que lo hipnotizara, y lo siga hipnotizando, la idea de que los Londoño pudieran repartir su semana en tres casas distintas, y eso sin viajar, porque los viajes de ustedes eran otra cosa, a sitios lejanos y tomando avión y tal pero al niño que era yo ese ladito le interesaba menos, lo que me descrestaba en serio era eso de que pudieran vivir de planta y simultáneamente en tres casas distintas sin llevar maleta de un lado al otro porque ustedes tenían ropa en los tres lados, y long plays y televisores y cocinera y jardinero y juguetes y pantuflas, todo por partida triple, hasta piyama esperándolos debajo de la almohada donde llegaran, o sea la vida familiar bellamente contenida en un triángulo equilátero con una casa espléndida en cada ángulo y en cada clima pero a una distancia de hora y media de cualquiera de las otras dos; nada que hacerle, mi reina Agustina, para mí eso era el súmmum de la elegancia, era la santísima trinidad, era el non plus ultra de la perfección geométrica. Y ahora están otra vez en el comedor y desde su extremo de la mesa el Midas puede comprobar que pese a los años Agustina sigue teniendo los ojos absurdamente inmensos y el pelo locamente largo y los dedos asomados por los agujeros de esos guantecillos de ciclista o de junkie que despiertan la agresividad de su hermano Joaco, y que su delgada silueta sigue perdida entre esa ropa negra que su madre encuentra altamente inapropiada para un soleado día de campo, Ya de entrada estaban un poco irritados con tu presencia, Agustina cariño, siempre has sido aficionada a infringir sus códigos de estilo y a hacerlos sentir incómodos. ¿El lugar?, la hacienda de tu familia en la sabana; la hora, mediodía del sábado; la acción, esa aplastante serie de consecuencias que habría de desembocar en nuestros respectivos fracasos, pero para ponerle un preámbulo digamos que la cosa empieza desde el día anterior, viernes, seis de la tarde, el Midas solo entre su cama con el dormitorio a oscuras y los ojos cerrados mientras su mundo de afuera se viene abajo, con su Aerobic’s tomado por el fantasma de una muerta y sus finanzas desplomándose por culpa de Pablo, Y mis amigos la Araña y Silver empeñados en una cruzada personal contra mí como si fueran culpa mía los sinsabores de su propia angurria, y en ésas suena el teléfono y es tu hermano Joaco para invitarme a pasar el fin de semana en su casa de tierra fría, yo me niego de plano y estoy a punto de colgarle y de sumergirme de nuevo en mi voluntario blackout cuando él deja caer tu nombre, Agustina viene con nosotros, me dice, ¿Cómo?, brinco yo, súbitamente interesado, porque esa frase es la primera cosa en muchos días que logra atraer mi atención, Como lo oyes, me confirma Joaco, te dije que Agustina viene con nosotros, y entonces yo, ahora extrañado, le pregunto a qué se debe el milagro. Y es realmente un milagro porque Agustina frecuenta poquísimo a la familia desde que vive con Aguilar, debido a que la familia, que no quiere saber nada de Aguilar, la acepta a ella siempre y cuando se presente sola, así que le pregunto a Joaco a qué se debe el milagro y me explica que según parece tu marido anda por Ibagué haciendo no sé qué negocios, y entonces yo cambio enseguida de opinión con respecto al paseo ese a tierra fría: bueno, voy. Le acepté a Joaco, nena Agustina, porque ni la depre más tenaz podía impedir que aprovechara esa oportunidad única de verte, de pasar un par de días a tu lado con perros de gran tamaño echados a nuestros pies en esos corredores silenciosos y abiertos al ondular de eucaliptos en la tarde, al olor de la boñiga y a esa reconfortante visión de heredades que se extienden en lontananza, qué hijueputa cosa tan hermosa, Agustina mi reina, si estoy mintiendo al decir que es el Edén, que me corten una mano. Y de repente ahí estábamos, de nuevo en el paraíso con los eucaliptos y los perros y toda la agreste parafernalia, y tú brillabas rápida y burlona como en tus mejores momentos y sonreías tan ligera de angustias que yo, que hacía meses no te veía, llegué a creer que te habías curado, nos tomamos unas Heineken y me derrotaste aparatosamente en una partida de Scrabble, siempre has sido una fiera para ese juego y también para resolver crucigramas, armar charadas y agarrar al vuelo dobles sentidos y adivinanzas, mejor dicho lo tuyo es hacer malabares con el lenguaje y jugar caprichosamente con las palabras, El día era espléndido, dice el Midas McAlister, tú estabas asombrosamente bella y había un solo problema, Agustina de mi alma, y era que tus ojos se agrandaban aún más que de costumbre y que el pelo te crecía otro poco cada vez que tu madre abría la boca para soltar una de sus consuetudinarias interpretaciones de las cosas, tan evidentemente contrapuestas a cualquier evidencia; y luego, en ese comedor tan recargado de cuadros de santos coloniales que parece más bien una capilla, yo me percataba de que cada mentira era para ti un martirio y que cada omisión era una trampa para tu razón resquebrajada, y tú permanecías callada y acorralada y al borde de tu propio precipicio mientras tu madre, Joaco y la mujer de Joaco se rapan la palabra para comentar la gran noticia, que el Bichi llamó de México a anunciar que antes de fin de año vendrá al país por unas semanas; después de tantos años de ausencia el Bichi, que se fue niño, regresará adulto y el Midas nota que la conmoción sacude a Agustina y la domina, A fin de cuentas ese hermano pequeño debe ser la única persona que has querido de veras y vaya a saber qué pájaros locos han levantado vuelo dentro de tu cabeza con el anuncio de su retorno, pero además hay efervescencia en el resto de la familia y tu madre se aproxima al tema y se aleja de él dando rodeos y endulzando las frases con ese asombroso don de encubrir que siempre la ha caracterizado y al que Joaco le hace el juego con tanta agilidad porque desde pequeño se viene entrenando, y las verdades llanas van quedando atrapadas en ese almíbar de ambigüedad que todo lo adecua y lo civiliza hasta despojarlo de sustancia, o hasta producir convenientes revisiones históricas y mentiras grandes como montañas que el consenso entre ellos dos va transformado en auténticas, el Midas se refiere a perlas como éstas: el Bichi se fue para México porque quería estudiar allá, y no porque sus modales de niña le ocasionaran repetidas tundas por parte de su padre; la tía Sofi no existe, o al menos basta con no mencionarla para que no exista; el señor Carlos Vicente Londoño quiso por igual a sus tres hijos y fue un marido fiel hasta el día de su muerte; Agustina se largó de la casa paterna a los diecisiete años por rebelde, por hippy y por marihuanera, y no porque prefirió escaparse antes que confesarle a su padre que estaba embarazada; el Midas McAlister nunca embarazó a Agustina ni la abandonó después, ni ella tuvo que ir sola a que le hicieran un aborto; el señor Carlos Vicente Londoño no murió de deficiencia coronaria sino de dolor moral el día que pasó en su automóvil por la calle de los hippies y alcanzó a ver a su única hija Agustina sentada en la acera vendiendo collares de chochos y chaquiras; Joaco no despojó a sus hermanos de la herencia paterna sino que les está haciendo el favor de administrarla por ellos; no existe un tipo que se llame Aguilar, y si acaso existe no tiene nada que ver con la familia Londoño; la niña Agustina no está loca de remate sino que es así —Eugenia y Joaco dicen así y no especifican cómo—, o está nerviosa y debe tomar Ecuanil, o no durmió bien anoche, o necesita psicoanálisis, o hace sufrir a su mamá sólo por llevarle la contraria, o siempre ha sido un poco rara. Ése es, según el Midas McAlister, el Catálogo Londoño de Falsedades Básicas, pero cada una de ellas se ramifica en los cien matices del enmascaramiento, y mientras tanto yo te miro a ti, Agustina vida mía, allá sentada al otro extremo de la mesa, y me percato de que escuchar una vez más todo el repertorio de las tergiversaciones te ha impedido probar bocado y que la comida se te enfría en el plato, y veo tus bellas manos blancas que se retuercen como si quisieran desmenuzarse la una a la otra, tus manos entre esos guantecitos raros que nunca te quitas y que van a ocasionar que dentro de un rato, supongamos que a la altura de los postres, Joaco te diga con tono irritado que sería un bonito detalle que te los quitaras al menos para sentarte a la mesa, y cuando te lo diga te pondrás pálida pese a que tu piel ya es de por sí transparente y te quedarás callada y estarás al borde, al borde de eso que no tiene nombre porque tu madre se ha encargado de borrar la palabra de la lista de las permitidas en tu casa. Y Joaco conversa animadamente, mi linda niña loca, de los paseos a caballo que harán con el Bichi cuando llegue, y tu madre anuncia que le tendrá una pailada de arequipe para que se la coma toda él solo, y pronostica el alegrón que se va a pegar el Bichi cuando vea que su habitación de la casa de La Cabrera sigue intacta, Es que no he tocado nada, dice tu madre conmovida, porque de verdad lo está, casi hasta las lágrimas, No he movido de ahí ni su ropa ni sus juguetes, dice tu madre y la voz se le quiebra, todo está igual a cuando se fue, como si no hubiera pasado el tiempo. Como si no hubiera ocurrido nada, ¿verdad, Eugenia?, porque en su familia, Eugenia, nunca ocurre nada, eso quisiera decirle el Midas para que Agustina deje de retorcerse las manos, Mi pobre niña cada
vez más ida, cada vez más blanca, y yo me pregunto qué puedo hacer para alejar de tu cara esa expresión de pánico, esa inminencia de algo que te va a pasar y se avecina, se avecina, aunque no tenga nombre. Cuando llegue el Bichi, Eugenia va a organizar un gran paseo a Sasaima, el primero en años porque la finca ha sido abandonada en manos del mayordomo por culpa de la violencia, Pero vamos a organizar el regreso a tierra caliente, dice Eugenia con los ojos aguados, voy a mandar pintar toda la casa y a reparar la piscina para celebrarle al Bichi la llegada con un gran paseo familiar en Sasaima, y Joaco asiente, deja claro que también esta vez le dará gusto a su madre en los asuntos menores, como hace siempre, pero ninguno de los dos menciona la discusión feroz que hubo entre ellos poco antes del almuerzo, encerrados solos en la biblioteca, que no tiene las paredes suficientemente gruesas como para impedir que los demás escucharan desde afuera y quedaran temblando, pero hasta la mujer de Joaco, que es imprudente y equivoca la jugada en el ping-pong del diálogo consabido, hasta ella, que es tonta de capirote, se aviva de que hay que hacer de cuenta que no se oyeron los gritos de Joaco cuando en la biblioteca le advertía a su madre que si el Bichi llega a Bogotá con ese novio que tiene en México, ni el Bichi ni su puto novio van a pisar esta casa; ni ésta ni la de La Cabrera ni la de tierra caliente Porque si se acercan los saco a patadas, y tu madre, que también grita pero menos fuerte, repite una y otra vez la misma frase, Cállate, Joaco, no digas esas cosas horribles, siendo para ella lo indecible y lo horrible que el Bichi tenga un novio, y no que Joaco saque al Bichi y a su novio a patadas, pero en fin, nosotros los de afuera ponemos oídos sordos, y en boca cerrada no entran moscos. Como si ya hubieran olvidado su conversación a gritos de hace un momento en la biblioteca, como si el Bichi no tuviera un novio en México o no mencionar a ese sujeto fuera condenarlo a la inexistencia, tu madre y Joaco planifican durante el almuerzo las reformas que harán en Sasaima para la visita del Bichi. Cuando terminamos de comer, una sirvienta recoge los platos, otra pasa los postres a la mesa, y en el momento en que tú tomas con la mano una manzana del frutero, tu hermano Joaco, que viene haciendo un esfuerzo enorme por contenerse, de repente no puede más y te exige que te quites ya mismo esos mugrosos guantes.

BOOK: Delirio
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