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Authors: Laura Restrepo

Tags: #Relato, Drama

Delirio (25 page)

BOOK: Delirio
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Pero en el Aerobic’s no dijiste nada de lo que tenías que decir, Agustina mi amor, le reprocha el Midas McAlister ahora que aparentemente ella ha recuperado el juicio y se encuentra aquí sentada a su lado, no elegiste ni la variante número uno, según la cual la Dolores, o Sara Luz, se habría ido con un novio para República Dominicana, ni tampoco la dos, o sea, que se había metido de mula y estaba presa en USA, y ni siquiera la tres, que no requería de imaginación y era de lejos la más fácil, porque nada te hubiera costado atestiguar que era falsa aquella firma en el libro de registro, y si las posibilidades favorables eran ilimitadas e infinito el número de destinos viables, ¿por qué no podías tranquilizar a los de súper rumba de las cinco de la tarde asegurándoles que la autodenominada enfermera había ido a parar por ejemplo a la Puglia, en el sur de Italia, o a Nunavut, al norte del Canadá? No, claro que no, fiel a ti misma y a tu locura optaste como siempre por el extremismo, la irracionalidad y el melodrama, te soltaste a gesticular y a proferir barbaridades frente al medio centenar de fans del fitness que te contemplaban aterrados, qué papelón mayúsculo, mi linda Agustina, colorada de vergüenza te hubieras puesto si no fueras tan demente, con tu peor voz metálica, esa que resuena como entre un tarro, empezaste a decir Aquí pasó algo, aquí pasó algo, y desde que soltaste esa primerísima frase a mí se me heló la sangre y supe que ya no habría cómo detenerte y que el desastre estaba cantado, Aquí pasó algo, insistías con una convicción conmovedora y husmeabas por todo el gimnasio como si fueras sabueso, rastreabas pistas por aquí y por allá mientras yo bregaba a convencerte de que nos fuéramos para otro lado, Vamos Agustina, le decía el Midas con disimulo para que los de súper rumba no lo escucharan, Ven, dejemos la cosa de este tamaño, más bien te invito a ver Flash Dance, esa película que hace un rato querías ver, ¿me estás escuchando?, Flash Dance, Agustina, ¿te suena? Pero no, quien dijo miedo, estabas resuelta a encontrar en serio a la Dolores así se hubiera escondido en el culo del mundo y no ibas a cejar hasta dar con ella viva o muerta, Agustina se fue agitando e inquietando cada vez más hasta que soltó lo de que Aquí pasó algo horrible, cuenta el Midas McAlister que no sabía dónde meterse cuando delante de sus clientes la mentalista que él mismo había llevado para que apagara el incendio se puso en cambio a azuzarlo, empezó a ver sangre, Veo mucha sangre, decía Agustina y el Midas hacía lo posible por disuadirla, No, Agustina, sangre no, honestamente te digo que sangre no hubo, y era verdad, reina mía, no sé de dónde sacaste que sangre si la Dolores no derramó ni una gota, la pobre se reventó por dentro pero sangre, lo que se dice sangre, de eso no hubo, te lo juro por Dios cuando ya para qué te voy a mentir, y sin embargo Agustina insistía, ya se había desbocado por ese carril y no había quién la detuviera, Veo sangre, veo sangre, sangre inconfesable inunda los canales, Pero por favor, Agustina, qué canales ni qué canales, piensa bien antes de decir disparates, A esa mujer la mataron aquí, aquí, revelaba Agustina, y la mataron a patadas, A patadas no, Agustina, mediaba el Midas, contrólate, muñeca, trata de moderar un poquito el tono, y en eso tampoco te mentía, mi niña, lo de las patadas hacía parte de otra película pero en el batuque de esa coctelera que es tu cerebro todo se convierte en un solo mazacote, patadas las que el espanto de tu padre difunto y el bestia de tu hermano Joaco le quieren dar al Bichi por andar mariconeando, pero que yo sepa a la Dolores lo único que no le dieron esa noche fue patadas, pero tú, Agustina mía, andabas encaramada en tenacísimo trance adivinatorio y de ahí no había quién te bajara, en fin, para qué te sigo informando sobre el formidable desastre que organizaste, qué objeto tiene que a estas alturas entremos a contabilizar pérdidas y destrozos, De lo que sí quiere hablarle el Midas es de la epopeya que fue sacarla del Aerobic’s una vez que alcanzó la fase superior del delirio consumado, Es que ni oías ni veías ni mucho menos querías saber de razones, traté de llevarte en moto a mi apartamento pero no sé si te haces una idea de los malabarismos que se requieren para encaramar en una moto a alguien que convulsiona y fibrila como un azogado, así que con el dolor del alma dejé mi venerada BMW R-100-RT en el Aerobic’s, pedí un taxi, te llevé hasta mi santuario y te abrí las puertas, pensé que quizá en la serenidad de mi dormitorio y con otro golpecito de maracachafa a lo mejor te calmabas, Ven, Agustina bonita, acuéstate en mi cama y yo te tapo con mi manta de vicuña nonata, ¿has visto qué suave?, sí, supongo que tienes razón, la vicuña nonata debe estar prohibida por cuanta sociedad protectora de animales, pero no te preocupes que a mi dormitorio esas sociedades por lo general no tienen acceso, y qué tal si te sirvo un Baileys con par hielos y nos vemos una peli por Betamax, dime qué opinas de eso, entiendo, te parece empalagoso el Baileys y baja la resolución de la pantalla, bueno, pues a la mierda el Baileys y el Betamax, no es cosa de pelearnos por eso, entonces espera que aquí tengo lo último en canciones, The girl is mine de Michael Jackson y Paul McCartney, ¿acaso no la has escuchado?, pero bonita, no estás en nada, si esa canción ya se tomó al planeta y el par que la canta se embolsicó una millonada, ¿qué pasa, no te gusta, prefieres que la quite?, mierda, Agustina, qué vaina tan agotadora, esa jodida cosa psíquica te vuelve de verdad insoportable, El Midas ya no sabía qué hacer con ella ni cómo aquietar su arrebato, Te llevé a mi baño, muñeca, que para mí es algo así como la quintaesencia del hedonismo, casi todo lo bueno que me ocurre en esta vida, me ocurre entre ese baño que en sí mismo es tan grande como un apartamento modesto del San Luis Bertrand y que está íntegramente enchapado en granito negro Kalopa Black importado de Malawi, con su sauna finlandés impregnado de olor a abedul, su poderoso ventanal por donde entra todo el sol de la mañana, su pila de revistas Newsweek, Time y Semana al lado del inodoro y sobre todo sus dos lavamanos gemelos, uno al lado del otro, en realidad nunca he sabido para qué sirve tener dos como no sea para lavarse simultáneamente una mano en cada uno pero en todo caso me produce un placer casi orgásmico tenerlos ambos, Así que el Midas trata de introducir a Agustina en las delicias del vapor y del agua, seguro de que eso obrará el milagro, pero ella ciertamente no es del mismo parecer y opone una resistencia épica que los deja a los dos empapados de los pies a la cabeza, Y ahora qué hago contigo, nena malcriada, criatura indómita, te vas a morir de frío y de fiebre con esa ropa mojada, pero de repente el Midas tuvo una idea, o más que una idea fue un fogonazo que en medio de tanta oscuridad le alumbró por fin las entendederas, Cómo me gustaría estar solo, pensé, y ante la mera posibilidad sentí un infinito alivio, cómo me gustaría estar solo en el silencio de mi cuarto, y al dejarme llevar por esas ganas radicales de independencia me di cuenta de que ya se me habían agotado por completo el mesianismo y la misericordia con respecto a ti, y ni corto ni perezoso llamé al Rorro, ¿Que quién es Rorro? Cómo que quién es Rorro, pero por Dios, Agustina, si tú sabes bien quién es Rorro, el bueno del Rorro, mi mano derecha en el gimnasio, un camaján de uno noventa de estatura y dos centímetros de frente, un Charles Atlas escaso en luces pero más bueno que un pan, el que se ocupa de todo lo que es strech, pesas y spa, no me la pensé dos veces porque sé que no hay nada que ese man no esté dispuesto a hacer por mí, así que lo llamé y le dije Venite, Rorro, sacame de un embrollo, haceme la caridad. En ese momento de extrema anarquía había para mí una sola cosa más clara que el agua, Agustina corazón, y era que te quería fuera de mi dormitorio, fuera, fuera, sumamente fuera, absolutamente fuera, estabas gritando en el único sitio donde yo exigía mutismo absoluto, estabas sembrando el desbarajuste en el único rincón que a mí me gustaba mantener ordenado, te habías zafado en plan descontrol justo entre esas cuatro paredes donde yo mantenía todo controlado, Detente, bonita, caos en mi paraíso particular es más de lo que puedo tolerar, de verdad no veo la hora de que el Rorro te lleve lejos de aquí, necesito tirar frescura y recuperar un ritmo saludable, aflojar tensión con un poderoso golpe de jacuzzi y después prender la chimenea con un click del control remoto, y así desnudo y ante el fuego como un Adán en su caverna primigenia, fumarme un varillo de Santa Marta Golden y dedicarme a olvidar, a dejar la mente en blanco y a volar por el plácido vacío de la inmensidad azul, El Midas McAlister logró establecer que el primer paso por dar era llamar al Rorro para que viniera por Agustina, la duda se le presentaba con respecto al paso número dos, adónde diablos mandarla, ¿Devolverte donde tu madre, así loquita como estabas, indefensa y con el corazón expuesto?, No, desde luego que no, esa salida en falso la descarté de entrada, no me la hubieras perdonado nunca y de algo tan cruel no soy capaz ni yo. ¿Mandarte sola a tu apartamento, y que allá te acompañara Rorro hasta que regresara de Ibagué tu marido, el bueno del Aguilar, que según parece es el loquero más abnegado de la ciudad?, ésa no era mala iniciativa, es más, sin duda era la mejor, o la única buena, pero resultaba impracticable porque yo no tenía idea de dónde vivías, no me habías dicho dónde quedaba tu apartamento y ya te imaginarás que en esos niveles de desmadre neuronal que manejabas, preguntártelo hubiera sido perder el tiempo. ¿A un hospital, entonces? El Midas se lo sugirió a Agustina, quiso saber si a ella le parecía bien que la mandara a una clínica psiquiátrica y ella, agarrando al vuelo cada una de sus palabras, como si de hablar sólo sánscrito o ruso pasara a una súbita comprensión del español, lo abrazó y le rogó que a un hospital no, que cualquier cosa menos un hospital, a lo mejor tenía miedo de que allá la encerraran de por vida, que le chamuscaran la mollera a punta de electroshocks, que la empastillaran para siempre como a una Bella Durmiente, No sé qué era lo que tanto te aterraba pero me disuadió tu mirada de desamparo y desolación, Ya está, le ordenó el Midas al Rorro, llévatela para un hotel, trátala con todo cariño que ahí donde la ves es un verdadero primor, está un poco agitada pero eso le pasa en un dos por tres, toma, Rorro, aquí mi número de tarjeta para que la alojes en el Wellington, allá me conocen y tú les dices que otro día paso a firmar, te encierras con ella en una suite, me pegas un timbrazo a reportar misión cumplida y luego esperas instrucciones mías, por ahora llévatela pero óyeme bien, que sea la mejor suite, donde ella pueda comer rico y darse un baño delicioso y acostarse en una buena cama a dormir la chiripiorca hasta que se le pase, tú cuídala esta noche, mi fiel amigo Rorro, y mañana, si se despierta en forma, me la vuelves a traer. Pero el hombre propone y el diablo dispone y ése fue un día tan definitivamente cagado que ni aun así; dice el Midas que pese a la excelencia de la Santa Marta Golden que se fumó bien despacio y dejándola penetrar hasta la raíz de su personalidad, el remordimiento lo acosaba y trataba de no dejarlo en paz, Ya había logrado sacarte de mi sancta sanctorum, Agustina niña mía, y ahora bregaba a empujarte fuera de mis pensamientos también, pero tú te las arreglabas para regresar una y otra vez y en medio de las ondulaciones y las caricias de aquel humo dorado, me asediaba la conciencia un zumbido de moscardones incómodos, y esos moscardones eran ciertos momentos del pasado que parecían calcados de este que vivíamos ahora, casi como una duplicación, no sé, Agustina mi reina, supongo que mirando hacia atrás podrás decir con toda justicia que siempre te dejé sola cuando necesitaste de mí, que te he salido falseto en todo momento crítico. Sonó el teléfono y el Midas respondió enseguida, Pensé que sería el Rorro para avisarme que todo cool y bajo control, y sin embargo no, no era el Rorro, era una voz femenina y anónima la que sonaba al otro lado, Señor Midas McAlister, ¿usted se acuerda de mí? Yo qué me iba a acordar, Agustina bonita, si era una voz irreconocible, definitivamente desconocida para mí, mejor dicho yo ni puta idea y tronado de la traba como estaba sí que menos, y entonces la dueña de esa voz me empezó a recordar quién era ella, Hace un tiempito fui a su Aerobic’s con dos primas ¿se acuerda de mí?, y yo pensando qué dos primas ni qué ojo de hacha, de qué mierda me estarán hablando, Pero qué mala memoria, señor McAlister, y yo, luchando por despabilarme, Allá llegamos las tres a matricularnos y usted nos recomendó que mejor nos fuéramos para otro lado, ¿ya se va acordando?, Ah, sí, cómo no, cómo no, yo le soltaba vaguedades como ésa, todavía inocente de la que se me venía encima y rescatando con dificultad de las brumas del pasado la imagen de esas tres cocos de oro enfundadas en lycra tornasolada que se bajaron de un convertible color verde limón, Ah, sí, le dije, ustedes fueron unas que estuvieron preguntando por las clases y que al final resolvieron matricularse más bien en otro lado, No señor, no resolvimos, fue usted quien resolvió que en su establecimiento no nos recibía, pues me alegro que lo recuerde y lo llamo para informarle que mi primo Pablo se acuerda también, y le cuenta el Midas a Agustina que al escuchar el nombre de Pablo le pasó de un tirón toda la escena por la cabeza tan clara como si la estuviera viendo por televisión, y antes de que pudiera responder ni mu, la mujer le soltó redonda la maldición y después colgó. ¿Que cuál maldición? Bueno, una como para dejar temblando al más templado: simplemente lo llamo, señor McAlister, le dijo por teléfono la mujer, para transmitirle una razón de mi primo Pablo, Pablo le manda decir que las ofensas contra la familia son las únicas que él no perdona. ¿Quieres saber qué hice entonces?, le pregunta el Midas a Agustina, pues nada, nena, me eché a temblar.

Cuando vi que Anita me enviaba un mensaje por el beeper, cuenta Aguilar, me sorprendió constatar que le había dado el número, hubiera jurado que no, esa primera noche que conversé con ella andaba yo tan absorto en la reconstrucción policial del famoso episodio oscuro del hotel, que si le pasé mi número de beeper ni cuenta me di, pero ahora que me encontraba desayunando en casa de Marta Elena con mis dos hijos volvía a recibir noticia de la inolvidable Anita, en realidad bastante olvidada por mí durante esas treinta y dos horas de todos los infiernos que me había tocado vivir desde que la dejé en su barrio Meissen, dice Aguilar que mientras calentaba arepas y freía huevos para Toño y Carlos, que en media hora saldrían hacia la escuela secundaria donde estudiaban, recibió un mensaje de Anita que decía textualmente así, «Tengo datos para usted urgente nos encontramos en Don Conejo hoy 9 p.m. firmado Anita la del Wellington es sobre su mujer yo sé que le interesa», y mi reacción fue curiosa, confiesa Aguilar, inmediatamente pensé que sí, que asistiría a la cita, pero lo que me motivaba no era el interés por Agustina, a decir verdad en ese momento, por primera vez desde que la conozco, mi interés por Agustina hibernaba a varios grados bajo cero, es decir que de mi mujer no quería saber más; después de tantos días y noches de no pensar absolutamente en nada distinto a ella, de golpe y porrazo se había borrado como por arte de magia de mi pobre cabeza saturada de insultos, de indiferencias, de celos, de angustias; Sí, pensó Aguilar, ciertamente me interesa esta cita que me envían por beeper, pero no por Agustina, sino por la propia Anita. La razón por la cual me encontraba de mañana donde Marta Elena, aclara Aguilar, es que allá había pasado la noche, mi hijo Toño durmió en el sofá de la sala para cederme su cama y por primera vez desde que me separé de mi ex mujer me quedé a pasar la noche en su casa, es decir en la casa que fue nuestra y ahora es de ella y de los muchachos, dice Aguilar que quisiera explicar por qué terminó haciendo una cosa contraria a su costumbre, lo que sucedió fue esto, durante todo el día siguiente a la escena aquella de la casa dividida, Agustina permaneció sumida en un sueño abismal, equivalente en intensidad a la actividad frenética que había desplegado durante la noche pero de signo inverso, y hacia el atardecer, cuando se levantó, volvió a la carga con la misma historia de la línea divisoria, otra vez todo el montaje, idéntico en ansiedad y en ferocidad, la frontera imaginaria, la visita del padre, los insultos esta vez en todos los idiomas, Me gritó Atrás, cosa inmunda; Filthy thing; Out, dirty bastard; Vade retro, Satana; Fuera basura, hasta que ya no pude más, Está bien Agustina, si quieres que me vaya me voy, le dije y me fui. Expulsado de mi propia casa por una conspiración de mi mujer loca y mi suegro muerto, y sin un centavo entre el bolsillo, ¿a quién podía pedirle posada como no fuera a mis hijos y a mi antigua señora? Marta Elena, tan confiable, tan responsable, tan predecible, todavía bonita pese a que ya adquirió empaque de señora, pese a los veintiséis años trabajados día tras día en la misma empresa, sin saltarse un solo día ni llegar tarde a la oficina, Marta Elena la madre extraordinaria, la compañera de militancia, la de la adolescencia compartida, Marta Elena, tan sólida, tan buena, mi gran amiga a lo largo de la vida, nunca he podido saber cuál fue el conjuro que me cayó encima haciéndome dejar de amar a Marta Elena; cuando me desperté en su casa caí en cuenta de que por primera vez en una infinidad de noches había dormido tranquilo, luego escuché las voces aún soñolientas de mis hijos que empezaban a moverse descalzos por la casa y la voz serena de Marta Elena que con órdenes escuetas ponía en marcha el día, No hagan ruido que despiertan a su padre; Toma tu camisa, Toño, ya te la planché; Carlos, lleva los tenis que hoy tienes gimnasia en el colegio. Por un instante me quedó clarísimo que justamente ésas, y no otras, eran las voces de la felicidad y que lo bueno en este mundo era escucharlas al despertar, Aguilar abrió los ojos y encontró que en torno a sí, en esa habitación que le había cedido su hijo Toño, salvo pocas excepciones no había objetos que él no conociera, o que él mismo no hubiera puesto allí, que no le hablaran de su propia historia, que durante años no hubieran permanecido en su lugar, Buenos días niños, buenos días Marta Elena, gritó todavía desde la cama. Mi ex mujer me pidió que la ayudara con el desayuno y por un momento tuve algo así como un desdoblamiento, confiesa Aguilar, me vi a mí mismo como si nunca hubiera dejado de calentar las arepas para mis muchachos en las madrugadas, y me gustó tanto eso que vi, que me pregunté por qué en la realidad no habría funcionado, dónde había estado el quiebre, por qué si allí crecían mis hijos y permanecía a la espera una mujer que todavía me amaba y conservaba intacto mi lugar como si algún día fuera a regresar, me pregunté por qué coños andaba yo dando vueltas absurdas por otro lado en pos de lo que no se me había perdido; claro que recordaba vagamente el sentimiento de insatisfacción que me había sacado de allí e impulsado a buscar por fuera, lo recordaba, repito, pero sólo vagamente y no le encontré justificación posible, en ese preciso momento todo me invitaba a quedarme en este lugar donde pese a mis cuatro años de ausencia siempre había estado presente, me invadió con fuerza inusitada la sensación de que todas las piezas del rompecabezas de mi vida casaban en esta casa que pese a haberla abandonado nunca había perdido; todo me impulsaba a regresar, confiesa Aguilar, todo salvo el entusiasmo, y en ese momento de desdoblamiento el entusiasmo no me pareció un factor demasiado importante. Los muchachos partieron hacia el colegio y Aguilar le pidió permiso a Marta Elena para darse un duchazo, ella accedió especificando que lo hiciera en el baño de ellos y luego se arrepintió, En ése los niños no dejaron agua caliente, dijo, mejor dúchate en el mío, así que entré al baño de Marta Elena y empecé a desvestirme sin atreverme a cerrar la puerta, parecía muy absurdo hacerlo, total si durante diecisiete años me había desvestido delante de esta mujer, por qué no iba a hacerlo ahora, Aguilar se sintió extraño, a través de la puerta entreabierta alcanzaba a ver que Marta Elena terminaba de arreglarse, sentada sobre la cama se estiraba unas medias veladas sobre las piernas y Aguilar tuvo la sensación, y aclara que más bien habría que llamarlo vértigo, de que ésa era la imagen que quisiera ver a la mañana durante los días que le quedaban de existencia, ahora Marta Elena se ajustaba la falda, se ponía los aretes y luego se calzaba, lo curioso es que debía estar pensando lo mismo que yo, porque tampoco ella cerró la puerta. Me di una ducha rápida, creo que básicamente por temor a que ella terminara de arreglarse y me gritara desde el cuarto que ya se iba, me dolió la idea de que se fuera, me sentía bien con ella, pensé que me gustaría estar todavía allí cuando regresaran los muchachos del colegio y bajar con ellos a jugar básquet a la cancha del barrio y regresar ya con hambre a preparar los ravioli que le gustan a Carlos, preguntarle a Marta Elena cómo le fue en la oficina y pensar un poco en otra cosa mientras ella me cuenta con leves variantes el mismo cuento que ya conozco de memoria. Así que Aguilar se pegó una ducha rápida, luego empezó a vestirse con la ropa del día anterior pero se detuvo, abrió las puertas del clóset de Marta Elena y confirmó su sospecha de que allí debía seguir colgada buena parte de su ropa, toda la que no se llevó cuando se mudó solo a las Torres de Salmona, y en efecto ahí estaba; sus camisas escocesas, sus pantalones de dril, su vieja chaqueta de cuero.

BOOK: Delirio
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