Read Delirio Online

Authors: Laura Restrepo

Tags: #Relato, Drama

Delirio (23 page)

BOOK: Delirio
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En el río, Nicolás Portulinus veía flotar Ofelias, Ofelias niñas como su hermana Ilse, mayor que él y quien nunca salió de Alemania, o si llegó a salir, fue porque el río la arrastró a otras tierras. Durante el tiempo de lluvias, cuando debían permanecer largas horas en los corredores abiertos de la casona de Sasaima conversando mientras ven caer cortinas de agua, Nicolás les habló a Blanca y a Farax de Ilse, les contó cómo en su natal Kaub desgraciaba a la familia hasta el punto de amenazar con desintegrarla. Con palabras veladas por el pudor y por la pena Nicolás les reveló la crispación extrema que se generaba alrededor de la triste figura de Ilse, inclusive les tradujo del alemán dos cartas, una en que su padre lo insta a vigilar la conducta moral de su hermana y otra en que su austera madre alude a través de eufemismos a ciertos actos «impropios» y «muy desagradables» que Ilse ejecuta delante de las visitas y que avergüenzan al resto de la familia. Sobre la naturaleza de estos actos bochornosos, Nicolás les reveló que estaba relacionada con una cierta rasquiña; Ilse estaba condenada a un escozor tan inclemente que la llevó a la perdición, aunque se dirá que nadie se pierde por estigmas que pueden llevarse con resignación, discreción y en secreto, pero ciertamente éste no era el caso según quedó en evidencia el día en que llegó a la casa de los Portulinus en Kaub un grupo de parientes vestidos de oscuro, en visita de condolencia por la muerte reciente de una tía abuela; circunspectos y evocando a la difunta en recogido silencio, se sentaron en un círculo de sillas en torno a un tapete y una mesita; parecía que esperaran alrededor de ese escenario vacío y con las manos en el canto a que empezara algún tipo de espectáculo, aunque desde luego sabían que ningún espectáculo tendría lugar, sino que por el contrario, el que los convocaba acababa de terminar, es decir la larga agonía de la tía abuela, muerta de alguna enfermedad innombrable, como lo son todas las enfermedades que arrastran a la tumba a las tías abuelas. Los presentes mantenían los ojos bajos y centrados en algún objeto pequeño, podía ser un anillo, un trozo de papel o un botón del abrigo que movían entre las manos mientras esperaban a que se dieran por cumplidas las formalidades del pésame y llegara el momento de la despedida, cuando una de las sillas empezó a traquear y todos alzaron la mirada hacia el ruido para ver con estupor que la niña Ilse, también ella de negro y ya casi mujer, y además muy bonita según el reconocimiento que acababan de hacerle los parientes a los padres, se había metido la mano debajo de las faldas y se frotaba la entrepierna con movimientos espasmódicos y ojos ausentes, como si estuviera sola, como si el respeto no se impusiera en los velorios, como si sus padres no la estuvieran agarrando del brazo para sacarla inmediatamente de allí, avergonzados y confusos. Según Blanca, que transcribe en su diario palabras que dice haberle escuchado a Nicolás, el motivo de la conducta de Ilse era un escozor que «le envenenaba las partes más preciosas del cuerpo», o para ponerlo en jerga de sala de emergencias, una comezón que le interesaba los genitales, que como sabe cualquiera que la haya padecido, no sólo obliga a rascarse sino también a masturbarse, porque además de atormentar, excita, desata una ansiedad semejante al deseo pero más intensa. Después de intentar tratamientos variados, los padres se declararon incapaces de controlar a la hija y optaron por encerrarla en su habitación durante horas enteras que poco a poco se fueron transformado en días; en su confinamiento ella se fue sumergiendo en un lento deterioro mental que los médicos de entonces diagnosticaron como quiet madness, o insania que se desenvuelve en silencio, o sea un progresivo volcarse hacia adentro de tal manera que lo que de ella se percibía desde el exterior era una desconcertante y para muchos intolerable combinación de introspección y exhibición, de catatonia y masturbación. Ilse fue una muchacha cada vez más perdida para el mundo y ganada por ese ardor de la entrepierna que provenía de escrófulas o máculas o pápulas que cubrían su sexo volviéndolo agresivamente presente pero a la vez inmostrable, afiebrado de deseo y a la vez indeseable, asqueroso ante los ojos de los demás y sobre todo asqueroso ante sus propios ojos. Mientras tanto, Nicolás iba creciendo en esplendor, Lleno de gracia como un avemaría según su propia madre, memorioso al recitar largos poemas y dotado para el piano, es decir, Nicolás niño era lo que las tías abuelas, antes de morir de enfermedades innombrables, llaman un estuche de monerías; sol de unos padres para quienes Ilse era un inmerecido castigo, Nicolás, el niño agraciado, escuchaba cómo su padre, descontrolado, le gritaba a Ilse No hagas eso, cochina, eso es sucio, y lo veía recurrir a la fuerza física, entre energúmeno y transido, para impedir que ella se llevara la mano allá abajo, que era lo peor que podía sucederle a la familia; Cualquier cosa es preferible, lloraba la señora madre, cualquier cosa, hasta la muerte. A Nicolás le dolían como hierro al rojo esas reprimendas que Ilse soportaba con tanta resignación como obstinación en no corregir ni un ápice su conducta, había en el silencio de su extraña hermana algo devorador e insaciable que aterraba y a la vez fascinaba al niño, y cuando la encontraba con las manos atadas atrás, sanción que le era impuesta cada vez con mayor frecuencia, esperaba a que los padres se alejaran para desatarla, y al ver que ella volvía a las andanzas, se le acercaba y le decía al oído, con el tono más persuasivo, No hagas eso, Ilse, porque viene padre y te vuelve a amarrar. ¿Quién habrá contado las horas que pasó el niño Nicolás recostado contra esa puerta cerrada con llave, sintiendo latido a latido cómo al otro lado palpitaba la feroz urticaria de su hermana? Luego caía la nieve, se iba la nieve, cantaban los pájaros sobre los cerezos en flor y demás cosas que suceden en esos países que no son éstos de acá, y el niño Nicolás iba desarrollando caprichos y demostrando talentos en tanto que la niña Ilse rumiaba perplejidades enclaustrada en su cuarto y enroscada en su tiempo, y se iba pareciendo cada vez más a su propia sombra. Entonces Nicolás aprendió a robar la llave, a penetrar en la alcoba de los misterios y a hacer suyo el calvario de la hermana, sentándose al lado de ella y simulando que él también tenía las manos atadas a la espalda, ¿Ves, Ilse?, la consolaba, me han castigado, igual que a ti, tú no eres la única mala. Pero ella parecía no escucharle, ocupada siempre en esa comezón que la iba devorando, primero las entrañas, luego las piernas, el torso, los senos, las orejas, la nariz; toda ella, incluyendo los ojos, la voz, el cabello y la presencia, iba siendo consumida por su propia hambre interior, toda ella menos su sexo, que irradiaba inflamación y desamparo, triste faro de su perdición, ¿y también de la perdición de Nicolás, su hermano? Porque sucedió entonces que a él, al hijo adorado, le regaló la madre un pequeño piano en reconocimiento de su talento precoz, un piano blanco según especifica en su diario Portulinus, y él, además de cumplir con las expectativas maternas dejándolos a todos admirados en las veladas familiares, tocó en secreto Ländler y Waltzes sólo para Ilse, Baila, mi bella hermana, e Ilse salía del rincón de su aislamiento y bailaba, unas danzas desarticuladas pero danzas al fin, y como si fuera poco alguna vez llegó incluso a reír mientras bailaba, y fue entonces cuando Nicolás supo para qué servía la música y deseó con toda el alma llegar algún día a ser músico de profesión. Pero en medio de una noche de un invierno irreversible, Ilse se tiró al Rin durante un paroxismo de fiebre para morir ahogada, y entonces Nicolás supo otra cosa, que de adulto habría de comprobar en carne propia, y es que ante los embates de la locura, tarde o temprano hasta la música sucumbe; se podría decir que la piquiña del sexo de la hermana hizo nido en el alma del hermano, que ahora pasa los días repitiendo nombres de ríos en orden alfabético, el Hase, el Havel, el Hunte, el Kocher, el Lech y el Leide, tal vez para acompañar el largo recorrido de Ilse, que en su afán hacia ninguna parte pasa flotando bajo el viejo puente de piedra de Kaub, mientras al otro lado del océano Blanca se sienta sobre una piedra negra a orillas del río Dulce, a ver correr el agua.

La tía Sofi me dijo que en México tenía ahorros y se ofreció a pagar lo que fuera necesario para darle a Agustina el tratamiento médico adecuado, dice Aguilar. Después del episodio aquel de la casa dividida, del que salimos exhaustos, zarandeados y malheridos, me soltó a boca de jarro lo que probablemente había refrenado durante días por respeto a mi intimidad con Agustina y a lo que crípticamente llamó Mis métodos, La tía Sofi estalló por fin y le reprochó a Aguilar que la niña no estuviera recibiendo la debida atención profesional, Está visto que a punta de amor y paciencia no le solucionas el problema, me dijo, y por primera vez desde que está con nosotros la noté irritada, aunque se disculpó explicándome que se sentía cerca al límite de sus fuerzas, que sus nervios se encontraban al borde del cortocircuito, que no se imaginaba cómo podía yo resistir día tras día ese estado de tensión extrema que se vivía en mi casa, Si me permites que te lo diga, la tía Sofi pidió permiso para decirme algo pero me lo dijo antes de que yo la autorizara, No hacer tratar a esta muchacha por un especialista me parece criminal con ella, y también contigo. Toda clase de médicos, de hospitales, de drogas, de tratamientos, le respondió Aguilar, a lo largo de estos tres años de convivencia no hay nada que no hayamos ensayado, y cuando le digo nada es nada, ¿psicoanálisis?, ¿terapia de pareja?, ¿litio?, ¿Prozac?, ¿terapia conductista?, ¿Gestalt?, póngale el nombre, tía Sofi, y verá que ya está chuleado, verá que por ahí ya hemos pasado, Como me miró con cara de asombro, hice un esfuerzo por suministrarle una explicación sensata, Lo que pasa, tía Sofi, es que cuando Agustina está bien es una mujer tan excepcional, tan encantadora, que a mí se me borran de la mente las demasiadas veces que ha estado mal, cada vez que superamos una crisis, me convenzo de que ésa fue la última manifestación de un problema pasajero, mejor dicho, tía Sofi, siempre me he negado a reconocer que Agustina esté enferma, pero eso no quiere decir que no haya hecho todo lo que ha estado a mi alcance por curarla, con decirle que dejé mi trabajo como profesor, bueno, al principio fue porque cerraron la universidad, pero como cualquiera sabe la reabrieron hace meses, lo que pasa es que la Purina sí me deja tiempo libre para darle a ella la atención que requiere. Aguilar le confiesa a la tía Sofi que si bien nunca habían atravesado por una situación tan grave como ésta, altibajos sí que los ha habido, de todos los colores y las tallas, crisis de melancolía en las que Agustina se retrae en un silencio cargado de secretos y pesares; épocas frenéticas en las que desarrolla hasta el agotamiento alguna actividad obsesiva y excesiva; anhelos de corte místico en los que predominan los rezos y los rituales; vacíos de afecto en los que se aferra a mí con ansiedad de huérfano; períodos de distanciamiento e indiferencia en los que ni me ve ni me oye ni parece reconocerme siquiera, pero hasta ahora ningún trance tan hondo, violento y prolongado como éste. En el anterior, que fue hace cinco meses, le dio por escuchar los tríos de Schubert para llorar con ellos durante horas enteras; por la mañana, Aguilar la dejaba tranquila y ocupada en otra cosa y al regresar en la tarde se la encontraba otra vez desolada y asegurando que Schubert era el único en el mundo que comprendía sus cuitas; lo curioso es que esa sintonía patética era sólo con los tríos, bueno, con los tríos y con La muerte y la doncella, porque el resto de la obra completa la podía escuchar impertérrita, Y por qué no le escondiste los tríos, le pregunta la tía Sofi, No hubo necesidad, contesta Aguilar, un buen día simplemente se olvidó de ellos.

Y ya luego íbamos tú y yo en mi moto a toda mierda y sin casco, le recuerda el Midas a Agustina, huyendo de tu madre y de tu hermano Joaco y sobre todo de tu propia chifladura, que nos seguía desalada pisándonos los talones, afortunadamente una BMW R-100-RT, como la mía, es el único aparato en el mundo con pique suficiente para escapar de esa debacle. En el comedor de tu casa de tierra fría todas las alarmas se habían disparado, primero tus manos que se retorcían, después esa mueca fea que te desajusta la cara y ya luego la máxima alerta roja, el supremo SOS, que es tu voz cuando se vuelve metálica y arranca a pontificar, esta vez te dio por advertir en tono perentorio no sé qué cosas sobre un legado, el Midas le pide perdón a Agustina por confesarle que la escena fue un poco espeluznante, Cuando empiezas a hablar así hasta miedo da verte, qué vaina tan creepy, es como si la voz que sale de ti no fuera la tuya, muñeca bonita, con eso del legado te agitaste mucho, pero además había otra cosa, el Midas trata de recordar, creo que también hablabas del dominio, decías algo así como que no podías escapar al legado, o que estábamos viviendo bajo el dominio del legado, no sé, Agustina chiquita, de verdad no te lo puedo precisar porque eso no tiene precisión posible, cuando te sueltas a delirar te dejas llevar por una jeringonza muy ansiosa y complicada, te pones sumamente brava, pronuncias máximas y sentencias que para ti parecen ser de vida o muerte pero que para los demás no quieren decir nada, claro que no es culpa tuya, yo sospecho que ni siquiera tienes mucho que ver con eso que te pasa, pero es verdad que cuando te zafas me pones la piel de gallina, todo lo que haces tira sospechosamente hacia lo religioso, no sé si me entiendes, empiezas a pronunciar palabras grandilocuentes y a predecir cosas como si fueras profeta, pero un profeta petulante y antipático, ¿cachas la onda, mi pobrecita linda?, un profeta insensato y putamente loco, es que aún ahora, le dice a Agustina, en este momento en que estás aquí conversando conmigo, serenita y en tu sano juicio, aún en este momento temo pronunciar delante de ti palabras como legado, o llamada, o don de los ojos, porque sé por experiencia que funcionan en tu mente como una clave que dispara la chifladura y abre las puertas del acabose. Por eso allá en el comedor de la casa de tierra fría, en medio de la planificación por parte de Eugenia y de Joaco de las ferias y fiestas de bienvenida para el Bichi, cuando Agustina empezó a hablar en tono metálico, el Midas McAlister se preparó mentalmente para actuar tan pronto fuera necesario, Viene, viene, viene aquello, se decía a sí mismo, Y cuando tu hermano Joaco te ordenó que te quitaras los guantes, yo supe que ésa era la gota que haría rebosar tu copa y cualquier pretexto me sirvió para pararme de la mesa con la decisión ya tomada de sacarte de allí y de llevarte lejos, el Midas tomó de la mano a Agustina y le dijo Vámonos, tómate el café y vámonos, Con permiso Eugenia, con permiso Joaco, me devuelvo volando para Bogotá porque tengo que llegar a no sé qué cosa, el Midas ya ni recuerda qué excusa les habrá inventado, sólo sabe que tomó a Agustina de la mano, que ella no opuso resistencia y que los dos se encaramaron en la motocicleta, Cuídense, les recomendó Eugenia que salió a despedirlos acompañada por su jauría de perros mansos, no dejen que se les haga muy noche porque es peligroso, Por supuesto, le aseguró el Midas, quédese tranquila que aquí estaremos de vuelta temprano, pero yo sabía que Eugenia sabía que no volveríamos, le dice el Midas a Agustina, cómo no iba a saberlo si habíamos sacado nuestros maletines, que tú y yo nos fuéramos con todo y equipaje quería decir que dábamos el plan del fin de semana por abortado, así lo comprendía tu madre y eso la hacía sentir sumamente aliviada, porque al alejarte de allí, Agustina chiquita, yo estaba desactivando esa bomba de tiempo que se había armado con el asunto del novio del Bichi, con lo encarajinado que estaba Joaco por eso, con la chispa del delirio que ya refulgía en tus ojos, o sea que al ver que nos alejábamos tu madre secretamente aprobaba y hasta agradecía y hacía de cuenta que no pasaba nada, No olviden traer pandeyucas para el desayuno de mañana, gritó cuando ya traspasábamos el portal, Claro, Eugenia, cuántos pandeyucas quiere que le traigamos, le contesté yo, lo cual traducido a lenguaje Londoño equivalía a un Yo sé que usted sabe que aquí hay una tragedia montada pero quédese tranquila que se la dejo pasar, despreocúpese, no se la voy a echar en cara porque yo también sé jugar ese juego que se llama No pienso en eso ergo no existe, o No se habla de eso luego no ha sucedido, Cómo no, Eugenia, claro que volvemos temprano, y así, ta, ta, ta, tú sabes a qué me refiero, Agustina mi amor, a ese intercambio de frases que quieren decir justamente lo contrario, en medio de todo me da lástima tu madre, ¿alguna vez te has puesto a pensar, nena Agustina, qué distinta de sus sueños le vino a resultar la vida a tu pobre madre? Y mientras tanto tú, mi linda niña loca, sentada detrás de mí en la moto, seguías machacando con advertencias apocalípticas sobre el famoso legado, hasta que arrancamos a volar por esa carretera sin pavimento y cada vez que yo amagaba con mermarle al vértigo tú desde atrás me lo impedías, Dale más rápido, Midas, corre, no pares, y venga otra vez con el cuento del dominio y del legado, ay, nena Agustina, cuando tu cabeza se dispara por ese ladito chueco, que Dios nos ampare. Francamente te digo que no sé cómo no nos matamos por esa carretera, yo prendido a mi moto, tú prendida a mí, tu locura prendida a ti y los cuatro volando en estampida ciega y a mil por hora, hasta llegar al caserío de Puente Piedra y ahí Agustina le indicó al Midas que se detuvieran a tomar café, él le hizo caso, entraron a una tienda, pidieron dos tintos y ella soltó la risa, recuperada ya de la cabeza y hasta divertida, como si volviera a estar habitada por sí misma y no por esa otra, Vaya, vaya, le dijo al Midas dándole un abrazo, nos escapamos justo antes de que se armara la podrida, y él, también de buen humor, Qué provocadora eres, Agustina, yo creo que usas esos guantuchos atroces sólo para enloquecer a tu hermano Joaco, Es verdad que son mañé, reconoció ella y propuso que fueran a enterrarlos en algún lado, así que se encaramaron de nuevo en la moto y encontraron a la orilla de la carretera un potrero que a ella le pareció apropiado, Te quitaste los guantes, los tiraste a una acequia y nos quedamos ahí parados mirando cómo se los tragaba esa sopa de agua verde y espesa, como el día seguía espléndido y el sol acogedor, decidimos tendernos en el pasto y de pronto el mundo era cómico, niña Agustina, pese a que eres dueña de innumerables hectáreas allí estábamos, invasores de terreno ajeno, atentos a que no nos echaran los perros pero contentos, otra vez adolescentes, amigazos, conchabados, debe ser cierto eso de que quienes han compartido sábanas nunca se apartan del todo. Se pusieron a conversar sobre el regreso del Bichi y Agustina se estremecía de emoción con la noticia, Cuando regrese mi padre…, dijo, Quieres decir cuando regrese el Bichi, la corrigió el Midas y la volvió a corregir la segunda vez que lo dijo, pero ya a la tercera sospechó que era mejor dar el timonazo y swichar de tema para salirse del terreno minado, No sabes el merequetengue que tengo armado en el Aerobic’s, le comentó y Agustina ya lo sabía porque unas horas antes, en la casa de tierra fría, lo había traído a cuento la mujer de Joaco, que es habitué del gimnasio, al preguntarle al Midas si había resuelto el enigma de la desaparecida, Y en medio de esa conversación tu hermano Joaco me sugirió, por burlarse de ti, o por burlarse de mí, que te llevara a que adivinaras el paradero de la tal enfermera, Con suerte Agustina la localiza en Alaska, como al hijo del ministro, había echado a chacota Joaco, y así las nenas del Aerobic’s se calman y dejan de echarle la culpa al Midas. Y luego, en el potrero aquel, volví a poner el tema como sofisma de distracción para enfriar las revoluciones de tus neuronas y me alegré al ver que picabas el anzuelo, esas historias de desaparecidos y de misterios siempre te han dado en la vena del gusto, así que el Midas le da cuerda a Agustina inventando para ella versiones payasas del drama, Me puse a imitar al fantasma de Sara Luz y a las gimnastas histéricas que se dejan asustar por ella, te hice mil monerías, mi bella Agustina, buscando que tus dos manos no empezaran de nuevo la refriega, tratando de que no regresara ese fulgor dañino a tu mirada, y tú te entusiasmaste, dijiste que estabas conectada a esa mujer y que sentías que ella tenía un mensaje para ti, Creo que necesita indicarme dónde está, había dicho Agustina y el Midas se alarmó, esas frases le parecieron a todas luces delirantes así que insistió en que mejor fueran al cine, estuvieron un buen rato tratando de ponerse de acuerdo en la película, él quería verE.T., ella se emperraba en Flash Dance y como ninguno de los dos cedía, optaron por fumarse un bareto ahí echados bajo la amabilidad del último sol de la tarde, y sin saber cómo ni a qué horas reincidieron en el rollo de la enfermera. El Midas, que ahora todo lo veía con buenos ojos gracias a la hierbita santa, accedió calculando que quizá a fin de cuentas no fuera una idea tan mala, Total la temperatura pronto empezaría a bajar, no teníamos acuerdo en lo del cine ni futuro en aquel potrero, quién quita que Joaco llevara razón al decir que uno de esos golpes premonitorios de Agustina podría causar cierto efecto beneficioso entre las nenas del Aerobic’s, es decir, efecto para mí beneficioso en el sentido de tirar a todo el mundo al despiste mediante tus visiones, que con tu perdón, muñeca de mi vida, siempre me han parecido descabelladas; te confieso que llegué a imaginarte embebida de don profético, entrecerrando los ojos, respirando hondo, entrando en trance y produciendo un veredicto que ubicara el supuesto paradero de la supuesta enfermera en un lugar ostensiblemente remoto, digamos que visualicé un cuadro como el siguiente, yo entrando contigo justo antes de que empezara la súper rumba de las cinco de la tarde, que los sábados es muy concurrida así que contaríamos con público suficiente, Atención, por favor, atención, gritaría el Midas, como sé que hay mucha inquietud con respecto a una mujer que lamentablemente ha desaparecido, y como de todo corazón queremos contribuir a encontrarla, como somos los primeros interesados en que aparezca y pueda regresar sana y salva a casa con sus seres queridos tal como se merece y como nos merecemos todos, les he traído a la famosa y reconocida vidente Agustina Londoño, y tan pronto yo mencionara tu nombre los presentes te reconocerían y exclamarían ¡Sí, es ella, es la muchacha que encuentra gente perdida!, y yo pediría silencio para poder continuar, Ahora ella pasará los dedos sobre la firma que esa desafortunada mujer aparentemente dejó en nuestro libro de registro, pondrá en funcionamiento sus poderes mentales e intentará ubicar su paradero; más o menos ése era el cuadro tal como lo imaginaba el Midas cuando acogió la disparatada iniciativa de llevar a Agustina al Aerobic’s, y entonces tú harías lo tuyo y dirías muy convencida algo así como La veo, la veo, puedo ver que una mujer llamada Sara Luz Cárdenas Carrasco huyó con un novio dominicano a San Pedro de Macorís y que allá viven felices y comen perdices, o, variante número dos, ¿Dónde estás, Sara Luz? ¿Sara Luz? Oh, sí, ya te veo, mi sexto sentido me indica que estás presa en una cárcel de la ciudad de Nueva York, ¡oh, no! te metiste de mula, Sara Luz, te delató la azafata porque encontró sospechoso que no te comieras ese pollo con zanahoria que te sirvió en bandeja de cartón, te detuvieron con bolsas de coca entre el estómago en el aeropuerto John F. Kennedy y ahora estás encadenada y condenada a ciento veintisiete años de prisión en una celda sin ventanas, o, tercera variante, quizá todavía mejor que las anteriores, No señores, esta firma no es la suya, el gran poder de mis ojos me revela que esta firma es fraudulenta, es una firma falsificada, alguien por gastar una broma pesada estampó esta rúbrica que no es la de la auténtica Sara Luz Cárdenas, no sé, Agustina chiquita, nuevamente perdóname, le ruega el Midas McAlister, no fue más que otra de mis payasadas, otro solle de maracachafa, otra de esas ideas absurdas pero divertidas por las que me dejo llevar, en realidad pensé que aquello para ti no pasaría de ser un juego y que a mí podía favorecerme o en cualquier caso no perjudicarme, cómo iba yo a adivinar que la cosa iba a terminar como terminó, si a fin de cuentas tú eres la experta en adivinaciones.

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