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Authors: Megan Maxwell

Deseo concedido (11 page)

BOOK: Deseo concedido
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—Te cambio un trozo de salmón por tus pensamientos —le ofreció Alana.

—Saldrás perdiendo, no pensaba en nada especial —sonrió Axel al mirar a su mujer, tan bonita, juiciosa y cariñosa.

—Pues entonces, ¿por qué no le quitas ojo al pobre Niall? —susurró Alana señalando con el dedo al muchacho, que comía distraído en la mesa de la derecha.

—No creo que Niall sea la mejor opción para Gillian. Ella sufrirá por él y no quiero.

—¿Tú eras la mejor opción para mí? —preguntó Alana sorprendiéndole.

—Eso tienes que responderlo tú —susurró desconcertado.

Ella sonrió con coquetería.

—¿Sabes? Para mí, siempre has sido mi hombre y te he querido a pesar de que tú no me mirabas, ni me sonreías.

—No te miraba porque me gustabas demasiado —rio tocándole la punta de la nariz—, y no quería que los demás se mofaran de mí.

—Y ¿por qué no puedes pensar que a tu hermana y a Niall les pasa lo mismo? ¿Acaso no ves cómo Gillian le busca y cómo Niall la mira? ¿No ves un comportamiento parecido en ellos, como en su tiempo tuvimos nosotros?

—Eso es lo que me da miedo —respondió Axel señalando hacia la arcada.

En ese momento, Niall había dejado de comer al entrar Gillian, y una tonta sonrisa se instaló en la cara de los dos.

—Él se marchará mañana para sus tierras —se desesperó Axel—. ¿Crees que querrá volver a por Gillian? Y si es así, ¿crees que a mí me gustará que ella se marche de mi lado?

Alana le entendió. Alex adoraba a su hermana, pero debía comprender que ella también había crecido, y ya era una mujer.

—¡Míralos! —sonrió Alana—. ¿Acaso me vas a decir que no ves cómo se miran? En cuanto a Niall, claro que volverá a por ella. ¿Lo dudas? Y respecto a no querer que ella se marche de tu lado, es muy egoísta por tu parte, Axel. Ella tiene derecho a ser feliz. Gillian ya no es una niña, es una mujer enamorada de un guerrero tan valiente como su hermano.

—Alana —suspiró mirando a su mujer—. Tengo miedo de que sufra, de no estar yo cerca para ayudarla.

Con cariño miró los ojos de su marido, y tomándole la mano por debajo de la mesa le susurró:

—Ése es el precio que todos pagamos cuando maduramos. Tenemos que aprender a defendernos solos en la vida. Y, por favor, haz caso a Magnus. Es más sabio de lo que tú quieres reconocer y, al igual que tú, sólo busca la felicidad de Gillian.

—Lo pensaré —susurró mirando cómo Gillian se acercaba a Niall. Volviéndose hacia su mujer, añadió—: Todavía no me has respondido si yo he sido tu mejor opción.

—Eso, mi señor —bromeó Alana levantándose—, te lo contestaré si me acompañas a nuestra habitación.

Dicho esto, Axel se levantó con una sonrisa lobuna de la mesa. Sin decir nada, se alejó junto a su esposa mientras Gillian se acercaba a Niall.

—Veo que te gusta nuestro asado de ciervo con manzana.

—Está delicioso —respondió Niall y, señalando a Axel, comentó—: Se le ve sonriente hoy. Quizás el matrimonio le siente bien.

—A eso creo que se le llama amor —indicó Giman mirando la cara de felicidad de su hermano y la sonrisa picaruela de Alana.

—Complicada palabra esa llamada «amor» —se mofó invitándola a sentarse junto a él, mientras veía entrar por la puerta a Duncan, Lolach, Myles, Ewen y Mael.

—Para mí es una bonita palabra —señaló Gillian sonrojándose—, aunque sus resultados a veces son nefastos y malos para el corazón.

—¿Por qué dices eso?

—Tengo una amiga —comenzó tartamudeando— que está enamorada desde hace años de un guerrero. Pero este guerrero es demasiado tozudo para fijarse en ella y prefiere las guerras al amor.

—¡Qué curioso! —sonrió Niall levantando una ceja al escucharla—. Tengo un amigo al que le ocurre lo mismo.

Los ojos chispeantes de ella le miraron.

—¿De veras? ¿Y qué ha hecho?

—Todavía nada —respondió mientras tocaba un rizo rubio rebelde de la muchacha—. Este amigo tiene miedo de hacerle daño, por lo que controla sus instintos y se mantiene alejado de ella.

Aquella contestación no gustó a Gillian, que tras hacer un mohín dijo:

—¿Hasta cuándo crees que podrá controlar sus instintos tu amigo?

Niall, deseoso de tomar aquellos labios tan tentadores, suspiró y contestó:

—Eso está por ver. De momento, la mejor opción que tiene es alejarse de la dama, para así poder aclarar sus ideas y seguir su camino.

En ese momento, Duncan y Lolach se sentaron junto a ellos, por lo que la conversación se cortó ante la rabia de Gillian, quien entendía con aquello que Niall no quería nada con ella y por eso se marchaba al día siguiente.

—¿Sabes, Niall? —dijo sin importarle que ya no estuvieran solos—. Espero que tu amigo, el cobarde, algún día sepa lo que necesita. Yo, por mi parte, animaré a mi amiga a que se olvide de él y se enamore de otro hombre que sepa hacerla feliz.

Tras decir aquello, se dio la vuelta y se marchó, dejando a Niall con la palabra en la boca.

—¡Vaya! —rio Lolach—. Veo que sigues progresando con Gillian.

Niall no respondió; se limitó a mirar cómo ella, ofuscada, se alejaba.

—¿Por qué no intentas alejarte de ella? Así no tendrás problemas —lo regañó Duncan clavando sus ojos en el muchacho que cruzaba el salón. Aquel muchacho era Sean y no le gustó nada el descaro con que le miró.

—Esa chica tiene un genio de mil demonios —rio Mael.

—Voy a preparar mi caballo —gruñó Niall saliendo del salón mientras escuchaba las risotadas de Lolach junto a Myles y Ewen.

Tras pasar una noche en la que más de uno no pudo pegar ojo, Lolach y Duncan reunieron a sus guerreros en el patio del castillo. Gillian se asomó desconsolada a la ventana de su habitación.

Alana, junto a Axel, salió a despedirles y no se sorprendió cuando vio a Duncan, Lolach y Niall con gestos serios y ofuscados. En sus rostros se leía el desagrado por su partida, cuando debían estar felices por volver a sus tierras.

Niall, en un momento dado, levantó la vista hacia la ventana de Gillian y, tras mirar y no ver nada, malhumorado, giró su caballo y se marchó.

—Gracias por tu hospitalidad, Axel —agradeció Duncan montado en su caballo.

—¿Cuándo volveremos a veros? —preguntó Alana, entristecida.

—Quizá dentro de unos meses —señaló Lolach—. Aunque Axel ya sabe que, en cuanto nos llame, estaremos aquí.

—Gracias, amigos —correspondió Axel—. Espero que tengáis un buen viaje y que pronto nuestros destinos vuelvan a unirse.

Y, tras estas palabras, los famosos y temidos guerreros comenzaron su viaje a las tierras altas, mientras Megan y Shelma, con el corazón partido y atrincheradas tras unos álamos, les observaron alejarse.

Capítulo 8

El castillo recuperó su normalidad tras la marcha del último invitado. Apenadas y entristecidas, Megan y Shelma retomaron sus quehaceres diarios, mientras en sus corazones el nombre de un guerrero quedó marcado a fuego. Ambas sabían que aquello era imposible. Lolach y Duncan eran señores de sus clanes, y sus gentes nunca aceptarían como compañera de su
laird
a una mujer que tuviera sangre inglesa.

Durante dos días, Gillian no paró de sollozar, llegando a crispar los nervios de Axel y Magnus, que comenzaron a pensar encerrarla en una de las almenas y no dejar que bajara hasta que se tranquilizara.

Pasados veinte días, llegó hasta el castillo una misiva. Era de Robert de Bruce. Le pedía a Axel que se reuniera con él en Glasgow. Tras indicar a unos doscientos hombres que lo acompañaran y dejar al mando de todo a su buen amigo Caleb, se despidió de Alana y partió para encontrarse con Robert de Bruce.

La cuarta noche después de la partida de Axel, mientras todos dormían, de pronto Megan escuchó un chillido y se tiró de la cama con rapidez. Una vez que hubo cogido su daga y su espada, observó a su alrededor, dándose de bruces con Shelma, que al igual que ella había escuchado algo extraño. Con cuidado se asomaron por la pequeña ventana que tenía la cabaña y sus ojos se abrieron horrorizados cuando vieron lo que ocurría. Sus vecinos corrían de un lado para otro perseguidos por hombres que no eran de su clan. Angus, al escuchar el jaleo, se levantó y la sangre se le heló al ser consciente de lo que ocurría. Estaban siendo asaltados.

De pronto, la arcada de la cabaña se abrió dando un tremendo golpe y ante ellas aparecieron dos hombres desdentados y con aspecto de asesinos. Sin pensárselo dos veces, Megan blandió su espada al aire y tomó posiciones para recibir el ataque que aquellos terribles hombres iniciaron. Con valentía y destreza, Shelma y Megan se defendían.

—Saca a Zac de aquí, abuelo —gritó Megan sin quitar ojo al hombre que frente a ella decía cosas terribles.

—¡Malditos seáis! —bramó enfurecido Angus—. ¡No toquéis a mis nietas!

—¡Llévate a Zac, abuelo! —vociferó Megan sintiendo que apenas podía respirar.

—¡Buscad a Mauled! —gritó Shelma, paralizada, con su daga en la mano.

Tras la marcha de Angus y el pequeño Zac, los asaltantes miraron con cara de deseo a las muchachas.

—Patrick, creo que nos daremos un festín con estas dos tiernas palomitas. Qué suerte la nuestra, son las bastardas que estamos buscando —rio uno de los hombres al contemplarlas.

—Atrévete a ponerle la mano encima a mi hermana y conocerás el sonido del acero entrando en tus carnes —rugió Megan, angustiada, mientras observaba al abuelo, Zac y Mauled correr colina arriba.

—Me encantan las morenas como tú —baboseó el hombre que estaba frente a ella.

—Pues más te encantará luchar conmigo —sonrió Megan comenzando un ataque con la espada que dejó al hombre sorprendido.

—Mi intención es llevarte viva, aunque antes me gustaría probar la mercancía.

—¡Eso no te lo crees tú ni loco! —siseó Shelma al escucharle.

—Atrévete a tocarnos —rugió Megan—, y te arranco la piel a tiras.

—Tienes coraje, ojos oscuros —admitió riendo el hombre mientras observaba cómo la chica se movía con destreza y salía de la cabaña.

Desde el castillo, al ver el fuego procedente de la aldea, dieron un toque de alerta.

Shelma, asustada, luchaba como podía, mientras Megan, como una heroína, dejaba latente su destreza con la espada.

Al final, Megan consiguió deshacerse de aquel terrible asesino clavándole la espada sin piedad en su cuerpo. Aquella lucha reflejaba la supervivencia de ella o de él y, sin dudarlo, primó la de ella. Mirando a su alrededor, con el corazón en un puño, vio cómo otros hombres prendían fuego a los techos de paja de su cabaña mientras sus vecinos corrían horrorizados de un lado para otro. Con los ojos vidriosos por la rabia y la impotencia, observó a Shelma aún luchando y, como el más fiero de los guerreros, se lanzó contra aquél, matándole en el acto.

—¿Dónde están Zac, Mauled y el abuelo? —preguntó angustiada Shelma mirando aquel cuerpo muerto ante ellas.

—Colina arriba, en busca de ayuda —respondió jadeante Megan al ver a Sean cerca del establo. Estaba ardiendo, por lo que corrió con la esperanza de poder sacar los caballos y salvar a lord Draco—. ¡Dios mío, los caballos!

Abstraída por sacar los caballos, no vio cómo dos hombres sujetaban y tiraban al suelo a su hermana. Horrorizada, Shelma comenzó a patalear y a chillar todas las palabras que en vida su madre le hubiera prohibido, mientras uno de los hombres intentaba levantarle las ropas. De pronto, Shelma notó cómo uno de los hombres caía a su lado. Al mirar, vio a Zac que, asustado, empuñaba un pequeño puñal.

—¡Suelta a mi hermana! —gritó el niño con lágrimas en la cara.

—¡Zac! Corre, corre —gritó Shelma incorporándose cuando el hombre que continuaba frente a ella alzaba la espada.

Pero el atacante no les dio oportunidad de escapar. Cogiendo a Zac por el pelo, puso la espada en su cuello y, con una sonrisa sádica, siseó:

—¡No volverás a correr nunca más en tu vida, bastardo escocés!

Cuando Shelma estaba a punto de gritar ante la impotencia de no poder hacer nada, vio que una sombra se abalanzaba sobre el hombre haciéndole caer a un lado.

—¡Mauled, cuidado! —vociferó Shelma al ver que había sido el anciano quien se había lanzado como un salvaje para proteger a Zac. Pero el guerrero fue más rápido que el viejo y, sin piedad, le clavó su espada en el estómago.

—¡No! —gritó horrorizado Zac. Lo hizo tan fuerte que atrajo la atención de Megan, que en ese momento salía tosiendo junto a Sean de los establos.

—¡Maldito inglés! —gritó Shelma enloquecida al ver el dolor y sufrimiento en el rostro de su amado Mauled—. ¡Maldito seas tú y todos los de tu calaña! —rugió cogiendo el puñal que momentos antes llevaba Mauled. Se abalanzó sobre él y se lo clavó en el corazón.

—¡Shelma! ¡Zac! —aulló Megan corriendo hasta ellos y quedándose aturdida al ver a Mauled herido—. ¡No…, no, por favor! —gritó tirándose junto al anciano—. ¡No te muevas! Por favor, Mauled. ¡No te muevas! —sollozó mientras taponaba la espantosa herida de la que manaba mucha sangre.

Shelma no podía hablar, ni moverse. Sólo miraba las manos de su hermana cubiertas de sangre y el dolor en la cara de Mauled.

—Iré a buscar ayuda —gritó Sean desapareciendo de su lado.

—Tranquilas, muchachas —susurró el anciano con la frente encharcada en sudor—. No os preocupéis, no me duele. —Y perdiendo el brillo de sus ojos dijo—: Los
highlanders
volverán, os hemos enseñado todo lo que sabemos y sólo espero que…

—Te llevaremos a casa y te curaremos —susurró Megan con los ojos llenos de lágrimas.

Pero una serie de convulsiones sacudieron el cuerpo del anciano y murió.

Con el corazón roto, Megan se agachó y besó con cariño al anciano que tanto les había dado. Intentando no llorar y sin mirar directamente a Zac, preguntó:

—¿Dónde está el abuelo?

—Con Mauled —susurró Zac.

—¡¿Qué?! —gimió Shelma sin respiración.

—Está allí —señaló el niño con la mirada perdida.

Megan echó a correr colina arriba notando cómo las lágrimas surcaban su cara. Encontró a su abuelo Angus tirado en el suelo, muerto como Mauled. Horrorizada por aquello, se dejó caer encima del anciano y, desesperada, comenzó a llorar y a gritar.

No supo cuánto tiempo pasó allí. Alguien se agachó junto a ella y la abrazó. Era Gillian que, alertada por los guardias del castillo y a pesar de poner en peligro su vida, había corrido hacia la aldea para encontrarse con la destrucción y el horror.

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