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Authors: Jens Lapidus

Dinero fácil (50 page)

BOOK: Dinero fácil
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Abdulkarim y Fahdi en casa de vuelta de Londres. Evidentemente, tenían allí un negocio enorme en marcha. Abdulkarim había llamado. Se había mostrado reservado. De todas formas se notaba: su voz estaba al borde del éxtasis. Informó brevemente; en unos meses llegaría un cargamento. No dijo de qué, ni cuánto, ni de quién, ni exactamente cuándo, ni cómo. Hasta entonces venderían los gramos que había conseguido Jorge recientemente por medio de la brasileña. Más otros cargamentos pequeños que esperaban. Sobre todo continuarían ampliando el mercado. Más canales de venta, áreas, personas implicadas.

La coca se estaba convirtiendo en algo realmente grande. Jorge estaba contento de haberse quedado en Suecia. Pensó en cuando JW se agachó sobre él en el bosque. Le explicó la gran expansión por el extrarradio de Abdulkarim. Y ahora entraba más pasta que en la mayor empresa bursátil. Los predestinados pasos de un tío del extrarradio.

En el mundo de las ideas de Jorge, el dinero se convertía más y más en un medio, no en una meta. Un instrumento con potencial para realizar el proyecto R.

Siguiente fase: trabajarse lo de Yate Karl.

Jorge sabía lo siguiente: Radovan llevaba actividades basadas en la prostitución. Nenad era el responsable. A las chicas las traían de la antigua Yugoslavia y otros países del Este. Al más puro estilo
Lilja 4-ever
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. Además, había mujeres suecas implicadas. El burdel donde había estado Nadja era una parte de la actividad. El lugar lo gestionaban la madame, Jelena Lukic y el tío de la americana. Jorge había investigado; nombre: Zlatko Petrovic. Nadja había tenido un chulo propio o novio: el tío gigantesco, Micke. El papel de este último, poco claro. Más interesante: el burdel del piso no era el único en el imperio de putas de Radovan. Había más. Se ejercía la prostitución en sitios más elegantes con chicas más elegantes. Nadja se lo había contado: hombres suecos participaban en fiestas cuyo único objetivo era que los pobres diablos pudieran mojar. Probablemente le pagaban muy bien a Radovan. Además, al jefe yugoslavo le proporcionaría contactos y protección. El inconveniente: nada señalaba directamente a Radovan, ni siquiera a Nenad. Todos sabían quién estaba detrás pero nadie había visto nada. Con una excepción: Nadja había visto a Radovan en una de esas veladas. Tenía que encontrarla. Saber más.

Según Nadja había dos personas relacionadas con las fiestas para conseguir chicas: un tal Jonte y un tal Yate Karl.

Según Sophie: un tal Jet-set Carl; el chico de oro de Stureplan, organizador de fiestas, el fiestero número uno.

Según Jorge: los nombres se parecían demasiado para ser casualidad.

Por la noche. Jorge en marcha. Sentado con Fahdi en casa del gorila. Vodka, Schweppes Schizan y hierba en la mesa. Vasos de Ikea, cubitos de hielo a medio derretir en un plato hondo. Papel de fumar y encendedor. En la tele: a Jenna Jameson se la estaban tirando dos tíos cachas americanos, el volumen quitado. En el estéreo: Usher. Fahdi informó con seriedad:

—Primer negro con tres éxitos en la lista de Billboard en Estados Unidos. Cerdos racistas.

Fahdi había sido claramente influido por Abdulkarim. En general opinaba que USA se deletreaba Satán. Aprovechaba cada oportunidad para mostrar su desprecio por ese país.

La idea de Jorge para esa noche era sencilla. Iban a ir al centro. A asaltar Stureplan. Encontrar a Jet-set Carl. Luego, Jorge hablaría con el tío. Al final: él y Fahdi se conseguirían una rubia cada uno. Con suerte, poder irse a la casa de ellas.

Fahdi hablaba de Londres. Enseñó con orgullo su chaqueta de Gucci. Describió a las
strippers
más caras, las tiendas más lujosas, la pasada de gente. Describió la pistola que había tenido allí.

Jorge, moderadamente impresionado. Recordaba el arsenal que Fahdi escondía en el ropero. El tío era un ejército andante.

Apuraron las bebidas.

Jorge se levantó.

—¿Nos llevamos un poco de diversión?

Señaló hacia la cocina, donde básculas y papelinas se encontraban esparcidas junto con bolsas de cierre con coca.

Fahdi también se levantó.

—¿Para nosotros o para vender?

—Para vender no. Yo ya casi he dejado de vender directamente al consumidor final. Además, ése es el territorio de JW. No competimos entre nosotros. ¿Cuándo vuelve?

—Ni idea. Tiene que arreglar unos asuntos en Inglaterra. Se queda unos días más.

Jorge pensó: Fahdi, los chicos de
Dos tontos muy tontos
eran listos en comparación. No entendía las reglas del juego. La pirámide, algunos vendían en la calle, otros vendían al vendedor y otros vendían a los vendedores de los vendedores. Jorge en la actualidad, casi arriba del todo. Pero Fahdi tenía virtudes: una especie de bondad y, naturalmente, su fuerza muscular.

Pidieron un taxi. La grabación automática del otro lado de la línea: «¿Desea un taxi para Rosenhillsvägen ahora mismo? Pulse uno».

Jorge dijo:

—¿Por qué tienen que gritar siempre justo el nombre de la calle al doble de volumen que el resto de la frase para que a uno le piten los oídos el resto de la noche? —Jorge pulsó uno.

Bajaron. Entraron en el taxi.

La noche de Estocolmo en el centro.

Stureplan en plena acción.

Se bajaron junto a Svampen
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. Miraron a su alrededor. ¿Por dónde empezar?

Los sitios de marcha del centro de Estocolmo tenían su propia separación de clases. Kharma, Laroy, Plaza y Köket: arriba del todo. Los más ricos/los más pijos/los mejores. Sturehof, Sturecompagniet, Hotel Lydmar: el siguiente nivel. Bien/pijillo/público algo mayor. Spy Bar, Clara's: gorilas de la mafia yugoslava/ garitos de famoseo. The Lab, East: clientela propia. Undici, Crazy Horse: garitos cutres para vikingos de los de toda la vida.

La ecuación sencilla: Jorge y Fahdi tenían que entrar en la clase superior. Lo más difícil. Sobre todo para dos hombres inmigrantes con la palabra «patero» escrita en la frente con letras luminosas.

Empezaron en Köket. Una cola tremenda, chicas de diecisiete años con tan poca ropa encima que pasarían frío en una noche de verano. Chicos de Östermalm inmaduros con abrigos y pelo engominado. Pijos más mayores, salidos, con abrigos más lujosos, también con pelo el engominado. Tíos que se pasaban la vida alrededor de ese sitio. Trabajaban en las compañías de inversiones que rodeaban Stureplan, almorzaban/cenaban en los restaurantes de Biblioteksgatan, Birger Jarlsgatan y Grev Turegatan, vivían a un tiro de piedra de ahí, en Brahegatan, Kommendörsgatan, Linnégatan. Y, por supuesto, salían de fiesta por allí.

Delante del todo de la cola se vislumbraba al legendario Paddan. Verdadero nombre, Peter Strömquist. Una personalidad en Estocolmo. Hijo de millonario. Con sobrepeso. Invitado obligado en todas las fiestas a las que un pijo que se precie soñaba con que le invitaran. Conocía todo y a todos. Buena señal que estuviera entrando en Köket.

Desde la perspectiva de Jorge: la sensación de sentirse fuera de lugar acentuada. La masa de personas era la repetición de la sociedad feudal. Algunos compraban el derecho a entrar. Algunos jugaban a ser pequeños príncipes en el territorio de Estocolmo. Otros eran reyes, como el Jet-set ese. Algunos vendían sus almas haciendo de muñecos de lego, los porteros. Los pateros, abajo del todo, con suerte podían acceder mendigando.

El único truco que conocía para entrar era sobornar.

Fahdi abrió camino. Echó a las chicas a un lado. Un billete de quinientos enrollado en la mano. El portero le miró primero sin comprender. Mensaje: ya sabes de sobra que aquí no vas a entrar. Vio el billete. Miró a Jorge.

Les dejó entrar.

Lleno de gente.

La música retumbaba, algo que sonaba más bien como distintos tonos de llamada de móvil.

En el bar, un grupo de chicos atacaban a dos tías con la ayuda de champán en cubiteras. Las tías bailaban sin irse muy lejos. Pestañeaban. Se dejaban invitar.

Fahdi fue al bar. Pidió dos cervezas.

Jorge bajó por la escalera a la planta inferior del local. Pasó por la cabina del DJ. Esa noche pinchaba DJ Sonic. El tío normal que se había convertido en la mascota simpática de los chavales de Östermalm. A la vista, una clase en viaje de estudios. Sonrió como si las reconociera al noventa por ciento de todas las pibas que se cruzó.

Jorge reconoció caras. Nadie le reconoció a él. Gracias a Abdulkarim y a la crema autobronceadora. Pese a eso, J-boy seguía siendo un panchito. No valía nada.

Paró a una chica al azar.

Mirada de sobresalto.

—Tranquila, tía, sólo quería saber si has visto a Jet-set Carl esta noche.

Respuesta en blanco. No sabía de quién hablaba.

Siguió preguntando. Fahdi apareció con dos cervezas en la mano. Preguntó a Jorge qué estaba haciendo.

No tenía sentido explicárselo.

Se alejó de él bailando.

Preguntó a más.

Las tías, bronceadas. Los tíos, todos se parecían a JW. Jorge subía y bajaba la escalera. Se agachaba y preguntaba a la gente al oído. Intentó parecer neutral. Justo en ese momento no quería que pensaran que estaba ligando.

Siguió durante cuarenta minutos.

Al final una chica le gritó al oído, apenas se oía por la música:

—Casi siempre está en Kharma.

Jorge intentó encontrar a Fahdi en la multitud. No le veía. Intentó llamarle al móvil. Ni siquiera oía la señal de llamada; ¿qué posibilidades había de que Fahdi oyera su móvil con la música de fondo?

Pasó de él.

Jorge salió a la calle. Subió por Sturegatan. Mandó un SMS a Fahdi: «Me voy a Kharma. Ve ahí luego».

La cola parecía una masa orgánica disfrazada de esperanza humana. La humillación peor que el frío bajo cero; el racismo escupido directamente a la cara.

Momento adecuado. Mirada adecuada. En la mano del portero el dinero. Quinientos pavos. Contacto visual. La mano del portero hizo una seña. Pasa. Jorge estaba dentro. Se lo repitió a sí mismo: J-boy, estás dentro.

Perfecto
*.

En el bar pidió una Heineken en botella. Miró alrededor. Reconoció a algunos pateros afortunados en una mesa. Jorge se acercó. No le reconocieron. Sin embargo se notaba que sentían un vínculo, sabían que él estaba en la misma situación que ellos. Donde no pegaba y feliz.

Charlaron un rato. Pusieron nota a las tías. Elogiaron escotes. Elogiaron culos. Jorge les invitó a una raya rápida. Vueltos contra la pared. En el dorso de la tarjeta de crédito, esnif, esnif. Funcionó.

El mundo aumentaba el ritmo. Jorge a tope.

Preguntó al camarero por Jet-set Carl.

—Muy fácil —contestó el tío del bar—, siempre viene a eso de la una, está en la taquilla y recibe a la gente.

Jet-set Carl: el tío de las putas.

Jorge esperó. Los inmigrantes de la mesa atacaban a las chicas de instituto de Djursholm. Choque cultural de magnitud. Las tías seguro que nunca habían siquiera hablado con alguien de un país de fuera de Europa, salvo el niño adoptado de la clase de al lado. El punto de vista de los tíos, sencillo: todas las tías suecas me desean y por eso mismo son putas.

Jorge observó el juego. Los tíos invitaban a copas. Hacían todo lo que podían. Las tías aceptaban y bebían. Al mismo tiempo los despreciaban. Según Jorge, la única posibilidad de los pateros era que alguna de las pibas cogiera una buena cogorza.

Dio la una.

Un tío que podía ser Jet-set Carl estaba de pie junto a la taquilla detrás de la entrada. Vestido con americana de raya diplomática. Vaqueros. Mocasines con la hebilla de Gucci. Saludaba a todas las guapas que entraban.

Todas las vibraciones gritaban: La confianza en sí mismo de este tío nunca flaquea.

Jorge se aproximó.

—¿Qué tal?

Jet-set Carl se volvió sorprendido.

—¿Eres Jet-set Carl?

El tío se esforzó por sonreír.

—Claro. Así me llaman los que me conocen. —Énfasis en las palabras: los que me conocen; mensaje para J-boy: seas quien seas, tú NO me conoces.

—He oído decir muchas cosas buenas de ti. No sólo que llevas este sitio y que eres un tío genial. También otras cosas.

Jet-set le puso la mano en el hombro a Jorge. Eran de la misma altura.

—Perdona, pero no sé de qué me hablas.

—He oído hablar de ti y de Jonte. Juntos lleváis temas divertidos.

Algo en la mirada de Jet-set Carl. Un brillo pícaro. Luego volvió a su ser habitual y jovial.

—Discúlpame, me alegro de conocerte. Lo siento, tengo que seguir trabajando. Ya hablaremos más tarde. Que te lo pases bien.

Jorgelito plantado. Sin embargo, había visto algo en la mirada del tal Jet-set.

Jorge mandó otro SMS a Fahdi. Recibió respuesta: «Noche de suerte. Alá está conmigo. Me voy a casa de un pibón». Fahdi había ligado. Felicidades.

Jorge volvió con los inmigrantes de la mesa.

Dieron las dos. El éxtasis de la coca se terminó. Fue al aseo.

Sacó treinta miligramos de perico. Se metió una raya gorda.

El subidón se disparó. Una fantasía de energía. Pasó a la marcha más alta.

Salió del local.

Se dirigió otra vez a Jet-set Carl.

—¿Podemos hablar un momento?

Jet-set Carl hizo un gesto de evidente molestia.

—Lo siento, tengo que trabajar. ¿Podemos hablar más tarde? —Hizo un gesto con la mano.

Jorge quería hablar en ese momento. Mucho.

Demasiado tarde.

Jorge sintió que le levantaban por detrás. Intentó girarse pero tenía la cabeza inmovilizada con una llave. Brazos anchos. Guantes de portero.

Gritó. Le llevaron en volandas. Fuera.

Pensó en el subidón: ¿Dónde está Fahdi cuando hace falta?

Jorgelito expulsado. Era un perdedor enorme con el honor manchado. Patero en Kharma,
beware
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. En realidad, no eres bienvenido. Propaga el mensaje.

Pero sabía una cosa: ni los yugoslavos ni ninguno de sus aliados volverían a mandar a la mierda su dignidad.

El subidón de la coca, enorme.

Jorge no se rindió.

Era su noche.

Era la noche del proyecto.

El maricón de Radovan se iba a enterar. Con o sin Jet-set Carl. A la mierda con él. Jorge conseguiría suficiente información de todas formas.

Sólo necesitaba hablar más con Nadja.

Fahdi le había dado el número de Zlatko Petrovic. Jorge le había llamado un par de veces sin éxito.

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