Como pude, regresé a la Embajada alemana pero a los tres hombres que habían sacado de mi coche, se los llevaron a la Dirección General, que estaba cerca.
Ante el portalón de la Embajada había llegado ahora el Jefe de la Policía de Madrid, un joven de la Juventud Socialista Unificada, un ser nada recomendable; como ocurría con todo los de dicha organización, que ya no era socialista sino puramente comunista. Nos quejamos a él de la actitud de la así llamada Policía que, en lugar de ofrecernos protección, nos había agredido. Hicimos valer el escrito de Miaja en el que nos garantizaba plena libertad de actuación, lo cual no se había cumplido. El arguyó que esa libertad de actuación no podía referirse a los ocupantes españoles de la Embajada alemana porque este servicio estaba dentro de su prescripción. Nos fuimos a ver a Miaja, con el colega polaco, conde Kosziebrodsky, y con el yugoslavo, para pedirle que hiciera respetar lo convenido por él. Hablamos en primer lugar con el Coronel, Jefe de su Estado Mayor. Este trató el asunto con el General, y se puso enseguida a nuestra disposición para acompañarnos a la Embajada y darle una lección a ese joven policía. Pero una vez allí, nuestro buen Coronel se vino abajo. Adoptó el argumento del jovencito, según el cual los «ocupantes de la Embajada» que podíamos llevarnos no podían ser más que los de nacionalidad alemana. Los súbditos españoles le correspondían a él. En vano insistimos: en el clarísimo texto original del convenio nada había que se pudiera interpretar de modo distinto. Se refería a los ocupantes, sin ninguna excepción y esto lo tenía Miaja muy claro al redactar el texto. El joven policía se mantenía, con una terquedad que parecía aprendida de Largo Caballero, (el único mérito que le había llevado a tan alto puesto era el haber pertenecido con anterioridad a la guardia personal de Largo Caballero) en su unilateral interpretación, y el Coronel retrocedió vergonzosamente. La «escolta de protección» que nos había prometido Miaja se había cambiado en «tropa de ataque».
No nos conformamos con los argumentos del Jefe de la Policía y nos dirigimos al Embajador de Chile, en su calidad de Decano, para hacer valer nuestro bien documentado derecho. El embajador telefoneó a Miaja que, ahora, de repente argüía, no saber que en la Embajada de Alemania hubiera acogidos que no fueran alemanes, y se remitía al Gobierno. Con lo dicho capitulaba de manera ignominiosa ante su subordinado, el aprendiz de policía, ya que conocía de sobra la orden, según la cual, desde hacía ya semanas, tenía que haber, día y noche, frente a la Embajada alemana, un fuerte destacamento de policía en un coche, para impedir la salida de la finca de determinadas personalidades españolas allí refugiadas, acogidas al derecho de asilo. El Embajador telefoneó en nuestra presencia, a Valencia y habló con Álvarez del Vayo y con Largo Caballero. Dado que se trataba de una cuestión jurídica trascendental del derecho de asilo, exigíamos, ante todo, la prolongación del plazo fijado, con el fin de tener tiempo para reflexionar antes de proceder a negociar. Álvarez del Vayo, rechazó la propuesta con pretextos, Largo Caballero con grosería. Declaró sin rodeos que quien tuviera la nacionalidad española y estuviese en la Embajada quedaría detenido. Ante tal infidelidad a la palabra dada y contra semejante violencia nada podíamos hacer.
Y era casi la una, hora en que finalizaba el plazo impuesto, cuando regresamos a la Embajada alemana sin haber podido conseguir nada para los cuarenta y cinco españoles restantes. El portón estaba cerrado, la Policía se hallaba ya delante del mismo, formada en orden de combate dispuesta al asalto. Se procedió entonces a sacar a los alemanes que aún estaban dentro y, tras examinar sus papeles, la guardia los dejó pasar; se los llevaron a otra Legación. Dos de los alemanes se quedaron >voluntariamente dentro y se entregaron a la policía española. A la 1’15 estaba yo todavía solo en el jardín de la Embajada. Los refugiados españoles se habían retirado al interior de la casa, amedrentados, ya que no podían prever el trato que les esperaba. La finca quedó como muerta; fuera estaba la Policía dispuesta al ataque. Entonces entró el que mandaba la tropa policial, que era un Capitán y me explicó que yo tenía que salir ahora de la Embajada ya que había recibido la orden de tomarla por asalto a la una y entonces me tendría que considerar como perteneciente a la misma. Apenas salí fuera de la Embajada cuando la policía penetraba con las pistolas, ya sin seguro, y con los rostros en fuerte tensión para lanzarse sobre la casa. Sin duda esperaban resistencia. Afortunadamente ésta no se dio y todo transcurrió pacíficamente. Prendieron a los acogidos, los llevaron a cárceles, donde estuvieron durante meses. Más adelante, sin embargo, recobraron todos su libertad.
Pero unos días después, recibí por mediación de una Embajada amiga, un telegrama del Ministerio noruego en el que se me comunicaba que el Gobierno de Valencia me había acusado como «persona no grata» y que se esperaba, por tanto, mi petición de renunciar a mis cargos de Encargado de Negocios y de Cónsul. Mi actuación con referencia a los razonamientos y disputas entre el Cuerpo Diplomático y el Gobierno con relación a los hechos ocurridos en la Embajada alemana, a pesar de contar siempre con la conformidad de los demás diplomáticos, tenía, por lo visto, que servir de pretexto para que se produjera mi alejamiento, deseado con vehemencia, desde hacía mucho tiempo, por Álvarez del Vayo.
No podía yo, empero, abandonar mi puesto. No estaba decidido, en modo alguno a dejar a su suerte a las seiscientas personas que en aquel momento estaban refugiadas en la Legación. Tal destino en este caso equivaldría, más o menos, a que el Gobierno de Valencia se aprovechara, sin duda alguna, de la vacante dejada por mí para apoderarse de esos refugiados, tal como ya varias veces, lo había intentado. Apelé por tanto, en interés de esas gentes necesitadas, de protección, al Cuerpo Diplomático, a cuya intervención se debió que el Gobierno Noruego diera una solución al asunto, que hacía posible mi permanencia al frente de la Legación de Madrid. Así sufrió Álvarez del Vayo el segundo desaire.
A finales de diciembre, el Gobierno noruego envió a un Secretario de Embajada, en calidad de Encargado de Negocios, ante el Gobierno de Valencia. Yo permanecí en Madrid ejerciendo las demás funciones que había desempeñado hasta la fecha.
Se produjo entonces de momento, una situación muy peligrosa, que duró unas cuantas semanas, porque el nuevo Encargado de Negocios en Valencia declaró públicamente que el Gobierno noruego nada tenía que ver con los refugiados en la residencia del ex Ministro de la Legación de Noruega; esa era una iniciativa privada mía. Se podía presentir que el Gobierno de Valencia, aprovechara esa falta de protección, para «limpiar» la Legación.
Lo que únicamente detuvo al Gobierno fue la alta consideración de que gozaba la Legación de Noruega en todo Madrid, su conducta absolutamente correcta y la ausencia de todo reproche con respecto a la misma. Sólo al cabo de algunas semanas pude recoger por escrito una clarificación al respecto. El Gobierno noruego ratificaba su solidaridad con la Legación de Madrid e insistía en el derecho al respeto más absoluto de la extraterritorialidad correspondiente. Tal fue la base de una colaboración con el Encargado de Negocios en Valencia para iniciar la gestión de la evacuación de algunos refugiados acogidos al derecho de asilo, en nuestra Legación.
Es muy lamentable que el espíritu de solidaridad que, en los primeros meses animaba unánimemente al Cuerpo Diplomático, no se mantuviera con la fuerza suficiente para resolver, también conjuntamente, la cuestión de la evacuación de los miles de acogidos al derecho de asilo. El Gobierno consiguió introducir la división de opiniones al respecto, entre los representantes de los distintos Estados, y el resultado fue que algunos consiguieran sacar a sus acogidos al extranjero y otros tuvieran que seguir albergando a los suyos, durante más de un año. Con un decidido «todos a una» tal como propugnábamos varios de entre nosotros en diciembre de 1936, se hubiera evitado tan mala situación y se hubiera salvado, sin duda, con mucho tiempo, a todos los refugiados. Después de las negociaciones del mes de enero en Ginebra, el Gobierno mostró en un principio, una complacencia, que se debilitó más adelante, debido a que, en aquel entonces (principios de 1937) las organizaciones anarquistas tenían aún la supremacía en los puertos y sólo sobre la base de pactos costosos con ellas podía lograrse el permiso teórico del Gobierno. Como ya se ha dicho, había dos Legaciones que conseguían la evacuación contra importantes desembolsos de dinero, que quedaban fuera de las posibilidades de otras Legaciones. La condición, impuesta por el Gobierno, de una conducta neutral por parte de los hombres jóvenes después de su salida de la zona roja, se infringía en algunos casos, con lo que el gobierno apretó más las clavijas. Se exigió entonces que los hombres cuya edad estuviera comprendida entre los veinte y los cuarenta y cinco años, permanecieran en el Estado que los hubiera admitido en su representación diplomática, hasta el final de las hostilidades.
Sobre dicha base se produjeron evacuaciones en serie tan pronto como las organizaciones anarquistas quedaron dominadas por el Gobierno y ya no era necesario pagarles tributo. Para la Legación de Noruega no era practicable, por desgracia, dicha vía, porque el Gobierno noruego declaró terminantemente que no admitiría en el país a ninguno de los acogidos al derecho de asilo, sin duda por motivos de política interior. Yo propuse que consiguieran la admisión por otro país neutral de los trescientos hombres de edades comprendidas entre los veinte y los cuarenta y cinco años que se hallaban en la Legación con el fin de obtener del Gobierno de Valencia la excepción correspondiente. Para facilitar al Gobierno de Noruega las negociaciones con otros países, había yo ofrecido depositar una garantía de 750.000 ffs. a favor del país que se mostrara dispuesto a recibir a esa gente. Tal cantidad garantizaría al país correspondiente un aval a cuenta de los gastos que tuvieran que sufragar por los refugiados, así aceptados. Pero el Ministerio noruego tampoco aceptó tal propuesta. A pesar de las repetidas gestiones realizadas personalmente en el transcurso de los meses de abril a junio en Valencia para obtener la tan urgente evacuación de los acogidos al derecho de asilo, todas mis iniciativas fracasaban ante dicha actitud negativa del Gobierno noruego que me imposibilitaba presentar una contrapropuesta al Gobierno de Valencia. Este había aprobado en abril, mediante nota verbal, la evacuación de nuestros refugiados y expresado sus condiciones. Noruega se limitó, después de mucho tiempo a desestimar globalmente dicha nota, sin entrar en detalles ni hacer contrapropuestas.
Poco después, volvió a cambiar fundamentalmente la actitud del Gobierno de Valencia. Varios de los Estados que habían evacuado gente con la condición de retener dentro de sus fronteras a los hombres en edad militar, descuidaron este punto. Los refugiados al amparo de un estado asiático, empezaron por no irse al mismo, sino que abandonaron el barco, durante el viaje, para dirigirse a la España nacional. Esto fue la gota que colmó el vaso. A partir de entonces, Valencia declaró que ya no dejaría salir ningún hombre de edad comprendida entre los dieciocho y sesenta años.
Esto, prácticamente, significó el final de las evacuaciones, ya que las mujeres con hijos varones en edad militar no querían separarse de ellos; y tampoco se dejaban evacuar.
Intenté dar con alguna solución que, a la vez, pudiera eliminar la dificultad especial existente para mi Legación. Visité, poniendo de relieve que no se trataba de una iniciativa noruega sino estrictamente personal mía, en primer lugar al Ministro vasco, Irujo, con el que ya había colaborado con frecuencia y le expliqué el mal humor que la resolución del Gobierno español tenía que provocar en todos los estados participantes, porque trataba, nada más ni nada menos, de que pagaran justos por pecadores.
Expresé mi coincidencia con el Gobierno, de que tras las experiencias vividas, no se le podía exigir que continuara con los métodos empleados hasta entonces y, parecía en cambio mucho más inteligente intentar un arreglo positivo y definitivo, que andar envenenando más y más la situación de todos los participantes con disposiciones de carácter negativo. Si los hombres acogidos al derecho de asilo no iban a poder salir, en absoluto de las Legaciones, podrían ocurrir, muy fácilmente cosas que dejaran muy mal al Gobierno ante la humanidad. Si por el contrario, se aceptaba de una vez el punto de vista de que, en opinión del Gobierno de Valencia eran inviables las evacuaciones de hombres en edad militar que, de todos modos, en las dos partes estaban obligados a realizar su servicio militar, sería más razonable decidir en consecuencia, que lo conveniente era dejarles que se fueran al lado nacional al que ideológicamente pertenecían y exigir a cambio su sustitución por hombres de la misma edad cuyo modo de pensar era el propio del lado rojo. Resumiendo, lo que proponía era un canje entre los hombres acogidos a las representaciones diplomáticas a cambio del número correspondiente de hombres de la misma edad que estuvieran en zona nacional, y quisieran pasar a la zona roja, con el fin de que tanto unos como otros pudieran actuar en el lado que les correspondía, de acuerdo con sus ideales.
Esta propuesta le pareció a Irujo nueva y recomendable; me prometió transmitírsela al Ministro de Estado (Asuntos Exteriores) para después seguir tratando la cuestión conmigo. El Ministro, Giral, me mandó llamar efectivamente en los días que siguieron y me dijo que Irujo le había comunicado detalladamente mi propuesta que él, personalmente, creía interesante; pero tenía que presentársela al Consejo de Ministros, cosa que prometió hacer en los próximos días. Yo también, le dije que se trataba de una iniciativa exclusivamente mía, y de carácter personal y me ofrecí, para, si se aceptaba la propuesta, viajar yo mismo a la otra zona para obtener de aquel Gobierno, el asentimiento a la misma.
Visité, también, entretanto, a los Encargados de Negocios de Inglaterra y Francia para comunicarles la acogida, aparentemente buena, que la propuesta había tenido por parte del Gobierno, y pedirles la posible cooperación de sus países para realizar el intercambio. Con el Encargado de Negocios británico estudié particularmente la forma más apropiada, si se daba el caso, de llevar a los acogidos en las Legaciones, a Valencia, para embarcar en un vapor inglés, mientras que el número correspondiente de hombres, afines a los rojos y dispuestos al intercambio, pasaran la frontera de Gibraltar, de modo que el barco pudiera llevar a los «blancos» a Gibraltar y, a su regreso, los «rojos» a Valencia.