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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantasía

Dominio de dragones (3 page)

BOOK: Dominio de dragones
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Hizo un gesto con la mano, y Ghael se retiró.

—Magnificencia —entonó Reznak mo Reznak—, ¿queréis escuchar al noble Hizdahr zo Loraq?

«¿Otra vez?» Dany asintió, e Hizdahr dio unos pasos adelante; era un hombre alto, muy esbelto, con la piel ambarina impoluta. Hizo una reverencia en el mismo lugar donde no tanto antes yaciera muerto Escudo Fornido. «Necesito a este hombre», se tuvo que recordar Dany. Hizdahr era un comerciante adinerado que tenía muchos amigos, tanto en Meereen como al otro lado del mar. Había estado en Volantis, en Lys, en Kart; tenía parientes en Tolos y en Elyria; incluso se decía que contaba con ciertas influencias en el Nuevo Ghis, donde los yunkios estaban intentando suscitar la enemistad hacia Dany y su reinado.

Y era rico. Increíble, fabulosamente rico.

«Y será aún más rico si le concedo su petición.» Después de que Dany cerrara las arenas de combate de la ciudad, el valor de los títulos de propiedad de los reñideros había caído en picado. Hizdahr zo Loraq los había comprado sin titubeos, y en aquel momento, la mayor parte de las arenas de combate de Meereen le pertenecía.

El noble tenía el cabello peinado en forma de alas que le brotaban de las sienes; su cabeza parecía a punto de emprender el vuelo. El rostro alargado lo parecía aún más a causa de la barba rojinegra adornada con anillos de oro. Los flecos de su
tokar
morado eran de perlas y amatistas.

—Su Esplendor conocerá ya el motivo de mi presencia aquí.

—Sin duda —respondió ella—. El motivo es que no tenéis nada mejor que hacer aparte de molestarme. ¿Cuántas veces os he dicho que no?

—Cinco, Magnificencia.

—Con esta serán seis. No permitiré que vuelvan a abrirse las arenas de combate.

—Si su majestad tuviera la bondad de escuchar mis argumentos…

—Ya los he escuchado. Cinco veces. ¿O traéis argumentos nuevos?

—Los argumentos son viejos —reconoció Hizdahr—. Las palabras, en cambio, son nuevas. Os traigo palabras hermosas, corteses, más adecuadas para conmover a una reina.

—El fallo está en vuestra causa, no en vuestra cortesía. He escuchado tantas veces esos argumentos que yo misma podría defender el caso. ¿Queréis verlo? —Se inclinó hacia adelante—. Los reñideros forman parte de Meereen desde la fundación de la ciudad. Los combates tienen una naturaleza esencialmente religiosa: son un sacrificio de sangre a los dioses de Ghis. El arte mortal de Ghis no es una simple matanza, sino una exhibición de valor, fuerza y habilidad que complace sobremanera a los dioses. Los luchadores victoriosos reciben buenos alimentos, atenciones y homenajes; a los héroes caídos se los honra y recuerda. Si permitiera la reapertura de las arenas de combate, le demostraría al pueblo de Meereen que respeto sus costumbres y tradiciones.

Los reñideros son famosos en todo el mundo. Atraen comercio a Meereen y sirven para llenar las arcas de la ciudad con moneda procedente de los lugares más distantes de la tierra. Todo hombre tiene sed de sangre, y los reñideros contribuyen a saciarla. Así se consigue que Meereen sea un lugar más pacífico. Para los criminales condenados a morir en las arenas, los reñideros representan un juicio por combate, una última oportunidad de demostrar su inocencia. - Dany se echó el pelo hacia atrás—. Ya está. ¿Qué tal lo he hecho?

—Su Esplendor ha presentado el caso mucho mejor de lo que yo mismo lo habría hecho. Salta a la vista que sois tan elocuente como hermosa. Me habéis convencido.

Dany no pudo por menos que reírse.

—Excelente… pero a mí no.

—Magnificencia —le susurró al oído Reznak mo Reznak—, permitidme que os recuerde que, según la costumbre, a la ciudad le corresponde una décima parte de todos los beneficios que se generen en las arenas de combate, tras descontar los gastos. Es un impuesto. Se le podrían dar muchos usos nobles a ese dinero.

—Es posible —reconoció—, aunque si decidiéramos reabrir los reñideros deberíamos cobrar el diezmo antes de descontar gastos. No soy más que una niña y desconozco el arte del comercio, pero he tratado con Illyrio Mopatis y Xaro Xhoan Daxos lo suficiente para saber al menos eso. De todos modos, no importa. Hizdahr, si dominarais los ejércitos de igual que los argumentos podríais conquistar el mundo… pero la respuesta sigue siendo no. Por sexta vez.

El hombre hizo una reverencia tan pronunciada como la primera. Las perlas y las amatistas tintinearon suavemente contra el suelo de mármol. Hizdahr zo Loraq era, también, muy flexible.

—La reina ha hablado.

«Si no fuera por ese peinado tan estúpido sería atractivo.» Reznak y la Gracia Verde habían estado insistiendo a Dany para que tomara como esposo a un noble meereeno, cosa que la reconciliaría con la ciudad. Si al final se veía obligada a transigir, valdría la pena tener en cuenta a Hizdahr zo Loraq. «Mucho mejor que Skahaz.» El Cabeza Afeitada le había ofrecido repudiar a su esposa para casarse con ella, pero la sola idea le provocaba escalofríos. Al menos Hizdahr sabía sonreír, pero cuando Dany trató de imaginarse cómo sería compartir con él la cama, estuvo a punto de soltar una carcajada.

—Magnificencia —dijo Reznak tras consultar su lista—, el noble Grazdan zo Galare quiere dirigirse a vos. ¿Deseáis escucharlo?

—Será un placer —dijo Dany mientras contemplaba el brillo del oro y el lustre de las perlas verdes de las zapatillas de Cleon y hacía lo posible por no pensar en cómo le apretaban los dedos.

Ya le habían advertido que Grazdan era primo de la Gracia Verde, cuyo apoyo le estaba resultando de gran valor. La sacerdotisa era la voz de la paz, la aceptación y la obediencia a la autoridad legal. «Quiera lo que quiera su primo, lo escucharé con respeto.»

Resultó que lo que quería era oro. Dany se había negado a compensar a ninguno de los Grandes Amos por el precio de los esclavos que había liberado, pero los meereenos no dejaban de idear maneras de sacarle dinero. El noble Grazdan pertenecía a aquella categoría. Según le explicó, en otros tiempos había sido dueño de una esclava que era una tejedora maravillosa; los productos de su telar se valoraban enormemente, y no sólo en Meereen, sino también en el Nuevo Ghis, en Astapor y en Kart. Cuando la mujer envejeció, Grazdan compró media docena de chicas y le ordenó a la anciana que las instruyera en los secretos de su arte. La anciana ya había muerto, y las jóvenes, una vez libres, habían abierto un taller junto al puerto, donde vendían sus tejidos. Grazdan zo Galare quería que se le concediera un porcentaje de sus beneficios.

—Si tienen esa habilidad es gracias a mí —recalcó—. Yo las saqué del mercado de esclavos y las senté ante el telar.

Dany lo escuchó en silencio, con el rostro impenetrable.

—¿Cómo se llamaba la anciana tejedora? —le preguntó cuando hubo terminado.

—¿La esclava? —Grazdan cambió el peso de una pierna a la otra, con el ceño fruncido—. Creo que era… Elza, me parece. O Ella. Murió hace ya seis años. He tenido muchos esclavos, Alteza.

—Pongamos que se llamaba Elza. —Dany alzó una mano—. Este es nuestro veredicto: las chicas no tienen que daros nada. Fue Elza la que las enseñó a tejer, no vos. En cambio, vos les entregaréis a las chicas un telar nuevo, el mejor que se pueda comprar. Eso por haber olvidado el nombre de la anciana. Podéis retiraros.

Reznak habría llamado a continuación a otro
tokar
, pero Dany ordenó que en su lugar llamara a uno de los libertos. A partir de aquel momento fue alternando entre antiguos amos y antiguos esclavos. La mayor parte de los asuntos que le planteaban tenían que ver con compensaciones e indemnizaciones. Tras la caída de Meereen, el saqueo había sido salvaje. Las pirámides escalonadas de los poderosos se habían librado de lo peor, pero en las zonas más humildes de la ciudad hubo una auténtica orgía de pillaje y asesinatos cuando los esclavos de la ciudad se alzaron y las hordas hambrientas que la habían seguido desde Yunkai y Astapor entraron como una avalancha por las puertas derribadas. Al final, sus Inmaculados habían restablecido el orden, pero el saqueo había dejado a su paso todo un rastro de problemas, y nadie sabía a ciencia cierta qué leyes seguían en vigor. Por tanto, iban a ver a la reina.

Se presentó ante ella una mujer adinerada cuyo esposo e hijos habían muerto defendiendo las murallas de la ciudad. Durante el saqueo, impulsada por el miedo, huyó al hogar de su hermano. Al regresar se encontró con que habían convertido su casa en un burdel, y las prostitutas se engalanaban con sus joyas y sus vestidos. Quería recuperar la casa y las joyas.

—Los vestidos se los pueden quedar —concedió.

Dany ordenó que le devolvieran las joyas, pero dictaminó que al huir había abandonado la casa y ya no tenía derecho a ella.

Un antiguo esclavo se presentó para acusar a cierto hombre de la familia Zhak. Se había casado hacía poco con una liberta que, antes de la caída de la ciudad, sirvió al noble para calentarle la cama. El noble la había desvirgado, la había utilizado a su gusto y la había dejado embarazada. Su nuevo marido quería que se castrara al noble por el delito de violación, y también una bolsa de oro como pago por criar al bastardo del noble como si fuera su propio hijo. Dany le concedió el oro, pero no la castración.

—Cuando se acostó con ella, vuestra esposa era de su propiedad; podía hacer lo que quisiera. Según la ley, no hubo ninguna violación.

Le resultó obvio que la decisión no lo dejaba satisfecho, pero si castraba a todos los hombres que alguna vez se habían acostado con una esclava, no tardaría en reinar sobre una ciudad de eunucos.

A continuación se adelantó un muchachito más joven que Dany, flaco y lleno de cicatrices, que vestía un
tokar
raído con flecos plateados que arrastraban por el suelo. Se le quebró la voz al contar cómo dos esclavos de la casa de su padre se habían rebelado la noche en que cayó la puerta. Uno asesinó a su padre, y el otro, a su hermano mayor. Ambos violaron a su madre antes de matarla también. El muchacho había conseguido huir con tan sólo una herida en la cara, pero uno de los asesinos seguía viviendo en la casa de su padre, y el otro se había alistado con los soldados de la reina y ahora era uno de los Hombres de la Madre. Quería que los ahorcaran a los dos.

«Reino en una ciudad edificada sobre polvo y muerte.» Dany no tuvo más remedio que negarse. Había decretado un indulto general para todos los delitos cometidos durante el saqueo, y desde luego, no iba a castigar a un esclavo por alzarse contra sus amos.

Cuando se lo dijo, el muchacho se abalanzó hacia ella, pero se le enredaron los pies con el
tokar
y cayó de bruces sobre el suelo de mármol. Belwas el Fuerte se echó sobre él. El corpulento eunuco moreno lo levantó en vilo con una sola mano y lo sacudió como haría un mastín con una rata.

—Ya basta, Belwas —ordenó Dany—. Soltadlo. —Se volvió hacia el chico—. Conserva ese
tokar
como un tesoro, porque te ha salvado la vida. Si me hubieras puesto una mano encima, la habrías perdido. No eres más que un niño, así que olvidaré lo que ha sucedido hoy aquí. Te recomiendo que hagas lo mismo.

Pero al salir, el chico miró hacia atrás.

«La arpía tiene otro hijo», pensó Dany al verle los ojos.

Y así fue transcurriendo el día, a ratos tedioso y a ratos aterrador. Al mediodía, Daenerys sentía ya el peso de la corona en la cabeza, y la dureza del banco, bajo ella. Había tanta gente esperando sus veredictos que no hizo una pausa para comer, sino que envió a Jhiqui a la cocina para que le llevara una bandeja con pan, aceitunas, higos y queso. Fue comiendo a mordisquitos mientras escuchaba, y a ratos bebía de una copa de vino aguado. Los higos eran buenos, y las aceitunas, aún mejores, pero el vino le dejaba en la boca un regusto ácido y metálico. Las uvas pequeñas y amarillas de aquella zona producían una cosecha de escasa calidad.

«No tendremos comercio de vino», comprendió Dany al beberlo. Además, los Grandes Amos habían quemado los mejores viñedos junto con los olivos.

Por la tarde se presentó un escultor que le propuso sustituir la cabeza de la gran arpía de bronce de la Plaza de la Purificación por otra a imagen de Dany. Ella rechazó la sugerencia con tanta cortesía como pudo, aunque tuvo que disimular un escalofrío. En el Skahazadhan habían pescado una trucha de dimensiones sin precedentes, y los pescadores querían regalársela a la reina. No escatimó elogios para el pescado; recompensó a los pescadores con una buena bolsa de plata, e hizo enviar la trucha a las cocinas. Un calderero le había hecho una cota de brillantes anillas para que la vistiera en el combate. La aceptó con grandes muestras de gratitud; era una prenda muy hermosa, y el sol arrancaría bonitos destellos del cobre bruñido, pero si había una batalla de verdad preferiría ir enfundada en acero. Aquello lo sabía hasta una niña que desconocía el arte de la guerra.

Las zapatillas que le había regalado el Rey Carnicero le resultaban ya incómodas hasta extremos insoportables. Dany se las quitó y se sentó sobre un pie mientras mecía el otro. No era una pose nada regia, pero estaba harta de ser regia. La corona le había provocado dolor de cabeza, y se le habían entumecido las nalgas.

—Ser Barristan —comentó—, ya sé qué cualidad debe tener todo rey.

—¿Valor, Alteza?

—No —bromeó ella—, un culo de acero. Lo único que hago es pasarme el día sentada.

—Su Alteza carga con demasiadas obligaciones. Tendríais que permitir que vuestros consejeros os sustituyeran en estos asuntos.

—Consejeros me sobran; lo que necesito son cojines. —Dany se volvió hacia Reznak—. ¿Cuántos quedan?

—Veintitrés, si a Vuestra Magnificencia le parece bien. Con otras tantas reclamaciones. —El senescal consultó unos cuantos documentos—. Un ternero y tres cabras. Sin duda, el resto serán ovejas o corderos.

—Veintitrés —suspiró Dany—. Desde que empezamos a pagar a los pastores por los animales que perdían, mis dragones han desarrollado un apetito increíble. ¿Han aportado pruebas?

—Algunos traen huesos quemados.

—Los hombres encienden hogueras. Los hombres asan corderos. Unos huesos quemados no demuestran nada. Ben el Moreno dice que en las Colinas cercanas hay lobos de pelo rojo, y también chacales y perros salvajes. ¿Es que vamos a tener que pagar con plata todos los corderos que se descarríen entre Yunkai y el Skahazadhan?

—No, Magnificencia. —Reznak hizo una reverencia—. ¿Les ordeno a estos granujas que se marchen, o preferís que los haga azotar?

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