Authors: Alberto Olmos
No estaba dispuesto.
Abrí un mensaje de Sonia, enviado la noche en la que habían matado a Daniel.
Hola, Dani. Acabo de llegar a casa y estoy algo borracha. Al final no me traje a nadie. Pensaba venirme con uno para compensar, o algo. ¿Quién era? ¿María? ¿Tú te crees que es medio normal irte como te has ido? ¿Era la tal Diana, esa gorda? Como no me digas quién te hace dejarme tirada como una colilla no me vuelves a ver en la vida, te lo juro. No tengo edad para aguantar estas tonterías. No te conozco mucho pero siempre me has parecido una persona educada. ¡La educación es lo primero, Daniel! Me encantará volver a verte si me das una puta explicación. Y si no, pues nada, cada uno por su lado.
Mañana mismo voy a ver a María, y ella nunca me miente. Que lo sepas.
No sé si mandarte un beso, ¿te lo mereces?
Sonia
Un poco más arriba había otro mensaje de Sonia. Su fecha: dos días después.
Daniel, no puedo dejar de llorarte. No puedo dejar de verte. Esa noche. Esos besos. Ojalá pudieras leer esto. Me haría muy feliz que lo leyeras y supieras cuánto me duele haberte perdido. Te mando miles de besos al cielo. Amor.
Sonia
Solté el ratón porque me temblaba un poco la mano. Lo empuñé de nuevo y cerré el mensaje.
Quedaban treinta y uno sin leer. Me llamó la atención la cantidad de ellos enviados por amigos de Daniel.
Dani, se me ha roto el corazón. Adiós, pequeño.
María
La última vez que te vi estabas sonriendo. Es bonito recordarte así. Aunque ninguno creemos ni en Dios ni en el infierno, ojalá haya un infierno sin Dios donde nos estés esperando. No te las folles a todas todavía, cabrón.
Te abrazo,
Julián
Daniel, se me ha ocurrido escribirte porque tu muerte me ha dejado como a medias contigo y necesito decir algo que de alguna manera suene a despedida o a dejar las cosas en su sitio no sé. Simplemente quiero decir que te quiero, eras una de las pocas personas buenas y valientes que he conocido en mi vida. Pongo canciones de Leonard Cohen porque sé que te gustan.
La revolución va a llegar. Lo verás.
Paz.
Laura
Adiós, Daniel.
Carlos
Es una estupidez, Dani, pero necesito, joder, necesito escribirte y decirte algo. Es una mierda. Es como en las películas de mierda. Me acosté con María una vez, cuando erais novios. Es una estupidez. Esto no…
Alberto
Adiós, Dani.
Pedro
Hasta siempre, amigo.
Luis
Daniel, te escribo para decirte adiós. Recuerdo que una vez me dijiste: «Soy de los pocos que no odian las despedidas».
Adiós, guapo.
Carla
Continuaremos la lucha, Daniel. Vamos a quemar esta puta ciudad. Nos tendrán que matar a todos.
Jaime
Levanté un poco las cejas. Joder.
El siguiente mensaje era de su hermana. Respiré hondo.
Querido Daniel. Ha pasado una semana desde tu muerte. Te echo de menos cada hora de cada día. Pienso en ti y releo tus mensajes una y otra vez. Me consuela tener tus palabras aquí guardadas. Siempre dije que escribías muy bien, deberías haber escrito una novela, unos cuentos. Mamá y papá están bien, no te preocupes. Todos tus amigos vinieron al funeral. Fue emocionante. No se puede llorar más. No se te puede querer más: quiero que lo sepas.
Hemos dado todas tus cosas a fundaciones benéficas. Espero que tus libros sean útiles en otras manos, que tu ropa vista a los que no tienen qué ponerse, que muchos niños jueguen con tu balón de baloncesto. Encontramos un sobre para tu amigo Santiago. Mamá se lo dio.
He vuelto a la universidad. Los profesores siguen siendo unos carcas, y mis compañeros, una panda de niñatos. Quién me mandaría estudiar Derecho. Pero me gusta, me siento fuerte, acabaré la carrera. Las leyes no pueden estar en manos de la misma gentuza de siempre. Al final me apunté a la asociación Bertold Brecht. Es la única asociación de izquierdas de toda la facultad. Nos miran como a apestados. Resistiré por ti y porque nada podrá hacerme más daño que tu muerte.
Hay una lucha y yo estoy en ella.
Te quiere,
Fátima
No consigo asimilar tu muerte, amigo. Tampoco sé si quiero. Adiós.
Eduardo
Firstwetakemanhattan.mp3
Mar
Después eché un ojo a los mails remitidos por personas cuyo nombre no me sonaba en lo más mínimo. Eran mensajes laborales o programáticos, o newsletters, muchos posteriores a la muerte de Daniel. Me quedé largo tiempo mirando un complejo croquis de las vacaciones de verano. «Recuerden que en caso de coincidencia en los días se adjudicarán éstos a los trabajadores del centro que acumulen más tiempo laboral. La Dirección.»
Todos querían agosto. El último mail que abrí lo enviaba Cristina Valbuena. No sabía quién era.
Hola, Daniel. Estaba mirando viejos mails y me encontré con uno tuyo, de hace miles de años, y me dije, voy a escribirle, a ver qué tal le va. Y eso es: ¿qué tal todo?
Yo estoy en Uruguay. ¡Llevo aquí cuatro años! Trabajo en Montevideo como gestora cultural en un centro cívico. Muy contenta. Organizo eventos de lo más variadito, conciertos, exposiciones, actividades para los niños, campañas de concienciación… He conocido muchísima gente apasionante en todo este tiempo, la verdad.
Es una pena, pero mi contrato acaba en unos meses, así que volveré a casa. Espero verte entonces. Estoy bastante descolgada de todo el mundo y, bueno, aunque suene hipócrita, ahora ando recuperando el contacto. Ni siquiera he vuelto por Navidad, ¿tú te crees, la desaparecida?
Espero que estés bien, Daniel. Cuéntame de ti. A lo mejor hasta tienes hijos (lo dudo).
Besos de mate,
Cris
Busqué en internet su nombre. Salían dos mil ochocientas treinta referencias. Directora de marketing, periodista, española, venezolana, secuestrada, veintidós años, anciana, profesora, costarricense, fallecida, estudiante, polaca, cantante, jefa de sección, cuarenta y un años, ciega.
Las imágenes de Cristina Valbuena en internet coincidían punto por punto con cualquier posibilidad: rubia y morena y alta y baja y joven y vieja y guapa y fea.
Acotando por país, Uruguay, por trabajo, gestión cultural, incluso por ciudad, Montevideo, no se desembrollaba la maraña.
Busqué su mail, entonces. Lo encontré escrito en un foro sobre cooperación internacional. Cristina Valbuena firmaba en ese foro con el nickname Perfidiaria. Busqué «Perfidiaria». Había un blog con ese encabezado. Sus posts iban sobre Uruguay, Argentina y Chile. Había fotos de Iguazú y del Perito Moreno. Muchos vasos de mate en las manos, muchas mochilas a la espalda. La gestión cultural dejaba mucho tiempo libre, al parecer.
Cristina era rubia, pequeñita. Se había cambiado de gafas: en unas fotos lucía gafas de cristales redondos y menudos como monedas, y en otras, gafas de cristales rectangulares, titanio verde. Le quedaban mejor las redondas.
En casi todas las fotografías aparecía junto a un hombre moreno, de unos cuarenta años, barbudo como un huracán, apretado de camisetas estratégicamente desteñidas, orondo en sus pantalones de campaña, algún periódico mal doblado asomando por uno de los bolsillos. Migue, parecía llamarse.
Volví al mail de Daniel. Escribí en su buscador el nombre de Cristina. Aparecieron veintidós mensajes cruzados entre ellos. No era mucho. Sobrevolé el último de los mensajes, pero me acometió el cansancio y decidí dejar esa nueva provincia virgen de la intimidad para el día siguiente. Ya estaba bien.
Cerré la página web y abrí mi site favorito de vídeos porno.
Me masturbé viendo combates de lesbianas.
…Santiago, ¿quién es? Si quieres tráetelo, claro. Aunque no es una fiesta multitudinaria, y ya somos muchos hombres, Daniel. Tú verás. No te olvides de devolverme el disco de…
…ah, que no es Santi, es otro Santiago. Ya decía yo, Santi trabajando en marketing, totalmente surrealista. Nos vemos pronto, un…
…decirte, si no te molesta, que tu nuevo amigo, Santiago, me pareció un perfecto gilipollas. No te pega nada, Dani, lo sabes. No es por su horrorosa corbata (todas lo son), ni por esa pinta de oficinista malfollado que tiene. ¿Acaso no escuchaste lo que decía?, por favor. Si me fui no fue porque hubiera quedado, sino porque me estaba sacando de quicio. ¿Que José Saramago es un gilipollas, que Diego Ortoña es un soplapollas, que Elena de Vilariño es una «cantamañanas»? ¿Cantamañanas? ¿Qué clase de imbécil utiliza esa terminología? ¿Tiene la menor idea el Santiago este de todo lo que ha hecho Vilariño por la dignidad de las prostitutas? ¿La tiene, eh?
Sigo sin tenerla. Al día siguiente de mi toma de posesión como nuevo gobernador de la ínsula danielmansilla@ se me ocurrió conocer la opinión que mis súbditos tenían de mí, ahora que iba a ser su amo y señor.
Me odiaban.
…no traigas a Santiago, por cierto.
Había puesto mi nombre en el buscador interno de la cuenta de correo y habían aparecido noventa y siete mensajes. Salvo seis que hablaban de un tal Santiago García Corrales, «Santi», todos incluían pasajes, más o menos extensos, relativos a mi persona.
…entonces, después de tu cita con Santiago (ese friki fascista, jeje), nos vemos. A las doce más o…
[Santiago] no dejaba de mirarme las tetas, Dani. Todo bien, tengo unas buenas tetas y es normal que los que no se acuestan con una chica desde que emborracharon a la última se fijen un poco. Pero lo de tu amigo era para darle de bofetadas. Cada vez que iba al baño, me seguía con los ojos. ¿No te diste cuenta? No he visto tío más salido en toda mi vida. Y al despedirnos, sabes qué, me dio los besos en el cuello. Sentía sus manos a mi espalda, bien prietas. Puse tal cara de asco que, si tu amigo fuera un poquito perspicaz, se daría cuenta de que no me cayó en gracia. El móvil que le di era falso. No se lo des si te lo pide.
Ésta era Carla. Busqué su nombre, encontré varios cientos de mails. Abrí uno a voleo.
Hola, Daniel. La convocatoria aún no ha salido, pero sigo preparándome y recogiendo justificantes de todos los cursos que he hecho. En la escuela de idiomas han perdido mi título. ¡Estoy de los nervios! ¿Cuándo quedamos con Esther?
Busqué «Esther». Salieron varios cientos de mensajes de tres o cuatro «Esther» distintas. Pinché uno a voleo.
Dani, ya han estrenado la película que te dije. Luis y yo vamos a ir este viernes, vente si quieres. Tráete a María, claro. A ella le va a encantar, ya sabe…
Dejé de leer. Busqué «María». Miles de mensajes. Uno, entre tantos.
Señorito, el viaje me apetece, claro, pero ¿qué tal si lo cambiamos al fin de semana que viene? Me va a venir la regla ya mismo y no me veo metiéndome en todos esos ríos ni en todas esas pequeñas fuentes termales, como comprenderás. Además, así, si no me viene la regla, podremos ponernos nerviosos en los bares habituales, que siempre son más solícitos con los descarriados. ¿Ok, amore?
Busqué «regla». Aparecieron miles de mensajes. Casi ninguno tenía que ver con la menstruación. Busqué menstruación. Ni me fijé en cuántos mensajes aparecían. Volví a «Santiago».
…¿una campaña?, ¿de publicidad? ¿Está loco tu jefe? ¿Qué te ha dicho el tipo? Que no tenéis presupuesto, seguro. ¿Lo conocemos? ¿Santiago qué? ¿Santiago apóstol del Spam?
Busqué al tal Javier. Quinientos mensajes justos. Abrí uno y era tan largo que lo cerré enseguida. Busqué: sexo, polla, follar, polvo, tía buena, trío, me corrí, me la tiré, novia, chica, mujer, primera relación homosexual, gay, sauna, erección; busqué: drogas, cocaína, MDMA, speed, heroína, jaco, maría, marihuana, porro, porros, chocolate, hierba, salvia divinorum, sodomía. Aparecían los mensajes y ya sólo constataba cuántos, qué cifra, y la comparaba mentalmente con la que acababa de ver, tantos cientos «polla», tantos cientos «coño», tantos cientos «cocaína», antes de volver a buscar la primera cosa que se me ocurriera.
Me mareaba. En el mail de Daniel podían estar almacenados fácilmente diez mil mensajes. Su web mail era distinto del mío, así que indagué un buen rato en busca de alguna opción que pudiera ofrecerme el dato concreto. Necesitaba centrarme, conocer la extensión de mis dominios, saber mirar.
Hice clic en una pestaña que decía «Todos tus mensajes». Una leyenda en letra menuda y negra sobre fondo amarillo decía: «Se han encontrado 23.015 mensajes que coinciden con tu búsqueda».
¡Veintitrés mil! A una media de cien palabras por mensaje, me enfrentaba a la gestión eterna de 2.300.000 palabras. Me las imaginé todas juntas en un documento de texto, un documento cuya paginación pasaba de 1 a 2 a 3 a 400 a 1000 a 2000… Me imaginé imprimiendo todos los mensajes, agrupándolos por remitente y por orden cronológico, leyendo todos los mensajes de «Eva» y «María» y «Fátima» y…; anotando toda la información que me proporcionaran, detectando toda la información contradictoria que me proporcionaran, estableciendo conexiones, deduciendo mentiras y vidas; persiguiendo un dato entre 2.300.000 palabras, localizándolo y sintiéndome genial por haber descubierto que Daniel no bebió cerveza esa tarde de mayo, sino vino; calculando cuántas personas había conocido Daniel en su vida, estableciendo un sistema jerárquico piramidal por número de mensajes enviados a Daniel y por tracto temporal de dichos envíos; listando todas las empresas e instituciones con las que Daniel había tratado durante toda su comparecencia online; listando todas sus novias y amantes, todos los amigos perdidos y todos los amigos nuevos; listando todas las veces que había escrito la palabra «solidaridad» y todas las veces en las que había escrito la palabra «berbiquí»; haciendo un top ten de las palabras más usadas en sus mails; haciendo un top ten de los saludos más comunes y otro de las despedidas más frecuentes; estableciendo etapas verbales en su correspondencia: etapa de mails largos, etapa de mails con palabrotas, etapa escasa de mails, etapa de mails en cadena, etapa de mails tristes; seleccionando los mails más importantes en la vida de Daniel: mail de ruptura con su novia más querida, mail de declaración de amor, mail colectivo abriéndose en canal para expresar su sentir a cuatro o cinco amigos íntimos, mail despidiéndose de un trabajo, o tomando la decisión de hacerlo y de cambiar su vida para siempre, mail a su madre contándole, quién sabe, cuánto la quiere, o a su padre, contándole quién sabe qué verdades en vena; memorizando, finalmente, me imaginé memorizando todo lo que no sabía de mi amigo, reconstruyendo en mi cabeza,
como mi propia vida
, su vida real a través de su vida virtual, encajando todas las piezas posibles minuciosamente, esclareciendo márgenes de sombra, trazando puentes entre datos y creyendo que ese puente quimérico era también un dato; alcanzando la mímesis, la resurrección, el sosias, aun a riesgo de achicar todo el oleaje de mi memoria del pequeño bote de mi cráneo, aun a riesgo de dejar caduca mi propia intimidad, tan magra, mi propia contabilidad de la vida en blanco, y llegando a saberme a Daniel de memoria, como el mono que se sabe de memoria a otro mono, como el diarista que recita a ciegas sus diarios, para preguntarme final, fatalmente: ¿Y?