El alfabeto de Babel (17 page)

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Authors: Francisco J de Lys

Tags: #Misterio, Historia, Intriga

BOOK: El alfabeto de Babel
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—He presentado varios proyectos para rehabilitar zonas de la iglesia que están en mal estado. Siempre se entromete en todo y falsea la información al actual rector, y al director del archivo. Créeme, es muy problemático. —Grieg entró en la calle Paradís y se detuvo a la altura del bajorrelieve de Sant Jordi atravesando con su lanza a un dragón—. No le interesa que nadie reforme ni haga obras en la iglesia por si aflora algún tesoro oculto que él no pueda gestionar por completo. La iglesia es muy antigua. Guarda en su interior muchos secretos. Estoy seguro que desde hace tiempo busca el emplazamiento de la cripta a la que da acceso la llave de bayoneta. Todo apunta a ello. Alguien le debe de haber hablado del tema. Incluso me temo que ya ha podido recibir dinero a cuenta.

—¿Y tú cómo lo sabes? —exclamó Catherine, sorprendida.

—No me extrañaría en absoluto —aseguró Grieg, mientras extraía el «testamento sacramental» que habían encontrado en el cementerio—. Sígueme. Te explicaré cuál es mi plan para entrar, ahora mismo, en la iglesia.

La estrecha calle del Paradís, o del Paraíso, tiene forma de cuatro visto del revés, con dos esquinas que forman un ángulo de noventa grados cada una y tiene la particularidad que ahí se registraba la máxima altura del antiguo monte Taber, 16,9 metros, en la antigua Barcino.

Catherine se detuvo bajo la farola situada en el tramo central de la calle, un lugar oculto a cualquier mirada. Grieg se quedó mirando fijamente a Catherine, como si esperase su aprobación para lo que se disponía a hacer.

—Voy a examinar el testamento sacramental que encontramos en el cementerio —dijo Grieg tras guardarse el sello de lacre.

—De acuerdo —asintió ella—, pero ¿por qué el sobre que lo contenía estaba lacrado y bajo la losa de la cornucopia?

«Me lo estoy preguntando desde que lo vi», pensó Grieg.

—Los objetos que hemos encontrado hasta ahora no están ubicados de una forma lógica. Alguien volvió a colocarlos donde estaban anteriormente. Es una cosa muy extraña. Ya habrá tiempo de analizar eso más detenidamente. El sobre que contiene el testamento sacramental es de los años sesenta —dijo Grieg, mostrándoselo a Catherine—. La persona que lo puso es la misma que…

A Grieg se le hizo difícil continuar. Catherine le ayudó en la labor.

—… colocó el pequeño demonio en el sillar y la calavera en el cementerio. Los amuletos que tú tenías de pequeño. A modo de aviso. De baliza.

«De aviso. De baliza.»

Grieg se sintió como un náufrago en un pequeño bote situado en el mismo centro del océano. Ya no existía punto de retorno posible. Tenía que continuar adelante. «Tengo que aclarar todo este misterio, aunque sea lo último que haga en mi vida», se dijo; a pesar de la mortecina luz bajo la que estaban situados, Catherine pareció percibir en su mirada aquella determinación.

Sin la menor vacilación, Grieg extrajo una pequeña navaja con el lomo de nácar que siempre llevaba consigo desde los tiempos de montañero. La misma que en más de una ocasión le había salvado la vida a centenares de metros de altura, pendido de unas cuerdas de nailon.

Con sumo cuidado separó las hojas del testamento que se habían adherido en los márgenes.

—He estado pensando la manera de entrar esta noche —dijo Grieg mientras ojeaba las cuatro hojas que formaban el documento—. Es un plan que entraña alguna dificultad, pero tiene como ventaja que nos permitiría acceder al interior de la iglesia ahora mismo.

—Sea cual sea tu plan, nos interesa. Debemos entrar en ella antes de que amanezca y llegue el párroco.

Gabriel Grieg y Catherine se pusieron de espaldas a la pared bajo la luz de la vieja farola y empezaron a leer al mismo tiempo el documento. Al instante se percataron de que algo no iba bien. Era un texto donde se especificaban las características generales del testamento sacramental, pero no constaba en él ni el nombre ni la edad ni ningún rasgo social que pudiesen identificar al que testamentó ni al que testificó. Tan sólo figuraba la firma del párroco. Ni siquiera aparecía el sello del director del archivo.

—¿A nombre de quién está extendido el documento? —preguntó Catherine.

—No figura. Es muy extraño.

—¿Y cómo puede ser, tratándose de un testamento? —insistió ella.

—No lo sé. No estoy seguro, pero a juzgar por el lugar donde estaba oculto se trató de un
Recognoverunt Proceres
excepcional.

—¿Se trata de un privilegio?

—Exacto. Un privilegio exclusivo que tiene la iglesia Just i Pastor. Si un testigo escucha las últimas voluntades de un moribundo y jura ante el altar de San Félix, acompañado de un notario, que lo manifestado corresponde con las palabras del finado, el testamento es legal a todos los efectos.

—¿Figuran en el testamento cuáles fueron esas últimas voluntades?

—Es lo que estoy mirando —contestó Grieg, que intentaba leer las hojas; finalmente se detuvo al llegar a la última—, aquí sólo menciona un «Libro de Apuntes», y el lugar donde está la cerradura que abre la llave que encontramos en el cementerio…, y el número del expediente del testamento.

R.P. 7C /1893.

—El testamento se cursó en 1893 —especificó Catherine.

—Así es, aunque todo esto es muy extraño. A tenor del documento, el párroco hizo de testigo, de notario y de director del archivo para la persona intestada. Sin duda debió de tratarse de una excepción absolutamente extraordinaria, que no logro entender.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó Catherine, intrigada.

—¿Tienes a mano la carpeta que me enseñaste en el hotel?

—Naturalmente. No lograron arrebatármela los monstruos del cementerio.

Gabriel Grieg sonrió; de nuevo, observó los delicados contornos del rostro de Catherine.

—¿Tienes en tu bolsa de
Félix el Gato
una pluma estilográfica y una carpeta?

—Sí.

Catherine, rebuscó en su bolsa y extrajo un estuche metálico. Tras abrirlo, apareció una pequeña catana de plata y ébano que llevaba primorosamente labrada una garza. Catherine pareció partirla en dos.

Un plumín de oro brilló. La catana de plata era una pluma estilográfica.

Grieg separó del resto del documento la última hoja, donde exclusivamente figuraba escrito con tinta negra el lugar donde estaba situada la cripta secreta en el interior de la iglesia y se la extendió a Catherine.

—¿Para qué necesitas la carpeta? —preguntó Catherine.

—Por favor, sostenía entre tus manos mientras «enriquezco» el texto —le contestó Grieg; se dio cuenta de que Catherine, la hermosa mujer que tenía delante, estaba separada de él a menos de un palmo de distancia.

—¿Tendrás suficiente luz para imitar el mismo tipo de letra? Quizá sería mejor salir a la plaza.

—He copiado documentos mucho más difíciles de imitar que éste y en condiciones mucho peores —ironizó Grieg mientras la miraba a los ojos—. Además, cuando se modifica un testamento de esta índole, es preferible hacerlo donde nadie te vea. Ésa es la razón por la que hemos venido a este callejón tan oscuro.

—Bueno, a decir verdad, yo estoy viendo cómo lo modificas… —susurró Catherine de un modo ingenuamente malicioso, en tanto Grieg levantaba la cabeza del papel.

—Pero tú no cuentas…

—¿Por qué lo dices? —Ella sonrió.

Gabriel Grieg sentía cómo Catherine apenas se movía, pero el más leve movimiento de sus hombros le desconcentraba cada vez que tenía que escribir una nueva letra con la pluma. Las «oes» cada vez le estaban saliendo de mayor calibre.

—Pues porque estás tan metida en este asunto como yo, ¿o no es así? —le contestó Grieg mientras trataba de acabar la frase.

Palabra tras palabra, Gabriel Grieg escribió, emulando el mismo tipo de grafía, un nuevo texto al final de la hoja tercera del testamento y se guardó la cuarta, donde únicamente figuraba el siguiente epítome:

RECOGNOVERUNT PROCERES 7C/ 1893

LA LOSA DE PIEDRA QUE DA ACCESO A LA CRIPTA SECRETA

ESTÁ SITUADA TRAS EL ALTAR, EN SU LOSA CENTRAL.

EL CÓDEX ESTÁ EN EL INTERIOR DEL PUDRIDERO

Y JUNTO AL HOMBRE QUE SE CLAVÓ LA DAGA EN EL PECHO.

Gabriel Grieg permutó el texto, escribiendo en el espacio en blanco, situado al final de la tercera hoja del documento:

RECOGNOVERUNT PROCERES 7C/ 1893

LA LOSA DE PIEDRA QUE DA ACCESO

A LA CRIPTA SECRETA Y AL CÓDEX

ESTÁ EN LA CAPILLA DE SAN LORENZO

JUNTO A LOS PIES DE SAN FRANCISCO JAVIER.

—¡Venga, Gabriel! Acaba rápido, me cansa la postura —dijo Catherine de una manera muy sensual, y dándole un giro pícaro a sus palabras.

Para Gabriel Grieg no supuso ninguna dificultad imitar aquel tipo de letra. El «cebo» ya estaba listo, la trampa con la que estaba seguro iba a conseguir engañar al truhán que durante la noche guardaba la iglesia juradera. Mientras esperaba que se secase totalmente la tinta le pidió a Catherine la «cuarta hoja» y, tras doblarla cuidadosamente, la guardó en un bolsillo de su chaquetón de piel. Allí sí figuraba el lugar correcto donde estaba la entrada a la cripta.

«Así no habrá posibilidad de que se confundan las hojas», pensó Grieg, que ya tenía tramado el plan de acceso al interior de la cripta.

—Veamos. Te voy a explicar cómo entrarás en la iglesia Just i Pastor —dijo Grieg, que se dirigió de nuevo hacia la Plaça de Sant Jaume.

—Me parece que no he oído bien —replicó Catherine, parándose en seco—. Querrás decir: cómo entraremos…, los dos, ¿no es cierto?

—No. Quiero decir exactamente lo que has oído. Entrarás tú sola primero y después entraré yo.

—A ver. A ver… ¡Explícame eso! Me horroriza estar encerrada a solas en una vieja iglesia y de noche con ese tipo del que me has pasado unos «informes comerciales» que para qué…

—Lo sé. Si haces lo que yo te digo, no te pasará nada; debes seguir al pie de la letra lo que voy a decirte.

Grieg, al llegar a la plaza, miró hacia el fondo, hacia la calle Ferran, pero no la vio a causa de la niebla; sin embargo, la Plaça de Sant Jaume relucía frente al Palau de la Generalitat como si fuese una solitaria pista de hielo.

—Yo no puedo acompañarte en la primera fase del plan. Deberás hacerlo todo tú sola —expuso Grieg con sinceridad—. Ese tipejo me conoce. Si me ve, todo el plan se irá al traste.

Catherine le escuchaba con la cabeza ladeada y con el entrecejo fruncido.

—¿Y qué se supone que debo hacer? —preguntó cuando entraban en la calle Ciutat.

Se sentaron en el banco de piedra situado en la fachada lateral del Ayuntamiento.

—Mira —dijo Grieg, señalando con su dedo índice—, ¿ves ese estrecho y corto callejón?

—… Y oscuro, te ha faltado decir. Estrecho, corto y oscuro callejón —le replicó Catherine—. No pretenderás que me meta ahí sola…

—Es imprescindible —aseguró Grieg, tratando de insuflarle valor—. Si todo va como espero, dentro de unos minutos me reuniré contigo y dispondremos de mucho tiempo para poder buscar la cripta.

—¿Qué debo hacer? —preguntó, cariacontecida, comprendiendo que no tenía otra opción que seguir el plan de Grieg.

—Al final del callejón hay una puerta de hierro. Es la entrada posterior de la iglesia Just i Pastor. Cuando sea el momento, caminarás hacia ella y llamarás varias veces hasta que veas que se enciende una luz. No debe extrañarte que tarde varios minutos en llegar alguien…

«Gabriel es un tipo muy curioso», pensó Catherine, mientras lo escrutaba con cierta perplejidad y observaba su tez morena y sus serenos ojos verdes.

—Tras la puerta, alguien te hará una pregunta del tipo: «¿Quién llama?». Contéstale que se trata de un asunto urgente del
Recognoverunt Proceres.
Él te gruñirá un exabrupto. Ni te inmutes. Te dirá que no se ocupa de eso ni tiene nada que ver con tal cosa, que vuelvas mañana cuando esté el párroco o el secretario del archivo. Insiste. Le dices que se trata de un tema muy urgente. No te hará caso y te dirá, mientras se aleja, que te vayas a dormir. Sin demora y con la voz fuerte y clara debes decirle que se trata del asunto del 7C / 1893.

—¿Y qué pasará si le digo eso? —indagó Catherine mientras anotaba el número con un bolígrafo sobre la palma de su mano izquierda.

—Estoy seguro de que la materia le interesará. El sabe que ese testamento es una cuestión muy especial.

—¿Y si no ha oído hablar del tema?

—Creo que está metido hasta el cuello en el asunto —continuó Grieg—. Comprobarás que al escuchar el número te abrirá inmediatamente la puerta y podrás ver su cara redonda y su frente despejada; tiene la nariz aplastada, de boxeador. Inmediatamente, te pedirá la documentación del expediente. No se la entregues. Limítate a enseñarle la primera hoja. Entonces él abrirá la puerta y la volverá a cerrar. Ya desde el callejón, te dirá que lo esperes, y que no te muevas. Llegará hasta ahí —Grieg señaló el extremo del callejón que da a la calle Ciutat— y mirará a ambos lados de la calle por si has venido acompañada. No verá nada sospechoso y volverá caminando lentamente y muy pensativo hacia ti.

—¿Y dónde estarás mientras tanto? —preguntó Catherine, intrigada.

—No temas. Estaré en un lugar donde él no pueda verme.

Grieg pareció perder la concentración con la pregunta que le había hecho Catherine.

—Veamos…, ¿dónde estábamos? ¡Ah, sí! A continuación, el tipejo volverá abrir el portón de la iglesia y te dirá que pases con él a la sacristía o al archivo. Una vez allí, te hará sentar en la mesa del párroco junto a una estantería de madera tallada de color negro. Leerá con toda rapidez el documento y cuando llegue al lugar donde está la «entrada secreta de la cripta», alegando cualquier excusa, te dirá que le perdones un momento y que vuelve dentro un minuto…

—¿Y dónde irá? —preguntó Catherine.

—Muy sencillo, irá al lugar donde yo le he hecho creer que está la cripta. Es una capilla que está situada junto a la entrada principal, en el otro extremo de la iglesia. La conozco bien porque presenté hace un año un proyecto de rehabilitación. Entonces cuando él salga coges las llaves que seguramente habrá dejado encima de la mesa…

—¿Y si da la casualidad de que se las lleva con él mientras se dirige a la capilla? —preguntó Catherine.

—En la sacristía siempre hay un juego de repuesto colgado en la pared, detrás de la puerta.

—¿Estás seguro?

—Completamente seguro —declaró Grieg, moviendo con energía su mano derecha—. Cuando el tipejo se aleje, te haces con las llaves y te diriges rápidamente a abrirme la puerta. Te estaré esperando en el umbral. Me esconderé y tú regresarás rápidamente a la silla en la que estabas sentada en la sacristía.

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