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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El amanecer de una nueva Era (22 page)

BOOK: El amanecer de una nueva Era
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Entonces oyó otro grito, débil, pero esta vez no le cupo duda de que el ruido lo había hecho una persona. Rig también lo oyó, y la elfa lo vio cerrar los ojos y soltar un profundo suspiro. De algún modo, el marinero nunca perdía el equilibrio; se mantenía siempre en pie como un gato, flexionando las piernas cuando el barco cabeceaba, sin dar un traspié nunca.

—¡Quédate aquí! —le gritó.

Rig encontró a Dhamon luchando a brazo partido con un cabo que se había soltado de la vela mayor. El marinero lo agarró por la cintura para evitar que el agua lo arrastrara, y entre los dos consiguieron amarrarlo de nuevo. Dhamon se volvió para ocuparse de otro cabo que amenazaba con soltarse, mientras Rig se dirigía trabajosamente hacia la rueda del timón; soltó un suspiro de alivio al ver que Shaon seguía allí.

—¡Hemos perdido a dos tripulantes! —gritó la mujer mientras giraba bruscamente la rueda hacia babor—. Estaban cerca de bauprés. Los vi caer por la borda, pero no pude hacer nada. Creo que el lobo cayó también.

—¿Y Groller? —Rig estaba ronco de tanto gritar.

—¡Está en el palo de mesana, o al menos allí estaba!

—¿Y el enano?

—¡No estoy segura!

—¡Como no cambie el tiempo, estamos perdidos! Hemos dejado atrás los icebergs, pero según las cartas de navegación hay unos islotes por esta zona, y también algunos bajíos. ¡Podríamos acabar estrellándonos con ellos o encallando!

—No veo nada —jadeó Shaon. Sacudió la cabeza para quitarse el agua de los ojos. Tenía la ropa y el cabello empapados y pegados al cuerpo, y temblaba violentamente, tanto de miedo como de frío.

La mano de Rig le acarició el hombro, y después el marinero se marchó, de vuelta hacia el entrepuente para comprobar cómo les iba a Dhamon y a Feril. A través de las cortinas de agua, atisbo la corpulenta figura de Groller en la vela mesana, y soltó otro suspiro de alivio.

—¡Deberíamos habernos quedado en puerto! —gritó a Dhamon cuando estuvo cerca de él—. ¡No vemos por dónde vamos, y cabe la posibilidad de que encallemos! ¡Ya hemos perdido a dos hombres!

Merced a su agudeza de oído, Feril alcanzó a escuchar las palabras, y comprendió que encallar podría significar la muerte de todos ellos. «He de hacer algo —pensó—. Tengo que...» Se ató la cuerda a la cintura y se puso a gatas sobre la cubierta. Las olas rompieron sobre ella mientras plantaba las manos en la madera para que sus dedos pudieran percibir la fuerza del agua.

Cerró los ojos y musitó unas palabras que sonaron como el apagado chapoteo de un suave oleaje contra el casco. La kalanesti sintió unos dolorosos latidos en la cabeza a causa del esfuerzo de mantener la calma. Se concentró en el agua, en su tacto, en su olor, en su movimiento, en su frialdad.

Por fin su esfuerzo se vio recompensado. Notó como si se deslizara, se sumergiera, con el agua rodeándola por completo, acariciándola, instándola a ir hacia ella, a formar parte de ella. Se dejó arrastrar junto con las olas, que ya no eran amenazadoras, sino agradables. Tuvo la sensación de que el poder pasaba a través de ella mientras el
Yunque
cabeceaba y se sacudía. Entonces se concentró en ampliar su visión más allá del barco, debajo de las crestas de blanca espuma, lejos del constante batir del viento. La oscuridad no le dio miedo; era agua de mar, y el agua de mar no necesitaba al sol ni a la luna. Extendió sus sentidos, y tocó arrecifes, acarició la vegetación llena de colorido; después amplió más su alcance hasta localizar una solitaria roca que asomaba sobre la superficie, oculta por las altas olas. La formación era negra como la noche, y Feril supo que Shaon no podría verla. Estaba directamente en el paso del
Yunque.

—¡A la derecha! —advirtió la kalanesti.

—¿Qué? —oyó gritar a Rig.

—¡Virad rápidamente a la derecha o el barco se estrellará! ¡Hacedlo!

El marinero le creyó y le advirtió a Dhamon, que a su vez le transmitió a Shaon la orden de virar bruscamente a estribor. En cuestión de segundos, el
Yunque
se desplazó en un pronunciado ángulo y esquivó el escollo por muy poco.

Feril soltó un suspiro de alivio y dejó que su mente llegara más lejos, delante del barco. Detrás del arrecife, un grupo de delfines nadaba hacia uno y otro lado, nerviosos. Estaban a bastante profundidad para que la tormenta los preocupara y, sin embargo, algo los inquietaba. La kalanesti se sumergió más hasta encontrarse entre ellos, buscando lo que causaba su ansiedad. ¿Tiburones quizá? Extendió más el alcance de su mente, tratando de establecer contacto con uno de los delfines, pero en ese momento los animales se espantaron y empezaron a nadar en todas direcciones. A su alrededor el agua empezó a agitarse con violencia.

Feril sintió que el agua era desplazada por algo muy grande. Un trío de delfines nadaron, enloquecidos, hacia ella, y entonces la elfa sólo vio oscuridad. Un chorro de burbujas la rodeó al tiempo que el agua parecía espesarse y volverse más caliente. ¡Sangre! Se apartó del lugar hasta salir de la oscuridad, y sus sentidos pudieron percibir una hilera de afilados colmillos semejantes a carámbanos.

«¡El dragón!», gritó dentro de su cabeza, y las palabras también salieron de sus labios, en la cubierta del barco.

—¡El Dragón Blanco está ahí debajo, aprovechando la tormenta para darse un festín!

Presenció cómo el monstruo devoraba a los delfines, alcanzándolos y tragándoselos del mismo modo que un róbalo se habría tragado los más pequeños alevines. La inmensa bestia giró en el agua, y la gigantesca cola se sacudió tras ella y golpeó un pináculo rocoso, que se partió y cayó al fondo marino. Feril sintió que el corazón le palpitaba alocadamente en el pecho, aterrada aunque sabía que el dragón no podía verla, ya que su cuerpo estaba a salvo en cubierta. La elfa intentó tranquilizarse, y entonces vio que el dragón miraba hacia arriba. Su inmensa cabeza blanca apuntaba hacia algo que tenía encima. La kalanesti siguió su mirada y divisó el casco del
Yunque
moviéndose en el agua como si fuera unos restos flotantes. Se estremeció. El mar se había vuelto terriblemente frío alrededor de la bestia.

Entonces contempló con horror cómo el dragón pegaba las alas contra los costados y se impulsaba con las musculosas patas traseras en dirección al barco. Abrió las fauces y lanzó un cono de hielo que golpeó al
Yunque
con tal fuerza que lo levantó del agua.

El barco escoró a la derecha al caer de nuevo al mar con fuerza, levantando cortinas de agua. Dhamon se aferró al mástil para evitar salir lanzado por la borda, y Rig fue a parar cerca de donde estaba Feril.

—¿Qué ha sido eso? —le oyó gritar la kalanesti.

—¡A la izquierda! —chilló ella al notar que el dragón se desplazaba a la derecha, en pos del barco.

Rig transmitió la orden a Shaon, y la embarcación se inclinó a babor mientras el Dragón Blanco pasaba por debajo. La cresta irregular de la bestia asomó en la superficie cortando el agua como una hilera de aletas de tiburones, y después el dragón se sumergió y cambió de rumbo para hacer otra pasada.

Feril sabía que el
Yunque
no podía dejar atrás a la criatura, y que sólo era cuestión de minutos que el barco acabara hecho astillas. Con todo, siguió dando instrucciones a Rig. De nuevo, el dragón dio media vuelta, pero en esta ocasión no salió a la superficie, sino que se sumergió más mientras la sorprendida kalanesti lo seguía hasta la revuelta arena del fondo, donde un gigantesco calamar se impulsaba, intentando escabullirse. El dragón había decidido perseguirlo, de repente más interesado en la carne de otra presa.

El Blanco desapareció de su vista, perdido en un remolino de arena y tinta. En cubierta, Feril se mordía el labio inferior con tanta fuerza que sintió el sabor de la sangre. ¿Regresaría el dragón? Sus sentidos continuaban bajo la quilla del
Yunque,
que seguía cabeceando. No habría sabido decir cuánto tiempo pasó, pero estuvo durante otras dos horas escudriñando el agua y dirigiendo al barco alrededor de escollos sumergidos, islotes, bajíos y torbellinos. El dragón no volvió a aparecer, y por fin la tormenta aflojó y el mar se serenó.

—Unos daños mínimos en el barco —resopló Shaon mientras se desataba y se dirigía, tambaleándose, hacia Rig y Dhamon, que estaban inspeccionando el palo mayor—. Pero nos faltan dos hombres.

—Sabían que habría riesgo hacia donde nos dirigíamos —gruñó Rig—. Jamás les hice falsas promesas. Espero que podamos contratar a uno o dos en el próximo puerto de escala. No me gusta andar corto de tripulación. —El marinero inhaló profundamente. Para sus adentros podía lamentar la pérdida de los hombres, pero el código del mar rehusaba la manifestación de sentimentalismos—. Podemos dar gracias de no estar todos muertos. Cuando el dragón salió a la superficie, creí que estábamos perdidos.

Hizo una mueca y echó una mirada a la dormida kalanesti. Después de haber hecho su trabajo tan bien, Feril se había desplomado por el agotamiento, con la cuerda aún atada a su cintura. Tenía los mechones castaños pegados a su cabeza y la ropa adherida al cuerpo. Un hilillo de sangre escurría de su labio inferior, y todavía yacía sobre un charco de agua. Las olas no habían borrado las pinturas de su rostro y de su brazo. Parecía una muñeca de trapo rota y tirada a un lado.

—Podría haber sido mucho peor —dijo Rig al tiempo que señalaba a Feril con la barbilla—. Gracias a ella el barco sigue de una pieza.

Shaon apretó los puños y se puso en jarras.

—¡Pues yo no la he visto a la rueda del timón! —barbotó. La mujer de piel oscura lanzó una mirada enfurecida a Rig, después pasó ante él y empezó a bajar la escalera, apartándose a un lado un instante para dejar pasar a Jaspe, que subía a cubierta.

»
Voy a cambiarme de ropa —gritó—. Estaré de vuelta dentro de un rato... a no ser que no te haga falta.

El marinero suspiró.

—Más vale que baje y le diga algo para que no siga de uñas conmigo. —Rig dio unos pasos tras ella, pero se detuvo al ver a Groller junto al palo de mesana. Cerró las manos y las sostuvo a la altura de los hombros, y después las movió en un arco hacia uno y otro lado. El semiogro asintió.

»
Groller se ocupará del timón —le dijo a Dhamon—. Prueba a ver si puedes desenredar el cabo de la vela de mesana, y después desata a Feril. Subiré dentro de un rato.

Dicho esto, desapareció bajo cubierta en silencio. Entretanto, Ampolla se había soltado del cabrestante. Sus guantes estaban empapados y helados, y tenían manchas de sangre. Metió las doloridas manos en los bolsillos para que nadie las viera, y se escabulló bajo cubierta para buscar otro par de guantes.

20

A Palanthas

—¿Qué pasa? —Feril vio a Dhamon cerca de la proa, contemplando las pequeñas crestas espumosas de las olas con semblante ceñudo.

—Nada. —El guerrero sacudió la cabeza—. Sólo estaba pensando en... cosas. —De hecho estaba pensando en Feril, que últimamente ocupaba sus pensamientos la mayoría de las veces.

—¿Pensabas en los dragones?

Él asintió en silencio.

—Algunos dicen que sólo quedan unas cuantas docenas —manifestó la elfa—. Al menos, eso era lo que se comentaba en el puerto de Caergoth. Hace unas pocas décadas los había a cientos. Estuve hablando con un viejo marinero que decía que los dragones grandes habían matado a los más pequeños. Los grandes que quedan poseen territorios, como la gran hembra Roja que domina el este, o la Negra del sur, junto al Nuevo Mar. —Hizo una pausa y se quedó mirando el mar—. Y también está el Blanco.

»
Los dragones parecen tan fuertes como eran antes, tal vez incluso más. El Blanco alteró Ergoth del Sur mediante la magia. Son los que poseen la mayor parte de la magia existente.

—Jamás he confiado demasiado en ella —manifestó Dhamon—. Prefiero poner mi fe en algo sustancial, como mi espada. La magia ha desaparecido casi en su totalidad.

—Lástima que pienses así —dijo Feril suavemente, con el entrecejo fruncido—. La magia sigue siendo muy importante para algunos.

Dhamon sintió que la sangre se le agolpaba en las mejillas. No había querido molestarla. Nada más lejos de su intención. Abrió la boca para disculparse, pero ella se le adelantó:

—¿Cuánto tardaremos en llegar a Palanthas?

—Unas cuantas semanas. Ayer estuvimos en Puerto Estrella.

Rig había bajado a tierra para ocuparse de algunos asuntos. No quería que se repitiera un altercado como el de Caergoth, y ordenó a todos que permanecieran a bordo del barco. Varias horas después regresó con dos nuevos marineros, algunas provisiones y varias camisas de vivos colores para Dhamon.

—El rojo te sienta bien —dijo Feril, que con el índice acarició la camisa del guerrero y se echó a reír, para luego darse media vuelta y marcharse.

Se reunió con Rig en la rueda del timón.

—Escuché vuestra conversación sobre magia —le dijo el marinero. Su profunda voz sonó a través de la cubierta—. La magia me fascina.

«Apuesto a que sí», se dijo Dhamon para sus adentros al tiempo que echaba una ojeada por encima del hombro a Feril, que estaba de pie junto al corpulento marinero.

—La magia que prefiero utilizar me permite adoptar la forma de un animal —explicó la elfa—. Pero es agotador, y después me siento como si hubiera estado corriendo kilómetros y kilómetros. También puedo limitarme a mirar a través de sus ojos.

—¿Cómo adoptas la forma de un animal? —El interés del marinero parecía sincero.

Feril sonrió y bajó la mano hacia una pequeña bolsa de cuero que llevaba colgada a un costado. Tiró de la cinta que la cerraba, metió los esbeltos dedos dentro, y sacó un trozo de arcilla.

—Así —respondió y empezó a trabajar la arcilla con los pulgares.

En lo alto chilló una gaviota, y la elfa trabajo más deprisa la arcilla, formando la tosca figura de un pájaro con una fina cola y un pico algo romo. Utilizó la uña del pulgar para hacer una semblanza de ojos y alas pegadas al cuerpo. No era una obra artística, pero pareció satisfacerla.

—Una gaviota —dijo.

La kalanesti sostuvo la imagen de arcilla en la palma de la mano derecha, y cerró los ojos. Empezó a hacer un sonido, una especie de melodía que el ave en lo alto repitió con sus gritos. La distancia entre Feril y la gaviota se disipó, y la mente de la mujer se elevó hacia el ave, sintiendo el silbido del aire a su alrededor. De repente, se puso rígida, y una sonrisa asomó a su semblante. Estaba contemplándose a sí misma y al marinero desde arriba.

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