El año que trafiqué con mujeres (28 page)

BOOK: El año que trafiqué con mujeres
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En la sobremesa, aquel tipo sentado justo frente a mí me mostró todo tipo de armas. Desde una temible «pajillera», hasta un poderoso Magnum 45. Pero el incidente se produjo cuando sacó una pequeña Astra del calibre 9 mm. La pistola estaba amartillada y aunque sacó el cargador, mientras me la enseñaba, apretó el gatillo. La detonación fue atronadora y la bala atravesó la mesa, rozándome la rodilla derecha. El tintineo del casquillo, al caer al suelo, resonó en mis oídos como la campanilla del monaguillo en un funeral. Mi funeral.

Ambos nos quedamos petrificados, mientras el proyectil silbaba hasta detenerse a mis pies. Todavía conservo esa bala —engarzada a mi cuello como amuleto—, que pudo haberme destrozado la rodilla en el mejor de los casos, y consideré que era como una señal de que estaba tentando demasiado la suerte. Mi pobre ángel de la guarda empezaba a quejarse del exceso de trabajo...

Lo increíble es que, a pesar del atronador sonido del disparo, y de que ya era medianoche, nadie en el edificio se inquietó por el incidente. Nadie llamó a la Policía. Ignoro si estaban acostumbrados a escuchar detonaciones de bala en aquella vivienda pero, al menos en aquella noche, nadie se interesó por el origen del tiro. A mí se me quitó el hipo de golpe.

De alguna manera, en aquella primera cena con los amigos de Andrea —días antes del incidente del disparo— aprendí todo lo que un traficante de mujeres debe saber del negocio. Un par de meses más tarde, utilizaría todos los conocimientos adquiridos para simular una negociación como un auténtico traficante.

Mientras disfrutábamos de la cena italiana del Ginos, nadie podría haber adivinado el contenido de nuestra conversación. Parecíamos un grupo de ejecutivos, aunque uno de ellos fuese armado, manteniendo una animada conversación. Y es que los mafiosos y traficantes de mujeres viven completamente integrados en la sociedad. A pesar de tratarse de uno de los tipos de criminal más cruel y deleznable que existe, nada lo identifica. Viven a nuestro alrededor, en nuestras ciudades. Son nuestros vecinos. Bailan en nuestras discotecas, comen en nuestros restaurantes, duermen en nuestros hoteles, se divierten en nuestros cines. Aparentan ser respetables empresarios, ciudadanos modélicos y sin embargo, son los causantes de una fuente inagotable de dolor, de océanos de lágrimas, de kilómetros de desesperación. Aquella cena, de color gris tristeza, me dejó un amargo sabor a melancolía en el paladar.

Poco después acompañé a la brasileña para el inicio de su nueva vida. Me despedí de Andrea en la estación de autobuses de Madrid, justo antes de que partiese hacia Italia. Me regaló un álbum con algunas de sus pruebas fotográficas como modelo porno, elocuentemente obscenas, y un libro de poesías en portugués. Era su forma de agradecer mi ayuda. Antes de marcharse me dijo una de las cosas más tristes que he escuchado en el transcurso de esta investigación.

—Perdón por desconfiar de ti, pero te portabas bien conmigo e a mí me enseñaron a desconfiar das cosas buenas... Me pasaron tan pocas cosas buenas en la mia vida que non sé cómo hay que comportarse cuando ocurren.

Después me dio un beso y subió al autobús. No fui capaz de controlar las lágrimas que se derramaban por mis mejillas, como si fuese un estúpido sensiblón. Pero no lloraba por Andrea, que al fin y al cabo partía hacia una vida mejor, sino por todas las Andreas que nutren los burdeles del mundo. Cientos de meretrices, miles de mesalinas, millones de Marías Magdalenas que no tienen un Jesucristo que las redima de sus pecados, ni que les ofrezca consuelo y amor desinteresado. Supongo que yo intento ser, al menos, el hagiógrafo que transcriba sus historias.

Creo que ni yo, ni ningún hombre, ni tampoco ninguna mujer que no haya ejercido este «oficio», podremos llegar a comprender jamás el sufrimiento que se va acumulando en el corazón de estas chicas, que va surcando su alma de mil heridas y desengaños que nunca cicatrizan del todo. Como las marcas que dejó la cuchilla en las muñecas de Carmen, la empleada de ALECRIN, que un día pensó que la mejor salida para una vida como prostituta era la muerte. Afortunadamente, se equivocaba.

Sunny: biografía de un traficante de mujeres

No esperaba aquella llamada de Susy, que me hizo olvidarme por unos momentos de Andrea, para concentrar toda mi atención de nuevo en Murcia. Seguíamos hablando por teléfono algunas veces, con objeto de mantener fresco el contacto, pero en esta ocasión, era ella la que llamaba para darme una noticia imprevista. Sunny, el proxeneta nigeriano más importante de la región, quería conocerme.

Por un lado, era una buena noticia. El traficante había mordido el anzuelo de las tarjetas de crédito que yo le había hecho ver a Susy intencionadamente. Pero por otro, no me hacía mucha ilusión encontrarme con el boxeador, mientras yo llevara encima una cámara oculta. Quedé con Susana en que nos encontraríamos en Murcia tres días después, aunque en realidad tardé uno sólo en regresar a su ciudad. Necesitaba averiguar todos los datos posibles sobre Sunny antes de nuestro encuentro. Quería saber todo lo que pudiera sobre mi adversario y acudí a todas las fuentes posibles para averiguarlo.

Harry, el africano que me había marcado a Susy meses atrás, terminó considerándome un «colega» en el negocio del tráfico de mujeres, y poco a poco fui teniendo conocimiento de muchos otros miembros de la comunidad nigeriana, vinculados directamente con Sunny, como Prince K. 0., afincado en Madrid con NIE: X2862 ... ; o los «jefes» establecidos en Sevilla y Málaga respectivamente, Olumyiwa A., con NIE: X2720... y Oni 0. 0., con NIE: X3082... También supe que la encargada de enviar a las chicas a Alemania desde Málaga era Eunice 0., con NIE: X3461... y que había otros «colegas» ubicados en Murcia, como Jude N. y Nnanidi Ch. 0. Este último con NIE: X1553...

Gracias a todos ellos y a algunas prostitutas nigerianas compañeras de Susy en el Eroski, por fin estaba en disposición de elaborar un perfil biográfico de mi objetivo que, en realidad, coincidía con el de miles de inmigrantes ¡legales que convierten el tráfico de seres humanos en su modus vívendí una vez llegan a Europa.

Price Sunny nació el día 17 de febrero de 1976 en Benin City, capital del estado de Edo, siendo el menor de cuatro hermanos —tres de ellos chicos y una chica—. Ni su padre, Jacob, ni su madre, Agnes, pudieron soñar jamás con que su hijo tuviese la oportunidad de emigrar a España, pero durante los años noventa, miles de chicos y chicas nigerianos, alentados por historias fantásticas sobre el paraíso europeo, habían decidido perseguir su sueño de un futuro mejor. Poco a poco, todos los amigos, vecinos y compañeros de colegio de Sunny fueron desapareciendo de las calles de Benin City.

Con apenas veinte años, ganaba algunos dólares rompiendo caras en el ring. Era fuerte y no tenía miedo, pero aquellos ingresos a duras penas le permitían mantener a su joven esposa, Sandra —que era funcionaria del estado—, y al hijo que acababan de tener, Junior. Un buen día, alguien le habló de España. Alguien le dijo que era un país fantástico donde se podía ganar mucho dinero y la vida era color de rosa. Sólo tenía que llegar hasta la frontera, saltar una valla en un lugar llamado «Zuta», o algo así, y automáticamente sería recibido con los brazos abiertos, le entregarían papeles y un trabajo y empezaría a hacerse rico. Y Sunny, como miles de jóvenes similares, se creyó todas aquellas patrañas, y se despidió de su joven esposa y de su hijo para iniciar un viaje atroz y despiadado, en busca de un sueño inexistente.

Naturalmente, sus consultas en el consulado español de Lagos resultaron totalmente estériles. De hecho, no conocía a nadie que hubiese conseguido jamás un visado para España, siguiendo los cauces legales. Sus amigos comentaban con soma que el día que la embajada de España en Abuja —que evidentemente no realiza este tipo de gestiones—, o el consulado de Lagos, decidiesen emitir un visado, tendrían que llamar a Madrid para que les explicasen cómo se hacía. De todas formas, puesto que Sunny provenía de una familia humilde, aunque hubiese conseguido el utópico visado, tampoco tenía dinero para pagarse un viaje en avión. Así que sólo le quedaba un camino para acceder a ese lugar idílico y maravilloso llamado España.

Al igual que miles de nigerianos antes y después que él, Prince Sunny se enfrentaba a una caminata brutal, teniendo que recorrer cientos de kilómetros a pie, y aprovechando cualquier medio de locomoción que le ahorrase algo del interminable trayecto hacia el paraíso europeo, ya fuera en coche, en camello, en moto o a caballo. Al fin, se gastó el poco dinero que había ahorrado para el viaje en pagarse el «lujo» de ir hacinado en un camión destartalado con docenas de hombres y mujeres amontonados como bestias, para recorrer algunos kilómetros de desierto a bordo del mismo.

El resto del camino se vio obligado a hacerlo a pie, con lo que supone tener que beberse los propios orines ante la falta de agua en el impío Sahara, y seguir adelante a pesar de los siniestros y frecuentes montículos que jalonan el camino de tumbas excavadas en la arena con las manos, en las que una piedra intenta evitar que el viento arrebate una foto o el pasaporte del fallecido. Cientos de muertos anónimos, que han perdido la vida persiguiendo el sueño europeo y cuyas fotos miran con atención los peregrinos que se cruzan con ellas, como Sunny, con objeto de informar a sus familiares, en caso de reconocer al difunto.

Cada una de aquellas sepulturas, tocadas por la improvisada lápida de papel, parecía una advertencia. Desde aquellas fotos, sujetas con una piedra, los mártires de la esperanza parecían querer alertar a Sunny contra las penalidades que le aguardaban si decidía seguir adelante en su empeño de alcanzar el paraíso. Pero Sunny había aprendido a encajar los golpes de la vida, como encajaba los puñetazos de sus adversarios en el cuadrilátero, y nunca había tirado la toalla.

El trayecto desde Benin City hasta Agadez, en Níger, fue relativamente sencillo. Desde allí hasta Argelia, las cosas empeoran mucho. Además del desierto, las bandas de ladrones arrebatan a los aspirantes al primer mundo los pocos enseres de valor o dinero que lleven encima en su peregrinaje hacia el paraíso. Dicen que los peores son los mismos soldados argelinos, que violan a las mujeres y a veces también a los hombres, antes de robarles. Pero Sunny era fuerte y robusto, un luchador profesional. No temía a los ladrones. Sus verdaderos enemigos —la sed, el hambre y las enfermedades eran aquellos que no pueden derrotarse con los puños.

El viaje hasta Argelia fue muy duro, pero a pesar de todas las penalidades del inmisericorde desierto, alcanzó Tamanrasset, ciudad de paso para las caravanas de inmigrantes que intentan alcanzar Europa por la ruta terrestre. Allí empezó a concienciarse de que los cuentos de hadas que le habían narrado eran totalmente ficticios. En los guetos de inmigrantes que van de paso, escuchó los primeros relatos de algunos senegaleses, libaneses, guineanos o nigerianos como él, que habían conseguido llegar hasta Europa tiempo atrás, pero que habían sido detenidos por las autoridades españolas y repatriados a sus países de origen. Una vez devueltos allí, sólo podían resignarse o volver a intentarlo. Y eran muchos los que habían sufrido el padecimiento de aquel viaje mortal a través del desierto, una y otra vez, firmemente dispuestos a alcanzar de nuevo Europa. Allí las cosas no eran tan fáciles como le habían contado a Sunny, pero desde luego, estaban mucho mejor que en África.

Para cuando Sunny alcanzó la ciudad de Maganahia, ya llevaba muchos kilómetros de desierto, de hambre y de sed a sus espaldas, y su escepticismo había aumentado de forma proporcional a su desesperación. Un compatriota que ya había hecho aquella ruta en tres ocasiones le explicó que la valla que tenía que saltar, de la que le habían hablado sus amigos en Benin City, no era el final del camino. Después, tenía que atravesar el mar para poder llegar verdaderamente a España.

¿El mar? Nadie le había explicado a Sunny, como ocurre con la inmensa mayoría de los inmigrantes ¡legales, que después de atravesar un infernal mar de arena, tendría que cruzar también un mar líquido. ¿Patera? El boxeador jamás había escuchado ese término. Y tampoco le habían avisado de que el precio por cruzar en patera hasta el continente europeo podía oscilar entre los mil y mil quinientos dólares. Una suma absolutamente inconcebible para él.

Así pues, Prince Sunny hizo lo mismo que hacen muchos supervivientes nigerianos: convertirse en guía de inmigrantes ¡legales, lo que denominan un «pasador». Durante meses, junto a otros nigerianos, marroquíes y senegaleses, se dedicó a escoltar caravanas de inmigrantes, la mayoría de muchachas destinadas a los prostíbulos de Francia, Italia, Alemania o España, ahorrando todo el dinero que podía para pagarse su propio billete hacia el paraíso. Entre cien y doscientos dólares por operación eran sus honorarios por conducir a sus paisanos africanos hasta los bosques cercanos a Ceuta o Tetuán, donde docenas de ellos, a la desesperada, intentaban saltar la verja y echar a correr. La Policía española capturaba a algunos, pero muchos de ellos conseguían burlar el control policial y entrar en el país. Los que eran detenidos, después de su atroz viaje por el desierto y mil penalidades, sólo podían hacer una cosa... nada. Resignarse y volver a su país con el rabo entre las piernas. Los demás, con suerte, podrían encontrar sitio en campos de refugiados, como el de Calamocarro, esperando una oportunidad para saltar al continente.

Hay algunos que, una vez en Marruecos, intentan pasar por la frontera legal de Melilla o Ceuta, especialmente en los puestos fronterizos de Beni Enzar, de Melilla o El Tarajal, de Ceuta. Pero para eso necesitan conseguir una necua —el documento marroquí—, que puede costar una auténtica fortuna, lo que lo convierte en totalmente imposible para la mayoría de los inmigrantes, dependiendo de la calidad de la falsificación. Los puestos menores, como el de Farhana en Melilla, reservado sólo para residentes, se llenan de inmigrantes ¡legales los días de mercado, porque intentan aprovechar la masificación para colarse en la frontera escondiéndose en el interior de un camión, en el maletero de un coche, etc., aun a riesgo de morir asfixiados. Algunos, incluso, se juegan la vida intentando bordear la costa y trepar por escarpados acantilados, que todos los días se cobran la vida de hombres y mujeres desesperados, que prefieren arriesgarlo todo antes de regresar a la miseria, la indigencia y la hambruna africana.

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