El reactor aterrizó en Yerevan, donde Tyler había contratado a un intérprete que debía recogerlos en coche en el aeropuerto. Cuando llegaron al vehículo, el ingeniero dio un fajo de dólares norteamericanos al intérprete, que lo miró boquiabierto. Era más dinero del que ganaba en medio año.
—Espero que esto sirva para mantener nuestra expedición en la más estricta confidencialidad.
—Por supuesto, doctor Locke —tartamudeó el tipo con un inglés sobresaliente—. Me llamo Barsam Chirnian. Será un placer ayudarles en todo lo que sea necesario.
—¿Cuánto tardaremos en llegar a Khor Virap?
—Sólo está a treinta kilómetros al suroeste. Calculo que menos de una hora.
Llegarían a eso de las cinco de la tarde, hora local.
—Estupendo —dijo Tyler—. De camino podrá usted hablarnos de Khor Virap.
Los cuatro subieron al coche, un Toyota Land Cruiser bastante baqueteado, y serpentearon por las calles de la ciudad antes de tomar una carretera principal que llevaba al sur. A la derecha, el monte Ararat y su hermano pequeño al sur se alzaban sobre las llanuras. Aunque los armenios consideraban propia la montaña de 5.137 metros de altura, y la habían convertido en un símbolo nacional, se encontraba de hecho en la frontera turca.
En el transcurso del viaje, Chirnian les ofreció lo que debía de ser el típico discurso para turistas acerca del monasterio. Artashat, la población donde se encontraba situada, fue la primera capital armenia, y mantuvo ese papel hasta su caída en el siglo V. Nadie conocía con exactitud la fecha en que se construyó el templo, pero fue uno de los primeros monasterios cristianos. Se alzaba sobre la única colina que había en kilómetros a la redonda y había servido como fortificación contra los invasores debido a su ubicación estratégica en el río Araks. Gracias a san Gregorio el Iluminador, se había convertido en el principal lugar de culto de toda Armenia.
Grigor Lusavorich había regresado de Israel a su Armenia natal en el siglo III para convertir a la gente a la nueva religión cristiana. El padre del rey Trdat III había sido asesinado por el padre de Grigor, así que Trdat encerró a Grigor en un pozo de Khor Virap durante trece años, lugar donde sobrevivió milagrosamente a toda clase de vejaciones y torturas. Cuando Trdat cayó enfermo, tuvo una visión en la que Grigor lo curaba, motivo por el cual el rey abrazó la fe cristiana. En el año 301, Armenia se convirtió en la primera nación cristiana. Grigor fue beatificado y convertido en santo patrón del país.
Llegaron a Artashat en el rato que tardó Chirnian en relatar la historia de san Gregorio. El sol de aquella tarde de octubre bañaba la llanura con tonos dorados. Los viñedos y las granjas se extendían en dirección a la falda del Ararat, cuyo pico acariciaba los jirones más bajos de las nubes que decoraban el cielo azul.
El antiguo monasterio de Khor Virap se alzaba sobre el extremo meridional de un monte rocoso. El Land Cruiser ascendió por un camino que serpenteaba por la ladera hasta que franqueó la puerta principal. Su reputación de ser la mayor atracción turística de toda Armenia estaba bien fundada. Aunque quedaba poco para la hora de cierre, una docena de vehículos aparcaban en el patio. Tras salir del coche, caminaron bajo el arco excavado en la gruesa piedra de la muralla exterior que desembocaba en una escalera que se dispusieron a subir.
Tras subir la escalera, salieron a un patio central en el que se alzaba la iglesia, lugar que Chirnian les contó que solía utilizarse para celebrar bodas. En ese momento no había celebraciones, pero sí hombres y mujeres, algunos vestidos a la manera occidental, otros con el atuendo regional armenio, que tomaban fotografías de la iglesia y de la montaña, famosa por ser el lugar donde se posó el arca. A pesar de haber sido un monasterio, los monjes lo habían abandonado hacía tiempo, y ahora el lugar estaba administrado por sacerdotes de la Iglesia ortodoxa armenia.
—Tenemos que ver al sacerdote que esté a cargo de todo esto —explicó Tyler al intérprete.
Chirnian asintió y fue a buscarlo. Al cabo de unos minutos, un sacerdote de expresión amistosa salió del edificio. No hablaba inglés, pero se presentó por medio de Chirnian, y estrechó la mano de Tyler.
—Soy el padre Yezik Tatilian. ¿En qué puedo ayudarle?
—Padre Tatilian, me llamo Tyler Locke. Soy un ingeniero norteamericano. Gracias por recibirnos.
—¿Le interesa la historia arquitectónica de nuestro monasterio?
—En cierto modo, sí. ¿Conoce usted a un arqueólogo llamado Hasad Arvadi?
Hasta que el sacerdote negó con la cabeza, Dilara no reparó en cómo contenía el aliento, esperanzada ante la posibilidad de encontrarse ante la última clave para hallar a su padre.
—Son muchos los científicos e historiadores que acuden a estudiar al monasterio —dijo—, así que no me sorprende no recordarlo.
Tyler señaló a Dilara, que era incapaz de disimular la decepción.
—La doctora Kenner es su hija. Tenemos motivos para pensar que visitó este lugar.
—Lo siento —recalcó el sacerdote—. Su apellido no me es familiar.
Tyler tomó la cámara digital de Dilara y, utilizando la pantalla de cristal líquido, mostró al sacerdote la fotografía más reciente que Dilara conservaba de su padre.
El padre Tatilian se encogió de hombros. Tyler le mostró dos fotografías más, una que la revista
Forbes
tomó a Ulric, y otra de Cutter que sacó la cámara de seguridad del CIC.
El sacerdote no reconoció a ninguno de ellos.
—Tal vez si me contara por qué busca a estos hombres…
Tyler miró a Dilara, que inclinó la cabeza para mostrar su conformidad. Tarde o temprano tendrían que sincerarse con él si aspiraban a obtener su cooperación.
—Tenemos razones para creer que su monasterio alberga una cámara secreta, una sala de cuya existencia es muy posible que ni siquiera usted sea consciente.
El sacerdote rió.
—Este lugar lleva aquí miles de años. Estoy seguro de que conocería la existencia de esa cámara. Y le aseguro que no existe ese lugar.
Tyler le mostró una imagen del pergamino.
—Éste es un documento antiguo que Hasad Arvadi encontró en el norte de Irak. La doctora Kenner lo ha traducido, y el texto menciona un mapa que lleva al arca de Noé y que está localizado en algún lugar de Khor Virap.
Chirnian, el intérprete, hizo una pausa porque no estaba seguro de haber oído correctamente. Cuando se aseguró de que Tyler hablaba en serio, tradujo. El padre Tatilian sonrió.
—Acuden a menudo cazadores de tesoros a este lugar, en busca de los restos del arca de Noé, pero es la primera vez que oigo hablar de un mapa.
—El padre de la doctora Kenner desapareció hace tres años. Creemos que fue asesinado.
Eso borró la sonrisa de los labios del sacerdote.
—Lamento sinceramente su pérdida.
—Padre Tatilian —insistió Tyler—, ¿sucedió algo fuera de lo normal hace tres años?
—Sí —respondió el sacerdote con cierta cautela—. Entonces teníamos en el monasterio a dos novicios que estaban de peregrinaje. Uno de ellos fue asesinado y el otro desapareció. Fue imposible dar con su paradero.
—¿Cómo fue asesinado el novicio?
—De un disparo. La policía investigó lo sucedido, pero no se produjeron arrestos. El caso sigue abierto.
—¿Algún móvil que explique lo sucedido?
—Probablemente el robo. Encontré el cadáver una mañana al entrar en Khor Virap.
—Tuvo que ser cosa de Ulric —dijo Grant.
—¿Saben quién podría estar detrás de todo esto? —preguntó el sacerdote.
—Posiblemente. ¿Podría contarme exactamente lo que sucedió?
—No hay mucho que contar. Fue de noche y el monasterio estaba cerrado. Al hermano Dipigian lo encontraron muerto como consecuencia de dos disparos en la cabeza. Nunca volvimos a ver al hermano Kalanian. Dimos por sentado que lo habrían secuestrado. No supimos el motivo, y nunca recibimos una nota de rescate. Claro que tampoco tenemos dinero. Nuestras fuentes de ingreso se limitan a las bodas y otras fiestas que celebramos aquí, pero la mayoría de ese dinero se destina al mantenimiento del monasterio.
—¿Dónde hallaron el cadáver?
—Eso fue lo más extraño. En el pozo.
—¿El lugar donde tuvieron cautivo a san Gregorio? —preguntó Dilara.
—Sí, pero si fue un robo no se me ocurre un lugar más extraño para llevarlo. Como lugar de culto, nada supera al pozo de san Gregorio, pero no hay nada de valor allí. Algunos candelabros en el nicho, nada más.
—¿Un nicho? —El pergamino mencionaba una bovedilla. La voz en hebreo podía traducirse de varios modos, incluido «nicho».
—Ahí es donde los peregrinos pueden rendir tributo.
—La quinta y octava piedras del nicho revelan —dijo Dilara a Tyler, que de inmediato comprendió a qué se refería.
—Padre, por favor, muéstrenos el pozo de san Gregorio.
En lo alto de la colina que miraba al patio de Khor Virap, Ulric enfocó los prismáticos hacia las personas reunidas a doscientos metros de distancia. Vio a Locke, Westfield y Kenner, acompañados por alguien que parecía un intérprete. Estaban conversando con un sacerdote. Ulric estaba cuerpo a tierra junto a Svetlana Petrova y Dan Cutter, que tenía bajo el brazo un rifle de francotirador ruso VAL, equipado con silenciador, capaz de disparar proyectiles de nueve milímetros. A pesar de lo difícil que era hacerse con uno, Cutter había podido comprarlo en Armenia así como otras armas.
—¿Quiere que los elimine? —preguntó.
Ulric había ido al lugar donde descansaba el arca de Noé, y si hubiese logrado entrar, ya se habría marchado con el segundo amuleto en su poder. Pero a su llegada, descubrió que Hasad Arvadi lo había engañado. El anciano se había revelado astuto, no mencionando información clave que le habría permitido acceder al interior.
Cuando Ulric no pudo entrar, el siguiente paso consistió en volver a Khor Virap. Allí debía de estar la información relativa al acceso al arca que Arvadi le había ocultado. El plan consistía en fotografiar cada centímetro cuadrado del mapa para asegurarse de que no se habían olvidado nada, y Ulric ya se encargaría de buscarse otro traductor que le contara qué decía realmente el mapa. Encontrar un traductor cualificado le llevaría un tiempo, de modo que para asegurarse de que nadie imitara sus pasos tenía que destruir por completo el mapa.
Ulric y Cutter se tumbaron a esperar el momento más adecuado para infiltrarse en el monasterio, igual que hicieron tres años atrás.
Entonces, para sorpresa del multimillonario, Locke y los demás hicieron acto de presencia.
Aunque su llegada suponía un nuevo revés, rápidamente comprendió que podía sacarle provecho a la situación.
—No dispares —ordenó Ulric a Cutter—. Quizá logremos que Tyler Locke y Dilara Kenner acaben trabajando para nosotros.
Si Kenner era una arqueóloga tan capacitada como su padre, sería capaz de descifrar el texto del mapa y descubrir lo que su progenitor no había querido compartir con él. En cuanto salieran del pozo, Ulric sabría si habían visto el mapa y precisado la ubicación del arca.
Entonces bastaría con seguirlos y matarlos a todos, una vez descubierta la forma de entrar.
El sacerdote los llevó en dirección contraria a la iglesia que se alzaba en el patio central, hacia la modesta capilla de san Gevorg. Eran pasadas las cinco y media de la tarde, y ya no había turistas porque el monasterio estaba cerrado, de modo que disponían de toda la capilla para ellos.
A la derecha del altar, Tyler vio una cavidad con una empinada escalera de aluminio que llevaba abajo. El padre Tatilian se dispuso a bajar por ella, y los demás lo siguieron.
El pozo era una cisterna, más o menos cilíndrica, con toscas paredes de piedra. A pesar de ser cinco había espacio de sobra, aunque no tardaría en enrarecerse el ambiente, puesto que el único conducto de aire era el acceso superior. Era mayor de lo que Tyler había supuesto cuando oyó mencionar que habían tenido a alguien encerrado en aquel hueco, pero por grande que fuera no podía imaginar lo que debía de ser pasar allí trece años. Fue un milagro que Gregorio no enloqueciera durante ese tiempo. Tal vez ése fue uno de los milagros que lo hicieron merecedor de alcanzar la santidad.
Un candelabro de pie iluminaba el trecho que había al final de la escalera. A la derecha estaba el nicho mencionado por el padre Tatilian. Medía dos metros de altura y algo más de medio metro de ancho por casi uno de profundidad, y la parte superior tenía forma abovedada. Daba la impresión de que dentro había una especie de asiento de piedra, además de un estante que lo atravesaba a metro y medio de altura.
Tyler se acercó a la tarima semicircular que había al pie del nicho y lo examinó. Las piedras estaban unidas de forma tosca, y no apreció nada que indicase que alguien hubiera retirado una de ellas. A simple vista, toda la cisterna presentaba la misma solidez de la roca de la que estaba hecha.
—¿Dónde encontraron el cadáver? —preguntó.
El sacerdote señaló el suelo, en el otro extremo.
—¿Y no reparó en nada fuera de lo común aquí abajo?
—No que yo viera —respondió el padre Tatilian—. Claro que costaba concentrarse en algo aparte del charco de sangre que limpiamos.
Tyler no se molestó en preguntarle por los resultados de las pruebas forenses. Aunque los asesinos se mostraran lo bastante torpes para dejar huellas, lo cual dudaba seriamente, no creía que la policía local dispusiera de los recursos necesarios para llevar a cabo análisis sofisticados.
Asesinaron al novicio por un motivo, y la referencia al nicho que se hacía en el pergamino debía de significar algo.
Contó las piedras a derecha e izquierda del hueco, empezando por la situada en la esquina. «La quinta y octava piedras del nicho revelan.» La anchura de las piedras que conformaban la pared era variable, pero ninguna superaba los treinta centímetros. Las habían cortado a medida según el espacio que necesitaron cubrir.
Dio por sentado que las piedras clave estarían situadas a la altura de los ojos. Teniendo en cuenta que entonces la gente no era tan alta, se concentró en la zona situada en torno al metro y medio. Tyler vio que la quinta y octava piedras del nicho eran del mismo tamaño, lo bastante grandes para apoyar la palma de la mano. Cuando las examinó con mayor atención, reparó en la presencia en ambas de una marca de poco más de un centímetro. Esas debían de ser.