La explosión arrojó a ambos hacia atrás. Cayeron boca abajo, en un charco de sangre y polvo.
—¿Cuál es el número de la habitación? —preguntó Tyler a Dilara.
Los llevó a la 315. Allí encontraron al doctor y al guardia, aún drogado, en el suelo.
Grant y Ramsey cogieron al hombre y lo sentaron en la silla de dentista para inmovilizarle las muñecas con las correas.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Tyler al guardia mientras Ramsey aseguraba las muñecas y tobillos del médico con las esposas de plástico.
El guardia tenía las pupilas totalmente dilatadas y era incapaz de ver a su interlocutor.
—Connelly —respondió, pronunciando su apellido con voz indistinta, como si hubiera acabado de tomarse una docena de cervezas.
—¿Cuántos guardias hay aquí dentro, Connelly?
—¿Guardias?
—Los tuyos. ¿Cuántos sois?
—Treinta y dos guardias de seguridad en total.
—Parece que la droga funciona —dijo Grant.
—¿Cuántos sirven dentro? —preguntó Tyler.
—Quince.
Si tenían suerte, a Cutter tan sólo le quedaría la mitad de ellos. Ese tipo seguramente ordenaría retirarse a sus hombres a la sala de control, donde plantaría cara. La suya sería una guerra de desgaste, pero a Tyler lo que le preocupaba era el tiempo. Faltaban diez minutos para que el B-52 arrojase la bomba.
—¿Qué me dices de los civiles, Connelly? —preguntó Tyler—. ¿Van armados?
El guardia negó con la cabeza lentamente, como si le costara horrores.
—Ulric no quiere que tengan armas. Sólo nosotros vamos armados.
Eso encajaba con los planes de Ulric de mantener el control de los civiles después de erradicar la vida humana en el exterior de Oasis. Quería un rebaño de ovejas que manejar a su antojo en ese Nuevo Mundo suyo. Cutter no obtendría ayuda de nadie más, aparte de sus fuerzas de seguridad.
—¿Dónde está el laboratorio?
—Quinta planta —respondió Connelly.
—¿Cómo podemos entrar?
—Hay un escáner de reconocimiento de la palma de la mano.
—¿Qué me dices de la sala de control? ¿Dónde está?
—En la séptima planta.
—¿Cómo podemos acceder a ella?
—Es imposible. Está cerrada por dentro. Tendréis que esperar a que salgan.
¿Cómo podían lograr que los hombres que se habrían encerrado en la sala de control salieran? Sólo se le ocurrió una manera: mediante el pánico.
—Connelly —dijo Tyler—, ¿la palma de tu mano permite entrar en el laboratorio?
Connelly asintió.
Tyler se volvió hacia Grant.
—Ayúdame a levantarlo. Nos lo llevamos.
Ya tenían un modo de entrar.
En el descansillo de la quinta planta, Ramsey y Grant vigilaban el tramo de escalera arriba y abajo, mientras Tyler presionaba la mano de Connelly contra el panel del escáner que controlaba la apertura de la puerta del laboratorio. La pantalla mostró un teclado y las palabras: «Introduzca la contraseña».
—¿Cuál es la contraseña? —preguntó a Connelly.
—Siete, ocho, nueve, dos, cuatro —respondió el guardia con voz metálica.
Tyler introdujo el código numérico. La puerta emitió un zumbido y se abrió el pestillo. Apagado el claxon, el zumbido resonó como una bocina en mitad del hueco de la escalera.
El ingeniero abrió la puerta y empujó al interior a Connelly. No hubo disparos. Al entrar, vio otro pasillo blanco. Ramsey, Grant y Dilara lo siguieron al interior, con las armas prestas.
—¿Dónde están? —preguntó Tyler mientras ponía las esposas de plástico en las muñecas del guardia drogado, puesto que ya no lo necesitaban—. ¿Dónde está Ulric?
—En la sala de observación.
—¿Dónde está esa sala?
—Junto al ascensor. Pasillo abajo.
—¿Qué hace ahí?
—Preparan las maletas con las cápsulas de difusión. Quemarán todo lo demás.
—¿Cápsulas de difusión? —Tyler miró a los demás—. Deben de ser como la que encontré a bordo del
Alba del Génesis.
Por eso mi padre quiso asegurarse con la presencia del bombardero.
—Bueno, ¿y ahora qué hacemos? —preguntó Ramsey.
—No queda mucho tiempo. —El reloj de Tyler mostraba las veinte horas, cincuenta y tres minutos. Siete minutos para la explosión—. Hay que apretar el acelerador.
Dejaron a Connelly en el suelo. Tyler echó a correr hacia el ascensor y, antes de continuar hacia la escalera norte, se asomó por la esquina para echar un vistazo. No vio a nadie.
Hizo un gesto a los demás, que recorrieron el pasillo hacia la sala de observación. Se encontraban a medio camino cuando se abrió una puerta situada en el extremo opuesto, a unos veinte metros. Una mujer con traje de guerra bacteriológica salió y frenó en seco al verlos ahí.
Lanzó un grito y retrocedió al interior de la sala. Había bastado con verlos.
Un guardia armado asomó por la sala de observación, y Ramsey lo abatió con una ráfaga de fuego semiautomático. Tyler recorrió el pasillo y, por un instante, vio a Ulric y Petrova franquear una puerta al otro lado. Se dirigió hacia allí, pero las balas agujerearon el tramo de pared que había sobre su cabeza. Efectuó un disparo en dirección al tirador y tuvo la impresión de haber acertado en el blanco.
Ramsey saltó por encima del guardia caído y fue el primero en entrar en la sala. Encajó un disparo en el hombro y cayó al suelo, distracción suficiente para que Grant, que lo seguía de cerca, la aprovechara para abatir al último guardia. Tyler fue el siguiente en entrar.
Un hombre vestido con bata blanca de laboratorio se encogía, presa del miedo, al pie de un panel de control. A través de un imponente mamparo de cristal, Tyler pudo ver otras tres personas con traje de guerra bacteriológica en el interior de una sala de paredes de acero. En el suelo de la sala había tres maletas idénticas a la que había encontrado a bordo del
Alba del Génesis.
Los hombres que había en el interior de la sala cesaron sus actividades, atentos al tiroteo que tenía lugar en la sala de observación.
Tyler reparó en todo ello en una fracción de segundo, incluido el hecho de que Ulric no estaba presente. Se arrojó en dirección a la otra puerta y la atravesó agachado, listo para enfrentarse a las balas. Vio a Petrova abrir la puerta de la escalera, y al multimillonario que se volvió para mirarlo a los ojos. A pesar de la distancia, Tyler vio el odio en la expresión del hombre, y también reparó en el hecho de que no llevaba una maleta en la mano.
Levantó el arma para disparar, pero Petrova tiró de Ulric y falló el disparo. Tyler volvió al interior de la sala de observación.
Grant mantenía la presión en el hombro izquierdo de Ramsey.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó Tyler.
—Me recuperaré —dijo el capitán, torciendo el gesto—. Se nos acaba el tiempo. Acabemos con esto.
Tyler se volvió hacia el operario del panel de control.
—Dile a esa gente que salga de ahí ahora mismo. No cojáis nada, y cerrad el acceso a la sala.
Los tipos vestidos con traje de guerra bacteriológica obedecieron de inmediato y cerraron la sala.
—¿Eso es todo lo que hay? —preguntó, apuntando el arma al acobardado operario, que asintió varias veces con la cabeza.
—Eso es todo el Arkon que nos queda.
—¿Arkon? ¿Es ése el agente prion?
—Sí.
—¿Y podéis quemarlo todo ahí dentro?
El hombre asintió de nuevo.
—Pues que arda.
—Espere un momento, Locke —intervino Ramsey—. Tenemos órdenes de ponerlo a buen recaudo, no de destruirlo.
—Lo siento, capitán. Nadie se apoderará de ese agente biológico. Sobre todo mi padre. —Y dirigiéndose al operador, ordenó—: Hazlo.
Ramsey hizo ademán de impedírselo, pero Grant apartó el cañón del arma del capitán.
—Oh, oh —dijo el ex luchador—. No he pasado por todo esto para permitir que el Ejército se haga con una nueva arma.
—Capitán Ramsey —dijo Tyler—. Usted no vio de lo que es capaz el Arkon. ¿Tiene familia?
—Esposa y dos hijos.
—Ulric planeaba utilizar el Arkon para matarlos a ellos y a todas las personas que usted ha conocido. Yo dormiré mucho mejor sabiendo que lo hemos destruido. ¿Usted no?
Ramsey meditó sus palabras, y luego dijo:
—Oficialmente le doy la orden de poner a buen recaudo el agente biológico. En mi actual situación, podría resultarme difícil impedir que desobedeciera mi orden. —Y esbozó una sonrisa torcida.
—Bueno, eso resuelve los tecnicismos —replicó Grant.
—Hazlo —ordenó Tyler al operario, que presionó el botón rojo situado sobre el letrero «esterilización».
Las llamas cubrieron por completo el interior de la sala. Tyler observó el indicador de temperatura. En cuestión de unos segundos, marcó los dos mil grados Fahrenheit. Los cilindros con el Arkon, metidos en las maletas, se abrieron exponiendo su contenido al fuego. Cualquier cosa que no fuera metálica se fundió hasta consumirse por completo.
Tyler exhaló un suspiro de alivio. Habían acabado con la amenaza, y los militares no dispondrían de una nueva arma biológica con la que poder jugar. Por fin podían concentrarse en abrir las barreras y salvar su propio pellejo. Tyler consultó la hora en el reloj.
—Quedan cinco minutos —dijo—. Dilara, ¿te ocupas tú de éste? —Tyler señaló al operario de la sala.
A pesar de que una bala ocupaba la recámara, tiró de la palanca y el subfusil expulsó la bala, un recurso dramático que asustó bastante al operario.
—Por supuesto —dijo ella. Su voz sonaba más despejada.
Tyler le dio la radio de Grant. Sólo tenían una oportunidad, y había que coordinarlo todo a la perfección.
—¿Y usted, capitán? ¿Qué me dice?
—Aún conservo un brazo en buen estado. Cumpliré con mi parte.
—Estupendo. No habrá margen de error. Necesitamos convencerlos de que el Arkon va a infectarlos. Capitán Ramsey, cuando esté usted en posición, haga saltar por los aires la puerta de la séptima planta. Dilara, ésa será la señal para que aprietes este botón.
Tyler señaló un botón situado junto al que tenía el letrero «esterilización». Estaba protegido por una tapa de plástico para impedir la activación accidental, y su superficie estaba surcada por unas franjas negras y amarillas. La etiqueta al pie rezaba «alarma de contaminación».
El B-52 que había despegado de la base de la Fuerza Aérea de Fairchild efectuó un viraje para iniciar la última pasada sobre la Península Olympic. A pesar de las más de trece toneladas que pesaba la bomba que llevaba en la bodega, viró con soltura. Tardaría exactamente cuatro minutos y treinta y nueve segundos en alcanzar el punto de lanzamiento.
El mayor Tom Williams escuchó la orden procedente del general Locke.
—Vuelo Drillbit, tiene permiso para efectuar el lanzamiento.
—Recibido, mando Drillbit. Lanzamiento programado a las veintiuna horas.
—Vuelo Drillbit, atento a una posible orden de abortar el lanzamiento en cualquier momento antes del mismo.
—Recibido. —Por el canal interno del aparato, dijo—: De acuerdo, muchachos, muy atentos. Llevémosla al objetivo. —Williams era el único oficial a bordo que conocía la verdadera naturaleza de la misión. Comprendía la importancia de contener aquella mortífera arma biológica, a pesar de lo cual no quería arrojar esa bomba destructora de búnkeres en suelo patrio. Tenía órdenes y estaba dispuesto a cumplirlas, pero en todo momento confió en escuchar la orden de abortar la misión.
Las puertas de la bodega central se abrieron.
Tyler y Grant se hallaban en posición en el descansillo de la séptima planta. Ramsey estaba apostado en el de la otra escalera. Dilara seguía en el interior de la sala de observación del laboratorio.
Tyler no se había topado con más guardias, así que Cutter tenía que haberse atrincherado con sus hombres en la sala de control.
—¿Listo todo el mundo? —preguntó Tyler. A pesar de que las transmisiones de radio no alcanzaban la superficie, las radios funcionaban en los confines de Oasis.
—En posición —respondió Ramsey.
—Preparada —dijo Dilara.
Tyler miró la hora. Quedaban cuatro minutos. Su único objetivo consistía en comunicar al bombardero la palabra clave.
—De acuerdo, Ramsey. Adelante.
—¡Atención, granada! —Fue la respuesta que dio el capitán a través de la radio.
La explosión distaba más de cuarenta y cinco metros, pero sacudió las paredes del lugar como si se hubiese producido en la sala contigua. Ramsey había colocado el resto de los explosivos que llevaba Tyler en la bolsa justo frente a la puerta de la escalera. El polvo y el humo supondrían una barrera perfecta para todo aquel que se planteara la posibilidad de huir por ahí.
—Dilara —llamó Tyler—. Ahora.
Una sirena resonó en el búnker, distinta al claxon que se había oído antes.
«¡Alarma! —advirtió una voz—. ¡Peligro de contaminación en la quinta planta!»
Mientras la voz repetía la advertencia, Tyler abrió de par en par la puerta. Si la información de Connelly era correcta, la sala de control tenía que estar situada a media altura del pasillo de la séptima planta. Entre la explosión y la alarma que alertaba del peligro de contaminación, confiaba en causar a los guardias restantes el pánico suficiente para empujarlos a la huida, puesto que debían saber cómo se las gastaba el Arkon.
Tal como había supuesto, dos hombres salieron por la puerta de la sala de control. Tyler y Grant tenían que llegar allí antes de que se cerrase de nuevo.
El ingeniero disparó al guardia de la izquierda, mientras que su socio se encargó del de la derecha. Ninguno de ellos tuvo tiempo de levantar el arma. Ramsey, con el brazo izquierdo colgándole por el costado, acudió procedente de la dirección opuesta, pero no llegaría a tiempo de impedir que la puerta de la sala se cerrara.
Tyler alcanzó el tirador de la puerta antes de que se oyera el chasquido metálico de la cerradura. Tiró con fuerza de él mientras las balas silbaban a su alrededor, lo que facilitó a Grant la labor de arrojar al interior la última granada aturdidora. No podían arriesgarse a inutilizar el acceso a la apertura de las barreras con una de fragmentación.
Siguió la explosión y el destello cegador, y Grant entró seguido por Ramsey y Tyler. La sala de control cubría un espacio de quince metros cuadrados. Había dos guardias sentados ante las consolas de la izquierda, pestañeando aturdidos. Grant los derribó con sendos culatazos.