No hubo disparos, pero no los esperaba. Cutter y sus hombres eran demasiado disciplinados para una treta tan simple. Tyler sacó de la mochila una de las piezas de equipo que le habían enviado: un vehículo terrestre pilotado por control remoto. Tenía el tamaño de una hogaza de pan y montaba una cámara sobre la armazón.
Puso el vehículo en el suelo y tomó el mando a distancia. Con una mano empuñaba una especie de pistola, cuyo gatillo accionaba el acelerador. Un pequeño volante le permitía controlar la dirección con la otra mano. Apretó con suavidad el gatillo, y con un chirrido apagado salió disparado el vehículo en dirección a la cueva. Una pantalla de cristal líquido, situada sobre el volante, le mostraba la visión de la cámara.
Iluminada por la bengala, la cueva era uniforme hasta la pared del fondo, que distaba unos quince metros de la entrada. Distinguió algunos objetos, pero nada lo bastante grande para que alguien pudiera esconderse detrás. Dentro no había nadie.
Tyler comunicó por señas que era seguro entrar y guardó el vehículo y el mando a distancia en la mochila. Recogió la bengala y se adentró más en la cueva, seguido por Grant y Dilara, quienes enfocaron el interior con las linternas. Los mercenarios permanecieron a la entrada de la cueva.
A medio camino, Tyler vio una pila de cajas, algunas rotas, otras intactas, apoyadas contra la pared de la cueva. Se inclinó para mirarlas. Obviamente no se remontaban a los tiempos de Noé, pero tampoco eran contemporáneas. Debían de llevar veinte años descomponiéndose en la cueva. En una distinguió una escritura que parecía turca.
—¿Qué dice aquí? —preguntó a Dilara.
Vio otra caja entreabierta y echó un vistazo dentro, acercando la bengala para iluminar mejor la zona.
—No lo sé. No es turco, sino kurdo.
La bengala iluminó el contenido de la caja. Cuando vio lo que había dentro, Tyler reculó para evitar que la bengala pudiese prenderlo.
—¿Qué es? —preguntó Grant.
—¿Te acuerdas del PKK? ¿El grupo separatista kurdo del que nos habló el piloto? Éste debió de ser uno de sus escondrijos. Si Dilara hablara kurdo, habría visto la palabra «dinamita» escrita en el lateral de las cajas.
La arqueóloga permaneció inmóvil en cuanto el ingeniero mencionó aquella palabra.
—Incorpórate lentamente y apártate de los explosivos —dijo Tyler—. Ten cuidado de no tocar las cajas.
—¿Sudan? —preguntó Grant cuando Dilara se apartó.
—Como un gordo en mitad de una sauna.
Sometida a cambios súbitos de temperatura, la dinamita produce una película de nitroglicerina que cubre los cartuchos. Tyler sólo había echado un vistazo, pero había podido ver el brillo de los miles de cristales que cubrían la dinamita, que era de producción barata, no como los cartuchos más modernos, resistentes a esa reacción. Las cajas debían de llevar años allí, sometidas a las temperaturas extremas que reinaban en la cueva.
—¿Volará por los aires? —preguntó Dilara en voz muy baja.
—No si no la tocamos. Pero la nitro es muy sensible. El fondo de la caja está encharcado en la nitroglicerina que han sudado los cartuchos. Bastaría con darle un buen golpe para que hiciera explosión, y tal vez la onda expansiva derrumbaría el techo.
—Vayamos al extremo opuesto —sugirió Grant.
Bordearon la cueva hacia el fondo, que terminaba en una pared agrietada. Tyler la examinó de cerca y reparó en que una de las grietas enmarcaba un cuadrado de dos metros y medio por lado. Se arrodilló y pasó las manos por el suelo. Encontró el punto blando de la arena que había sido utilizada para llenar un surco en el suelo. Cuando excavó en él, descubrió que formaba un arco que partía de la parte derecha del extremo de la grieta.
—Aquí está la puerta —dijo—. Ese surco es obra del hombre. Es el canal que le hace de guía. Me encantaría saber cómo lo construyeron.
—A mí me encantaría saber cómo abrirlo —dijo Dilara.
—No podemos. No desde aquí, al menos.
—¿Por qué no? ¿Hay otro resorte secreto?
—No. Supongo que sólo puede abrirse por dentro. A eso se refería tu padre cuando dijo que Ulric no podía entrar. Únicamente le reveló la entrada, pero sabía que se trataba de una puerta que sólo se abría por dentro, probablemente una medida de seguridad para proteger el arca. Una vez terminada la construcción, y con los animales dentro, podían cerrarla desde aquí y utilizar la ventana para entrar. Sería un acceso más pequeño, más fácil de defender. Para abrir algo tan grande, tienes que empujar desde el interior. —Tyler no pudo ocultar cuánto admiraba aquel logro—. Noé debía de ser un ingeniero de primera.
—Entonces, ¿el arca se encuentra tras esa roca? —La voz de Dilara se tiñó de admiración.
Tyler acarició la superficie de la puerta que daba al arca de Noé.
—Esperemos no encontrarnos a Ulric al otro lado.
Sebastian Ulric miró a través de los prismáticos a los tres hombres acuclillados en las inmediaciones del acceso a la caverna, a cuatrocientos metros de distancia. El sol matutino le daba en la cara, así que tuvo que andarse con ojo para que el reflejo en los cristales de los prismáticos no delatase su posición. Los hombres de la cueva se habían dispersado aprovechando la poca cobertura que encontraron cerca, y desde allí él distinguía las cabezas de dos de ellos.
Locke había acudido al lugar, tal como Ulric supo que haría. Cuando vio al ingeniero y a los demás salir de la iglesia de Khor Virap, con el sacerdote gesticulando como loco, resultó obvio que habían encontrado la cámara. Destruirla después hubiese alertado a Tyler de su presencia.
En cuanto los vio marcharse, Ulric había llevado a su grupo a través de la frontera a Turquía, tras sobornar generosamente a los guardias fronterizos para que les dejasen pasar. A continuación, utilizando las coordenadas GPS que Cutter había establecido tras su anterior visita al lugar donde se encontraba el arca, Ulric los llevó a oscuras ladera arriba. Todos ellos iban equipados con gafas de visión nocturna de tercera generación, capaces de ampliar la luz de las estrellas, por tenue que fuera, y dotar al terreno de tal nivel de detalle que era como caminar a plena luz del sol, lo cual facilitó el trayecto cuando no pudieron conducir.
Petrova y los dos guardias se ocultaban tras una roca. Cutter se encontraba al lado de Ulric, con el rifle de francotirador VAL al hombro.
—¿A qué distancia tendrías que acercarte para alcanzar a esos hombres?
—A uno de ellos lo tengo a tiro desde aquí —respondió Cutter—, pero se han dispersado tanto que no podré alcanzarlos a todos antes de que se pongan a cubierto.
—Necesitamos crear una distracción. —Ulric bajó el tono de voz para que los demás no pudieran oírle—. Tus hombres son prescindibles.
Cutter cabeceó para mostrar su acuerdo.
—Haré que rodeen la posición y se acerquen por el sur. Les diré que se rindan, y cuando los hombres de Locke acudan a detenerlos, podré disparar sobre ellos antes de que sean capaces de reaccionar.
—Excelente. ¿Qué me dices de su equipo de comunicaciones?
—Activaré el inhibidor de señal de radio antes de atacar. ¿Vamos a entrar?
—Aún no. Examinamos la cueva de arriba abajo. No hay un interruptor como el que encontramos en Khor Virap. No creo que sea la entrada auténtica, pero si Tyler no sale de ahí en los próximos minutos habrá que dar por sentado que ha logrado entrar de algún modo.
—Es arriesgado intentar infiltrarse a través de un punto tan estrecho como ése. Sigo pensando que es mejor esperar a que salgan con el amuleto y matarlos entonces.
—No —dijo Ulric, convencido—. Tenemos que seguirlos al interior. No quiero correr el riesgo de que destruya el amuleto dentro de la cueva. Actuaremos en cuanto sepamos dónde está la verdadera entrada.
Cutter señaló.
—Ahí están.
Locke, Westfield y Kenner salieron al exterior.
—¿Lo ves? Esa cueva no es la entrada.
Observó al ingeniero hacer gestos a los tres hombres. Luego echaron a andar en dirección sur.
—Mantened los ojos abiertos. Buscamos una hendidura mucho más pequeña que ésa —explicó Tyler—. Lo más probable es que apenas quepa un hombre por ella.
Volvió a contar pasos. Cuando alcanzó los noventa y siete, se encontraba a la misma altura de un agujero que encajaba con lo que estaba buscando. Era muy angosto, no superaba los sesenta centímetros de ancho y los dos metros de alto, y estaba cubierto de tierra y roca, como si el techo se hubiese hundido cientos de años atrás.
—¿Crees que se trata de la ventana? —preguntó Dilara.
—Si lo es, significa que nos hemos adelantado a Ulric. ¿Por qué iban a tomarse la molestia de ocultar las huellas de su paso?
—Tengo la sensación de que pronto habrá que sudar la gota gorda —se lamentó Grant. Les tendió dos de las palas y hundió la tercera en el agujero.
No había forma de saber hasta dónde llegaba el derrumbe. Quizá tendrían que cavar durante horas, o días, para alcanzar el otro lado. Pero no había alternativa. Tenían que ser los primeros en llegar al arca, y ésa era la entrada. Tyler estaba seguro de ello.
Resultó que sólo hubo que cavar durante un par de horas antes de que la pala de Grant atravesara el último obstáculo. Apartaron los restos de tierra e iluminaron con las linternas un pasadizo que terminaba más allá de lo que pudieron alumbrar.
Todos llevaban auriculares de radio. Tyler avisó a los mercenarios de que al menos cinco elementos hostiles podrían intentar abrirse paso hacia la entrada de la cueva. Los mercenarios debían permanecer en el exterior y avisar por radio si sucedía cualquier cosa fuera de lo normal. Él se pondría en contacto con ellos cada quince minutos.
Los mercenarios se pusieron a cubierto. Tyler se aseguró de que las mochilas que Grant y él llevaban cupieran por el agujero. Los tres se calaron el casco, y Tyler miró a Dilara.
—¿Las damas primero? —preguntó ella.
—Puesto que eres la responsable de nuestra presencia aquí, pensé que merecías ser la primera en contemplar el arca.
—Gracias —dijo ella con una sonrisa—. Recordaré este día durante el resto de mi vida.
Dilara aspiró aire con fuerza y se introdujo en el agujero. La oscuridad la engulló al instante. Tyler fue tras ella, arrastrando la mochila, y Grant cerró la marcha.
Avanzaron lentamente. Hubo varios puntos en que el pasadizo era tan estrecho que Tyler dudó que su socio pudiera pasar su musculoso cuerpo por ellos.
—¿Cabrás? —le preguntó.
—Es un poco estrecho —dijo Grant, jadeando—. Si me atasco, habrá que llamar a los tipos que nos esperan fuera para que nos traigan un cubo de mantequilla.
Tyler sonrió. Mientras conservara el sentido del humor, Grant se las apañaba bien.
—¿Ves algo ahí delante? —preguntó Tyler, recorridos los primeros quince metros.
—Sí —respondió Dilara—. Creo que en unos nueve metros se vuelve más ancho.
Un minuto después, el agujero se abrió y Tyler se vio de pie junto a Dilara. No imperaba el olor a humedad de una cueva de roca calcárea. En lugar de ello, desprendía un olor seco que le recordó su visita a la tumba de Tut en el Valle de los Reyes, en Egipto. Había en el ambiente la misma sensación de asombro, de descubrimiento.
Tyler enfocó la linterna a la pared de la izquierda, dirigió el haz verticalmente hasta el techo de quince metros y luego recorrió la pared hasta que la superficie acabó en ángulo recto con otra: a juzgar por la escasa fuerza de la luz, calculó que al menos distaba veinte metros. A su derecha, la negrura engulló el haz de la linterna.
Grant abandonó el pasadizo y llenó de aire los pulmones.
—Gracias a Dios que hemos salido. La claustrofobia no va conmigo, pero después de pasar por ahí igual cambio de opinión.
La voz grave de Grant retumbó en superficies lejanas como si se encontraran en un gran cañón.
—Este lugar parece enorme —dijo.
—Veamos cuán enorme es —propuso Tyler. Sacó de la mochila una luz estroboscópica. La pila no duraría mucho, pero su potencia e intensidad les permitiría hacerse una idea del tamaño de la caverna.
—No miréis directamente a la luz cuando la encienda. —Puso el pulgar en el interruptor—. ¿Listos?
—Adelante —dijo Grant.
—Muéstranoslo. —Dilara asintió con ansiedad.
—Damas y caballeros, les presento el arca de Noé.
Accionó el interruptor y retrocedió un paso. Pudo oír el condensador que almacenaría la energía antes de descargarla. A continuación, la luz proyectó su haz cada medio segundo, y la persistencia de la retina humana permitió que el ojo contemplase el lugar casi como si estuviera iluminado por una luz constante.
Dilara ahogó un grito. Nadie dijo una palabra. La imagen era demasiado imponente. Hasta donde alcanzaba la mirada, una enorme estructura de madera de tres pisos de altura recorría la parte izquierda de una caverna tan vasta que el extremo opuesto se perdía en la negrura. La construcción no era tosca, sino que presentaba cierto grado de sofisticación. Tyler era incapaz de creer que una civilización antigua pudiese hacer algo así. Las piezas encajaban tan bien como si las hubiera diseñado él.
No pudo imaginar el esfuerzo que representó construir algo así a kilómetros de distancia de las fuentes de madera necesarias. Incluso disponiendo de equipo moderno, una edificación semejante, dentro de una cueva sin luz, habría constituido una empresa enorme. El resultado era asombroso para tratarse de una edificación construida hacía miles de años, sólo con mano de obra humana y la ayuda de las bestias de carga. Tyler apenas alcanzaba a comprender lo que contemplaban sus ojos. Miraba el edificio de madera más antiguo que se había conservado, una construcción que en majestuosidad rivalizaba con las grandes pirámides. Una estructura imponente, diseñada y construida por el propio Noé.
—Dios mío —dijo finalmente Dilara—. Sigue intacta. Después de todo el tiempo transcurrido, sigue en pie.
—El ambiente seco —concluyó Tyler—. No hay agua, ni termitas ni podredumbre.
—Por lo visto no vamos a necesitar el equipo de espeleología que llevamos a cuestas —dijo Grant—. A juzgar por el tamaño de este lugar, Noé y su familia planeaban pasar una larga temporada aquí dentro.
—¿Dónde está tu escepticismo? —preguntó Dilara a Tyler.
Éste sacudió lentamente la cabeza.
—Me enorgullece reconocer que me había equivocado.