El multimillonario había pilotado el submarino a un muelle situado en Deer Harbor, en Isla Orcas. Allí se apropiaron de una motora y hundieron el submarino para evitar que fuera descubierto. Luego fue fácil dirigirse a Vancouver, en Columbia Británica, donde, gracias a la cuenta bancaria de Ulric en las Islas Caimán, alquilaron un Lear sin que hubiera preguntas incómodas de por medio. Cutter sabía dónde obtener pasaportes falsificados capaces de superar cualquier control.
Tyler averiguaría tarde o temprano que habían huido, pero al menos Ulric contaba con una ventaja de ocho horas, puede que más. Podría entrar y salir del arca de Noé antes de que Tyler descubriese a dónde había ido. Para entonces, él tendría la única muestra de Arkon que quedaba en el mundo.
Jugueteó con el lápiz USB y sonrió a Petrova, contrariada por los apuros que pasaban. Cutter y ella habían encajado peor que él aquel revés. La serenidad de Ulric provenía del conocimiento de que, al igual que Cutter, siempre tenía un plan de emergencia. Aunque el Gobierno de Estados Unidos congelaría sus fondos, no estaba al corriente de dónde guardaba todo su dinero. Aún disponía de cientos de millones de dólares y, por tanto, podía superar incluso un desastre como el de la pasada noche.
Suiza se convertiría en su nuevo refugio. El laboratorio suizo, construido bajo un castillo medieval adquirido a través de otro seudónimo irrastreable, podría desempeñar las mismas funciones que Oasis. No era tan cómodo, pero habría que apañarse con él. En cuanto la muestra de Arkon obrara en su poder, tardaría unas semanas en sintetizar el nuevo Arkon-C. Y cuando las autoridades descubrieran su paradero, sería demasiado tarde.
A continuación, lo único que había que hacer era acceder al monte Ararat y al arca de Noé. Conocía su ubicación gracias a Hasad Arvadi, pero al igual que éste, Ulric nunca había estado allí. No había intentado localizar el arca antes porque el Gobierno turco vigilaba la montaña con celo desmedido. Si tres años atrás hubieran llevado a cabo una expedición a la zona, se habrían sometido al atento escrutinio de las autoridades, por no mencionar lo mucho que habrían llamado la atención. Pero ya que sus planes se habían ido al traste, tendría que arriesgarse y emprender un acercamiento directo. Con dinero suficiente para sobornos, y con Cutter y otros dos guardias a su disposición, Ulric tenía la seguridad de verse dentro del arca de Noé en menos de veinticuatro horas. Una vez allí, tomaría la segunda muestra de Arkon y se esfumaría.
Se divirtió pensando en cómo compensar la invasión de Oasis y el retraso que sufrirían sus planes. Era un hombre paciente, poseedor de una visión estratégica, lo cual no lo eximía de tener ansias de venganza. Durante las semanas que tardase en alcanzar su objetivo de crear el Nuevo Mundo, contrataría a los mejores asesinos que pudiera comprar con dinero, y Tyler Locke descubriría lo dolorosa que puede ser la curiosidad.
Tyler convenció a Dilara de que el laboratorio de Gordian en Seattle disponía de todo lo necesario para ahorrarse las preciosas horas que tardaría en volar a California. En el laboratorio, la arqueóloga extrajo con cuidado el pergamino enrollado en el cilindro con un par de pinzas con punta de goma. Disponía de una espaciosa mesa en cuya superficie lo extendió, y redujeron la humedad de la sala un veinticinco por ciento para proteger la integridad del documento. La frescura del ambiente recordó a Tyler una tarde de enero en Phoenix. Grant y Miles se situaron a su lado, atentos a cómo Dilara extendía el documento con las manos enfundadas en guantes blancos.
Aunque no andaban precisamente sobrados de tiempo, la arqueóloga procedió con lentitud y un gran cuidado. No necesitaban más que la traducción, así que Tyler sugirió que desplegase el pergamino para fotografiarlo; de ese modo, podrían llevarse las copias y conservar el documento original en un lugar seguro. Mientras Dilara lo preparaba, Tyler se ocupó de ajustar la cámara de alta definición en el trípode.
La clave estaba en cuánto iba a tardar Dilara en determinar a qué lengua correspondía la tenue caligrafía. Daba la impresión de ser una variante primitiva del hebreo.
—¿Qué antigüedad tiene este papel? —preguntó.
El atisbo de una sonrisa no abandonaba los labios de Dilara. Le emocionaba mucho la relevancia arqueológica de aquel hallazgo, a pesar de que tal vez desembocase en el fin del mundo.
—No es papel. Es papiro. Igual que el que se usaba en Egipto. Sin la prueba del carbono catorce, no hay modo de determinar con exactitud su antigüedad, pero calculo que al menos tendrá tres mil años. Por tanto es más antiguo que los Pergaminos del mar Muerto.
Grant soltó un silbido.
—El pergamino por sí mismo constituye un importante hallazgo arqueológico —continuó Dilara—. Sólo el arca de Noé podría superarlo.
—Esperemos que encuentres algo en él que nos lleve al arca —dijo Tyler—. Yo estoy listo, así que cuando tú me digas.
—Dame unos minutos más. Debo manipularlo como tú cuando trajinas con explosivos. Cualquier mínimo error podría reducir el pergamino a un montón de polvo.
Cuando terminó de desenrollarlo, Tyler sacó varias fotos por partes. A su vez, las fotografías, aumentadas cinco veces su tamaño original, aparecieron en la pantalla situada en la pared del fondo de la sala.
—¿Puedes traducirlo?
Dilara echó un vistazo al primer fragmento.
—Creo que sí. Está en hebreo proto tannaítico, la lengua usada en el pergamino de cobre de los Pergaminos del mar Muerto. Es inusual y no se ve a menudo, y su traducción resulta muy compleja. Pocas personas en el mundo son capaces de leerlo a simple vista. Mi padre era una de ellas.
—Y tenemos la inmensa suerte de que tú también puedes hacerlo. —Tyler presionó el botón del teléfono de la sala—. ¿Has recibido las fotografías, Aiden?
—Por supuesto. Voy a pasártelas al ordenador portátil. También he empezado a empalmarlas. Si la doctora Kenner me facilita una matriz de traducción, tal vez podamos automatizar parte del proceso.
—Estupendo. El objetivo consiste en averiguar cualquier cosa que diga el pergamino acerca del arca de Noé.
—¡Dios mío! —exclamó en ese momento Dilara, que seguía leyendo.
—¿Qué pasa? —preguntó Tyler, impaciente al ver que no añadía nada más.
—Hay mucho más aquí, aparte del arca de Noé —explicó la arqueóloga—. Es una versión completa del libro del Génesis. Esta sería la versión más antigua de un documento bíblico. Describe cómo Dios creó el cielo y la tierra, el Jardín del Edén, a Adán y Eva, pero con mayor detalle de lo que jamás habíamos leído. ¡Es increíble!
—Odio interrumpirte, pero vamos un poco justos de tiempo. A nuestro regreso, tendrás todo el tiempo del mundo para leerlo de arriba abajo. ¿Qué tal si vamos directamente a la parte de Noé?
—Sí, lo sé. Lo siento. Pasa a la siguiente sección. No, la siguiente. Siguiente. ¡Para ahí!
Dio un paso hacia la pantalla. Leía con los ojos tan abiertos que Tyler tuvo la impresión de que se le saldrían de las órbitas.
—¡Ahí! —exclamó.
—¿Dice dónde está el arca?
—No exactamente, pero ahora entiendo por qué mi padre retraducía la Biblia. ¿Recuerdas que en determinados capítulos tachó algunas palabras para sustituirlas por otras? Por ejemplo, esa línea de ahí podría interpretarse como que el arca se encuentra entre las montañas de Ararat.
—¿De qué nos sirve eso?
—No lo sé. —Siguió leyendo, entonces paró, y una expresión confundida le cruzó por el rostro—. ¿Cómo? Vaya, eso es nuevo. —Hizo una pausa.
—¿Quieres dejar de hacer eso? —preguntó Grant tras reír al ver que ella no daba mayores explicaciones—. Nos estás volviendo locos.
—Lo siento. Aquí hay una sección que no pertenece a la Biblia. Menciona un mapa.
—¿Un mapa que lleva al arca de Noé? —preguntó Tyler.
Dilara asintió.
—También describe dos amuletos de tal poder que son capaces de destruir el mundo.
—Eso encaja. Al menos ahora sabemos que buscamos un amuleto, aunque no deja de ser un misterio para mí que un amuleto pueda contener una enfermedad de priones. ¿Dónde está ese mapa?
—Habla de una ciudad. La pronunciación es aproximada. Algo parecido a Ortixisita. En esa ciudad hay un templo llamado Cur Ferap.
—¿Has oído hablar de esos lugares?
—Me suenan familiares, pero no acabo de recordar. Si tuviera aquí mis libros…
—Aiden, ¿lo estás oyendo? —preguntó Tyler, dirigiéndose al altavoz.
—Ya me he puesto a buscarlo —respondió Aiden—. Intentaré todas las sustituciones posibles de vocales y acotaré los resultados a la zona que rodea al monte Ararat.
Al cabo de unos segundos volvieron a escuchar la voz de Aiden:
—Lo tengo. Existe una ciudad en la parte occidental de Armenia llamada Artashat. Su fundación se remonta al año ciento ochenta antes de Cristo. Entonces la llamaban Artaxiasata. Es conocida por un monasterio que hay a las afueras.
Dilara chascó los dedos.
—¡Ya me acuerdo! ¡Khor Virap! ¡Sirvió de prisión de san Gregorio el Iluminador!
—Impresionante, doctora —aplaudió Aiden—. Tengo una fotografía del lugar. Tyler, te la paso para que la veáis.
En cuanto el ingeniero vio la foto de Khor Virap, tuvo la certeza de que ése era el lugar adonde tenían que ir.
—Aiden —dijo—. Encárgate de que nos preparen el reactor. Nos vamos a Armenia.
Tyler continuó mirando la fotografía y empezó a creer que después de todo encontrarían el arca de Noé. En una colina que miraba a un campo verde había una edificación con gruesas paredes de piedra y una torre central, una fortificación que debía de corresponder al monasterio de Khor Virap. Y dominando el horizonte, al fondo, enmarcado y recortado contra el azul del cielo, se perfilaba el blanco contorno del monte Ararat.
Después de haber volado a excavaciones situadas en todos los rincones del mundo, Dilara Kenner se consideraba una inveterada viajera, pero el cansancio de la pasada semana, incluidas las últimas veinticuatro horas en la capital de Armenia, Yerevan, fueron la gota que colmó el vaso. Había llegado un punto en que no le importaría no tomar un vuelo en un año.
Había pasado todas las horas de vigilia en el reactor privado de Gordian, observando las fotografías del pergamino, intentando descifrar cualquier otra cosa que pudiera servirle para encontrar el mapa en Khor Virap. Grant y Tyler no interrumpieron su concentración, y antes de aterrizar, Dilara les puso al corriente de sus conclusiones. Por desdicha, a pesar de la ayuda que le había proporcionado Aiden, no fueron gran cosa.
—¿Crees que el mapa sigue ahí? —preguntó Tyler—. ¿Por qué Ulric no se lo llevaría consigo?
—Porque no es fácil de llevar. El pergamino menciona un mapa de piedra. Creo que eso significa que el mapa está grabado en una pared.
—Aiden hizo una búsqueda exhaustiva, tanto en bases de datos públicas como privadas, y dijo que nadie había oído hablar de un mapa semejante.
—Justo aquí dice que los descendientes de Jafet, uno de los hijos de Noé, construyó el templo como lugar de culto al perdón divino —comentó Dilara, señalando la foto del pergamino que mostraba la pantalla del ordenador portátil—. Uno de los amuletos y el mapa fueron guardados en una cámara secreta que sólo conocían los más fieles. El otro amuleto se conservó en el interior de la propia arca.
—¿Y los sacerdotes de Khor Virap no conocen la existencia de esa cámara?
—La iglesia fue asolada durante una incursión persa, y quienes la ocupaban huyeron sin revelar el secreto de la cámara, que debe de haber permanecido oculta. Confiaron su ubicación a este documento, pero debieron de morir antes de volver y poner a buen recaudo el contenido.
—Alguna pista habrá en el pergamino que nos ayude a encontrar la cámara —dijo Tyler.
—Quienquiera que lo escribió, temía que cayera en manos del enemigo. Por eso lo cifró.
—¿Te refieres a que el pergamino está escrito en código?
Dilara destacó con el puntero una parte del documento que hablaba acerca de Khor Virap, entonces templo judío y ahora monasterio cristiano.
—¿Veis alguna diferencia en esta parte? —les preguntó Dilara.
—El espaciado y la marca son distintos —aventuró Grant—. Es muy sutil, pero lo veo con claridad desde que nos lo has señalado.
—Exacto. —Superpuso la fotografía de la nota que le había escrito su padre—. Había algo en la escritura de mi padre que me llamó la atención, razón por la que pedí a Tyler que también la fotografiara. Me estaba enviando otro mensaje. —Acabó de superponer la imagen de la nota manuscrita con la parte del pergamino dedicada a Khor Virap. Las líneas se alineaban perfectamente.
Tyler señaló la nota.
—La primera palabra de cada línea…
—Está en negrita —interrumpió Dilara—. Cualquiera que mire la nota pensará que utilizaba un cifrado sencillo de transposición, donde la primera palabra de cada línea formaría una frase.
Pero quien tratase de descifrarlo de ese modo se volvería loco intentando entenderlo, porque la frase resultante sería un galimatías. Mi padre intentaba decirme que el pergamino utilizaba un cifrado de transposición, pero sólo en esta parte.
—Basta ya de tanto suspense —protestó Grant—. ¿Qué es lo que dice?
—La traducción reza: «Las piedras quinta y octava de la bovedilla revelan. Las piedras cuarta y séptima de la bovedilla ocultan».
Grant arrugó el entrecejo, extrañado.
—¿Es una traducción del hebreo exacta o libre? —preguntó.
—Libre. La exacta sería: «La quinta y octava piedras de la bovedilla abren. La cuarta y séptima piedras de la bovedilla esconden». Suena mejor como lo he traducido yo.
—Es verdad —admitió Grant, sonriendo—. Al menos suena más críptico.
—¿Tienes idea de qué significa? —preguntó Tyler.
Dilara hizo un gesto de negación con la cabeza. Le había estado dando vueltas, motivo por el cual había tardado tanto en comentarlo con ellos, pero seguía sin descifrar su significado.
—Supongo que lo entenderemos cuando lo veamos.
Tyler se encogió de hombros.
—Entonces veamos qué hay en Khor Virap.
No dejaba de sorprender a Dilara. Siempre parecía encajar los golpes, sin importar lo que pasara, sabía que sería capaz de encontrar la manera de salvar la situación. Supuso que eso era lo que hacía de él un buen ingeniero: su habilidad para solventar cuantos problemas surgieran a su paso, y trasladaba esa misma confianza a todos los ámbitos de su vida. Era la razón de que lo encontrase tan atractivo. No sabía a dónde los llevaría la noche que habían pasado juntos, pero ella atesoraba su recuerdo.