Se abrieron paso a través de todos los tesoros que los rodeaban, hasta llegar a una hilera formada por siete cajas de piedra de dos metros de longitud, apoyadas contra la pared. Todas estaban subidas a un pedestal. Inscripciones cubrían la pared tras ellas. Se trataba del mismo tipo de escritura que hallaron en la sala del mapa de Khor Virap.
—Parecen ataúdes —comentó Grant.
—Sarcófagos —puntualizó Dilara. Fotografió cada uno de ellos y pasó la mano por la superficie de uno, levantando una nube hecha de siglos de polvo—. El texto nos dirá quién los sepultó.
—Espera. Mira. —Tyler apuntó la linterna sobre un pilar situado en el centro, con cuatro sarcófagos a un lado y tres al otro. El pilar medía metro y medio de altura, y en lo alto tenía un orbe translúcido del tamaño de una pelota de tenis y el color del sirope de arce. Lo rodeaban otros orbes, algo más pequeños.
Dilara leyó el texto grabado en el pilar:
—«Aquí descansa el amuleto de Sem. Aquí yace como símbolo de la maldad humana y recordatorio del amor divino, y como advertencia para quienes provoquen su ira.»
Tyler se arrodilló junto al pilar y enfocó con la linterna todos los orbes. Reconoció de inmediato lo que eran. Piezas enormes de ámbar, arrancadas de un árbol que había fosilizado hacía millones de años. A menudo los insectos quedaban atrapados en ámbar, conservados virtualmente intactos, protegidos de los efectos del aire y el agua.
Los orbes que había alrededor del pilar eran totalmente transparentes, perfectos, pero el amuleto de Sem contenía el esqueleto de una rana de cinco centímetros de longitud. Parecía flotar en un cúmulo de fluido viscoso que tenía la forma de una rana viva.
Después de que Dilara la fotografiase, Tyler recogió el orbe. El fluido circulaba y los huesos flotaban lentamente.
—Ésta es la fuente de la enfermedad —dijo—. La materia prima de Ulric. La rana se vio atrapada en ámbar y luego la enfermedad la disolvió, dejando una cavidad con forma de rana en el interior. El prion, protegido en el ámbar, aún debe de ser viable. Cuando encontró el amuleto de Jafet, comprendió que el fluido del interior contenía algún tipo de peste letal.
—¿Obtuvo el Arkon a partir de la rana? —preguntó Grant—. ¿Cómo en
Parque Jurásico,
sólo que más viscoso?
Tyler asintió.
—El texto de Khor Virap decía que el amuleto contenía el horror. Ulric asumió correctamente que el interior del amuleto contenía una peste capaz de borrar de la faz de la tierra a todos los hombres y animales existentes en tiempos de Noé. Era consciente de que disponía de los recursos necesarios para analizarla, y que sirviéndose de los resultados podría desarrollar un arma letal. En el laboratorio, cuando descubrió lo que tenía entre manos, diseñó el plan para Oasis.
Grant tomó el amuleto de manos de Tyler y observó los huesos flotantes.
—Tal como sucedió en el avión de Hayden.
—Si esa rana disuelta es la portadora del Arkon, entonces la enfermedad debe remontarse a la época en que estaba viva —dijo Tyler—. En este punto no tenemos ni idea de cuándo fue eso. Que nosotros sepamos, esa cosa pudo dar saltitos para alejarse de un tiranosaurio cuando se vio atrapada en el ámbar.
—¿Crees que pudo ser la causa de la extinción de los dinosaurios? —preguntó Grant.
—Nunca lo sabremos. No obstante, el Arkon es lo bastante virulento para ser capaz de eso y de más.
Mientras esta conversación tuvo lugar, Dilara leyó el texto de la pared.
—Eh, ésta es la historia de lo que sucedió —dijo, tomando una fotografía, antes de leer el texto con voz entrecortada—. Dice que Noé encontró estas muestras de ámbar en el lecho de un río. El descubrimiento fue la primera indicación divina de que debía construir el arca. —Se volvió hacia Tyler y Grant—. El ámbar siempre ha sido valorado como una joya por su color y brillo. Semejante hallazgo debió de ser como tropezar con una fortuna.
—¿Cómo se liberó el prion? —preguntó Tyler.
Dilara repasó la escritura con la yema de los dedos.
—Espero entenderlo correctamente. Dice que Noé tuvo una visión de que los pedazos de ámbar eran especiales y que Dios se los confiaba sólo a él. Tres de los mayores contenían huesos de rana. Un buhonero los vio y aseguró que el fluido que había en su interior podía venderse con fines medicinales. Noé sospechó que tal uso supondría una afrenta a Dios e intentó ocultarlos, pero el buhonero robó uno de los orbes y desapareció.
Tradujo el relato de lo sucedido con las interrupciones de rigor, dada la dificultad del texto.
—Noé tuvo otra visión en la que un ladrón constituía un ejemplo de la maldad humana, y que ni siquiera el siervo de Dios se libraba de la tiranía de su congénere. Entonces Noé oía hablar de una extraña enfermedad que se extendía procedente de las tierras extranjeras de donde provenía el buhonero. Se tomó eso como una señal de que Dios daba rienda suelta a su ira, y tuvo otra visión con instrucciones sobre cómo construir el arca. La construyó con la ayuda de sus hijos, e intentó convencer a los demás de que la muerte se cernía sobre ellos y que debían unirse a él, pero no le hicieron caso.
—Entonces llegaron las lluvias —dijo Tyler.
Dilara asintió.
—Y trajeron el diluvio, pues así es como se llamó a la peste en esta tierra. Noé cerró la entrada al arca, por temor a que las personas infectadas pudieran buscar refugio ahí.
—Este lugar es tan seco como un hueso —dijo Grant—. ¿De dónde sacaron el agua?
—No lo dice, pero lo más probable es que un glaciar de agua sin contaminar se fundiera justo a la entrada a este lugar.
—¿Y el tesoro?
—Cuando pasó el diluvio —continuó leyendo Dilara—, no quedaba en pie un solo ser vivo. No había animales, ni aves, ni personas.
—¿Mató a todo el mundo? —preguntó Grant.
—Probablemente, no —dijo Tyler—. Pero estoy seguro de que Noé no viajó más allá de la cuenca del monte Ararat. Debió de pensar que todo el mundo había desaparecido.
—En el exterior de la cueva, lo único que encontraron fueron huesos y los restos de la codicia humana —explicó Dilara—. Recogieron todo lo que hallaron, desde los tesoros de los palacios reales hasta las posesiones de los mercaderes, y lo trajeron a este lugar como ofrenda por la salvación divina.
—¿Cómo?
—Ahora lo entiendo —dijo Dilara—.
El libro de la cueva de los tesoros.
El arca de Noé es la cueva de los tesoros.
—Y déjame adivinar quién está enterrado con los tesoros. Noé y sus hijos.
Ella aspiró aire con fuerza y puso la mano en el sarcófago situado a la derecha del pilar donde descansaba el amuleto.
—Nos encontramos junto a Noé. Prueba física de que uno de los episodios narrados en el primer libro de la Biblia sucedió de verdad. Dos de sus hijos están sepultados con él, al igual que las cuatro esposas.
—¿Por qué dejaría al margen al tercer hijo? —preguntó Grant.
—Cam fue quien escribió esto —dijo Dilara—. Fue sepultando los cadáveres de su familia en el arca a medida que fallecieron.
Era la única persona en quien se pudo confiar que no saquearía el tesoro, lo que habría despertado de nuevo la ira de Dios.
Tyler tomó con cuidado el amuleto de Sem de manos de Grant. También cogió uno de los orbes translúcidos del pedestal, y guardó ambos en el bolsillo.
—¡Eh, tú! —exclamó Grant—. ¡Creía que no podíamos coger nada, aparte del amuleto!
—Es demasiado peligroso hacer pruebas con el amuleto, pero si el otro orbe fue hallado en la misma época, podría revelarnos a qué época se remonta la rana. ¿No sería asombroso descubrir que se remonta a hace sesenta y cinco millones de años?
—Fascinante —dijo Grant con sequedad.
Tyler consultó la hora. Era el momento de comprobar cómo estaba la situación en el exterior de la cueva.
—Al habla Tyler —dijo por el
walkie-talkie
—. Adelante.
No hubo respuesta. Lo único que oyó fue el ruido de la estática. Probó de nuevo con idéntico resultado.
—Quizás estemos demasiado lejos de la entrada —sugirió Grant.
—Puesto que ya tenemos lo que vinimos a buscar, sugiero que nos marchemos.
—Dame unos minutos más —pidió Dilara—. Quiero sacar más fotos.
Tyler hizo una pausa. La pérdida de contacto con el exterior era preocupante, pero los mercenarios habrían llamado por radio si alguien los hubiese atacado.
—Me quedaré aquí con ella —se ofreció Grant—. Si no quiere salir cuando des la orden, la sacaré a rastras.
—No te preocupes —dijo Dilara—. Dame unos minutos más y habré acabado.
—De acuerdo. Tienes cinco minutos. Entretanto me acercaré a ver si puedo ponerme en contacto con los nuestros para que avisen al helicóptero, pero si no hay manera de contactar con ellos, tendremos que dar por sentado que ha sucedido algo en el exterior de la cueva, y entonces quiero que os reunáis conmigo enseguida.
Pero Dilara ya se había puesto a tomar fotografías, ignorando a Tyler.
Anduvo en dirección a la salida de la cueva y el lugar donde habían dejado las mochilas, intentando, mientras caminaba, comunicar con los mercenarios. Si acaso, el ruido de la estática se amplificó a medida que fue acercándose a la entrada.
Alcanzó el punto situado a seis metros de la hendidura a través de la cual habían accedido al interior. Allí habían dejado las mochilas, pero lo único que vio fue el suelo vacío. Estaba convencido de que ése era el lugar. La única explicación posible era que alguien se las hubiera robado.
Habían interferido la señal de radio. Había alguien ahí dentro, con ellos. El ruido de la estática cesó de pronto.
—Hola, Tyler —saludó una voz melosa a su espalda—. Levante las manos, si es tan amable. Lentamente.
Tyler obedeció.
—Ahora vuélvase.
Cuando giró sobre los talones, la luz de su casco iluminó a Sebastian Ulric caminando hacia él y apuntándole con una pistola. El multimillonario se ajustó las gafas de visión nocturna en la frente. Dejó de caminar cuando llegó a seis metros de él.
—Gracias por mostrarnos la entrada —dijo, esbozando una sonrisa.
—Esa luz me da en los ojos —advirtió Ulric—. Apáguela. Y no haga movimientos bruscos. No estoy solo.
Alguien encendió una linterna a espaldas de Tyler. Uno de los guardias de Ulric estaba apostado junto a la hendidura. El ingeniero apagó el interruptor del frontal del casco. La luz de la linterna del guardia era la única que reinaba en la oscuridad. Cualquier otra fuente de luz en la inmensa arca de Noé se encontraba demasiado lejos para serle de utilidad.
—¿Y nuestros hombres? —preguntó Tyler, a pesar de conocer la respuesta.
—Eran buenos. Pero no lo suficiente. Neutralizaron a uno de los míos antes de que Cutter los abatiera. Ahora suelte el arma. Lentamente. La radio también.
Tyler dejó en el suelo el subfusil, la pistola y la radio con el auricular.
—Dese la vuelta y empújelas hacia Brett con el pie.
Al volverse, vio a un hombre delgado, armado con un arma automática, granadas en bandolera y las gafas de visión nocturna en la frente.
—¿Dónde están los demás lameculos? ¿Esperan fuera? —Tyler estaba decidido a sonsacar información a Ulric.
—No, están aquí con nosotros. Cutter y Petrova también van equipados con gafas de visión nocturna, y en este momento buscan a Kenner y Westfield.
—¡Ulric está aquí! —gritó Tyler a la negrura.
—Tosco, pero efectivo. No importa. No cuentan con el equipo de que nosotros disponemos. De otro modo, me habría visto al regresar. Además, tengo una propuesta que hacerles.
—No voy a decirle dónde está el amuleto.
—Ya sé dónde está. Puedo verlo en el interior de su bolsillo. Lo que no puedo permitir es que Westfield y Kenner anden por ahí y, tal vez, encuentren otra salida después de que yo me haya marchado. Eso no me conviene. Ergo, mi oferta.
Muy propio de Ulric mostrarse tan pretencioso como para utilizar la palabra «ergo» a la hora de hacer una amenaza.
—Pero si piensa matarnos de todos modos —dijo Tyler.
—Sí, no puedo permitir que sigan con vida. Y es cuestión de tiempo que acabe encontrándolos a los tres. Pero no quiero tener que esperar. —Hizo un gesto a Brett—. La radio.
El hombre le arrojó la radio de Tyler. Ulric la atrapó en el aire y apretó el interruptor.
—Dilara Kenner y Grant Westfield. Sé que pueden oírme. Si se acercan a la entrada en los próximos dos minutos, les prometo una muerte rápida e indolora. Si no lo hacen, abriré fuego sobre Tyler Locke. Primero le apuntaré a los pies, luego a las manos. Después a las rodillas. Ningún órgano vital. Nada que pueda matarlo de inmediato. Hablamos de una muerte muy dolorosa. Tienen dos minutos a partir de este momento.
—No obedecerán —dijo Tyler.
—Le conviene equivocarse.
—Estaban esperándonos, ¿verdad?
—Usted es hombre de recursos. En cuanto vi que había llegado a Khor Virap, supe que sería capaz de encontrar el arca y mostrarme la entrada.
—Y como siempre se le da muy bien pensar en las consecuencias que puedan derivarse de los contratiempos, Ulric. Por eso me apartó del proyecto cuando propuse aquellos cambios en la construcción del laboratorio.
Ulric sonrió despectivo.
—Y vuelvo a ganar. Tras el asalto a Oasis logró usted alterar mis planes, pero el resultado será el mismo. —Y dijo por radio—: Quedan sesenta segundos.
Grant había cometido el error de separarse de Dilara.
Si iba a salvar a Tyler tenía que actuar con rapidez, y Dilara no habría hecho más que retrasarlo. Le pidió subir a la planta superior y esconderse ahí. Únicamente debía utilizar el sistema de posicionamiento en tres dimensiones para guiarse. No podía encender la linterna ni el frontal del casco.
Se separaron. Grant apagó su propia linterna y recurrió a la mira infrarroja. Cualquier fuente de calor, sobre todo el cuerpo humano, que se encontrara en su campo de visión sería como una llamarada en una noche de luna nueva. Sabía que Cutter no andaría lejos, y que no se limitarían a esperar a que transcurrieran los dos minutos. Irían en su busca.
Grant se desplazó agachado en dirección a la hendidura, pero cuando alcanzó la rampa comprendió que podría disfrutar de la ventaja de la altura, razón por la cual subió corriendo hasta la segunda planta, intentando en la medida de lo posible no hacer un solo ruido.